Colección de lecturas
 

PDF El pietismo y la Iglesia de los Hermanos

La fe en la periferia de la historia
por Juan Driver
Copyright © 1997 Ediciones SEMILLA (Guatemala) y CLARA (Colombia)
Reproducido aquí con permiso.



Capítulo 16.

El pietismo y la Iglesia de los Hermanos

Todos nosotros hace algunos años (uno expresó una fuerte convicción en su corazón hace ya cinco años) expresamos a varios hermanos: … «de­bemos bautizarnos según las enseñanzas de Jesucristo y los apóstoles». Sin embargo, hubo oposición y desistimos, pero la convicción no se borró de nuestro corazón. Varias veces yo tuve que reconocer ante Dios y en mi conciencia que un día lo haríamos, pues lo sentía en mi corazón. Y en los últimos dos años los otros hermanos también fueron conmovidos en su conciencia de que tendrían que bautizarse, pero no lo compartimos en el grupo. Hasta que por casualidad, mientras dos hermanos del extranjero nos visitaban, salió a la luz lo que estaba en nuestros corazones. …

Cada uno se abrió y compartió lo que estaba en su corazón. Y ya que estábamos de acuerdo, en un solo espíritu, en esta vocación sublime, decidimos darlo a conocer a nuestros hermanos amados mediante esta carta abierta. Es para saber si ellos también están convencidos en su corazón de apoyamos en esta alta vocación para la honra y la gloria de nuestro Salvador Jesucristo, y a seguir al Creador y la Plenitud de nuestra fe. …» «Los apóstoles fueron unánimemente obedientes y no se preguntaron si el Espíritu Santo vendría sobre las personas antes o después del bautismo; más bien, permanecieron firmemente en el mandamiento de su Padre y bautizaron a aquellos que se habían arrepentido. … Así que, si otros hermanos desean comenzar con nosotros esta sublime práctica del bautismo, motivados por su unidad fraternal según las enseñanzas de Cristo y los apóstoles, les decimos, que juntos y con humildad, estamos intercediendo ante Dios con ayuno y oración. Nosotros escogeremos al que el Señor nos señale como bautizador, según nos lo revele Dios. Entonces, si comenzamos a seguir en las pisadas del Señor Jesús, a vivir según sus mandamientos, entonces también podemos participar juntos de la comunión según el mandamiento de Cristo y de sus apóstoles, en el temor del Señor. (Carta abierta de los primeros ocho Hermanos a los pietistas en el Palatinado [1].)

Pronto nos dimos cuenta de que las palabras de Cristo en Mateo 18, donde dice, «Si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos…» no podían llegar a practicarse entre nosotros, porque no había una comunidad cristiana organizada. Por esta razón algunos volvieron a las iglesias de donde habían venido. …

Algunos sintieron una gran atracción por las prácticas de los primeros cristianos. Apasionadamente desearon practicar, por la fe, las ordenanzas de Jesucristo según su intención. Y a la vez, les fue revelado en su corazón la importancia fundamental de una obediencia de la fe, si se desea salvarse el alma. Esta puerta les abrió ante el misterio del bautismo en agua, que les parecía que era la entrada a la Iglesia que ellos buscaban. …

Finalmente en el año 1708, ocho personas se pusieron de acuerdo para establecer un pacto de buena conciencia con Dios, comprometiéndose a someterse a todas las ordenanzas de Jesucristo, como yugo fácil, y así seguir a su Señor Jesús, a su Pastor bueno y fiel, como manada fiel, en medio de alegrías y tristezas hasta el fin bendito. … Ellos encontraron en las historias fidedignas que los cristianos primitivos de los siglos primero y segundo fueron sepultados a la muerte mediante la crucifixión de Jesucristo, según el mandamiento de Cristo, mediante una inmersión triple en el lavamiento del agua del santo bautismo.

Así preparados, los ocho salieron para el río Eder en la soledad de la madrugada. El hermano sobre el cual había caído la suerte, bautizó pri­mero al hermano que deseaba ser bautizado por la Iglesia de Cristo. Cuando éste último fue bautizado, él bautizó al primero que le había bautizado a él, y luego a los otros tres hermanos y tres hermanas. Así, los ocho fueron todos bautizados en aquella madrugada. … y fueron revestidos interiormente de gran gozo. (Alejandro Mack, hijo: El primer bautismo [2].)

