Colección de lecturas
 

PDF Pedro Chelcicky y los Hermanos checos

La fe en la periferia de la historia
por Juan Driver
Copyright © 1997 Ediciones SEMILLA (Guatemala) y CLARA (Colombia)
Reproducido aquí con permiso.



Capítulo 10.

Pedro Chelcicky y los Hermanos checos

No se puede afirmar que los apóstoles dividieron la santa Iglesia en tres partes ordenando a una parte a trabajar, a fin de sostener a las otras dos con los frutos de sus labores. … De esto habla Pablo … «Porque vosotros mismos sabéis de qué manera debéis imitamos; pues nosotros no anduvimos desordenadamente entre vosotros, ni comimos de balde el pan de nadie, sino que trabajamos con afán y fatiga día y noche, para no ser gravosos a ninguno de vosotros. Porque también cuando estábamos con vosotros, os ordenábamos esto: Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma. Porque oímos que algunos de entre vosotros andan desordenadamente, no trabajando en nada, sino entrometiéndose en lo ajeno». ¡Aquí, en este texto del apóstol, se pretende encontrar alguna base para una Iglesia dividida en tres partes, como si se estuviera estableciendo a los señores nobles y el clero, ordenándoles permanecer ociosos mientras que les entregaba a los campesinos y otros obreros para su sostén! …

Así pues, Pablo condena claramente esa doctrina sobre el clero y los nobles, que los convierte en los primeros dos componentes de la santa Iglesia. Y ellos tuercen la verdad mintiendo cuando alegan que los campesinos y otros obreros tienen que trabajar a fin de sostener a los nobles y al clero. Tal vez sea cierto que el clero no tiene otra manera de sostenerse en la santa Iglesia que hinchando sus barrigas con el fruto de las labores de los obreros. …

Por lo tanto, [Pablo] enseña que la igualdad ha de manifestarse entre los que forman parte de la santa Iglesia, la clase de igualdad que caracteriza los miembros de un cuerpo, pues dice: “para que no haya desavenencia en el cuerpo, sino que todos los miembros se preocupen los unos por los otros. De manera que si un miembro padece, todos los miembros se due­len con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan”. ¡Que algún listo considere este texto e intente sacar una justificación para este señorío pagano, y meter este señorío dentro de la Iglesia de Cristo y pretender que sea la tercera parte de esta Iglesia, basándose en la analogía de los miembros del cuerpo! La verdad es aún más grande que el ejemplo; pide una igualdad sin distinciones entre los miembros del cuerpo, para que, sin envidia, se sirvan mutuamente, cuidándose y compartiendo entre sí.

Y ya que los miembros de la santa Iglesia tienen esta relación entre sí, los unos no obligarán a los otros a pagar rentas excesivas o inventar toda clase de trabajos forzosos, a fin de poder sentarse a la sombra y burlarse de los pobres, quemándose en el sol; ni les ordenarían cazar liebres, en el amargo frío y pobremente vestidos, mientras ellos se sientan cómodamente al abrigo. Nadie le impondría a los demás una servidumbre involuntaria que él mismo no estuviera dispuesto a cumplir. Por eso, se­gún la definición del apóstol, esta clase de paganismo está muy lejos de ser la santa Iglesia. Si esta clase de gente parece estar en la santa Iglesia, no puede deberse a otra cosa que ésta: que el mundo parece ser la santa Iglesia y los errores del mundo parecen ser la fe cristiana. Pero es falsa y seguirá siendo la fuente de amarguras. (Pedro Chelcicky: Sobre la santa Iglesia) [1]

Introducción

Pedro Chelcicky (ca. 1380-ca. 1460) fue el padre espiritual e ideólogo y maestro de los Hermanos checos, o Unitas Fratrum, como fueron llamados. Aunque es muy poco conocido fuera de su tierra natal, Chelcicky fue, sin duda, uno de los pensadores cristianos más fecundos y originales, por no decir radicales, de su época, no sólo dentro del movimiento reformista husita, sino en toda la Europa medieval.

