Colección de lecturas
 

PDF Fe en la periferia - Epílogo

La fe en la periferia de la historia
por Juan Driver
Copyright © 1997 Ediciones SEMILLA (Guatemala) y CLARA (Colombia)
Reproducido aquí con permiso.



Epílogo [1]

He aquí mi siervo, yo le sostendré; … he puesto sobre él mi Espíritu; él traerá justicia a las naciones. … por medio de la verdad traerá justicia. No se cansará ni desmayará, hasta que establezca en la tierra justicia; y las costas esperarán su ley. (Isaías 42:1,3,4)

El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor. (Lucas 4:18-19)

Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable; vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia. (1 Pedro 2:9-10)

Los movimientos de restauración radical gozan de una historia larga y despareja en la cristiandad occidental. Es posible descubrir sus raíces en los movimientos de reforma proféticos y sacerdotales en Israel antiguo, descritos en el Antiguo Testamento. Sin embargo, sus raíces más inmediatas se hallan en Jesús de Nazaret y en la comunidad mesiánica reunida en torno a él en el primer siglo. Esta historia se relata en las páginas del Nuevo Testamento. En el curso de los siglos siguientes la iglesia cristiana llegó a establecerse bajo el patrocinio del poder civil y, en este proceso, la dinámica de la fe y la vida concreta de la iglesia fueron notablemente cambiadas. Por eso la historia de los movimientos de restauración radical se ha seguido narrando principalmente como una historia alternativa a la de la iglesia establecida.

La historia del pueblo cristiano relatada aquí no pretende ser completa. Muchos grupos y movimientos comparten esta historia alternativa. Las historias de los movimientos radicales relatadas aquí, sin embargo, serán suficientes para ayudarnos a tomar nota de los elementos comunes que caracterizaron estos grupos; ayudarnos en nuestros esfuerzos por reconocer sus manifestaciones en nuestro propio tiempo; e inspirarnos a mayor fidelidad a Jesucristo y lealtad a su causa en nuestro propia vivencia.

1. Autoridad espiritual

Los movimientos radicales generalmente han encontrado la autoridad para su vida y misión en las Escrituras y en la acción del Espíritu Santo, tal como ellos la han experimentado. Históricamente, este enfoque ha sido la alternativa tomada frente a una creciente dependencia en definiciones doctrinales ortodoxas (tal como se han definido en los concilios ecuménicos) y en las tradiciones de la iglesia institucional (tales como han sido incorporadas en su liderazgo clerical y en sus prácticas eclesiásticas).

Por cierto, esto ha conducido a su visión de lo que realmente constituye una historia de la iglesia cristiana. En la cristiandad establecida la historia de la iglesia incluye las memorias de las doctrinas y las instituciones, centradas mayormente en el protagonismo del liderazgo clerical (con énfasis especial en las maneras en que éste ha ejercido una influencia sobre la sociedad en general). Estas han sido las materias primas para la elaboración de la historia de la iglesia. En estos círculos se ha dedicado mucha atención al desarrollo progresivo de la doctrina y la tradición eclesiásticas.

Por otra parte, entre los movimientos radicales, el enfoque de la historia de salvación, tal como se relata en el Antiguo y el Nuevo Testamentos, llega a ser mucho más central para su auto-comprensión y más normativo para su vida y misión. Los movimientos radicales generalmente se parecen mucho más a los movimientos de restauración proféticos y mesiánico de la historia bíblica que a la historia de su desarrollo posterior en la cristiandad.

2. Comunidad restaurada

Profundamente enraizado en la conciencia de estos movimientos radicales hay un profundo sentido de su carácter fundamentalmente comunitario como pueblo. Su concepto de salvación es esencialmente relacional, comunión restaurada con Dios y entre los seres humanos. En toda la amplia gama de estos movimientos radicales hallamos, en una forma u otra, este sentido fuerte de comunidad restaurada. Juntamente con la antigua visión profética y la experiencia de la iglesia neotestamentaria, eran precisamente aquellos de quienes se decía «no erais pueblo» que han llegado a experimentar, en el contexto de estos movimientos radicales, la salvación de la gracia de Dios en la comunión concreta del pueblo de Dios.

Como pueblo de Dios, se veían como las primicias de una creación restaurada. Era su papel misional representar la vanguardia de la nueva era, de un pueblo restaurado por medio del cual habría de correr de nuevo el verdadero sentido de la historia de salvación.
Al igual que en el Nuevo Testamento, donde aquellos más atraídos a la salvación mesiánica parecen haber sido los pobres y los marginados, las mujeres, los excluidos, los ceremonialmente inmundos, los despreciados, los pecadores, et al., estos movimientos radicales llegaron a ser, de nuevo, una iglesia de los pobres. Sin acceso al poder, ni a las riquezas, ni al prestigio que a menudo estaban al servicio de la cristiandad establecida, éstos han tenido que depender literalmente de la providencia y de la protección de Dios para su salvación. Por eso, la doctrina de la «salvación por la gracia» generalmente toma un sentido mucho más amplio y profundo entre estos movimientos de fe radical que entre los feligreses de las iglesias establecidas.

