Colección de lecturas
 

PDF ¿Un ideal arcaico o un punto esencial...?

Corrientes anabaptistas
La historia en conversación con el presente


Anabaptist Currents: History in Conversation with the Present
Carl F. Bowman and Stephen L. Longenecker, eds.
Copyright © 1995 Forum for Religious Studies
Bridgewater College — Bridgewater, Virginia (USA)
Traducción: Dionisio Byler, 2008, para www.menonitas.org


Conversación VII — El inconformismo (2)

Inconformismo
¿Un ideal arcaico o un punto esencial para todas las generaciones?
por Dale R. Stoffer

En los comentarios finales de su presentación para el Congreso sobre Brethren in Transition («Los Hermanos en transición») celebrado en Bridgewater College en 1991, Carl Bowman observó que «si la batalla de ayer fue sobreponerse al sectarismo y llevar el cristianismo al mundo, tal vez la de hoy sea redescubrir los linderos que separan entre Cristo y la cultura y excavar aquellos elementos de la visión de los Hermanos que son diferentes que las denominaciones mayoritarias» [1].

Lo que proponía Bowman como un reto contemporáneo para los Hermanos también es cierto para muchos de los que comparten con ellos el legado anabaptista. ¿Cuáles son los linderos de demarcación entre el pueblo de Dios y el mundo? ¿Cómo debería el compromiso anabaptista al inconformismo expresarse hoy? ¿O es que el inconformismo es sencillamente una parte de nuestro legado que debe ser abandonado silenciosamente y sin contemplaciones?

En el presente ensayo exploraré, primero, las raíces del inconformismo y su importancia para las expresiones contemporáneas del anabaptismo; y segundo, los motivos de la merma de compromiso con el inconformismo y las dificultades para seguir aplicándolo; y tercero, algunas observaciones y propuestas para una expresión contemporánea del inconformismo.

Las raíces e importancia del inconformismo anabaptista

Cuando trato sobre cuestiones de la vida y prácticas cristianas, me parece una buena disciplina recordarme a mí mismo cuáles son sus fundamentos teológicos. Demasiadas veces nuestra adopción o rechazo de determinadas prácticas de la iglesia, especialmente aquí en Estados Unidos, está dominada por motivos puramente pragmáticos.

La manera anabaptista de entender el inconformismo tiene varias raíces importantes. En primer lugar, el inconformismo viene de raíces cristológicas y, por extensión, bíblicas. Por su devoción y discipulado de todo corazón a Cristo, los anabaptistas estaban dispuestos a seguir expresamente la enseñanza y el ejemplo de Cristo y sus apóstoles. Este biblismo les condujo a tomarse muy en serio el llamamiento de Cristo a un apego exclusivo a él y a su Padre (Mt 7,24; 8,18-22; 10,34-39) y la exhortación de Pablo a no conformarse a los patrones de este mundo (Ro 12,2). Porque pisamos en las huellas de Cristo, seremos diferentes que el mundo.

También es necesario que recordemos algo que J. C. Wenger hace en su explicación clásica del inconformismo, Separated Unto God. En esa obra, publicada en 1951, él apela a las iglesias «sencillas» a que vuelvan a su manera histórica y bíblica de entender el inconformismo. Pero escoge el título indicado, para enfatizar que la separación para Dios es fundacional para el inconformismo [2]. El concepto de separación para Dios es realmente el lado positivo del inconformismo con el mundo [3]. Hay que mantener juntas ambas cosas, para evitar que el concepto de inconformismo acabe distorsionado. Porque cuando queda relegada la separación para Dios, los creyentes se arriesgan a remplazar este fundamento espiritual por otras cosas que son, propiamente, sólo expresiones accidentales del inconformismo: una forma particular de atuendo, el testimonio por la paz y los diversos compromisos éticos. Y cuando queda relegada la separación del mundo, podemos desarrollar una estilo espiritualizante de inconformismo que nos permite sentirnos perfectamente cómodos en el mundo con tal de que nuestra relación personal con Dios sea «sana». Wenger, además, vincula esta verdad de dos vertientes, con un tema básico para la manera anabaptista de entender la iglesia: Somos el pueblo de Dios. En sus palabras: «El concepto de pueblo de Dios como algo que está separado del mundo y que pertenece exclusivamente al Todopoderoso, se halla en la totalidad de la Biblia» [4]. Esta manera de entender la iglesia como el pueblo santificado de Dios, que está separado de este mundo para Dios, constituye la segunda raíz del llamamiento anabaptista al inconformismo.