Pedro Chelcicky nació en el seno de una familia modesta en el sureste de Bohemia, en la aldea rural de Chelcice. Su padre era un pequeño terrateniente que falleció poco después del nacimiento de su hijo y su madre murió también durante la niñez de Pedro. Entre sus familiares estaba un tío materno, cura de una parroquia cercana. Los familiares velaron por el bienestar de Pedro, ayudándole a recibir una formación elemental que incluía los rudimentos, por lo menos, del latín, una introducción a la teología escolástica y la oportunidad para leer ampliamente en la biblioteca de la parroquia local.

En la Bohemia del siglo XV las riquezas y el poder político estaban concen­trados en manos de la nobleza. La Iglesia medieval también participaba de este enorme poder, pues se estima que a principios del siglo la tercera parte de las tierras rurales estaban en manos de la Iglesia [2]. Una de las consecuencias de las guerras fue una marcada reducción de la mano de obra campesina. Esto condujo a un aumento de las cargas impositivas y del reclutamiento militar, a la introducción de la piscicultura con la resultante reducción de las tierras cultivables, y a una considerable pérdida de las libertades personales de los campesinos. Todo campesino debía estar sometido a un señor feudal y sus derechos fueron severamente restringidos. Los nobles terratenientes llegaron a poseer una autoridad absoluta sobre los campesinos, quienes vivían atados a la tierra ajena que cultivaban [3].

Por herencia, Pedro habría sido un pequeño terrateniente rural. Ni siquiera figuraría entre la nobleza baja, pero su predio de terreno y su libertad personal le distinguían de la plebe feudal, atada a tierras ajenas. Pedro, movido por un profundo compromiso cristiano, se hizo un solidario decidido y valiente de los campesinos oprimidos bajo el sistema feudal y clerical de su época. Durante toda su vida fue un laico, y esto le permitió identificarse con el laicado en su marginación, sufrida a manos de la cristiandad medieval [4].

El trasfondo husita de Pedro Chelcicky [5]

El siglo husita (el siglo XV) fue un siglo de grandes trastornos y de profun­dos cambios en todas las esferas de la vida, religiosa, cultural, económica, social y política. Desde su lugar en los círculos universitarios en Praga, Juan Hus y sus colegas iniciaron una revolución moral dirigida contra los abusos de la Iglesia medieval. La fuente de sus argumentos teológicos se encontraba, tanto en sus antecesores del movimiento reformista checo, como en las ideas contenidas en los escritos de Juan Wyclif, que habían llegado desde Inglaterra a Praga.

Juan Hus (ca. 1373-1415), de origen modesto, llegó a ser rector de la Uni­versidad de Praga en el año 1402. Era un discípulo entusiasta de Juan Wyclif, pues difundió las ideas de éste mediante sus propios escritos, sus conferencias universitarias y sus sermones. Era un predicador carismático y un patriota checo. Hus esperaba que la Iglesia fuera reformada mediante la intervención del poder secular. Muy pronto, el partido de Hus en Bohemia se hallaba en el centro de una revolución nacionalista contra las fuerzas imperiales y papales.

El ala derecha de la reforma husita la encabezaba un partido conservador, llamado «los utraquistas» porque insistían en el derecho de los laicos de recibir la comunión bajo ambas especies, el pan y la copa. Y gracias a este movimiento, la copa se convirtió en símbolo de la lucha de Bohemia por su independencia de Roma. (Por esto se les llamaban también los calixtinos.) Pero fuera de esto, se distanciaban poco de las posiciones doctrinales romanas. Ellos prohibían solamente aquellas prácticas que juzgaban prohibidas por la «ley de Dios», es decir, la Biblia. Fueron minimalistas en su recurso a la autoridad bíblica.

En el centro estaba el partido que más se identificaba con el espíritu de Juan Hus. El programa husita de reforma estaba contenido en los Cuatro Artículos de Praga, formulados en 1420. Pedían la libre predicación de la Palabra de Dios, sin impedimentos; la comunión con el pan y la copa para todos los fieles; la confiscación de las propiedades seculares de los monjes y sacerdotes; y el castigo de los pecados mortales y otros males contra la ley de Dios, inclu­yendo la simonía (la compra y venta de posiciones eclesiásticas).

El programa del partido moderado consistía esencialmente en una reforma nacional que intentaba cristianizar de nuevo el orden social mediante la purificación de la Iglesia y del Estado de los abusos del poder y de la inmoralidad. Su visión reformista seguía siendo constantiniana, pues las reformas se llevarían a cabo con el apoyo y la autoridad magisterial.