El movimiento pietista

La reforma luterana fue principalmente una reforma de la doctrina. Y uno de los aspectos negativos del legado luterano era su insistencia en el acuerdo sobre la «sana doctrina» como base para la unidad entre los varios sectores del luteranismo, dando lugar a una situación en que las diferencias de interpretación se consideraban incompatibles con la comunión cristiana. Desde muy temprano —en el movimiento luterano— el concepto original de una fe que constituye una relación personal con Dios tendía a degenerarse en «un asentimiento por el cual uno acepta todos los artículos de fe». La Fórmula de Concordia (1580), redactada cincuenta años después de la Confesión de Augsburgo, reflejaba una rígida interpretación luterana que resultó ser más escolástica que la confesión anterior. Y el resultado de este proceso fue un nuevo escolasticismo protestante [3]. Así se iba creando el ambiente en que surgiría el movimiento pietista casi un siglo después.

A los pietistas primitivos les interesaba una reforma de vida, que en efecto era una continuación de la reforma luterana original en que la doctrina había sido reformada. Este esfuerzo reformista que se llevó a cabo en el seno de la Iglesia luterana, respondió principalmente a las iniciativas de Felipe Spener (1635-1705) y Augusto Hermann Francke (1663-1727). Representa una reacción contra un escolasticismo protestante cada vez más estéril, expresado en los «símbolos» oficiales (confesiones de fe) y en los debates teológicos que habían olvidado lo dicho por Lutero, «La esencia de la religión descansa en sus pronombres personales». El movimiento pietista fomentaba una renovada experiencia personal espiritual (y moral) que complementaba la reforma principalmente doctrinal de Lutero.

Spener era pastor luterano en Francfort. En 1670 comenzó a organizar círculos de oración y de estudio bíblico en su parroquia. Esencialmente se trataba de células de renovación dentro de la iglesia establecida (ecclesiolae en ecclesia). En su libro, Pia Desideria (Deseos piadosos) resumió en seis pasos su visión para una reforma espiritual: 1) mejor conocimiento de la Biblia en el pueblo; 2) restauración de la preocupación fraternal mutua; 3) énfasis en las buenas obras; 4) superación de las controversias teológicas; 5) mejor formación espiritual para los pastores; 6) predicación más ferviente.

Cuando Spener comenzó el movimiento, él pensaba que Lutero había vislumbrado una iglesia establecida compuesta por conventículos de cristianos comprometidos. Pero en esto probablemente no leyó bien a Lutero, pues en su Prefacio a la misa alemana, Lutero había escrito de un «tercer orden» que debía tener su propia membresía, disciplina, economía y sacramentos, pero descartó esta alternativa por no encontrar cristianos dispuestos a integrarlos [4]. A Spener no se le ocurrió formar nuevas congregaciones con autoridad para bautizar y celebrar la eucaristía. Su visión reformista era estrictamente la de crear células para el cultivo de una espiritualidad más auténticamente cristiana dentro de la iglesia oficial (ecclesiolae en ecclesia).

Francke era un eminente profesor de la Universidad de Halle, especialista en estudios orientales, que compartió la misma visión de Spener. Al ver la falta de compromiso a la misión de la Iglesia en el luteranismo de su tiempo, se dedicó a la creación de agencias de servicio social y de evangelización: orfanatos, asilos, sociedades bíblicas, y sociedades misioneras. El legado de Francke consistía en instituciones de servicio donde los miembros de la iglesia establecida, que realmente deseaban comprometerse a servir en nombre de Cristo, podían dar forma concreta a sus deseos y canalizar sus energías. La Iglesia como tal (la jerarquía, etc.) no se comprometía oficialmente. Los pietistas eran los cristianos que se preocupaban por servir donde la iglesia en general no lo hacía. Y hasta el día de hoy estas formas siguen vigentes en las iglesias establecidas en Europa.

El pietismo puede comprenderse mejor a través de sus características principales. En primer lugar, este movimiento enfatiza las experiencias emotivas y volitivas del individuo en respuesta a la palabra bíblica. Originalmente, un pietista era una persona que estudiaba la palabra de Dios y se ponía a vivir una vida santa de acuerdo con ella. Donde el protestante preguntaba por la «sana doctrina» de la persona, el pietista preguntaba por su «seguridad inte­rior de salvación». En segundo término, para el pietista, la realidad de la obra de Dios se sitúa en la experiencia subjetiva. En lugar de concebir a Dios obrando salvíficamente en la historia, o por medio de una comunidad que cumple sus propósitos, se concibe a Dios obrando fundamentalmente en el individuo y presente de manera más clara en la experiencia personal.