Hay una tercera raíz que deriva de esta manera anabaptista de entender la iglesia y las demandas de Dios en exclusividad sobre su pueblo. El modo anabaptista de ver el mundo estaba dominado por el concepto de los dos reinos: el reino de Cristo y el reino de este mundo. Con ese dualismo, entendían que uno sólo podía ser ciudadano de uno de los dos reinos, bien sea del reino de la luz, vida, fe, esperanza, amor y paz; o de lo contrario, del reino de la oscuridad, muerte, desilusión, desesperanza, ira y guerra. El verdadero discípulo de Cristo escogerá conformarse a Cristo y sus caminos, que no al mundo y sus caminos.

Por último, el inconformismo está arraigado en la manera anabaptista de entender la salvación. Habida cuenta de su énfasis en la regeneración y en la transformación radical que sucede mediante el poder del Espíritu, los anabaptistas fueron francamente optimistas acerca de su capacidad de vivir una vida como la de Cristo. Wenger toma nota de la vinculación que existe entre el nacer de nuevo y el inconformismo cuando afirma: «El inconformismo con el mundo es un resultado natural de haber nacido de nuevo y de estar alertas a las cuestiones espirituales que deben afrontar los cristianos en cualquiera cultura circundante» [5].

Espero responder a la pregunta de si el anabaptismo contemporáneo puede descartar el inconformismo sin que se note, como un vestigio desfasado del pasado. La respuesta me parece obvia. Sería necesaria una cirugía radical de las doctrinas anabaptistas sobre Cristo, la iglesia y la salvación, para poder arrancarle el inconformismo. Sin embargo, el resultado difícilmente sería meritorio del nombre de «anabaptista».

Razones de la merma del compromiso con el inconformismo y las dificultades de su aplicación

Como ejercicio lúdico, realicé una búsqueda en la American Theological Library Association’s Religious Database (Base de Datos de Religión de la Asociación Americana de Bibliotecas Teológicas) para ver cuántos artículos se habían escrito sobre el inconformismo en las revistas religiosas a partir de 1950. El inconformismo era un tema tan poco frecuente que la base de datos ni siquiera tenía un listado para la palabra «inconformismo». Tuve que buscar bajo la palabra «conformismo» antes de encontrar los artículos en cuestión; aunque sólo cuatro de los cuarenta y seis títulos en la lista trataban sobre el inconformismo. Para efectos comparativos, existen 890 títulos sobre «modernidad» y 264 sobre acculturation (el acomodo a la cultura dominante). Cada cual es libre de interpretar esto como le parezca pero al menos indica que el tema del inconformismo no es una cuestión candente. ¿De dónde viene la merma en el interés y compromiso con el inconformismo entre los anabaptistas? En lo que sigue me estaré solapando un poco a lo que ya ha tratado tan hábilmente Steve Nolt. Lo haré de una manera muy resumida, pero es necesario hacerlo para poder ofrecer cualquier comentario y propuesta que tengan sentido.