Finalmente, a la izquierda del movimiento husita se encontraban los taboritas. Ellos, en principio, y en contraste con los utraquistas, rechazaban todo aquello que no tenía una base sólida en la «ley de Dios». Se oponían a toda clase de componenda con Roma. Su programa de reforma demandaba la formación de una sociedad teocrática sin colaboración con el orden católicorromano. Este grupo se originó principalmente en la zona sureste de Bohemia. Entre los checos que vivían en la zona fronteriza con Austria había seguidores de los valdenses medievales. Así que los taboritas en esta zona, igual que los valdenses primitivos, practicaban la no-violencia y una separación de la sociedad dominante.

Igual que Wyclif, los taboritas rechazaron una serie de doctrinas católicorromanas: el purgatorio, las ceremonias ostentosas, las vestimentas clericales, y cinco de los siete sacramentos (aceptaban sólo el bautismo y la comunión, misma que ya no interpretaban en términos de una transubstanciación, sino como una consubstanciación). En el 1420 ellos rompieron con la tradición católicorromana de la sucesión apostólica, mediante la elección de su propio obispo, que se limitaba a actuar como primus inter pares. Entre los taboritas surgieron otras agrupaciones todavía más extremas. Hubo prácticas económicas comunitarias. Algunos grupos comprendieron la comunión en un sentido puramente conmemorativo, negando así la doctrina taborita de una presencia real.

Inicialmente los taboritas habían tomado una postura fundamentalmente pacifista, pero pronto se dio lugar a una segunda etapa caracterizada por una militancia activa. Tras un marcado aumento de entusiasmo y de expectaciones apocalípticas, que incluían la esperanza en el inminente retorno de Cristo y el establecimiento del reino de Dios en la tierra, y probablemente instigados por un grupo anarquista conocido en Bohemia como los picardos, los taboritas fueron incitados a la violencia. Se produjeron tales excesos que Pedro Chelcicky, quien primero optó por ofrecerles sus exhortaciones y advertencias fraternales, finalmente se distanció de ellos.

Luego se produjo una tercera etapa dentro del radicalismo taborita. Postergaron sus expectativas mileniales iniciando un programa para el establecimiento de una sociedad nacional cristianizada, independiente de, y en oposi­ción a Roma. Este grupo disidente estableció fortificaciones en una montaña cerca de Tabor, en el sureste de Bohemia. Entre el sector principal de los taboritas y este grupo bajo las influencias picardas había diferencias irreconciliables que finalmente desembocaron en un conflicto abierto. En una batalla sangrienta en 1421, los sectarios fueron prácticamente eliminados.

El ejército taborita pudo derrotar dos veces a las fuerzas combinadas del imperio y de Roma. Pero, finalmente, en mayo de 1434, se unieron la nobleza checa y los ciudadanos de Praga del partido utraquista y formaron una coalición con las fuerzas católicas contra el ejército taborita. Tras una feroz batalla fratricida que dejó un saldo de unos doce mil muertos del partido taborita, las filas del movimiento fueron diezmadas de tal manera que se puso fin a su resistencia armada.

Mientras tanto, y especialmente tras la desgracia sufrida en esta confrontación armada, se iba consolidando una tercera opción compuesta de un nuevo movimiento popular husita, procedente tanto del partido moderado como del izquierdista, comprometida a una posición más radicalmente evangélica y agrupada en torno al pensamiento de Pedro CheJcicky. De este movimiento radical, inspirado y orientado en buena parte por las enseñanzas de Pedro CheJcicky, finalmente surgiría, en el año 1467, la Sociedad de los Hermanos Bohemios, o Unitas Fratrum.

El pensamiento de Pedro Chelcicky: la Iglesia y el poder secular

La Red de la fe es uno de los escritos mejor conocidos de Chelcicky. Se basa en la historia de la red que Pedro, el pescador, echó al mar. Esta red de la fe es la ley de Dios que reúne a los fieles en una vida de fidelidad y compromiso semejante a la que caracterizaba a la Iglesia primitiva. En esta red son recogi­dos del mar del mundo los que por la gracia de Dios son elegidos. Pero dos enormes ballenas asesinas, el papa y el emperador, se han metido con tanta violencia en la red que la han desgarrado trágicamente.