En tercer, lugar, el legado del pietismo ha tenido una notable influencia en el protestantismo posterior. Más que una institución, ha sido un espíritu que se ha manifestado en muchos movimientos de renovación espiritual, y en otras expresiones de espiritualidad evangélica en el protestantismo occidental. Su influencia no institucional ha sido importante en varios sentidos. Por ejemplo, mediante las instituciones paraeclesiales que ha producido. A través de éstas, muchos cristianos miembros de iglesias establecidas (de jure o de facto) han hallado una oportunidad para evangelizar y servir al margen de su iglesia. En otros casos, y a pesar de las intenciones originales de sus iniciadores, el pietismo ha llegado a convertirse en una denominación evangélica. Tal fue el caso del Conde Nicolás von Zinzendorf (con los moravos) y de Juan Wesley (con los metodistas).

Sin embargo, tras una larga búsqueda de formas para canalizar esta nueva vitalidad espiritual, a principios del siglo XVIII se desarrolló una expresión más radical del pietismo que fomentó la creación de comunidades caracterizadas por una nueva espiritualidad emotiva y una obediencia radical. Se trata de los pietistas radicales, o los Hermanos, como ellos solían llamarse. En el año 1708 en los alrededores de Heidelburgo y Wittgenstein, en el suroeste alemán, los Hermanos se comprometieron mediante el bautismo en agua a formar una «Iglesia de creyentes». De esta manera procuraron llenar de contenido pietista las formas eclesiales radicales y anabaptistas.

Contexto sociopolítico y religioso del movimiento

En 1555, la paz de Augsburgo había reconocido la existencia de católicos y luteranos (pero no calvinistas) en tierras alemanas, y acordó que en cada territorio los súbditos asumirían la religión de sus respectivos gobernantes (cuius regio, eius religio). Pero las tensiones provocadas por los cambios de regentes, además de la falta de reconocimiento de los calvinistas, finalmente hicieron estallar la así llamada «guerra de los treinta años» (1618-1648). Toda Europa fue sacudida por este conflicto, desde los países escandinavos hasta la península ibérica y desde Francia hasta Bohemia.

Entre los que más sufrieron estaba la población del Palatinado, en el suroeste de Alemania. Durante los últimos ciento cincuenta años, la religión oficial había cambiado ocho veces, alternándose entre las tres confesiones establecidas (católica, luterana y calvinista). La depreciación de la moneda causaba mucho sufrimiento y contribuyó al empobrecimiento del país. La imposición forzosa de una u otra fe sobre la población sólo generaba más frustración. La brujería, ampliamente practicada, trajo muchos sufrimientos a los que caían en su trampa engañosa, tanto católicos como protestantes. La fe auténtica había decaído. El clero no hacía más que pelear entre sí por las propiedades eclesiásticas. La conducta de los pastores era verdaderamente escandalosa. Y para colmo, la promiscuidad y ostentación lujosa de las autoridades seculares del Palatinado condujo a la imposición de trabajos forzados e impuestos exorbitantes sobre la gente común.

La guerra de los treinta años fue un desastre tremendo. Las tierras del Palatinado fueron holladas, de un extremo al otro durante toda una generación, por ejércitos de extranjeros que saqueaban sin ningún respeto de la ley. La población alemana en este período se redujo drásticamente de 16 millones hasta menos de 6 millones de habitantes. Los campos fueron arrasados, el ganado fue saqueado, el comercio y la industria destruidos. A la población le costó más de un siglo para reponerse de las devastadoras consecuencias de esta guerra, que finalmente concluyó con la así llamada Paz de Westfalia (1648) [5]. La fórmula cuius regio, eius religio (la religión del príncipe determina la religión del pueblo) fue acordada nuevamente, pero esta vez incluyendo a los calvinistas en el acuerdo. No obstante, para la población alemana el fin de la guerra no trajo la paz. Los años restantes de la segunda mitad del siglo XVII fueron todavía muy turbulentos. Los ejércitos continuaron arrasando las pobres cosechas de los campesinos, como por ejemplo en 1688 cuando el ejército de Luis XIV de Francia pasó de nuevo por el Palatinado. Para los disidentes pietistas radicales —que se reunían aparte en sus casas— el sufrimiento era doble. Por una parte, padecían los saqueos de los ejércitos invasores; por otra, sufrían la persecución represiva de las fuerzas del orden público, cuyas sanciones incluían encarcelamiento, trabajos forzados, confiscación de las propiedades y el exilio. Este fue el ambiente en el que surgió el movimiento pietista radical de los Hermanos.