Está claro que los motivos de la merma del inconformismo entre muchos de los que comparten el legado anabaptista son muy diversos. En esto han tenido que ver cambios sociológicos, políticos, económicos y teológicos. El ímpetu inicial para distanciarse del inconformismo histórico anabaptista resultó de la influencia del espíritu progresista que se impuso en toda la sociedad estadounidense en los años finales del siglo XIX. Es curioso que la primera ola de progresismo impulsó a los menonitas y a los Hermanos en direcciones conservadoras: el movimiento de avivamientos, las misiones en el país y en ultramar, las escuelas dominicales. La siguiente ola, sin embargo, durante los primeros años del siglo XX, impulsó a los menonitas y a los Hermanos hacia un liberalismo clásico y el evangelio social. En ambos casos el motivo para integrarse en la cultura circundante fue el llamamiento a la misión. Los que viraban hacia posturas más conservadoras creían que para ser más eficaces en la promoción del evangelio, iba a ser necesario adaptarse a los tiempos y valerse de todos los medios que brindaba la cultura moderna para su causa. Los que viraban hacia posturas más liberales creían que para poder abordar las desigualdades sociales de su generación, la iglesia iba a tener que integrarse plenamente en la cultura, abrazando la manera moderna de entender la vida [6]. Obsérvese que en ambos casos, la integración al mundo moderno se veía como un medio para alcanzar un fin. Podríamos preguntarnos con todo derecho, sin embargo, si los anabaptistas de hoy día que han heredado esas dos posturas, no se encuentran ahora tan a gusto con el mundo contemporáneo que su misión original, bien sea la conservadora o la liberal, ha perdido ya sentido.

Cuando los menonitas y los Hermanos se abrieron a las influencias del avivamentismo, el fundamentalismo, el liberalismo y el evangelicismo, esos movimientos acabaron erosionando no sólo los vestigios exteriores de su inconformismo, sino también sus fundamentos teológicos. El avivamentismo, el fundamentalismo y el liberalismo clásico, cada cual a su manera, encumbraban al individuo a la vez que menoscababan la importancia de rendir cuentas a la comunidad de la fe. Además, tanto el avivamentismo como el fundamentalismo entendían la salvación como algo que se obtenía de una vez por todas, como un evento que había sucedido en el instante de confesar la fe. Esta manera de entender estaba reñida con la manera tradicional anabaptista de ver la salvación como un evento en el pasado a la vez que como un proceso para toda la vida. A la vez, rompía toda conexión vital entre la conversión y la vida cristiana, entre la justificación y la santificación. El que se mantuviera que una vida de inconformismo dedicada al discipulado a Cristo es algo que se exige de todo cristiano, no podía menos que parecer otra forma de salvación por las obras. Éste, dicho sea de paso, es el trasfondo del debate sobre la salvación y el Señorío, que está sucediendo en los círculos fundamentalistas hoy día.

Steve Nolt observa cómo el inconformismo tradicional ha sido reelaborado durante el siglo presente para hacerlo más aceptable para los anabaptistas que hoy día se sienten mucho más a gusto en el mundo. Los menonitas han desarrollado instituciones que funcionan en paralelo con las que existen en la sociedad, mientras que los Hermanos (y aquí Nolt se apoya en la obra de Carl Bowman [7]) han espiritualizado e individualizado el inconformismo, transformándolo primero en «La vida sencilla» y a la postre, en una espiritualidad personal.

Otra dificultad con que tropieza la manera tradicional anabaptista de abordar el inconformismo, ha sido política. Una cosa es adherirse a la doctrina de los dos reinos en una monarquía o en un contexto donde los particulares no tienen ningún peso político. Es más difícil sostener esta doctrina consecuentemente en una democracia donde cada uno es, por definición, un participante en el proceso político. Por ejemplo, para mediados de la década de 1880 algunos menonitas y Hermanos ya habían empezado a participar en el proceso político al ejercer su derecho al voto; e incluso algunos de los Amish de Orden Antigua hoy día votan en elecciones locales que resultan importantes para sus comunidades. Recientemente algunos menonitas y Hermanos, tanto de persuasión política conservadora como liberal, han demostrado hasta qué punto se han distanciado de la perspectiva de los dos reinos, al recurrir a técnicas propias de los lobbies (asociaciones para influir en políticos), para promover determinadas medidas políticas. Al actuar así, parecen estar funcionando con la presuposición de que las respuestas a los males sociales y culturales sólo pueden obtenerse con medios políticos [8]. Es verdad que los Hermanos y los menonitas en el pasado apelaban al Estado en cuestiones que tenían especial importancia para mantener su estilo de vida, en particular con respecto a su doctrina de «no resistencia». Pero hacían esas apelaciones como quienes se entendían estar fuera del ruedo político; la suya era una voz profética que apelaba al Estado a vivir conforme al mandato que le había dado Dios. Nunca confundían el mandato de la iglesia con el del Estado. No se les hubiera ocurrido exigir al Estado vivir según los principios de la iglesia ni emplear las técnicas del Estado para avanzar las causas de la iglesia.