«La red de Pedro fue horriblemente destrozada cuando dos ballenas se metieron violentamente; primero, el sumo sacerdote con un dominio real y aun con más honor que el mismo emperador; y segundo, el emperador con su dominio pagano, sus funciones paganas y su poder pagano, se metió encubiertamente bajo la pretensión de la fe» [6].

Los destrozos producidos por estas dos ballenas han sido tan grandes que apenas son reconocibles los hilos de la red original de la Iglesia apostólica primitiva. Y no sólo han destruido la red original, también han iniciado todo un ciclo vicioso de partidos que han codiciado, para sí, el dominio pagano y secular, y han reclamado, con todas sus fuerzas, sus pretendidos derechos a ejercer el dominio [7]. El hilo que corre a través de toda la obra de Chelcicky es su insistencia en una separación total entre el orden eclesial y el poder civil.

Esta división en dos partes: el orden secular, mediante el poder, y el orden de Cristo, mediante el amor, los separa claramente. Y debe comprenderse que estos dos órdenes no pueden estar unidos de tal forma que estén incluidos bajo el nombre de una sola fe cristiana. El orden de Cristo y el orden secular no pueden coexistir en condiciones de igualdad, ni tampoco puede el orden de Cristo llegar a ser el orden secular. Lo que se logra mediante el poder y la coacción es una cosa, y lo que se hace mediante el amor y la buena voluntad es otra cosa. … El ejercicio del poder no está determinado por la fe, y la fe no tiene necesidad del poder —como si la fe fuera a cumplirse y conservarse mediante el poder. De la misma manera en que las amplias provisiones, los grandes ejércitos y las poderosas fortificaciones constituyen la plenitud del poder, así también la sabiduría de Dios y la fuerza del Espíritu Santo constitu­yen la plenitud y la fuerza de la fe. (Sobre la triple división de la sociedad) [8]

La comunidad cristiana no necesita el poder civil para ejercer una discipli­na interna, pues allí se procede con el amor, en lugar de recurrir a los medios coercitivos. «De acuerdo con las ordenanzas de Cristo, los malhechores no han de ser coaccionados de ninguna manera, y tampoco se debe emplear la venganza contra ellos, sino que serán restaurados mediante la buena voluntad fraternal y conducidos, así, al arrepentimiento» [9].

Chelcicky reconocía que Dios había establecido el poder secular a fin de refrenar el mal. El poder civil, a pesar de su dependencia pagana sobre la coacción, en cierto sentido cumple los propósitos de Dios al contener el mal a fin de conservar una semblanza de orden en la vida temporal común. Pero Chelcicky declaraba que los cristianos no tenían porqué ejercer esta función. Los teólogos utraquistas en Praga decían que «entre los cristianos el mejor cristiano debería servir como rey». Pero Chelcicky no podía concebir que un cristiano verdadero desempeñara las funciones represivas y coercitivas de un gobernante secular, pues «eran contrarias a su Rey (Cristo) y a su pueblo» [10].

A pesar del carácter esencialmente pagano del poder secular, los cristianos se someten voluntariamente a su autoridad. Los cristianos que gozan de los beneficios del orden civil asumen su responsabilidad de respetar el poder establecido. Pero la obediencia al poder secular tiene sus límites. En todo aquello que sea contrario a la ley de Dios los cristianos están obligados a rehusar la obediencia exigida. Las pretensiones seculares a empuñar las armas, a prestar juramentos de lealtad, a participar en los procesos judiciales, han de ser resistidas en forma no-violenta. Y en estos casos, los fieles estarían llamados a soportar voluntariamente los sufrimientos que acarrea su desobediencia civil.

Una crítica de las estructuras socioeconómicas medievales

La sociedad europea medieval estaba dividida en tres sectores. Los que ejercían funciones magisteriales ocupaban su lugar privilegiado en la cumbre social. Este grupo estaba formado esencialmente de la nobleza secular, pero también del alto clero, que en la Europa medieval había asumido más las funciones de dominio secular que el servicio espiritual. El segundo estado estaba formado por el clero católicorromano dedicado a las funciones religiosas, consideradas tan necesarias para el bien común en la cristiandad medieval. Y el tercer estado se componía de la plebe, principalmente de los campesinos, gente común, cuya miserable existencia, atada por nacimiento a las tierras ajenas que labraban, servía para sostener a los primeros dos estados y poder sobrevivir ellos mismos. Este último grupo tenía varios niveles, desde los vasallos que estaban totalmente sujetos al señor feudal hasta los pequeños terratenientes libres que también dependían de la labranza de sus pequeños terruños.