3. Una comunidad del Espíritu

Los movimientos radicales todos se han caracterizado por su sensibilidad al Espíritu del Cristo viviente presente en el mundo y, de manera especial, en su Cuerpo, la Iglesia. Esto era especialmente evidente en los movimientos como los Montanistas del siglo segundo, los Valdenses del siglo doce, los Anabautistas del siglo XVI, los cuáqueros del siglo XVII y los Pentecostales del siglo XX.

Esto ha conducido a que fueran liberados de lo que ellos percibían como el ejercicio de un monopolio sobre los medios de la gracia, sacramental y clerical, por parte de la Iglesia establecida. Entre ellos la voz del Espíritu no se limitaba a un élite eclesiástico, ni a los teológicamente iniciados, ni a aquellos que controlaban los medios de comunicación, escrita o electrónica. De una manera nueva, el pueblo común que no tiene otra alternativa que depender de medios de comunicación sencillos, orales y aurales, quedaba dotado con poder espiritual. Laicos comunes llegaban a ser protagonistas activos en la vida y misión de la iglesia. Comprensiblemente, en todos los movimientos mencionados en esta sección, las mujeres llegaron a participar de forma más plena en el culto y la misión de la iglesia, a pesar de que los valores sociales y las costumbres tradicionales que caracterizaban los sectores seculares y eclesiásticos dominantes dictaran lo contrario.

Esto ha significado que el lugar de los ministerios carismáticos, inspirados por el Espíritu, tales como testimonio profético y evangelización y misión apostólicas han sido reconocidos con nuevo énfasis. Bajo el monopolio de facto de la cristiandad, la predicación no-autorizada era prohibida a los Valdenses por el Catolicismo establecido y a los Anabautistas y a los cuáqueros por el Protestantismo establecido. De acuerdo con la visión de los radicales, en el Espíritu del Cristo viviente todos los cristianos se convertían en candidatos para ejercer los ministerios carismáticos, tanto para la edificación del Cuerpo de Cristo como para el cumplimiento de la misión de Dios en el mundo.

4. Comunidades de compasión

Estos movimientos radicales fueron marcadamente caracterizados por su compasión, inspirada por el evangelio, hacia los marginados dentro de una cristiandad oficial que llegaba a ser cada vez más endurecida frente al sufrimiento humano. Los movimientos Montanista y Donatista y los Padres del Desierto todos respondían con compasión a las poblaciones rurales que sufrían los efectos devastadores de las políticas socio-económicas oficiales. Los Franciscanos primitivos y los Valdenses fueron modelos de liberación humana, restaurando la dignidad a los marginados de la sociedad dominante - a los leprosos, a los indigentes, a las mujeres y a los niños. Los pueblos campesinos, molidos bajo los pies de sus opresores, hallaban nueva esperanza entre los Hermanos Checos y los Anabautistas. Los no-evangelizados, que han vivido marginados por la cristiandad de su época, hallaron nueva vida y esperanza entre los lolardos en Inglaterra medieval, al igual que en el contexto de las Comunidades Eclesiales de Base en América Latina de nuestros tiempos.

En el contexto en que una caridad condescendiente era lo mejor que los pobres y los marginados podían esperar de una iglesia aliada con el poder, los movimientos radicales eran esencialmente iglesias de los pobres que vivían y testificaban en solidaridad con los pobres. En este proceso los pobres han llegado a ser, no solo los objetos de los ministerios caritativos de la iglesia y de su evangelización, sino también los sujetos de su propia liberación. Más que meramente disentir de la iglesia establecida con su estrecha alianza con el poder y las riquezas, movimientos tales como los Valdenses y los Franciscanos llegaron a ser agentes para la re-evangelización de la cristiandad europea. Tal como fue el caso de los profetas antiguos, veían que la esperanza de salvación para los opresores estaba relacionada con su disposición a realmente oír el clamor de los oprimidos.

5. Una iglesia del pueblo

Estos movimientos radicales protestaban, lo que ellos percibían ser, el monopolio institucional sobre los medios de la gracia, tanto sacramental como doctrinal. En general buscaban devolver la iglesia con sus beneficios salvíficos al pueblo común. Para estos movimientos radicales, ser la iglesia significaba ser una iglesia de los pobres, de aquellos sin acceso a las fuentes del poder y las riquezas del mundo.

