El Mensajero
Nº 99
Abril 2011
Diccionario de términos bíblicos y teológicos

elección1. El motivo de la especial relación entre Dios e Israel.  2. El motivo del favor divino para con cualquier individuo.  3. La capacidad humana para responder —o no— al Señor.

1. y 2.  El propio concepto de elección divina en la Biblia es escandaloso porque nunca se justifica ni explica.  Es siempre sencillamente un hecho, el hecho irracional de la predilección divina de una persona por encima de otras.  El primer caso es el de Abel y Caín.  El texto no nos da ninguna explicación de por qué a Dios le agradó más el sacrificio de Abel que el de Caín —y eso que Caín había sido el primero en sacrificar.  Quizá el texto de Génesis prefiere dejarnos con esa perplejidad, por cuanto unos pocos capítulos más adelante, nos contará de la elección de Abraham.  Pero entre la elección de Abel y la de Abraham, Génesis nos da otro ejemplo más de elección divina.  «Noé halló gracia a los ojos de Dios».  Sin explicación.  Toda la humanidad será destruida… pero no la familia de Noé.  Y nunca sabremos por qué, aparte de ese dato de la elección divina inexplicable.

1.  En toda la Biblia, ambos Testamentos, el pueblo escogido de Dios es Israel.  Una carta como la de Santiago —tan eminentemente cristiana como que Santiago fue apóstol de Jesucristo— está dirigida «a las doce tribus de la dispersión» —una clara referencia a las doce tribus de Israel.  Y la carta a la iglesia de Filadelfia —Apocalipsis 3,7-13— carga las tintas contra «los que dicen ser judíos pero no lo son», sino que son «sinagoga de Satanás».  Entiéndase como se entienda esa identidad judía o israelita, desde luego lo que no admite duda es que ese —y ningún otro— es el pueblo escogido de Dios.  Lo fue cuando Dios eligió a Abraham y lo sigue siendo en el último libro de la Biblia cristiana.

Una cosa que es posible observar unos diecinueve siglos más tarde, es que durante los largos siglos del cristianismo estatal, los judíos fueron el ejemplo más claro de vivir como Jesús había dicho que es necesario vivir para agradar a Dios.  Los reyes y obispos, emperadores y papas se disputaban celosamente el poder, pero sus políticas siempre pesaban sobre los campesinos, los pobres y los esclavos… y los judíos.  Como cualquier otro pueblo, habría judíos malvados y judíos buenos y generosos; seguramente los hubo pecadores empedernidos y descreídos así como beatos y amadores de Dios.  Pero lo que siempre —hasta hace bien poco— les tocó hacer, fue agachar la cabeza, recibir los golpes y los insultos de sus «superiores» y esperar que cuando amainara la persecución, cuando el odio de cristianos y musulmanes les dejara un respiro, Dios les levantaría descendencia.

Los papas y emperadores, obispos y reyes se fueron sucediendo.  Se alzaron y cayeron reinos e imperios… pero los judíos seguían ahí, «erre que erre», sin más remedio que seguir los consejos de Jesús (aunque sin saberlo):  Poner la otra mejilla, devolver bien por mal, hacer vista gorda a insultos y calumnias.  Cargaron con el mote de «Asesinos de Dios».  Todos esos siglos confiaron en Dios y no en los hombres, como Jesús había dicho (aunque ellos no lo sabían) que era necesario confiar.  Uno a uno fueron pereciendo todos sus enemigos: los Reyes Católicos, los zares de Rusia…  ¡Hitler murió sin dejar hijos!  Pero Dios no se olvidó de su pueblo elegido y ahí siguen hasta hoy.  Están en todo el mundo.  En todas partes —hasta en su propio país— son extranjeros; pero en todas partes han conseguido hacerse su hogar.  Algún día caerá el Estado de Israel, como cualquier otro Estado de nuestra era.  (Desde luego, si no aprenden a convivir con sus vecinos, poco durará.)  Pero Israel —en tanto que pueblo humano— seguirá existiendo cuando vuelva el Mesías.

2.  Muchas personas y familias —de otras etnias y nacionalidades— también hemos experimentado y experimentamos hoy un trato de favor divino que sólo se puede explicar como resultado de la libre e inexplicable elección de Dios.  Dios ha elegido tratarnos como hijos y ha derramado sobre nosotros su Espíritu Santo, el Espíritu de Cristo.  Este es un misterio tan insondable como la propia elección de Israel; pero damos testimonio de que ésta es también nuestra experiencia.  Nos sabemos no merecedores de ser amados y tratados así por Dios.  Es algo que él ha elegido soberanamente, ejerciendo así su derecho como Dios y Creador.

3.  Nosotros, el ser humano, también somos capaces de elegir.  Es tal vez uno de los rasgos que nos son propios por haber sido creados «a imagen y semejanza de Dios».  Nada en nuestra vida está absolutamente predeterminado.  Concretamente, podemos elegir si responder a Dios con alabanza y obediencia o rechazar su favor con actitudes de desprecio contra él y falta de caridad con el prójimo.  Como en cualquiera relación de amor, para que funcione la relación entre Dios y nosotros, hace falta que los dos quieran.  En Cristo, Dios nos ha expresado claramente que él sí que quiere.  A partir de ese dato, ahora nos toca elegir a cada uno de nosotros.

—D.B.
Otros artículos en este número:

 


Volver a la portada


imprimir

DESCARGAR
para imprimir

 


Ver números anteriores de
El Mensajero


Copyright © marzo 2011 – Anabautistas, Menonitas y Hermanos en Cristo - España