La autoridad de la nobleza medieval era establecida por sanción divina, según la doctrina eclesiástica. En la visión medieval del cuerpo místico de Cristo, el primer estado social representaba la cabeza. La función común y corriente del clero era proveer al campesinado medieval de consuelo religioso y de la vía sacramental a la salvación eterna. El clero era las manos del cuerpo místico de Cristo. De modo que esta división social, entre los que gobernaban y guerreaban, los que oraban y los que trabajaban, se consideraba sacrosanta. y prácticamente a nadie se le ocurriría cuestionar esta división tripartita de la sociedad en la cristiandad medieval.

Por eso, la actividad y los escritos de Pedro Chelcicky son tan importantes y significativos. Con una profunda solidaridad, él se identificaba con la condi­ción del pueblo común. En sus escritos dedica sus sátiras más agudas hacia los nobles indolentes. Su indignación por la opresión y las injusticias que sufren los campesinos marginados aparece en todas partes. Chelcicky era un hombre común, con valor y visión proféticos muy poco comunes. Aunque, debido a sus extraordinarias dotes como pensador original capaz de llamar la atención de los grandes, él hubiera podido escalar socialmente, sin embargo permaneció fiel a su visión y a sus raíces. Es uno de esos cristianos notables cuya vida de auténtica solidaridad con los marginados otorgaba autoridad e integridad a sus escritos radicalmente bíblicos.

Las protestas de Chelcicky fueron dirigidas contra el clero taborita al igual que la nobleza feudal. La oligarquía taborita había prometido un régimen democrático pero luego restauraron las rentas y los impuestos cobrados a los campesinos. «Ligan … con rentas e impuestos a aquellos para los cuales no muestran misericordia en su condición oprimida, sino que sacan de ellos cuanto pueden, cobrándoles por día o por año para despojarlos de su dinero con tales tasas, y nunca valorando a los campesinos por la fuerza de su vida, sino sólo por el aumento de las ganancias» [11]. Y a los sacerdotes les acusaba de ser «hombres orgullosos, avaros, carnales, y ciegos que no temen a Dios ni se preocupan por el pueblo, pues no cuidan al pueblo como un pastor cuida a su redil, sino que el pueblo sólo existe a fin de que ellos puedan llenar sus barrigas y aumentar su orgullo» [12].

Juan Wyclif y los teólogos de la reforma husita, al defender la doctrina tripartita de la sociedad medieval, habían mantenido intactas las distinciones entre el clero, la nobleza secular y el pueblo común. Incluso, Wyclif había otorgado a las autoridades seculares el derecho y el privilegio de reformar a la Iglesia mediante medios coercitivos. Por su parte, Chelcicky no sólo rechazaba como antievangélica la validez de esta visión tradicional de la sociedad, sino que también denunciaba la violencia de las autoridades seculares en sus tratos con la clase plebeya.

En cuanto al aporte que el pueblo común —la tercera parte del cuerpo de Cristo— ... debe hacer como miembros del cuerpo para el beneficio de otros miembros, confiando en Dios, yo no puedo conceder, mientras viva, que esta visión del cuerpo de Cristo es la verdadera. Ni tampoco reconoceré un papel tan importante a las dos partes superiores, colocándolas por encima del pueblo común para que dominen sobre los últimos para su propio placer y, por eso, se consideren superiores a la gente común que dominan. Los sujetan, no como miembros de su propio cuerpo, sino como bestias que despedazarían con gusto. (Sobre la triple división de la sociedad) [13]

Para Chelcicky, el clero —en su alianza con la nobleza secular— resultaba tan culpable como los señores feudales. «Pero el clero, nacido con tanta facilidad de la ramera sentada en el trono romano, … la cual ha establecido con vidas afeminadas a estos hijos condenados que han deshonrado a Dios. … Comen y beben espléndidamente, como señores, se visten con ropa costosa, construyen para sí grandes casas … donde pasan su tiempo ociosos. Y todo esto lo hacen con la sangre del pueblo obrero común, de donde sacan estas cosas mediante la mentira. No los tratan como miembros del mismo cuerpo, sino como si fueran unos perros despreciables» (Sobre la triple división de la sociedad) [14].