Movimientos tan diversos como los «hermanos menores» de Francisco de Asís, en el siglo doce, y los Hermanos irlandeses primitivos, del siglo XIX, tendieron un puente sobre el abismo presente en la comprensión, tan común en la cristiandad, que efectivamente separaba el sacramento del Cuerpo de Cristo y la realidad de vida compartida en el Cuerpo de Cristo. Los hermanos menores experimentaron «la mesa del Señor» en la medida en que el pueblo común de Asís compartía su pan con los hermanos hambrientos. Los últimos percibieron en el acto concreto de partir el pan juntos la esencia misma de ser la iglesia de Jesucristo. En el Norte del África, los Donatistas hablaron por muchos cuando preguntaron, ¿qué tiene que ver el emperador, como autoridad imperial, con la iglesia?

En contraste marcado con aquellas iglesias reformadas que se beneficiaron del establecimiento oficial, entre los radicales el «principio protestante» del sacerdocio de todos los creyentes llegó a realizarse de manera notablemente más plena. En nuestro propio tiempo las Comunidades Eclesiales de Base en América Latina son nuevas expresiones de la preocupación por restaurar la iglesia al pueblo, especialmente al pueblo pobre y marginado, tal como se vislumbraba en los evangelios.

6. Ecumenicidad radical

Aunque fueran muchas veces minorías perseguidas, estos movimientos radicales de ninguna manera eran sectarios en su visión social. La catolicidad (universalidad) fundamental de estos movimientos se expresaba por medio de lo que podríamos llamar una «sucesión apostólica» de fe y vida, en contraste con el Catolicismo Romano oficial que reclamaba para sí una sucesión no interrumpida de obispos, originándose históricamente con los apóstoles del Nuevo Testamento.

Los Anabautistas primitivos basaban su visión misional en el Salmo 24:1, «De Jehová es la tierra y su plenitud; El mundo y los que en el habitan». De ahí surge su visión universal de misión y de su propia participación en los propósitos salvíficos de Dios. En lugar de concebirse como un mero remanente minoritario, estos movimientos generalmente se veían a sí mismos como presagios del nuevo orden de Dios. Este es el mismo Espíritu que orientaba a los cuáqueros del siglo XVII en su misión. Ellos caminaban «gozosos por el mundo, respondiendo a aquello de Dios en cada uno», sin la menor intención de simplemente sumar números al total de los cuáqueros en el mundo mediante un esfuerzo proselitista. En su auto-comprensión, ellos representaban la vanguardia de la restauración de todas las cosas.

Entre estos movimientos radicales las imágenes neotestamentarias de forastero y peregrino tomaron nuevo sentido. Su ciudadanía verdadera estaba en un reino en que los tradicionales límites de raza, pueblo, política y cultura se trascendían y las definiciones limitadas comunes de nación o patria, y el patriotismo que éstos reclamaban para sí, se sobrepasaban por mucho. En el tercer siglo Orígenes había dicho que el mejor servicio que los cristianos podían ofrecer a la sociedad era sencillamente ser la iglesia. Juan Wesley, en el siglo XVIII, veía al mundo entero como su parroquia. Y Juan Kline, pacificador y activista de la Iglesia de los Hermanos durante los años de la guerra civil en los Estados Unidos de Norteamérica, actuó inspirado por su amor por «toda la familia humana» que sobrepasaba por mucho las meras lealtades patrióticas.

7. Una iglesia misional

La identidad esencial y las prácticas fundamentalmente misionales de las comunidades cristianas primitivas fueron víctimas del establecimiento de la Iglesia Cristiana por el poder temporal. En el Catolicismo una visión misional se recuperó, únicamente en parte, mediante la formación de las órdenes misioneras en la Iglesia. Por su parte, los radicales aplicaron la gran comisión a la comunidad de fe entera, en lugar de limitarla al clero, regular o secular. Ellos concibieron a la iglesia como una comunidad esencialmente misional.

Movimientos radicales de restauración no se interesaban meramente en la restauración de la iglesia por su propio beneficio, sino también en los intereses de misión auténtica. Su visión de la iglesia como comunidad de contraste era parte fundamental de su identidad esencialmente misional. Los movimientos radicales han entendido su postura no-conformista frente a los valores que predominan en la sociedad secular como básica para su fidelidad misional. Los obispos latinoamericanos de nuestros tiempos han reconocido que las Comunidades Eclesiales de Base son elementos fundamentales para una auténtica realización de la iglesia, y estructuras primarias para la evangelización.

La visión comunitaria de la misión como «ciudad asentada sobre una montaña» que articuló Jesús mismo, también ha inspirado a los radicales a través de los siglos. Estos movimientos han surgido, sin hacer de su propia supervivencia un fin en sí, a ser buscado a toda costa. Fidelidad en su misión fue, más bien, el criterio para su agenda y estrategia. Por eso las posturas y estrategias misionales de los movimientos radicales han tendido a ser más inclusivas y globales que las de las iglesias establecidas.

