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buscar (al Señor, a Dios)
— Expresión que indica un anhelo de sentir que Dios está presente, conocer su voluntad, experimentar su poder.

La expresión aparece en diferentes libros de la Biblia, especialmente en el Antiguo Testamento. Donde la idea de «buscar al Señor» aparece con mayor frecuencia es en los libros de Crónicas y Salmos. En el salmo 27,8 tenemos la variante de buscar «el rostro» del Señor, un término hebreo que frecuentemente significa su «presencia», así como en castellano carearse con alguien es tener un encuentro en persona (no desde lejos ni por medios electrónicos), a menudo para resolver un problema.

Salmo 105,3 merece que se cite íntegramente: Buscad al Señor y su poder, buscad su rostro. ¿Significa algo diferente buscar «al Señor», que buscar «su poder» o buscar «su rostro»? Probablemente no. Aunque buscar «el poder» de Dios pareciera llevarnos a manifestaciones exteriores sobrenaturales, a poco que pensemos en ello nos damos cuenta que el poder (libertador, milagroso) de Dios solo se experimentará como un aspecto de experimentar su cercanía y «presencia». Y por otra parte, no es menos poder de Dios el poder de consolación, el poder para resistir la tentación o aguantar la persecución, o para perdonar al enemigo. El «poder» de Dios no está limitado a lo espectacular, sino que es especialmente característico que se exprese en estas otras formas más discretas.

Me parece interesante que la idea de buscar a Dios aparezca con especial frecuencia en dos libros cuya redacción fue especialmente tardía: Crónicas y Salmos. Esto me hace considerar que la experiencia del exilio babilónico y la dispersión entre las naciones seguramente marcó hondamente la espiritualidad de Israel.

En generaciones anteriores, no parece que fuera habitual «buscar al Señor» en un sentido interno, de sentimiento religioso intenso. Si acaso el Señor se presentaba inesperadamente a una mujer, por medio de un ángel, para anunciarle que tendría un hijo especial. O se aparecía a Abrahán o a Moisés o a cualquiera de los profetas cuando al Señor le parecía conveniente. Más que una búsqueda, esos episodios de la antigüedad de Israel parecen una sorpresa, una visita inesperada.

La gente entendía que Dios estaba presente en las tormentas, en las victorias militares ante enemigos más poderosos que ellos, en la renovación de la naturaleza con la primavera, en la mies abundante… Más que buscar, lo que se dice buscar, el pueblo de Israel estaba citado para encontrarse con Dios en las festividades anuales de peregrinación a Jerusalén.

En Deuteronomio 4, sin embargo, viene un párrafo que explica cómo es que después del exilio babilónico hubiese esa intensificación del concepto de buscar a Dios.

Cuando […] os hayáis corrompido haciéndoos ídolos y todo tipo de imagen, actuando perversamente contra el Señor tu Dios, contrariándole, invoco por testigos hoy a cielo y tierra que sufriréis terrible destrucción fulminante, expulsados de la tierra que estáis por poseer cuando crucéis el Jordán. […] Os dispersará el Señor entre los países y apenas quedaréis unos pocos entre las naciones donde os expulsará el Señor. […] Entonces desde allí buscaréis a tu Dios y se dejará encontrar, por cuanto lo buscarás de toda voluntad y con todo tu ser. En tu aflicción, cuando te sucedan todas estas cosas, por fin volverás al Señor tu Dios y oirás su voz… (Dt 4,25-30).

En el Exilio babilónico, y en la dispersión entre las naciones que sufre Israel hasta el presente, el pueblo de Dios profundizó, efectivamente, su forma de experimentar la presencia de Dios. Una presencia de Dios como algo que se busca porque no es automática; una presencia diferente a lo que se siente, por ejemplo, en la admiración por las fuerzas de la Naturaleza o en el jolgorio de las romerías.

Jesús dijo en cierta ocasión: «Pedid y recibiréis, buscad y encontraréis, llamad y os abrirán». Aunque no lo dice expresamente, puede que lo que quiso decir es «buscad al Señor y lo encontraréis».

Pero sospecho que no.

Y es que en el Nuevo Testamento «buscar a Dios» no es una idea típica. Más típico del Nuevo Testamento es la idea de que el Espíritu Santo ha sido derramado en los que siguen este camino, los discípulos fieles de Jesús. El Espíritu Santo está presente y vivo. Ha adoptado nuestros cuerpos como su vivienda, su templo, y desde aquí dentro se hace notar y sentir siempre que seamos sensibles a esa presencia. No hace falta buscarlo, entonces, porque está aquí mismo, en cada uno de nosotros. Lo que hay que hacer, eso sí, es disfrutar plenamente de esa presencia. Y hacerle siempre caso, que por eso es Dios y Señor.

De todas maneras, y en particular por influencia de los Salmos en la espiritualidad cristiana, siempre acabaremos echando mano de la frase «buscar a Dios» para referirnos a una intensificación de nuestra disposición a oír a Dios y hacerle caso.