La resistencia no-violenta del pueblo de Dios

Chelcicky apreciaba la decidida oposición de Hus frente a la pompa y las trivialidades del clero romano. Pero, por otra parte, él pensaba que el héroe mártir de Bohemia había bebido el vino de la cristiandad imperial. «Según el parecer de Juan Hus los cristianos a partir de ahora no están obligados a seguir a los apóstoles de la santa Iglesia primitiva en el sufrimiento, pues ahora los reyes han entrado a la Iglesia» [15].

Chelcicky observó con claridad la contradicción fundamental que existía entre las enseñanzas de la Iglesia en relación con el sufrimiento inocente de los fieles, y la justificación de la violencia por otros miembros de este cuerpo tripartito en la sociedad medieval. Por un lado, los fieles son llamados a la firmeza paciente en el sufrimiento inocente por causa de Cristo. Por otro, los nobles cristianos están obligados a defender, con violencia si es necesario, la causa de Cristo. «Pero Cristo ha establecido, sin amenazas, en paz y en per­fecta justicia, no sólo no hacerle daño a otros, sino tranquilamente aguantar el sufrimiento cuando otros le hacen mal a uno; y no sólo no robar lo ajeno, sino compartir con amor lo propio con los que tienen necesidad. De modo que sin tener el poder, ellos pueden actuar de tal forma que beneficien a otros y ser ellos mismos recompensados» [16].

Pedro Chelcicky fue un pacifista en una época difícil. Sus hermanos utraquistas le acusaban de ser hereje por oponerse a su pretendido derecho de defenderse con las armas, pues se pensaba que la supervivencia de Bohemia estaba en juego. Pero Chelcicky permaneció firme en su posición pacifista. Para Chelcicky, la justificación teológica de una revolución era tan abomina­ble como la doctrina tradicional de la guerra justa.

Desilusionado, disgustado y con una gran dosis de amargura, Chelcicky escribió una carta al obispo del partido moderado de la reforma husita. «¿De qué fuente bebe este hombre de gran serenidad y carácter santo? ¿Bebe de todos los hombres santos? … Cómo hubiera denunciado el maestro Jakoubek a aquellos que comieron morcillas en un viernes y, por otra parte, hace del homicidio una mera cuestión de conciencia. ¿Quién le ha robado su conciencia? … Si un noble reúne un gran ejército de campesinos y los convierte en soldados capaces de matar con el poder de un ejército, de ninguna manera serán asesinos, tampoco perturbará su conciencia; al contrario, podrán jactarse de ser hombres valientes y héroes por haber asesinado a los herejes. Y este veneno se ha derramado entre los cristianos por los doctores que, en este caso, no recibieron el consejo de Jesús el manso, sino de la gran ramera, y así se ha llenado la tierra de sangre y de abominaciones» [17].

Para Chelcicky, la lucha de los cristianos es fundamentalmente espiritual y requiere el escudo de la fe: una fe en la fuerza de la no resistencia. Estaba totalmente convencido que bajo ninguna circunstancia una espada material podía salvarle a uno. Él pensaba que no había violación más flagrante de las enseñanzas de Jesús, que los cristianos se mataran unos a otros en el nombre de Cristo. Chelcicky no abrigaba esperanzas de salvación en la capacidad de los oprimidos para ofrecer una resistencia armada eficaz. La salvación de los opresores (y oprimidos) vendría sólo con el sufrimiento de los oprimidos, siguiendo al que «padeció, ... el justo por los injustos».

No distinguió entre una guerra defensiva, por una parte, y una agresión militar, por otra. Chelcicky confrontó a los utraquistas que intentaban justificar su defensa de Praga contra los ejércitos imperiales. También resistió las presiones taboritas que pretendían justificar su posición violenta, asumida solamente cuando fueron amenazados con la destrucción. Sólo podemos imaginar el dolor personal y profundo que Chelcicky sintió al ver a sus hermanos y hermanas sufriendo atrocidades a manos de las fuerzas enemigas. En una crónica de la época se nos informa que 1600 prisioneros checos fueron entregados a los alemanes que explotaban las minas de plata en la zona. Todos fueron arrojados a las galerías subterráneas, «algunos vivos, otros primeramente decapitados ... los verdugos muchas veces quedaban exhaustos por la fatiga de la matanza» [18]. Con todo, Chelcicky seguía creyendo que la única defensa de los cristianos es fundamentalmente espiritual.

