bandera
  Nº 119
Febrero 2013
 
  Diccionario de términos bíblicos y teológicos


salvación — Acto por el que la persona que está a punto de perecer o ser destruida, se libra de ese fin prematuro.  En la Biblia es muy frecuente un sentido secundario y metafórico del término, donde se emplea para describir los efectos sobre la condición del ser humano en relación con Dios.  (Y en la reflexión teológica posterior a la Biblia, este sentido secundario es casi el único que suscita interés.)

No conviene olvidar que el origen de este término —y la fuerza con que puede captar nuestra imaginación para desvelar verdades espirituales— se encuentra en situaciones de vida y muerte en el plano material.

Digamos que donde Israel primero conoce a Dios como Salvador es en la emancipación de los esclavos de Egipto.  La situación es una de dura opresión y esclavitud con un régimen de gobierno espantosamente autoritario.  Un régimen de tal calaña que es posible proponerse el exterminio genocida de toda la clase social de los esclavos.  Proponérselo y poner en marcha un plan para ejecutarlo.  Y es aquí donde aparece el Salvador, el Señor de Israel que los libra de un desastre seguro e irreversible.

A lo largo de la historia que cuentan las narraciones del Antiguo Testamento, vemos una y otra vez esta clase de salvación, la salvación en su sentido más elemental y material.  Porque si el pueblo o el individuo no alcanzan siquiera a sobrevivir, aunque sea por medio de sus hijos, cualquier otro tipo de salvación resulta bastante irrelevante.

El faraón, que se creía que era divino a la vez que humano, representa perfectamente las dos vertientes del peligro del que era necesario salvación.  Porque había siempre enemigos humanos —nobles, reyes, ejércitos enemigos, vecinos envidiosos— que deseaban destruir al hombre.  Pero había también fuerzas invisibles, «espíritus» de desesperación o tristeza, locura o muerte.  Y había también «dioses» que traían enfermedades, hambrunas, guerras, terremotos, tormentas terribles, huracanes en alta mar.  Todos estos enemigos procuraban la destrucción prematura del pobre individuo o de toda la nación.  De ellos era también necesario obtener salvación.

Y no es solamente necesario salvarse de enemigos.  El Señor que salvó a Israel en Egipto y vuelve a salvarlos regularmente de todos sus enemigos, resulta ser un Dios celoso.  Exige una fidelidad absoluta y un cumplimiento riguroso de sus normas de conducta.  Israel no tarda en descubrir que el Señor es —si cabe— más peligroso que Faraón, más peligroso que un ejército invasor, más peligroso que toda la colección de «espíritus» y «dioses» que pululan por el mundo.  Porque si bien hay alguien —el Señor— que puede librarlos de Faraón y de cualquier enemigo, ¿quién hay que los pueda librar de la ira del Señor?

Aquí es donde cobra especial interés y belleza el concepto de salvación como acto de gracia, misericordia y generosidad divina, por la que el Señor aparta y apaga su propia ira y perdona.  Perdona por amor, perdona sin otros motivos que su propio deseo de perdonar, perdona como acto de salvación divina.

En algunas corrientes del pensamiento cristiano se concibe la salvación como esencialmente salvación de castigos eternos.  No vamos a tratar ahora del «infierno» o la idea de unas ansias infinitas, eternas e inagotables de venganza por parte de Dios —de las que necesitaríamos ser salvados y que solamente la tortura eterna de los seres humanos que le han sido rebeldes podría atenuar.  (Pero no del todo y por eso la tortura tendría que seguir y seguir sin jamás terminar.)

Entendida así la necesidad de salvación, ésta se obtendría cuando el individuo consigue evitar esa tortura eterna y tiene garantizado, al contrario, los disfrutes eternos del Paraíso.  Y esto se conseguiría aceptando como ciertos, determinados puntos cardinales de la doctrina cristiana.

A mi entender, sin embargo, la salvación que describe el Nuevo Testamento es mucho más dinámica.  Lo que la motiva no es el miedo a castigos de una crueldad psicópata e infinita, sino toda una vida vivida en relación de amor y confianza mutua entre Dios y nosotros.

Tras observar el desenlace de la vida de Jesús en muerte indefensa a mano de los poderosos pero resurrección en gloria, aprendemos a perdonarle a Dios las muchas cosas desagradables que nos pasan en la vida y agradecerle las otras muchas cosas agradables.  Dios, por su parte, disfruta de nuestro amor y alabanzas y va perdonando nuestras muchas torpezas e inconstancias.  En esta relación viva, vital, dinámica y fluida vamos avanzando por la vida hasta que un día traspasamos el umbral de la muerte… y nos encontramos con sólo Dios sabe qué misterios por descubrir, pero siempre acompañados por la Presencia del mismo Amigo que nos viene ayudando y cuidando en esta vida terrenal.

Eso, a mi entender, es la salvación.  (Pero es cierto que no todos lo ven así.)

—D.B.

 
Ver relación de PALABRAS que ya tienen entrada en este diccionario.

Otros artículos en este número:


Volver a la portada


imprimir

Descargar para imprimir


Ver números anteriores de
El Mensajero


Suscripción (gratis)


Copyright © enero 2013 - Anabautistas, Menonitas y Hermanos en Cristo - España