Una dificultad seria que ha surgido para los anabaptistas progresistas [9] durante los últimos cincuenta años, ha sido el problema de la transmisión de la vida anabaptista, en particular el inconformismo. Los valores esenciales del anabaptismo solían transmitirse por medio de una cultura eclesial y familiar; esto era cierto en particular antes de mediados del siglo XIX, cuando la subcultura alemana era la dominante entre los Hermanos y los menonitas. Cuando los anabaptistas progresistas empezaron a moverse en las corrientes de la América moderna a finales del siglo XIX y durante todo el siglo XX, se hicieron vulnerables a fuerzas culturales que impulsaban a la sociedad a abandonar la iglesia como centro social de la comunidad, para dar lugar a un mundo secularizado. Además, con la tendencia hacia una familia cada vez más fragmentada transversalmente en generaciones, estos menonitas y Hermanos ya no podían disponer de los medios tradicionales para inculcar los valores anabaptistas, la iglesia y el hogar. Lo que antes se venía aprendiendo por la experiencia en una comunidad de la fe, ahora había que aprenderlo cognitivamente antes de poder ponerlo en práctica.

Este nuevo proceso conlleva varios retos importantes para los anabaptistas progresistas. En primer lugar, no estamos acostumbrados a aprender así. ¿Quién ha intentado explicar qué es un menonita o un Hermano a alguien que no conoce nada de esos movimientos? Es extremadamente difícil describir un estilo de vida; hay que experimentarlo para poder comprenderlo. A la luz del hecho de que la mayoría de las iglesias anabaptistas progresistas, sean conservadoras o mayoritarias, han recibido la influencia de movimientos sociales y religiosos que han debilitado su estilo de vida particularmente anabaptista, es dudoso que en muchas de estas iglesias la gente pueda aprender de verdad lo que significa ser anabaptista. En segundo lugar, como muchas iglesias no se dieron cuenta que sus jóvenes no estaban aprendiendo lo que supone ser anabaptistas, han surgido una o dos generaciones de anabaptistas progresistas que sólo tienen nociones muy rudimentarias de lo que son la fe y el estilo de vida anabaptistas. Todo esto significa que los que son anabaptistas progresistas tienen que ser mucho más analíticos e intencionales para obtener una comprensión y una vivencia de su fe, si es que la vayan a saber transmitir a la generación siguiente. Ya no puede darse por supuesto que todos saben lo que significa ser anabaptista, porque una parte importante de lo que han aprendido por la experiencia, ha sido un anabaptismo diluido con elementos de avivamentismo, fundamentalismo, liberalismo y evangelicismo.

No soy tan ingenuo como para suponer que esto se pueda corregir sencillamente volviendo para atrás las agujas del reloj hasta encontrarnos en el siglo XVI —el caso de los menonitas— o el siglo XVIII —el caso de los Hermanos—. Los anabaptistas tienen que saber vivir en su entorno moderno. Esto es cierto incluso para los Amish de Antigua Orden. Pero la primera labor que tenemos por delante es la de redescubrir la fe anabaptista —y esto incluye el inconformismo— para poder entender el legado en su forma original. Es sólo entonces que podremos abordar el siguiente paso, el de preguntarnos cómo ese legado anabaptista puede vivirse en el mundo contemporáneo. Esto también nos brinda un metro con el que medir hasta qué punto los menonitas y Hermanos contemporáneos se han apartado de los principios anabaptistas y se han mezclado con otros conceptos religiosos o culturales.