El precio de la disidencia religiosa

El movimiento de los Hermanos surgió en medio de un fermento caracterizado por la disidencia. Desde principios del siglo XVIII circulaban críticas abiertas contra la iglesia establecida en Lambsheim, en el Palatinado. En 1705 cuatro hombres del pueblo se rehusaron a prestar el juramento de lealtad —exigido a todos los ciudadanos— porque decían que la Biblia lo prohibía. Fueron encarcelados por este acto abiertamente sedicioso, hasta poder comprobar su membresía en una de las iglesias establecidas oficialmente. De los cuatro, dos se unieron al movimiento de los Hermanos a los tres años de su formación [6].

En 1706 el consistorio de la Iglesia reformada en Heidelburgo informó a las autoridades seculares de las actividades evangelísticas no autorizadas de algunos ciudadanos. «Hace algún tiempo, los así llamados pietistas se están imponiendo aquí en la ciudad, al igual que en el campo, y especialmente en Schriesheim. Ellos se reúnen de vez en cuando en conventículos en sus casas. También predican en las calles, cantan y reparten libros a fin de atraer a los del pueblo cuando regresan de trabajar en sus campos. De esta manera la congregación puede ser trastornada o engañada por sus errores» [7].

Las autoridades enviadas a detener a los acusados descubrieron y desarticularon un conventículo compuesto por unos cincuenta hombres y mujeres. Según las autoridades, usaban ciertos textos de la Biblia de Lutero que «hablan del Espíritu, de hermanos y hermanas en Cristo, y cosas semejantes, interpretándolos según sus propios caprichos y supuesto beneficio, para así engañar a los pobres con su mensaje» [8]. Mientras llegaban las órdenes para su arresto, pudieron escaparse.

Tres semanas más tarde, un grupo fue sorprendido en una reunión en la casa de un zapatero en Mannheim. Fueron detenidos, encarcelados e interrogados. Las autoridades los describieron como una «secta muy peligrosa» que insiste en la desobediencia civil en cuestiones que tienen que ver con la fe. Los detenidos fueron sentenciados a trabajos forzados y un régimen de pan y agua [9]. A pesar de eso, una buena parte de la población reformada del pueblo fue al lugar donde los presos cumplían sus sentencias de trabajos forzados, para pasar el día escuchando su predicación. Finalmente, presionados por simpatizantes de la Iglesia reformada, las autoridades se vieron obligados a dejar en libertad a los presos.

La formación de una comunidad pietista radical [10]

En este ambiente de oposición eclesiástica y represión oficial se sitúa la carta abierta de los ocho radicales dirigida a sus hermanos y hermanas pietistas y —dos meses después— su bautismo en el río Eder, en abierta desobediencia a las autoridades eclesiásticas y seculares. La formación de esta comunidad pietista radical, al margen de la iglesia establecida, se debía en buena parte al ministerio del líder pietista radical, Ernesto Christoph Hochmann von Hochenau (1670-1721). De origen social noble, Hochmann estudiaba leyes en la Universidad de Halle cuando su contacto con Francke resultó en una conversión radical. Para Hochmann, la vocación a seguir a Cristo significaba el rechazo del servicio militar. Al desestimar otras oportunidades atractivas, dedicó el resto de su vida a la itinerancia como evangelista radical. Entregado a la tarea de despertar a los cristianos de su letargo espiritual, llegó a la conclusión de que su salvación dependía de su separación de «Babilonia», como él solía llamar a la iglesia establecida.

Entre las fuentes del pietismo radical estaba Jacobo Boehme (1575-1624), el místico alemán. Era el padre ideológico de muchos de los radicales. Para Boehme la Iglesia institucional era Babel. Él afirmaba que la fe no debía ser controlada en ninguna forma por el Estado. Y tampoco le correspondía a los cristianos participar en las guerras de Babel. El historiador Godofredo Arnold (1666-1714) también ejerció su influencia entre los pietistas radicales. Arnold encontraba en los cristianos de los tres primeros siglos un modelo para el cristianismo. Para él, la Iglesia había caído en el siglo IV, como resultado de su alianza con el imperio romano bajo el emperador Constantino. Amold fue el primer historiador que llegó a tratar favorablemente a los anabaptistas. En su Historia imparcial de la Iglesia y de los herejes, Amold expuso un concep­to novedoso: que nadie debiera ser considerado herético sencillamente porque haya sido tildado de hereje por algunos de sus contemporáneos.

