Jesús

Ahora entiendo el evangelio (6/20)
Principio del evangelio
por Antonio González

El evangelio de Marcos comienza presentándose como «principio del evangelio de Jesucristo» (Mc 1,1). También se podría traducir, de un modo más exacto, como «principio del evangelio de Jesús el Mesías». Cristo significa Mesías, rey ungido. El evangelio, como sabemos, tiene que ver con la llegada de un rey. Los cuatro evangelios son evangelios porque son relatos de cómo Jesús llegó a ser rey.

De hecho, la vida de Jesús puede entenderse como el camino mismo que conduce a su entronización como Mesías. Para entender este proceso, podemos volvernos a algunas características de la vida de Jesús.

1. Jesús y la retribución

Si atendemos a la historia de Jesús, podríamos decir que tanto su actividad como su mensaje están libres de la lógica meritoria y retributiva que, según el libro del Génesis, caracteriza al ser humano («Adán»). Veamos algunos ejemplos.

Para Jesús, la venida del reino de Dios no es el resultado de una conversión previa del pueblo de Dios. El reinado de Dios llega gratuitamente, y la conversión es más bien el resultado de su venida. Es justamente el núcleo de su mensaje, como vimos: «el reinado de Dios se ha acercado, convertíos y creed en el evangelio» (Mc 1,15).

Si el reinado de Dios viene de manera gratuita, sin condiciones previas, eso significa que el perdón de los pecados, que era justamente el presunto impedimento para su venida, también está sucediendo ya. El perdón de los pecados está disponible, sin necesidad de realizar sacrificios u otros ritos previos. Algo que por cierto escandalizaba profundamente a sus contemporáneos (Mc 2,7).

Una escena que muestra esta lógica nueva de Jesús es la conversión de Zaqueo (Lc 19,1-10). Ante la mera curiosidad de Zaqueo, Jesús toma la iniciativa, y se auto-invita a la casa del pecador público. Alojarse en la casa era un signo máximo de aceptación y reconciliación. A raíz de la reconciliación gratuita, ofrecida por Jesús, tiene lugar la conversión de Zaqueo, y la realización de inesperadas obras de justicia.

Si en Jesús no funciona la lógica retributiva, propia de «Adán», eso significa que Jesús no interpreta las diversas situaciones históricas en esos términos. Es una tendencia profunda del ser humano pensar que aquellas personas o comunidades a las que les va mal en distintos sentidos (enfermedad, pobreza económica, etc.) es porque algo han hecho. Esto se debe a que, de alguna manera, se lo merecen.

Jesús no parece pensar de esta manera. Si el ciego está ciego, no es porque haya pecado él o hayan pecado sus padres (Jn 9,1-3). O si algunas persona han sufrido un accidente, no se debe a que sean culpables de algún delito. La víctima no es culpable. Si algunos individuos, posiblemente rebeldes, han sido ejecutados por las autoridades romanas, esto no significa que sean responsables de su desgracia (Lc 13,1-6). Las desgracias serán una oportunidad para la conversión, o para que Dios actúe, pero no una culpa de la víctima.

Esto no significa que Jesús ignore que ciertos comportamientos negativos traen con frecuencia acarreadas ciertas desgracias (Jn 5,14). Qué duda cabe que el exceso de trabajo o el consumo de drogas dañan la salud. Sin embargo, Jesús se niega meter a Dios en una lógica retributiva. Para Jesús, Dios hace salir el sol sobre justos e injustos, y hace llover sobre malos y buenos (Mt 5,45).

De ahí que no tenga sentido presentar ante Dios los propios méritos. Más bien hay que entenderse como siervos inútiles, que no merecen nada (Lc 17,10). De ahí la crítica al orgullo religioso. El que pretende auto-justificarse delante de Dios por sus buenas acciones es precisamente el que no sale justificado. En cambio, el que reconoce su carencia de méritos ante Dios, es precisamente el que es justificado por Dios (Lc 18,9-14).