Algunas observaciones y propuestas sobre una expresión contemporánea del inconformismo

Quizá, a todo esto, se esperaría que me expresase en términos bastante negativos acerca de la posibilidad de desarrollar una expresión contemporánea del inconformismo. En un sentido esto es cierto. Dada la influencia del individualismo y el pluralismo, dudo mucho que los anabaptistas progresistas jamás puedan expresar su inconformismo en formas tan visibles y exteriores como el atuendo, la apariencia personal, el estilo de sus viviendas, vehículos, salones de reuniones, etc. Pero como he dicho al empezar, creo que el inconformismo es esencial para una fe anabaptista y bíblica, y creo que hay maneras de que el inconformismo pueda seguir hallando expresión, incluso entre anabaptistas progresistas.

Una observación interesantísima es la que hizo el congreso Amish Society Conference celebrado recientemente en Elizabethtown College. En su discurso de apertura del congreso, Mark Olshan sugería que los Amish nos pueden enseñar a «los ingleses» la importancia de desarrollar una «Ordnung personal», u orden para la vida. Esta Ordnung personal nos permitiría fijar limites en nuestras vidas que nos liberarían de las fuerzas culturales que nos tientan a querer y a hacer más y más. En su respuesta a esta presentación, Stephen Ainlay observó que una «Ordnung personal» es un contrasentido; la Ordnung es un compromiso de comunidad y pierde cualquier sentido de significación en cuanto se deja al individuo.

Este intercambio tiene derivaciones importantes para una aplicación contemporánea del inconformismo. Hoy día no es realista esperar que los anabaptistas contemporáneos alcancen un consenso sobre una expresión exterior del inconformismo. Sin embargo, para que sobreviva el inconformismo —y el propio anabaptismo— los anabaptistas modernos van a tener que alcanzar un consenso y un compromiso nuevos respecto a los valores medulares de la fe y la vivencia anabaptista. Una de las verdades importantes de las tradiciones anabaptista y pietista clásica, es que lo interior siempre tienen que venir antes que lo exterior; es decir que es necesario contar con compromisos interiores, espirituales, para poder proceder a expresiones exteriores de la fe. La vida interior es la que da sentido y vitalidad a la exterior. (Creo que el debilitamiento de la visión anabaptista durante el transcurso de este siglo se debe a la disminución del compromiso con los principios medulares sobre los que la vida y el pensamiento anabaptistas se habían construido.) Sin embargo el anabaptismo luego procede a decir que los compromisos interiores no pueden ser meramente individuales. El deseo de Dios es crear un pueblo que representa visible y corporativamente a Dios en el mundo. Esto significa que tiene que existir una dimensión corporativa de estas verdades medulares que se desarrolla según los individuos, a la par con la iglesia, las adoptan libremente. Así estas verdades o principios son capaces de dar forma y regular todas las acciones y creencias [10]. Es sólo entonces, con el desarrollo de un consenso acerca de los principios medulares del anabaptismo, que puede empezar la conversación acerca de una expresión exterior del inconformismo.

Pero queda en pie la pregunta fundamental: ¿De donde sacaremos esos principios? Sin un consenso sobre la fuente a que apelar, cualquier intento de construir un acuerdo sobre los principios esenciales del anabaptismo, entre ellos el inconformismo, fracasaría. La fuente tiene que ser la misma que utilizaron los primeros anabaptistas y Hermanos: su compromiso con Cristo fue lo que los condujo a obedecer la enseñanza y el ejemplo de Cristo y los apóstoles; es decir, la Escritura, concretamente el Nuevo Testamento.

