El Mensajero
Nº 100
Mayo 2011
Diccionario de términos bíblicos y teológicos

Creación1. El resultado del acto de crear.  Comprender que algo es una creación significa reconocer como es debido a la persona creadora.  2.  Escrito con mayúscula, la Creación es la totalidad del universo y en particular, las condiciones especialísimas del planeta Tierra, donde ha arraigado y proliferado en infinidad de formas la vida microbial, vegetal y animal, terrestre y marina, hasta hacer posible la existencia humana.  Concebir del universo, la Tierra y la vida como Creación, supone admitir la intencionalidad y los propósitos de Dios en tanto que Creador.

Los relatos bíblicos de la creación del mundo y de la vida humana tienen elementos en común con los mitos de los pueblos contemporáneos alrededor de Israel y particularmente, con los mitos cananeos de creación.  Por ese motivo, llaman especialmente la atención las diferencias con respecto a esos mitos.  La Biblia deja como un misterio sin desvelar el origen de la materia a partir de la cual Dios crea nuestro universo.  Otros pueblos entendían que los astros eran en sí mismos dioses y que la Tierra era una diosa.  En un mito babilónico, el universo estaba hecho del cuerpo de la diosa Madre, asesinada por su hijo —también un dios, naturalmente— y abierto como quien abre en dos un pescado por la raspa, para hacer de una mitad los cielos y de la otra, la tierra.  ¡Qué diferente resulta la forma de contar la creación en la Biblia!

La Biblia establece una autoridad moral incuestionable y un poder o capacidad también incuestionable de Dios para crear, ordenar, disponer y también destruir el universo entero, por cuanto es obra de su intención, propósito y actividad.

En los libros de la Ley —aunque también en otros de la Biblia— Dios muestra especial interés en el ser humano como co-creador de la vida humana.  Dios manda al ser humano propagarse pero a la vez, no pierde ocasiones para recordar al ser humano que la esterilidad e infertilidad es siempre posible y que sólo creamos nuestros descendientes por beneplácito divino.  Para que Abraham y su descendencia jamás olviden que su fertilidad viene de Dios, Dios les exige darle un pedacito del pene de cada varón.  Como el diezmo y el descanso obligado un día cada semana y la pro­hibición de cultivar la tierra un año de cada siete, la circuncisión obliga a Israel a reconocerse dependientes del Creador desde la intimidad de su reproducción hasta el milagro de comer cada día de los productos de la tierra.

Nacimos y comemos porque somos Creación y vivimos instalados en la Creación.  En todos los detalles, el Creador es el que dispone.  Si llueve y hay mies abundante, es porque el Creador así lo ha dispuesto.  Si hay sequía y Hambre, esto también viene del Creador.  La dependencia humana del Creador es absoluta y no admite discusión.  El Creador también dispone cuáles conductas son aceptables para el ser humano, que en tanto que seres creados inmersos en la Creación, no somos quién para cuestionar las disposiciones divinas que garantizan la supervivencia y fecundidad de cada generación humana.  El Creador no nos debe ninguna explicación; noso­tros le debemos a él y a sus propósitos, lealtad absoluta.

El Creador nos ha encomendado un privilegio que es a la vez una responsabilidad sorprendente.  Ha concedido al ser humano «dominio» sobre todos los otros seres creados, lo cual encierra tanto de obligación y responsabilidad y rendir cuentas al Creador, como de privilegio.

La humanidad ha de vivir respon­sable y prudentemente como máximo depredador, domador y domesticador de toda la vida terrícola en tierra, aire y mar.  Tiene capacidad y potestad para transformar su entorno, cambiar las costas de los mares, mover montañas, minar las profundidades subterráneas… una capacidad y potestad casi infinita.  Casi pero no del todo.  Porque toda su actividad está sometida a la responsabilidad de ser prudentes y sabios en el ejercicio de dominio sobre una Creación que es ajena.  El ser humano nunca es dueño y propietario, entonces, aunque tenga dominio.  El dueño y propietario sigue siendo siempre el Creador, por cuya autorización y permiso el ser humano ejerce ese dominio.  Y cada ser humano en particular es sólo un usuario pasajero durante los breves años de su generación, al cabo de la cual ha de entregar a sus hijos y nietos esta Creación que antes recibió de sus padres y abuelos.

—D.B.
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