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  Nº 113
Julio-Agosto 2012
 
  Diccionario de términos bíblicos y teológicos

virtud — Cualidad propia, de signo positivo.  Excelencia moral y personal.

Estas anotaciones serán muy diferentes de lo habitual.  Cuando iba pensando en palabras que sería interesante o útil tratar aquí, pensé que el término «virtud» sería uno de los más apropiados, porque, ¿no es acaso la virtud una meta loable para todo cristiano?  Descubro, sin embargo, que es un término casi desconocido en la Biblia.  Lo que sigue, entonces, son algunas ideas mías acerca de por qué esto es así.

En primer lugar, descartamos como de poco interés la expresión «en virtud de» o «por virtud de», que en algunas de nuestras traducciones de la Biblia al castellano pueden ser más o menos frecuentes.  En esta expresión el término se refiere a lo característico o propio de algo, no a una cualidad positiva que se pretenda promocionar.  También podemos descartar la expresión en la versión Reina-Valera, 1960, «varones de virtud» (Éxodo 18,21.25), porque aunque parece encerrar una cualidad recomendable, en hebreo el término sólo indica hombres «capaces, hábiles, diestros».

Hay dos textos en el Nuevo Testamento donde «virtud» es una cualidad que se recomienda o exhorta (según la mayoría de las traducciones al castellano):

En cuanto a lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad (Filipenses 4,8 RV60).

Vosotros también, poniendo toda diligencia, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor (2 Pedro 1,5-7 RV60).

Es interesante que el término griego empleado aquí (areté), aunque no figura en nuestro Antiguo Testamento, sí aparece en los libros de Macabeos; especialmente IV Macabeos, un libro que sólo figura en las Biblias Ortodoxas.  IV Macabeos es de aproximadamente la época del Nuevo Testamento y donde figura este término es casi exclusivamente como una especie de hombría o arrojo propia de los mártires, que afrontan la tortura y muerte sin pestañear.   Virtud, por lo menos en IV Macabeos, sería entonces esa cualidad de valentía u hombría propia del soldado (o del mártir) que tiene decidido destacar por su forma gloriosa de morir.

No en balde era esta cualidad griega, areté, una virtud en primer lugar varonil.  La mujer también podía ser virtuosa, desde luego, pero para ello tenía que abandonar su natural flojera y debilidad femenina.  Conceptos que no comparto; sencillamente informo de cómo se pensaba en aquella era.  Como areté conlleva gloria y excelencia, era también un rasgo de los dioses griegos.  Y por cierto la palabra castellana, derivada del latín vir, varón, comparte esa misma sensibilidad esencialmente machista.

Descubrimos así, sospecho, por qué el término no es de uso tan frecuente en la Biblia como hubiéramos imaginado.  Un término que empieza como ensalzamiento de virtudes marciales, especialmente la muerte gloriosa, difícilmente se adapta a la mentalidad bíblica.  En el Antiguo Testamento lo que interesa no es morir con gloria sino vivir con integridad delante de Dios y con humildad y amor fraternal entre los humanos.  (Aunque no faltan ejemplos, notablemente en Daniel, de disposición a morir por las convicciones.)

No creo que fuera del todo descabellado sugerir que las virtudes que promueve la Biblia son más bien las que en el mundo de la antigüedad eran consideradas «femeninas».  Virtudes como la paciencia o no violencia; aprender a callar y soportar frente a los más fuertes y poderosos, esperando en la salvación de Dios; perdonar en lugar de vengar; servir en lugar de mandar.  Poca «virtud», en fin, aunque sí mucho parecerse a Cristo.

El uso posterior que se da a algunas palabras en castellano, guarda poca relación con su origen.  En la antigüedad el noble era superior al plebeyo y el esclavo por su superior nacimiento y sangre.  Esto lo hacía por naturaleza más puro, digno, honroso, moral, religioso, espiritual, valiente, honesto, etc.  La nobleza de sangre producía naturalmente nobleza de espíritu.  Pero hoy podemos emplear el término «noble» para describir lo bueno y loable, sin recordar ya esos rancios prejuicios de clase.  Algo parecido sucede con el concepto de «virtud», de cuyos orígenes machistas y marciales ya nadie se acuerda.  «Virtud» ha pasado a significar en nuestro vocabulario, entonces, sencillamente «bondad», «excelencia», «perfección moral».

Esto es en efecto lo que ya significaba en aquel entonces —por ejemplo en los textos citados de Filipenses y 2 Pedro— aunque esa excelencia moral y personal se concibiese como esencialmente masculina.  Los tiempos cambian; y con los tiempos, nuestra manera de pensar.  Pero lo que no debe cambiar es que procuremos ser personas caracterizadas por la excelencia moral y personal.

—D.B.

 
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