Como enfatizaba al empezar el presente ensayo, el primer fundamento del inconformismo es la cristología. Son Cristo y su Palabra lo que nos revela el propósito de Dios para nosotros y cuál debe ser nuestra postura en relación con el mundo. Yo tal vez no sea del todo objetivo, pero creo que la Escritura realmente nos enseña los puntos que deberán conformar el fundamento para un inconformismo anabaptista. El propósito último de Dios es formar un pueblo para su gloria. Dios nos llama a un compromiso exclusivo con él y con su Hijo, Jesucristo. Cristo, en cuanto cabeza de la iglesia, establece el programa para la iglesia. Cristo dispone que el camino para el pueblo de Dios sea radicalmente diferente que el camino del mundo. Véase, por ejemplo, el Sermón del Monte en Mateo 5-7 y Juan 15,18-19; 17,14-16. Por la experiencia de volver a nacer y la obra interior del Espíritu Santo, Dios provee los recursos necesarios para vivir vidas transformadas, que van pareciéndose cada vez más a Cristo. El propósito soberano de Dios, el ejemplo de Cristo y su reclamo exclusivo sobre nuestras vidas, y la provisión espiritual de Dios, todo ello nos indica el hecho de que los creyentes, en cuanto discípulos de Cristo, tienen que diferenciarse y no conformarse al mundo y a sus valores.

Yo estoy firmemente convencido de que los anabaptistas progresistas tienen que tomarse otra vez con seriedad la doctrina de los dos reinos. Aunque su dualismo radical nos supone un problema en una democracia, la cuestión incluso para los que vivimos en Estados Unidos, es quién fijará el rumbo para nuestras vidas: si Cristo o la cultura circundante. A no ser que los anabaptistas vuelvan a partir del convencimiento de que la separación para Dios los llama a separarse del mundo, ya deja de interesar que se siga hablando de inconformismo. Timothy George ha anotado correctamente los componentes esenciales de la visión anabaptista original. Según él: «La visión anabaptista es una corrección a la ética de los Reformadores mayoritarios. Nos recuerda que santificar el mundo secular no puede suponer nunca sencillamente rociar con agua bendita el statu quo, sino que siempre tiene que confrontar la cultura circundante con las demandas radicales de Jesucristo» [11]. Que nuestro deseo de pertenecer al mundo moderno no nos haga olvidar nunca nuestra identidad ni nuestra misión.

No creo que sea necesario ni provechoso detallar cómo el inconformismo debería expresarse concretamente entre los anabaptistas que han progresado en la cultura moderna. Las expresiones concretas seguirán con naturalidad en cuanto los miembros se tomen seriamente el reclamo radical de Cristo sobre sus vidas, le permitan a él fijar el programa para la iglesia y reconozcan que es él, entonces, quien establece la doctrina de los dos reinos.

Existe, con todo, un punto adicional que hay que decir acerca del inconformismo. Lo sugería anteriormente, al detallar los motivos de la merma del compromiso con el inconformismo. El inconformismo está vinculado directamente con la misión de la iglesia. Siempre que el inconformismo seguía vinculado con la manera tradicional anabaptista de entender la iglesia y la doctrina de los dos reinos, siguió en pie como un principio incuestionable. Pero cuando la misión de la iglesia empezó a entenderse casi exclusivamente como o evangelización o bien testimonio social, el compromiso con el inconformismo se debilitó. También es verdad, sin embargo, que es posible enfatizar el inconformismo de tal manera que el llamamiento a ciertas formas de misión ya se dejen de oír.

En las tradiciones anabaptista y de Hermanos, la misión de la iglesia ha sido entendida de tres maneras. La primera manera es la que podemos llamar «el testimonio viviente». Aquí la misión se entiende en un sentido existencial; cuando el individuo y especialmente la iglesia viven encarnando el mensaje radical de Cristo, presentan un testimonio contracultural al mundo. El énfasis recae más en ser que en hacer. Los grupos de Antigua Orden serían un buen ejemplo de esta forma de misión.

La segunda forma de misión es el evangelismo. La misión se entiende en un sentido activista y además, con mucho individualismo. La iglesia está enviada a un mundo perdido y moribundo para compartir el evangelio de la salvación por la gracia mediante la fe en Jesucristo.

La tercer forma de misión es el servicio social. Aquí también la misión se entiende en un sentido activo, pero el énfasis recae en responder no a los casos individuales de necesidad sino especialmente a las necesidades sociales de fondo. Aquí se hace frente a los males estructurales en la sociedad que perpetúan las diversas dolencias sociales.