En 1706 Hochmann fue invitado a Schriesheim para reunirse en un molino, propiedad de Alejandro Mack, miembro de una prominente familia reformada. Luego, Mack se unió a Hochmann en sus esfuerzos evangelizadores y comenzó a predicar a los campesinos cuando éstos volvían de sus trabajos en sus campos. Como consecuencia de sus actividades, ambos fueron perseguidos y detenidos por las autoridades seculares. A raíz de esto, Mack vendió su propiedad y se marchó con su esposa e hijos.

Hochmann anteriormente había vivido en Wittgenstein en la región del río Eder, donde se gozaba de cierta libertad religiosa. De modo que esta área se convirtió en un refugio notorio para los disidentes de toda la región. Una familia de la nobleza terrateniente, de la zona de Schwarzenau-Eder, se convirtió en defensora del movimiento y ofreció sus terrenos para recibir a los refugiados que venían de otras partes del país; con esta acción sorprendieron a todos por su disposición a relacionarse con personas de la clase baja. Muy pronto, centenares de refugiados comenzaron a llegar a la zona, que se convirtió en un auténtico hervidero de radicalismo pietista. Tras intensos debates, algunos volvieron a sus tierras e iglesias. Pero otros, insatisfechos con el individualismo extremo del pietismo, y gracias a sus contactos con Hermanos radicales del extranjero, y su lectura del Nuevo Testamento, fueron motivados a buscar una alternativa más comunitaria. Así pues, fue en esta área donde los ocho se comprometieron en el acto del bautismo de creyentes, independientemente de la iglesia establecida.

Aunque el bautismo fue un acto relativamente privado, la noticia del evento corrió rápidamente por toda la región. Las autoridades seculares interpretaron este acto de disidencia abierta como una nueva manifestación del reino anabaptista de Munster de 1535. Por otra parte, algunos pietistas —incluyendo a Hochmann— vieron esto como un paso atrás hacia una nueva institucionalización de la fe que ellos denunciaban en las iglesias establecidas. Inmediatamente los Hermanos comenzaron a testificar públicamente de su fe y encontraron a muchos simpatizantes en el área de Schwarzenau. Las reuniones crecieron tanto que ya no cabían en las casas, así que se reunían al aire libre. Emisarios del grupo se esparcieron formando nuevas congregaciones por toda la región sudoeste de Alemania.

Un ejemplo de sus reuniones congregacionales nos ha llegado a través de los testimonios en uno de los procesos judiciales, efectuado en Heidelburgo, en abril de 1709. «Cuando se reúnen cantan dos o tres himnos, según los mueve Dios. Entonces abren la Biblia y leen lo que encuentran, explicándola de acuerdo con el entendimiento que Dios les ha dado, para la edificación de sus hermanos y hermanas. Después de leer, se arrodillan y, levantando sus manos a Dios, oran por las autoridades para que Dios los mueva a refrenar el mal y fomentar el bien. Entonces alaban a Dios por haberlos creado con este propósito» [11].

Ante las preguntas sobre la frecuencia de sus reuniones, respondieron: «No tienen días fijos, pero se reúnen los domingos, los días feriados, u otros días, como Dios los mueva. Gozan de libertad religiosa en Marienbom, a cuatro horas de Hanau, y en la región de Wittgenstein. Muchas veces cuarenta, cincuenta o sesenta se reúnen a la vez» [12].

En el interrogatorio dijeron que «explican la Biblia unos a otros de acuerdo con la gracia que Dios les da. … Y cuando hay diferencias, oran a Dios hasta recibir su gracia, y así permanecer en amor hasta ponerse de acuerdo». Al ser cuestionados por la ausencia de un clérigo, respondieron: «No, el clérigo no lo puede explicar mejor que nosotros mismos, porque los primeros maestros eran también personas humildes, pescadores y tejedores» [13].

