El Mensajero
Nº 103
Septiembre 2011
Diccionario de términos bíblicos y teológicos

monoteísmo — La idea de que existe un único Dios.  Esta noción, que era sostenida por algunos filósofos paganos en la época del Nuevo Testamento, ha sido confundida frecuentemente con la enseñanza de la Biblia, que probablemente debería describirse como monolatría: la adoración de un solo Dios.

La colección de documentos que se conoce colectivamente como Biblia se redactó en el transcurso de muchos siglos, que abarcan una sucesión de civilizaciones de la antigüedad.  De ahí que en este tema, como en muchos otros, el testimonio bíblico es de diversidad, de diálogo interno entre los diferentes autores y sus escritos.  No es nada infrecuente que un escrito bíblico posterior recurra a una frase de un escrito bíblico anterior, para darle una interpretación novedosa o incluso hasta contradictoria con el sentido que había tenido hasta entonces.

Sobre la unicidad de «el Señor» —el Dios personal de los antepasados Abraham, Isaac y Jacob y Dios nacional de Israel— la Biblia no admite ninguna discusión.  La shemá, «Oye Israel, el Señor nuestro Dios, el Señor uno es…», que todo israelita debía repetir varias veces al día, lo deja sobradamente claro.  Sin embargo la propia descripción tan típica de este Dios como Dios «de» —de Abraham, Isaac y Jacob, de Israel; o aquí en la shemá, nuestro Dios— da a entender la posibilidad de que existan otros dioses de otros individuos y de otras naciones.  De hecho, la Biblia conoce los nombres de los dioses principales de otras naciones y deja claro que no es que esos vecinos de Israel adoren al mismo Dios aunque con otro nombre.  No; se trata de otros seres diferentes que Aquel que adora Israel.  Dioses que los israelitas podrían caer en la tentación de adorar y que de hecho muchos de ellos adoran, por lo cual es necesario insistirles que el Dios suyo, el Señor de Israel, es a quien deben servir.  Solamente su Dios, el Señor de Israel, gobierna ya no sólo en Israel sino —sin que estas otras gentes lo sospechen— sobre todas las naciones de la Tierra.

En cualquier caso este tipo de afirmación no viene a decir necesariamente que aquellos otros dioses no existen, sino tal vez solamente que son ineficaces, débiles, incapaces de garantizar la paz y prosperidad de los que los adoran.  Otros textos bíblicos, sin embargo, parecen afirmar que aquellos dioses sí son eficaces… para los pueblos sobre los que el Señor los dispuso.  Según esta manera —también bíblica— de entender la cuestión, el Señor habría repartido las diferentes naciones entre los dioses, pero reservándose Israel como su especial tesoro, su propio pueblo personal.  Dios había pactado con Israel esta especial relación: El Señor sería —en exclusiva— el Dios de Israel, mientras que Israel sería —se entiende que también en exclusiva— el pueblo del Señor.

La realidad histórica que condenan reiteradamente los profetas, es que Israel casi siempre adoró multitud de dioses y diosas, incurriendo así en la ira y el castigo divino por esa infidelidad.  La monolatría pactada, que en teoría debía ser como un matrimonio monógamo, estaba siendo violada por un pueblo al que los profetas acusan de «prostituirse» tras otros dioses.  Es decir que se entregaban en cuerpo y alma al culto a estos otros dioses, que les «pagaban» con la moneda de cosechas abundantes y protección de sus enemigos.  Al margen de que según los profetas esos dioses pagaban con moneda falsa, que de nada servía, es el propio acto de infidelidad contra su Dios pactado en exclusividad, lo que escandaliza a los profetas.

Desde luego hay también escritos bíblicos que dan a entender que los demás dioses no existen en absoluto sino que solamente hay un único Dios —que es, naturalmente, el Señor al que sirve Israel.  Emblemáticamente, algunos pasajes de Isaías indican esta convicción; pero esa sería también, por ejemplo, la tendencia que vemos en Daniel.  Y el relato de los orígenes, los primeros capítulos de Génesis, da a entender la existencia de un único Dios creador de todo lo que existe, un único Dios con que se relacionaron Adán y Eva y las primeras generaciones de la humanidad.

Aunque el judaísmo, el cristianismo y el Islam alegan ser monoteístas, en realidad son pocas las personas capaces de sostener en la práctica la creencia en un único ser sobrenatural e invisible.  Muchos pasajes en el Nuevo Testamento, por ejemplo, indican la existencia de demonios, espíritus inmundos y el diablo o Satanás, que como mínimo son contrarios a la voluntad de Dios o en el caso de Satanás, casi se diría que osa rivalizar directamente con Dios.  También indican, desde luego, la existencia de una multitud de seres invisibles de signo positivo: ángeles que Dios envía como mensajeros para consolar, proteger y guiar a los primeros cristianos.  En el Islam y el judaísmo rabínico, tenemos un panorama parecido.  Luego en la credulidad cristiana popular desde tiempos muy antiguos, existen «santos» —seres humanos difuntos— capaces de oír rezos y de actuar milagrosamente a favor de sus devotos que los invocan.

Tal que el monoteísmo es una idea muy altamente valorada pero que son escasas las personas que la mantienen consecuentemente.

—D.B.

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