Una Iglesia de los pobres (Una Iglesia sin poder)

En su lucha por reformar la Iglesia, Juan Hus había tomado de Juan Wyclif su definición de la Iglesia verdadera, «el cuerpo entero de los predestinados». Luego, insistió en que la iglesia romana no era, por lo tanto, la Iglesia verdadera. La reforma husita creó entonces una iglesia-estado nacional para reemplazar a la cristiandad imperial. Así que la verdadera Iglesia pasaba a ser invisible y conocida solamente por Dios.

Chelcicky también pensaba, al igual que Wyclif, que la Iglesia era «la congregación de los elegidos», pero insistía además en que sus miembros podrían ser reconocidos por una justicia inherente practicada por los elegidos. La visibilidad de la Iglesia no consiste en la presencia de los sacramentos, ni es expresión de una unidad política ni geográfica, sino en el «discipulado de los fieles». La presencia de una comunidad leal a Cristo y sus enseñanzas al estilo de la Iglesia apostólica primitiva es una indicación empírica de la Iglesia.

Consecuente con esta visión, Chelcicky comenzó a formar en la Bohemia rural del siglo XV una comunidad modelada sobre el patrón de la visión neotestamentaria. La obediencia al ideal apostólico significaba la creación de conventículos en que se intentaba vivir el amor y la santidad cristianos. De modo que los cristianos sinceros se separaban de la cristiandad que pretendía ser la Iglesia verdadera, pero era en realidad una mezcla de piedad y paganismo. En estos conventículos la división social tripartita perdía su validez. Las injusticias creadas por este sistema, esencialmente pagano e injusto, podrían ser superadas en el seno de la comunidad.

En lugar de medir el comportamiento de los cristianos por las normas clasistas tradicionales, Chelcicky medía la actuación de todos los cristianos por una norma única que descubrió en las comunidades mesiánicas del Nuevo Testamento. Solamente la obediencia fiel a ese modelo podría tomarse como la señal visible de la elección. Chelcicky proponía una especie de restauración de la Iglesia apostólica en las aldeas del sureste de Bohemia. La Iglesia verda­dera es, a la vez, una congregación invisible de los elegidos por Dios, espiritualmente concebida, y una comunidad visible de fieles, encarnada en una vivencia concreta.

Una interpretación bíblica radical

En una época en que los teólogos escolásticos se limitaban principalmente a recopilar y repetir lo dicho y lo escrito en la tradición dominante, encontramos en Chelcicky a un pensador cristiano con suficiente independencia para desafiar las sagradas tradiciones de su época. Chelcicky parece haber leído los escritos de Juan Wyclif que llegaron a Bohemia. Da muestras de haber sido influenciado por Juan Hus y sus sucesores en la reforma husita. Manifiesta alguna familiaridad con la tradición de la cristiandad occidental que se remonta hasta los tiempos de Silvestre I y Constantino. Pero ninguna de estas influencias fue determinante en la evolución de su pensamiento.

La explicación más sencilla de las fuentes ideológicas del pensamiento de Chelcicky sería atribuido a su biblicismo radical. En los círculos en que Pedro Chelcicky se movía se leían las Escrituras en el vernáculo y se tendía a interpretar el Nuevo Testamento con un marcado literalismo. A medida que leyeron el Nuevo Testamento llegaron, o a dudar de las doctrinas sacrosantas del catolicismo medieval, o bien a rechazarlas del todo. A la luz del lugar que Chelcicky le otorgaba a las Escrituras como autoridad, lo más evidente sería concluir que su reformismo radical encuentra sus raíces en su lectura bíblica. Pero no sólo era cuestión de leer simplemente la Biblia. Era una cuestión de interpretación bíblica. ¿Dónde encontraron Chelcicky y sus Hermanos sus claves hermenéuticas?

Primero, notamos el reformismo popular de toda una sucesión de predicadores checos que denunciaron los abusos sociales y eclesiásticos de los dos estados superiores de la sociedad medieval —la nobleza y el clero. También estaban las reformas doctrinales sugeridas por Wyclif, promovidas por los maestros de Praga y por los sacerdotes taboritas. Y en tercer lugar, estaba la ideología primitivista valdense con su valoración de la Iglesia primitiva caracterizada por su pobreza apostólica y su rechazo del poder al servicio del evangelio [19].