Al ser interrogados sobre sus doctrinas, declararon: «Sí, aman a Dios por encima de todo, y a sus prójimos como a ellos mismos, y aun a sus enemigos, pues están obligados a darles de comer y a beber. … Sí, están obligados a compartir unos con otros lo que tienen. … Pues le deben a Dios, primeramente, la obediencia en cuestiones de conciencia, y a las autoridades seculares, en cuestiones de orden policial. Esta no es una nueva doctrina. Viene de Cristo y están dispuestos a sacrificarlo todo, aun sus cuerpos y sus vidas, pues son sólo polvo y cenizas» [14].

A juzgar por sus propios testimonios, estamos en presencia de un movi­miento de disidencia radical frente al establecimiento cívico-religioso. Se trata de un movimiento laico que prescinde de autoridad clerical, pero que sí reconoce en su medio a personas dotadas con el carisma de la enseñanza. Entre ellos «hay artesanos que poseen la gracia para explicar las Escrituras, al igual que los apóstoles» [15]. Es fundamentalmente una Iglesia de los pobres, pues estaban dispuestos a prescindir del uso de la fuerza coercitiva para imponer la fe, al igual que para defenderse contra sus perseguidores. Representa un nuevo intento —del pueblo común— de ser protagonistas en el proyecto salvífico de Dios.

Como era de esperarse, este movimiento no pasó desapercibido. Fue severamente reprimido por las autoridades seculares. Los evangelistas itinerantes, junto con sus convertidos, sufrieron encarcelamientos, confiscaciones y multas, trabajos forzados, destierros y otras penas. El conde Enrique Alberto, que había favorecido en Wittgenstein a los refugiados en sus tierras, recibió una carta amenazante de la autoridad máxima de la Provincia de Hesse. Por haber tolerado y otorgado protección a estos disidentes refugiados, se alegaba que el conde había sido una desgracia, personalmente y para toda su región. Y se le advirtió a «no seguir tolerando ese bando vicioso y escandaloso mencionado, sino expulsarlos de inmediato de sus territorios. Que jamás debiera haberles permitido infiltrarse en su región, y mucho menos haberles defendido [16]. Para el crédito del conde Enrique Alberto, debe señalarse que respondió defendiendo a los Hermanos como «los que viven vidas agradables a Dios», y defendiendo su propio derecho de actuar con tolerancia hacia ellos [17].

Uno de los incidentes más notables de esta represión tuvo que ver con seis hombres de origen reformado de Solingen, que fueron bautizados en el río Wupper. Fueron detenidos y encarcelados hasta que los profesores de teología de varias Facultades pudieran ser consultados sobre las sentencias adecuadas. La opinión más benéfica pedía la prisión perpetua con trabajos forzados. Y esta sentencia les fue impuesta. Los seis fueron enviados a la fortaleza de Jülich donde su sufrimiento fue enorme. Finalmente, gracias a la intervención de un noble holandés, su sentencia fue conmutada. Otro hermano, Christian Liebe, fue sentenciado junto con unos anabaptistas a las galeras del rey de Sicilia por haber predicado sin autorización en Berna. Más tarde, él también fue dejado en libertad, gracias a la intervención holandesa [18].

Se ha estimado que unas quinientas personas se unieron al movimiento durante los primeros diez años [19]. Pero, debido a la severa represión sufrida por el movimiento en Europa, optaron por la emigración a la colonia de Pennsylvania en el Nuevo Mundo. En 1719 el primer contingente salió de una congregación en Krefeld. De Krefeld provenían los primeros grupos de disidentes alemanes que emigraron a la colonia establecida por los cuáqueros en América. Así que no era de sorprenderse que los Hermanos, hostigados por la persecución, buscaran libertad religiosa y oportunidad económica entre los cuáqueros. Los Hermanos de Schwarzenau partieron en 1720. En 1729, Alejandro Mack condujo a otro grupo considerable a Pennsylvania. Otros partieron en la década de 1730. Y para el año 1740, prácticamente no quedaban más miembros del movimiento de los Hermanos en Europa. Así pues, el grupo entero de los Hermanos se trasladó al Nuevo Mundo, dejando atrás la represión europea.

La Iglesia de los Hermanos en Norteamérica durante la época colonial

Los Hermanos se establecieron en las afueras de Filadelfia y buscaron ganarse la vida como artesanos, particularmente como tejedores, y agricultores, ya que las tierras eran fértiles y estaban dentro de sus posibilidades económicas.