Otras muchas actitudes e instrucciones de Jesús muestran también esta renuncia a la lógica adámica del mérito y la retribución. La exhortación de Jesús al perdón trata justamente de esto: el perdón es una renuncia a la venganza, una forma de retribución (Mt 18). Lo mismo sucede con las deudas. La cancelación de las deudas es una renuncia a la retribución que uno merece por haber hecho un préstamo (Mt 6,12).

O pensemos también en las instrucciones de Jesús sobre los banquetes. En su cultura, uno solía invitar a alguien de su propio nivel socio-económico, o un poco superior, para después ser invitado por ellos, y así subir en la escala social. Jesús en cambio recomienda invitar a aquellos que no pueden devolver la invitación: los pobres y marginados (Lc 14,15-24). De nuevo una ruptura de la lógica retributiva.

Otro ejemplo podemos verlo en el modo en que Jesús trata con la Ley de Moisés, la Torah de Israel. Jesús reinterpreta algunos mandamientos, radicalizándolos (Mt 5,21-48). Otros, en cambio, los interpreta de una forma amplia, poniendo por delante las necesidades humanas (Mc 2,27; 7,1-23). Pero, en conjunto, no cuestiona la validez de la Ley como mandamientos en los que se expresa la voluntad de Dios (Mt 5,17-20). Lo que no acepta es que la Ley se utilice para autojustificarse. Y tampoco hace suyas las retribuciones (castigos) previstos por la Ley. En su lugar, ejerce el perdón (Jn 8,1-11).

La parábola de Jesús sobre los trabajadores de la última hora es una buena muestra de su propuesta. Quienes se quejan de haber recibido igual paga por más trabajo, muestran que para ellos la justicia consiste últimamente en retribución según el mérito. Claro está que, en esta justicia, no hay igualdad. Para Jesús, en cambio, la justicia divina no actúa según los méritos, y precisamente por eso puede crear igualdad.

Jesús

2. La no violencia de Jesús

En este contexto de renuncia a la retribución se entiende perfectamente la no violencia de Jesús. El amor a los enemigos no es una especie de sentimentalismo. Jesús da por supuesto que las personas, o las comunidades, tienen enemigos. Y los enemigos son tales porque han hecho daño, e incluso lo piensan seguir haciendo. Sin embargo, el comportamiento sorprendente al que exhorta Jesús consiste en no devolver al enemigo mal por mal, sino en hacerle el bien.

De ahí las instrucciones inauditas de Jesús sobre el poner la otra mejilla al que, como un opresor, nos golpea con el revés de la mano en la mejilla derecha. O el consejo de acompañar una milla más a las tropas romanas, que estaban autorizadas para exigir una milla, pero nada más, a los habitantes locales. O la sugerencia de avergonzar al opresor que pide parte de la ropa para cancelas las deudas, dando todas las ropas, y quedando así desnudo en medio del juicio (Mt 5,38-42).

También se puede mencionar, en esta misma categoría, la propuesta de Jesús respecto a los impuestos exigidos por Roma a los pueblos vasallos. En lugar de pagar un porcentaje, se podrían devolver todas las monedas romanas al emperador, con lo que se desenmascara no sólo la opresión del imperio, sino también la colaboración de los hacendados locales en un mismo sistema económico (Mc 12,13-17).

En todos los casos, se trata de comportamientos sorprendentes, que la parte opresora no espera, sino que queda totalmente confundida. En estos comportamientos, la opresión queda desenmascarada. Sin embargo, en ningún caso se devuelve mal por mal. No hay resistencia «antitética» (anthístemi) a la opresión en este sentido (Mt 5,39). Sin embargo, sí hay una oposición a toda forma de injusticia, que no sólo la desenmascara hasta sus raíces y ramificaciones, sino que también concede a la parte opresora una oportunidad de reflexionar.

