Diccionario

arca — En la Biblia, un cajón de madera con su tapa, que funcionaba como talismán de guerra de las tribus de Israel. Garantizaba la presencia del Señor de los Ejércitos, para darles la victoria en batalla. La palabra «arca» significa «caja». Esta en particular se identifica en la Biblia de diversas maneras: el arca del testimonio, el arca del pacto (de la alianza), el arca del Señor, de Dios, del pacto del Señor, del Señor de Israel.

El arca primero aparece en el libro de Éxodo, con las instrucciones divinas para sus dimensiones y decoración y lo que debían poner en su interior.

Reaparece especialmente en los relatos sobre su ocupación de la tierra de Canaán, donde parece tener una función análoga a la de los ídolos. Los ídolos se suponía que hacían efectiva y real la presencia del dios que representaban. El arca cumple esta misma función en el campamento de Israel, y a esos efectos, tiene inmensos poderes sobrenaturales.

Reaparece el arca como talismán de guerra en 1 Samuel, donde se cuenta cómo fue capturada por los filisteos cuando vencieron a los israelitas. Sin embargo la «presencia de Dios» que se entiende que la acompaña siempre, vence a los ídolos de los filisteos y provoca una enfermedad terrible —aparentemente la peste bubónica— en las ciudades filisteas donde estuvo. Concluye el relato con el regreso milagroso del arca a territorio israelita cuando los filisteos se quisieron deshacer de ella.

El tercer ciclo de menciones del arca sería las narraciones que cuentan cómo David hizo traerla para su flamante tabernáculo en Jerusalén, que reemplazaría el antiguo centro de culto en Siló. En estas historias el arca sigue gozando de poderes sobrenaturales que indicarían que en ella se sigue materializando la presencia real y efectiva de Dios. Es evidente el interés de David en tenerla en su ciudad capital como garantía de la protección divina para él, para su corte, para su política y para sus guerras de expansionismo militar. Al final, Salomón construirá un templo de piedra —en sustitución del tabernáculo de David— donde se guardará el arca en el «lugar santísimo».

La desaparición del arca de la historia bíblica a partir de ahí, da lugar a diferentes especulaciones, como la leyenda de que se encuentra escondida a buen recaudo hasta hoy en una cueva debajo de la Mezquita de la Roca, en Jerusalén. Lo más probable es que desapareciera cuando el saqueo egipcio del templo apenas cinco años después de morir Salomón (1 Reyes 14). (De ahí que en la película de Indiana Jones, En busca del arca perdida, la encuentran en Egipto.) A la postre el propio templo —y más específicamente el lugar santísimo— habría cumplido esa función de hacer concreta y real la presencia de Dios en Jerusalén, haciendo de Jerusalén el destino de diferentes peregrinaciones anuales.

Según Éxodo 25, este cajón habría sido de unos 112 cm de largo, por unos 67 cm de ancho y alto, y estaría forrado por dentro y por fuera con pan de oro.  En su interior se habría guardado el «testimonio». En las instrucciones para la fabricación y decorado del arca en Éxodo 25, no explica qué sería ese «testimonio». Según Deuteronomio 10, se trataría de las dos lajas de piedra donde vienen grabadas sobrenaturalmente «las diez palabras» o declaraciones o «mandamientos».

Esto en sí es enormemente sugerente:

En todas las religiones cuyo culto utiliza imágenes, estas concentran o expresan de alguna manera, para los creyentes, la presencia viva y real de sus dioses. En Israel, esa función la tienen las palabras de Dios. Son las palabras de Dios lo que nos acerca a Dios. Los mandamientos, pero también sus promesas, claro está. Y en la Biblia también los relatos, donde aprendemos qué conductas agradan o desagradan a Dios y donde observamos buenos y malos ejemplos de personas que expresan su fe en Dios —o su infidelidad a Dios— a lo largo de sus vidas. Descubrimos que esas palabras bíblicas también nos acercan a Dios. También los Salmos: no dejan de ser palabras humanas que alaban —y agradecen, se quejan, lamentan e imploran— a Dios, pero  descubrimos en ellas también el poder de «la palabra» para acercarnos a Dios.

Al final, el convencimiento de judíos y cristianos (y musulmanes) por igual, es que las palabras tienen un poder más sublime y perfecto que los ídolos, para tocar nuestra fibra más íntima, llevarnos a la comunión con Dios, y motivarnos para las buenas obras que él espera de nosotros.

No sería justo terminar estos párrafos sobre el arca del Señor, sin mencionar la tapa que completaba este cajón. Conocida como el propiciatorio, sobre esta tapa figuraba la escultura de dos querubines, que se entendía que eran algo así como el trono o la cabalgadura del Dios invisible.

—D.B.