A partir del otoño de 1722, Pedro Becker y otros Hermanos comenzaron a visitar a los Hermanos dispersos y a organizar reuniones de culto en las casas. Muy pronto hubo nuevos creyentes que solicitaban el bautismo. Como aún no había pastor ordenado entre ellos, escribieron a los Hermanos en Europa para pedir consejo. Éstos respondieron con la sugerencia de elegir a uno del grupo local como ministro. Pedro Becker, un hermano de espiritualidad ferviente y carácter reconocido, fue llamado al ministerio.

El 25 de diciembre de 1723, celebraron el primer bautismo por inmersión, acompañado de un ágape en la casa de la familia Becker. «Pedro Becker es elegido como anciano. Tras un examen preliminar, ofrece oración, y luego las 23 personas —encabezadas por Pedro Becker— salen, en la tarde invernal, en fila sencilla hacia el riachuelo congelado. … Se arrodillan. … Al terminar la oración los seis candidatos a la membresía en la familia de Dios son conducidos uno por uno al agua y bautizados en una triple inmersión. Luego la procesión vuelve a Germantown» [20]. Acto seguido, celebraron el ágape de la manera acostumbrada, lavándose los pies unos a otros, participando de una comida sencilla, saludándose mutuamente con la mano estrechada y el ósculo santo, partiendo el pan y tomando la copa, y terminando con un himno.

Este nuevo comienzo en Pennsylvania fue la ocasión para un despertar espiritual, especialmente entre la juventud. En realidad, esta fue la primera de muchas olas de avivamiento entre la población de origen alemán. Al año siguiente, todos los hombres de la nueva congregación emprendieron una gira de evangelización que les llevó a los lugares menos poblados de Pennsylvania. Una consecuencia directa de este testimonio fue la organización de dos nuevas congregaciones.

En los años siguientes surgieron diferencias de opinión y de práctica que causaron dolorosas divisiones. Pero a pesar de las dificultades, se extendieron rápidamente y en los primeros cincuenta años habían establecido 15 congregaciones en Pennsylvania y 18 más en Maryland, Virginia, las Carolinas, Nueva Jersey, y posiblemente en Georgia [21].

Una de las principales características de los Hermanos bautistas alemanes (así llegaron a llamarse en Pennsylvania) era su pacifismo. En esta convicción tuvieron todo el apoyo de sus vecinos cuáqueros y menonitas. Durante los tiempos turbulentos de las guerras civiles y de Independencia, los Hermanos sufrieron mucho y fueron víctimas de unas masacres bárbaras, sin embargo, permanecieron esencialmente fieles al mandato de Jesús: «no resistáis al que es malo». Confiaron literalmente en Dios, no sólo para su vivencia, sino para su supervivencia. A fin de lograr un patriotismo absoluto entre la ciudadanía, en 1777 la asamblea revolucionaria redactó una ley que exigía el juramento de lealtad de parte de todo ciudadano de sexo masculino de más de quince años de edad.

«La primera acción debidamente recordada en el acta de la reunión de una asamblea anual de los Hermanos en la Norteamérica colonial prohibía a los Hermanos prestar juramento de lealtad a la autoridad civil» [22]. Precisamente por negarse a prestar este juramento, el anciano Christopher Sauer, hijo, fue detenido, acusado de traidor, torturado y maltratado por el ejército revolucionario, le fueron confiscadas todas sus propiedades (era propietario de la imprenta más importante en la colonia), y murió como pobre entre los Hermanos.

Así mismo, los Hermanos permanecieron firmes en su objeción a la guerra por razones de conciencia durante las guerras contra Inglaterra (1812-1815) Y contra México (1846-1847). En la primera de éstas, algunas familias humildes cayeron en la penuria debido a las multas impuestas. La solución de los Hermanos, acordada en su asamblea anual, era la de compartir estas cargas entre todos los miembros de la congregación [23].

Desde el principio del movimiento de los Hermanos en Norteamérica, ellos se habían rehusado a recibir como miembros en sus congregaciones a amos de esclavos, pues habían expresado su oposición a todo lo relacionado con el tráfico esclavista. Su postura antiesclavista, además de su firme pacifismo, hizo que los Hermanos sufrieran mucho durante la Guerra Civil en los Estados Unidos. La historia de uno de los ancianos de la Iglesia de los Hermanos en Virginia, Juan Kline, es clásica. En su diario expresó la siguiente opinión en cuanto al patriotismo. «La expresión más alta del patriotismo se halla en la persona que ama al Señor su Dios de todo corazón y a su prójimo como a sí mismo. De estos afectos brota un amor subordinado para la patria. Un amor realmente virtuoso … en su sentido más amplio, toma como su objeto a la familia humana entera. Si este amor de alcance universal fuera el patriotismo, su definición específica, en el sentido de un amor por la patria que le hace a uno dispuesto a tomar las armas en su defensa, podría ser borrado de los vocabularios de todas las naciones» [24].