Aquí se puede entender también la actitud de Jesús frente al estado. ¡Justamente el Mesías, el rey ungido, renuncia al estado! Cuando lo quieren hacer rey, se escabulle (Jn 6,15). Con esto Jesús conecta con la tradición anti-estatal que encontramos a lo largo de la Biblia hebrea. No sólo eso. Al renunciar al estado, Jesús subraya la soberanía exclusiva de Dios. Y es que, además, el estado se caracteriza intrínsecamente por la retribución. Hay estado allí donde una institución monopoliza la violencia coactiva legítima. Lo propio del estado es ejercer la «venganza» para acabar con el mal (Ro 13,4). Es decir, el estado es retributivo, paga el mal con el mal. Algo que, por supuesto, en el tiempo de Jesús, contribuyó a muchos malentendidos, incluso entre sus discípulos: ¿Cómo es posible un Mesías sin estado?

… para ellos la justicia consiste últimamente en retribución según el mérito. Claro está que, en esta justicia no hay igualdad. Para Jesús, en cambio, la justicia divina no actúa según los méritos, y precisamente por eso puede crear igualdad.

3. El nuevo Adán

Ahora podemos entender más claramente por qué en el Nuevo Pacto se llama a Jesús el nuevo Adán, o el hombre nuevo (1 Co 15,45; Ef 4,24). Lo que encontramos en Jesús es lo opuesto de aquello que, según el Génesis, caracteriza al pecado del ser humano («Adán»). Si la esencia del pecado de Adán es la ruptura con la gratuidad divina, la retribución, y la auto-justificación, en Jesús encontramos todo lo contrario. Si la vida de «Adán» está atravesada por la retribución, la vida de Jesús se caracteriza por su opuesto, que es la gratuidad. Como dice el evangelio de Juan, la gracia surgió (egéneto) por medio de Jesús el Mesías (Jn 1,17).

¿Es esto evangelio? Es el principio básico y el comienzo del evangelio. Sin embargo, todavía no estamos ante el evangelio en sentido pleno. Y esto por una razón muy sencilla. Para que sea evangelio tiene que ser una buena noticia, y tiene que anunciar la venida de un reinado. Y la buena noticia y la venida del reinado todavía no están suficientemente claras si solamente se atiende a la actividad y al mensaje de Jesús.

Sin duda es algo maravilloso que una persona pueda haber vivido sin la lógica retributiva, mostrando gratuidad en todos sus comportamientos y en todo su mensaje. Sin embargo, ¿qué significa esto para mí? Si se me pide que yo me comporte de la misma manera, el asunto, más que una buena noticia, se convierte en una exigencia. Una exigencia que puede ser terrible si resulta que yo no puedo vivir de esa manera, por más que lo intente. Una exigencia divina imposible de cumplir sería una mala noticia.

Además, y sobre todo, cualquier buena noticia tiene que hablar de un reinado, no de un rabino crucificado por los romanos. Un reinado necesita un rey, no un predicador difunto. Un profeta crucificado, por sí mismo, no es buena noticia.

La vida de Jesús, antes de su muerte y resurrección, es el principio del evangelio, no sólo en un sentido cronológico, sino también como su fundamento imprescindible. Sin su vida libre de retribución no podríamos entender el evangelio. Sin embargo, el principio del evangelio no es todavía el evangelio completo.

De hecho, los cuatro evangelios no nos narran simplemente la vida de Jesús. Su interés es hablarnos de algo más: de su muerte por nosotros y de su resurrección. Esto significa que para que la vida de Jesús se convierta en evangelio tenemos que dar un paso más.

4. Para la reflexión

  • Lee el Sermón del Monte de Jesús (Mateo caps. 5-7) y señala todos los elementos de gratuidad que ves en el mensaje de Jesús.
  • Aunque el pecado de Adán se caracteriza por la retribución, eso no quiere decir que en nuestra vida no haya algunos elementos de gratuidad. Pon ejemplos de gratuidad que veas en la vida de las personas.
  • ¿Crees que es posible perdonar por las propias fuerzas? ¿Crees que es posible amar al enemigo?
  • ¿Qué maneras concretas ves que podamos usar para ser librados de la lógica retributiva y seguir el ejemplo de Jesús?