El Mensajero
Nº 102
Julio - Agosto 2011
Diccionario de términos bíblicos y teológicos

amor — Una inclinación o predisposición hacia otra persona (o hacia cualquier objeto, incluso hacia conceptos abstractos) que es extraordinariamente difícil de explicar pero que todo ser humano reconoce cuando lo experimenta…

«Amor» en la Biblia tiene toda la complejidad y sutileza que también hallamos en este concepto hoy día.  Es imposible describirlo en pocas palabras, aunque el apóstol Pablo se acerca más que ningún otro en sus renglones famosos sobre el amor en 1 Corintios 13.

agape, filos, eros.  Es bastante conocido que el griego del Nuevo Testamento tiene tres palabras que se suelen traducir con nuestra palabra «amor».  Con el castellano nos pasa lo mismo, donde podemos referirnos a este mismo sentimiento con términos diferentes como amar, querer, tener cariño.  Resumiendo, un cierto matiz de diferencia entre aquellas tres palabras griegas se podría explicar así:  Eros es la palabra más fácil de distinguir, por cuanto la encontramos en palabras castellanas que se refieren a lo erotico; sería un amor cuyo objeto es encontrar la propia satisfacción.  Filos sería el afecto de la amistad entre iguales, que se vive como compenetración por intereses y experiencias en común.  De ahí la filosofía, por ejemplo: el amor a la sabiduría.  Agape es la palabra que suele emplear el Nuevo Testamento para hablar del amor de Dios por nosotros (y nuestro amor a Dios) y el amor entre «hermanos» de las primeras comunidades cristianas.  Se supone ser todo lo contrario del amor erótico: lo que busca es el bien del ser amado, aunque para uno mismo eso suponga sacrificio y sufrimiento.  Nuestra palabra castellana «ágape» (banquete) guarda poca relación con aquel término griego.

Aunque estos matices de diferenciación entre los términos griegos pueden encerrar un cierto interés teológico por su uso en el Nuevo Testamento, es fácil caer en la exageración.  Volviendo al ejemplo que dábamos de los sinónimos en lengua castellana, cuando empleamos estas palabras no solemos estar queriendo hilar fino en la distinción entre ellas.  Es cierto que la palabra «amor» suele conllevar una carga de compromiso e intimidad que en determinadas relaciones puede parecer francamente exagerada, cosa que no pasaría con la idea de «querer» o de «sentir cariño».  Y tal vez la idea de «querer», por asociación con la de desear, podría en teoría parecer relativamente egoísta, mientras que la de «sentir cariño» podría tal vez indicar (o no) un cierto sentimiento de superioridad.  Pero el caso es que la mayoría de las personas echamos mano de la palabra que nos viene a la cabeza y para la mayoría de los usos, da lo mismo amar que querer, que sentir cariño, que adorar, que tener afecto

Yo sospecho que algo parecido les pasaba a los autores del Nuevo Testamento.  Los diferentes términos para «amor» en griego suelen agruparse en torno a determinados usos y determinadas relaciones; pero siempre es posible hallar alguna excepción donde otro de los sinónimos se emplea cuando tal vez hubiéramos esperado uno diferente.  Por eso me parece elegante la solución de nuestros traductores, que normalmente han evitado indicar esas distinciones, sino que traducen los tres términos  normalmente como «amor».

Tengo la impresión que el hebreo (la lengua del Antiguo Testamento) no tiene esos mismos matices.  Me parece que se suele utilizar ahabá para todo.

Una cosa interesante de ahabá, que en la medida que influyera en los apóstoles, deberíamos tener presente al leer sus instrucciones sobre el amor, es que encierra un fuerte componente de lealtad.  Amar a Dios, como amar al rey, es ante todo serle leal.  En el caso del rey, ese amor podía exigir la vida en el campo de batalla.  ¿Por qué iba a ser menos exigente el amor a Dios?

Pero una vez que hemos comprendido esto, podemos entender también el concepto de Jesús de amar al prójimo, incluso amar al enemigo.  Tiene mucho más de lealtad e integridad personal en el trato de la persona, que de sentimentalismo ni de buscar preferentemente su compañía.  Uno puede tratar con corrección e integridad hasta a un enemigo, incluso ser leal con él en el sentido de no atacarle a traición.  Tal vez sea especialmente importante tratar precisamente a los enemigos así.  No es fácil; y en determinadas situaciones de conflicto, ataque, calumnias, dolor y desgarro en relaciones, lo más fácil es dar rienda suelta a todo el veneno que uno puede llevar por dentro.  Pero los discípulos de Jesús —en quienes vive el Espíritu de Paz— sabrán conservar la corrección y un trato respetuoso y digno.

En el caso de Dios, la Biblia indica que él ama.  Esto es decir que si Dios elige, promete y pacta, luego será eternamente fiel a sus promesas y a su pacto.  El amor de Dios es eterno e inviolable, porque aunque nosotros no seamos fieles, él permanece fiel.

Ese mismo amor es lo que Jesús y los apóstoles nos invitan que caracterice también nuestras propias vidas y conducta, en el trato con Dios y con el prójimo.

—D.B.

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