Diccionari


perspicuidad — La transparencia y claridad del mensaje de la Biblia, que cualquiera puede comprender al leerla. El protestantismo escolástico desarrolló la doctrina de la perspicuidad como corolario necesario de su doctrina de la sola Escritura como fuente de la fe.

Frente a las autoridades (el magisterio, la tradición) que venían funcionando tradicionalmente durante más de mil años para fijar las creencias de los cristianos, el protestantismo elaboró una doctrina —una doctrina novedosa, por consiguiente no propiamente bíblica— de que la Biblia ha de ser la autoridad única para fijar el pensamiento cristiano. El lema protestante de «sola Escritura» se compagina con su proclama del «sacerdocio de todos los creyentes», para declarar que cada cristiano en particular es quién para leer la Biblia y darse cuenta perfectamente del mensaje de Dios que encierra.

Pero esto solo es posible si la Biblia es «perspicua», es decir, perfectamente clara y transparente en cada detalle de lo que dice. Porque de lo contrario, si la Escritura no es perfectamente transparente y obvia en lo que nos instruye, acabaríamos con una situación donde cada persona llegaría a conclusiones diferentes acerca del mensaje de Dios: ¡Una situación absurda!

El axioma de la autoridad sola de la Escritura, y su corolario de la perspicuidad de la Escritura, sin embargo, zozobra de su propio peso por el hecho de que esa es, en efecto, la situación en que desembocó el protestantismo. No solamente diferían entre sí en multitud de detalles los diferentes reformadores —Lutero, Zuinglio, Calvino, etc.— y todos ellos con las pequeñas células de anabaptistas que iban surgiendo, sino que esas diferencias eran de calado suficiente como para que el protestantismo derivara en una multitud de «denominaciones» y pequeñas iglesias evangélicas independientes. Cada una de ellas, con su propio cuerpo de doctrinas «perspicuamente» bíblicas.

Es esencial, hoy día —desde que existe la imprenta, y ahora la disponibilidad digital del texto bíblico hasta en nuestros teléfonos móviles— que cada cristiano y cristiana lea asiduamente la Biblia y esté perfectamente al tanto de su contenido. La única manera de tener una iglesia participativa, de miembros que contribuyen a la vida de la comunidad con sus diversos dones repartidos por el Espíritu, es que asumamos todos la responsabilidad de conocer estos textos fundacionales en que se basa nuestro dialogar y debatir sobre la fe cristiana.

A la vez, va a ser necesario reconocer que lejos de «perspicuo» y obvio para cualquier lector, el mensaje de Dios para nosotros a través del texto requiere interpretación y debate en la comunidad de los fieles.

La pretendida perspicuidad de la Escritura depende, entre otras cosas, de que manejemos los autores de aquellos textos y nosotros, un mismo vocabulario. Pero el vocabulario va adquiriendo significados nuevos según pasan los años.

En la época de la Reforma protestante decir que uno era salvo por la sola fe contestaba la pretendida salvación por los sacramentos —bautismo, confesión, penitencia, comunión, extremaunción—. Con el paso del tiempo esa salvación por la fe ha venido a significar, para muchos evangélicos, que se es salvo por ser crédulo: por tragarse cosas que todo el mundo da por disparatadas. Pero no: según otros, «por la fe» hay salvación no importa cómo vivamos, solo hacía falta creerse salvo.

En el griego de la Biblia la palabra pistis, «fe», significa también, indistintamente, «fidelidad». Creemos y somos fieles con Dios como una misma realidad inseparable; y esa forma de vivir ante Dios —que nos instruye amar además al prójimo— es lo que nos es contada por justicia. ¿Perspicuo? Pues sí, está clarísimo… siempre que alguien nos lo explique, porque el vocabulario, en este caso la palabra «fe», varía entre siglo y siglo, entre unos cristianos y otros.

Esta cuestión de «vocabulario» es un ejemplo, entre otros que podríamos dar, de que la Escritura requiere interpretación. Y que hace falta estudiarla y debatirla conjuntamente con otros hermanos y hermanas y bajo la guía benévola del Espíritu Santo. Es así, entre todos, en comunidad, como alcanzaremos a comprender qué es lo que pretende Dios decirnos ahora, en estas circunstancias y en esta hora y lugar. Es así como un libro de letras muertas se transforma en revelación divina que puede transformarnos, que puede traernos a otras conclusiones nuevas, frescas, aptas para nuestros tiempos.

¿Y si esto mismo es lo que pretendía Dios? ¿Y si la «opacidad» de la Biblia, todo lo contrario a la «perspicuidad», es su gran virtud? ¿Y si la intención de Dios ha sido desde siempre dejarnos como al mismísimo apóstol Pablo: «Ahora vemos como en un espejo, confusamente» (1 Co 13,12), precisamente para que nos necesitemos unos a otros y para que entre todos, guiados por el Espíritu, debamos esforzarnos por discernir su voluntad?

—D.B.