Kline fue acusado de actividades antimilitaristas y, debido a sus esfuerzos por liberar a los jóvenes Hermanos y menonitas del servicio militar, fue encarcelado y maltratado. Su visión de la unidad de la Iglesia y sus preocupaciones pastorales le llevaron a arriesgarse constantemente, cruzando las líneas de conflicto entre el sur y el norte. Bajo sospecha de actividades subversivas, fue asesinado en 1864 por algún «patriota» (en el sentido mundano del término). Gracias a su visión y fidelidad, la comunión entre Hermanos del sur y del norte se conservó intacta. Al final de la guerra en 1865, había cerca de doscientas congregaciones en el país con un total de 20.000 miembros [25].

En el curso de sus dos siglos y medio de historia en Norteamérica, los Hermanos se han extendido de costa a costa, gracias a su celo evangelizador y a la migración de sus miembros hacia el oeste. Dos agencias han contribuido a la unidad de la denominación: ancianos itinerantes y su asamblea anual. Los ministros itinerantes edificaron a las congregaciones mediante sus enseñanzas y servicio. Contribuyeron a la formación de una visión común. Juan Kline, por ejemplo, desde su base en Virginia cubrió más de 161.000 kilómetros a caballo en el curso de su ministerio. Las asambleas anuales, celebradas en Pentecostés, se caracterizaban por la predicación evangelística y eran excelentes oportunidades para practicar la hospitalidad y la comunión, esenciales para la visión de la Iglesia compartida por los Hermanos.

La Iglesia de los Hermanos ha llegado a ser una denominación más en la familia de los evangélicos en los Estados Unidos. Pero todavía perduran rasgos de su herencia radical: sencillez de vida, relaciones fraternales, resistencia a los credos que definen la fe en términos intelectuales, una evangelización integral y un testimonio de paz y justicia social.

 


1. Donald F. Durnbaugh, ed.: European Origins of the Church of the Brethren: A Source Book on the Beginnings of the Church of the Brethren in the Early Eighteenth Century, EIgin, IL, Brethren, 1958, pp. 116, 118, 119.

2. Ibíd., pp. 120-122.

3. Williston Walker: Historia de la Iglesia cristiana, Kansas City, MO, Casa Nazarena de Publicaciones, 1991 (1.a ed., 1957), pp. 441-442, 444.

4. John Howard Yoder, comp.: Textos escogidos de la reforma radical, Buenos Ai­res, La Aurora, 1976, pp. 85-86.

5. Walker, op. cit., pp. 445, 451.

6. Durnbaugh, ed., European Origins of the Church of the Brethren, p. 38.

7. Ibíd., p. 40.

8. Ibíd., p. 41.

9. Ibíd., p. 42.

10. Donald F. Durnbaugh, ed.: The Church of the Brethren Past and Present, EIgin, IL, Brethren, 1971, pp. 12-14.

11. Durnbaugh, ed., European Origins ofthe Church ofthe Brethren, p. 73.

12. Ibíd., p. 75.

13. Ibíd., pp. 75, 76.

14. Ibíd., pp. 76, 77.

15. Ibíd., p. 76.

16. Ibíd., p. 143.

17. Ibíd., pp. 144-145.

18. Durnbaugh, ed., The Church ofthe Brethren Past and Present, pp. 13-14.

19. Donald F. Durnbaugh: La Iglesia de creyentes. Historia y carácter del protestan­tismo radical, Guatemala, Semilla-CLARA, 1992, p. 145.

20. Donald F. Durnbaugh, ed.: The Brethren in Colonial America, EIgin, IL, Brethren, 1967, p. 62.

21. Dumbaugh, ed., The Church ofthe Brethren Past and Present, pp. 15-16.

22. Dale W. Brown: Brethren and Pacifism, EIgin, IL, Brethren, 1970, pp. 28-29.

23. Ibíd., p. 31.

24. Ibíd., pp. 35-36.

25. Durnbaugh, ed., The Church of the Brethren Past and Present, p. 22.