Cada una de estas formas de misión tiene un apoyo bíblico y cada una ha estado presente en el legado de los menonitas y los Hermanos. El legado de los menonitas y los Hermanos ha sido especialmente fuerte allí donde han sabido mantener un compromiso con las tres formas. Cuando estos movimientos se han escorado hacia una sola forma, siempre ha habido problemas. Cuando el testimonio viviente fue lo dominante, tendían a ignorar la cultura circundante y contentarse con vivir encerrados en sus comunidades aisladas. Cuando algunos anabaptistas progresistas enfatizaron el evangelismo a finales del siglo XIX, el interés en el inconformismo fue disminuyendo mientras procuraban valerse de las técnicas modernas de expansión, a la vez que empezaron a cuestionar el servicio social por su asociación con el liberalismo. Cuando en el transcurso del presente siglo el servicio social empezó a ser la forma dominante de misión entre los anabaptistas progresistas, el inconformismo desapareció silenciosamente junto con el evangelismo, ante el interés en fomentar un pluralismo que acepta a todos por igual.

El reto que tiene por delante la iglesia hoy día es el mismo que ha sido su reto en cada era de su existencia: cómo mantener la fe con fidelidad a Cristo y a su Palabra y, a la vez, cómo comunicar su fe eficazmente en medio de la cultura contemporánea. El historiador menonita Grant Stotzus ha observado que la mayoría de los grupos religiosos han sufrido cambios profundos en la experiencia americana:

Los cambios han tendido en general hacia el acomodo con la cultura americana, que ejerce una fuerte presión hacia el conformismo. Parecería ser que sólo consiguen sobrevivir y desarrollar su misión aquellos grupos religiosos (o determinados elementos dentro de los grupos) que hacen dos cosas: (1) Conservan y transmiten su fe en sus lineamientos esenciales; y (2) son capaces de adaptarse sabia y prudentemente al mundo cambiante con el fin de vivir eficazmente en él y comunicarse efectivamente desde dentro [12].

¿Qué perspectivas tiene por delante el inconformismo? Mucho depende de la disposición de los anabaptistas progresistas a responder una vez más al reclamo exclusivo de Cristo y a redescubrir y volver a aplicar la visión anabaptista de la iglesia y su doctrina de los dos reinos. Esto significa, obviamente, que los anabaptistas modernos tendrán que reconocer la diferencia radical que existe entre la iglesia y el mundo. En el proceso tal vez vayan a tener que volver a aprender algo del vocabulario perdido que constituye una parte de su legado: obediencia, negarse a sí mismo, disciplina, pruebas, incluso sufrimiento. ¿Están preparados para esos extremos? Yo sinceramente no lo sé. Puede que ya se sienten tan cómodos en la cultura estadounidense que les resulta imposible divorciarse de ella.

Hay sin embargo algunas señales positivas. Existe entre los anabaptistas una apertura y una valoración cada vez mayor de formas de misión diferentes que aquellas con las que habían crecido desde niños. Los que enfatizan el evangelismo han llegado a entender la importancia del testimonio social —y viceversa—. Ambos grupos hasta están empezando a sentir una fascinación con el modelo de testimonio viviente de los grupos de Antigua Orden. En segundo lugar, las fuerzas secularizantes en la sociedad estadounidense siguen desplazando la cultura cada vez más lejos de los valores anabaptistas tradicionales. A medida que la cultura americana se vuelve cada vez más violenta, más dispuesta e recurrir a la coerción y la fuerza, a medida que las familias se resienten cada vez más y los individuos reclaman sus derechos por encima del bien de la sociedad, la cultura misma puede que acabe por obligar a la iglesia a definirse en formas contraculturales. La fe anabaptista puede tener un testimonio potente en medio de una cultura fraccionada, alienada y desilusionada. En lugar de tirar por la borda el inconformismo como un vestigio desfasado del pasado anabaptista, yo animaría a los anabaptistas progresistas de persuasiones tanto conservadoras como mayoritarias, a reconsiderar la importancia medular que tiene para la fe anabaptista. Tengamos suficiente sentido de autocrítica como para poder caer en la cuenta de que el cristianismo conservador así como el cristianismo mayoritario, han erosionado algunos énfasis esenciales de nuestra fe. Y contendamos una vez más con el llamamiento bíblico a desarrollar una vida y una fe contracultural, inconformada, como testimonio viviente del evangelio de Jesucristo que penetra de una manera redentora en medio de la perdición y el quebranto de nuestra cultura.