Pero la clave hermenéutica principal de Chelcicky fue, sin duda, la fe que confesaba, no sólo con palabras, sino con sus hechos. Chelcicky y sus hermanos creían que el verdadero cristiano es el que sigue valientemente a Cristo por el camino del martirio. Así que, confesar esta fe implicaba imitar la vida del crucificado. Esta convicción liberaba a Chelcicky de falsas ilusiones, de posibles salvaciones políticas y también de espiritualizaciones que le hubieran llevado a postular una salvación experimentada en una Iglesia puramente invisible. Esta hermenéutica de obediencia le permitió acercarse a los textos bíblicos sin las lentes constantinianas de sus contemporáneos.

Su interpretación de Romanos 13 nos ofrece un ejemplo de esta hermenéutica radical. Desde Agustín, la interpretación ortodoxa de este pasaje había otorgado aprobación apostólica a la autoridad secular. La Iglesia de la cristiandad usaba este texto para apoyar el derecho divino de los poderes a ser obedecidos sin ser cuestionados. Pero Chelcicky interpretó este texto de manera prácticamente inaudita. Sólo entre los valdenses primitivos encontramos una interpretación similar. Pablo aconsejó a los cristianos que vivían en Roma bajo un emperador pagano en cuanto a la actitud que debían asumir hacia el poder establecido. Reconocía que el estado romano era necesario para mantener el orden en la sociedad. Y Pablo animaba a los cristianos a someterse a estos poderes. Pero, en su interpretación, Chelcicky insistía en que el apóstol no le provee a la autoridad civil un pretexto para formular una doctrina cristiana para el ejercicio del poder. Pablo se limita a dirigirse a cristianos que viven bajo gobernantes paganos. Deberían someterse donde su conciencia les permite y cuando sea necesario deben resistir de forma no-violenta. La forma en que Chelcicky interpretaba este texto le hacía pensar que los apologistas de la cristiandad eran culpables de «ordeñar las Escrituras, haciendo brotar ... cosas odiosas y ofensivas ante Dios» [20].

Chelcicky y los Hermanos bohemios encontraban las enseñanzas éticas no tanto en las Epístolas, sino en los Evangelios sinópticos, y muy especialmente en el Sermón del Monte. Sus convicciones se basaban en su confesión de que en la persecución y la crucifixión de Jesús se manifestó el verdadero carácter de los poderes políticos. Son demoníacos, violentos e incontrolables. Por su misma naturaleza, inevitablemente habrán de perseguir a la Iglesia fiel [21].

 


1. Howard Kaminsky, trad.: «Petr Chelcicky: Treatises on Christianity and Social Order», en William M. Browsky, ed.: Studies in Medieval and Renaissance History, vol. 1,  Lincoln, University of Nebraska, 1964, pp. 105-179. [Introduc­ción y traducción completa del checo al inglés de las obras de Chelcicky: «On the Triple Division of Society» y «On the Holy Church»], pp. 171-173.

2. Peter Brock: The Political and Social Doctrines of the Unity of Czech Brethren in the Fifteenth and Early Sixteenth Centuries, La Haya, Mouton, 1957, p. 22.

3. Ibíd., p. 23.

4. Murray L. Wagner: Petr Chelcicky: A Radical Separatist in Hussite Bohemia, Scottda1e, PA, Herald, 1983, pp. 38-41.

5. Brock, op. cit., pp. 12-13.

6. Wagner, op. cit., p. 132.

7. Ibíd., p. 132.

8. Kaminsky, op. cit., p. 143.

9. Wagner, op. cit., p. 135.

10. Ibíd. , p. 135.

11. Ibíd. , p. 89.

12. Ibíd., pp. 89-90.

13. Kaminsky,op. cit., p. 163.

14. Ibíd., pp. 162, 164.

15.Wagner, op. cit., p. 70.

16. Kaminsky, op. cit., p. 153.

17. Wagner, op. cit., pp. 78-79.

18. Ibíd., p. 88.

19. Ibid., p. 45.

20. Ibíd., p. 98.

21. Ibid., p. 51.