 


1. Carl F. Bowman, «The Therapeutic Transformation of Brethren Tradition», ed. Emmert F. Bittinger, Brethren in Transition: 20th Century Directions and Dilemmas (Camden, Maine: Penobscot Press, 1992), p. 53.

2. John C. Wenger, Separated Unto God (Scottdale, Pa.: Herald Press, 1951), p. vii.

3. J. Denny Weaver, «Is the Anabaptist Vision Still Relevant?» Pennsylvania Mennonite Heritage 14 (January 1991), p. 7.

4. Wenger, Separated Unto God, p. vii.

5. Ibíd. p. ix.

6. Se pueden ver ejemplos de ambas perspectivas en el movimiento de los Hermanos en Dale R. Stoffer, Background and Development of Brethren Doctrines, 1650-1987 (Philadelphia: Brethren Encyclopedia, Inc., 1989), pp. 144, 151-2.

7. El trabajo de Carl F. Bowman sobre estos puntos se halla en su «Beyond Plainness: Cultural Transformation in the Church of the Brethren From 1850 to the Present» (Ph.D. diss.: University of Virginia, 1989) e ídem., Brethren Society: The Cultural Transformation of a “Peculiar People” (Baltimore: Johns Hopkins University Press, 1995).

8. Un libro reciente sobre la hermenéutica ha dado por supuesto —equivocadamente— que la postura sobre la relación entre la iglesia y el estado adoptada por muchos anabaptistas progresistas hoy día, es igual que la postura histórica. La obra afirma: «Los anabaptistas frecuentemente entendieron que estos mandamientos [las exigencias éticas de Jesús en el Sermón del Monte] deben aplicarse consecuentemente a la vida pública y a todos los pueblos de la tierra, por lo cual renunciaron a la violencia y se hicieron pacifistas. Pero Jesús no enseña en ningún lugar que los principios del Reino deban constituir la base para la ley civil». Es una ironía que luego proceda a firmar: «No alcanzaremos la meta en esta vida, pero sí es posible alcanzar cierta madurez. Las enseñanzas de Jesús deben ser nuestra meta. Su ética es para todos los creyentes, no sólo para unos pocos. Pero por cuanto es una ética primordialmente para creyentes, no podemos imponérsela a los que se encuentran fuera de la fe. No podemos esperar que los que no creen sigan ni valoren a Dios. No debemos obligar al mundo que no ha nacido de nuevo, a vivir conforme al modelo de Jesús». Esta segunda afirmación sería un buen resumen de la postura histórica anabaptista, una que todavía mantienen los grupos de Antigua Orden. Véase William W. Klein, Craig L. Blombert, and Robert L. Hubbard Jr., Introduction to Biblical Interpretation (Dallas: Word Publishing, 1993), p. 335.

9. Stoffer emplea el término «anabaptistas progresistas» a lo largo de este ensayo, para describir a los menonitas y Hermanos que no se han pertrechado en una Orden Antigua, con indumentaria y tecnologías del pasado, viviendo en comunidades hondamente aisladas de su entorno. Progresistas, en este sentido, resultarían ser incluso aquellos anabaptistas cuya teología tiende al fundamentalismo evangélico. [N. del tr.]

10. Weaver, «Vision», p. 6, dice algo parecido.

11. Timothy George, Theology of the Reformers (Nashville: Groadman Press, 1988), p. 322.

12. Grant M. Stoltzfus, Mennonites of the Ohio and Eastern Conference (Scottdale, Pa.: Hwerald Press, 1969), p. 281.