8. Una comunidad transformadora

Generalmente perseguidos como disidentes, estos movimientos vieron en sus sufrimientos y su martirio un extraordinario poder testimonial y una eficacia para efectuar cambios sociales deseados. Se trataba de una estrategia alternativa al ejercicio del poder coercitivo de parte de los poderes civiles y de las iglesias establecidas por ellos. Sobrevivientes del crisol de la violenta represión oficial tras la sublevación campesina en Europa central en las primeras décadas del siglo XVI y de la persecución dirigida contra los conventículos que formaron como alternativa a la postura intolerante del poder civil y eclesiástico, los Anabautistas articularon el sentir de muchos de los radicales que sufrieron los efectos de la represión cruenta de los poderes de su tiempo. «Tampoco hay que proteger con la espada al Evangelio y a sus adherentes, y éstos tampoco deben hacerlo por sí mismos».

De acuerdo con su visión, gestada en el sufrimiento, ellos entendieron que la iglesia no necesita ser patrocinada por el poder secular, ni tampoco necesita emplear un poder coercitiva en su papel de agente de Dios en la transformación social. El poder para lograr transformación auténtica se halla en su condición de siervo y en el sufrimiento vicario, cuya mayor expresión se halla en la cruz del Mesías, más bien que en el poder de la espada al servicio de las autoridades, sean eclesiásticas o seculares.

La regeneración interior que ellos experimentaron se manifestaba concretamente en forma de transformación relacional, tanto personal como social. Este rasgo caracterizaba a todos estos movimientos, desde los Montanistas del segundo siglo hasta las Comunidades Eclesiales de Base del siglo XX. En todos estos movimientos hemos notado una preocupación extraordinaria por la justicia social y el bienestar humano. En todos hemos notado relaciones económicas que favorecían más a los pobres, a los menospreciados y a los miembros más débiles de la sociedad, que las de las estructuras económicas tradicionales. Estos movimientos han demostrado en la práctica que son relevantes para una transformación social, aun cuando no han tenido acceso al poder político. En estos movimientos notamos recursos espirituales para una transformación auténtica que se escapan a esas estructuras, aun las religiosas, en que la participación es, de una manera u otra, impuesta y, por lo tanto, no es libre y voluntaria.

Con sencillamente atreverse a ser radicalmente no-conformistas en su sociedad, muchos de estos movimientos llegaron a ser agentes de transformación social. Pedro Chelcicky y los Hermanos Checos del siglo quince protestaron el sistema imperante de clases sociales dentro de la cristiandad con un ataque sin tregua contra estas injusticias. Ellos basaron su crítica sólidamente en el Evangelio. Los Cuáqueros, por ejemplo, rehusaron quitarse el sombrero ante personas de alto rango en su sociedad, a pesar de las convenciones sociales que dictaban lo contrario y usaron pronombres familiares para dirigirse a personas de alto rango al igual que a la gente común y corriente, desafiando así las distinciones clasistas anti-evangélicas de su época. Se vestían de ropa confeccionada de textiles no teñidos y de producción casera para protestar el sistema esclavista en que las empresas textiles estaban basadas. Ellos fijaron los precios de venta de sus productos basándose en los costos de producción más bien que en las llamadas, «leyes del mercado». Y todo esto lo hacían, no meramente para ser diferentes, sino a fin de contribuir concretamente a la transformación de la sociedad.

9. Un paradigma del futuro

A veces nos imaginamos que los movimientos radicales de renovación están orientados por, y atados a, sus raíces en el pasado. Es precisamente esta cimentación en sus raices, en las auténticas fuentes proféticas y mesiánicas de su vida y visión en la historia de salvación que les ha provisto a estos movimientos su orientación esencialmente escatológica, es decir, orientados por la meta hacia donde se mueve.

Comenzando con los Montanistas del segundo siglo, estos movimientos han incluido a visionarios inspirados por el Espíritu, en el mejor sentido de los términos. Al igual que en el Libro de Apocalipsis, el llamado a una perseverancia fiel y constante frente a la represión y la persecución en manos del adversario generalmente está basado en una visión escatológica del futuro hacia donde Dios se les está moviendo. A veces se referían a los sufrimientos intensos que resultaban de la persecución a que fueron sometidos como los «dolores de parto» de la nueva era. Los Cuáqueros primitivos entendieron su misión en el mundo como participación en la «guerra del Cordero», conflicto que se libraba con los mismos armamentos que empleó Jesús, el Cordero de Dios, en su victoria en el conflicto con los poderes del mal.

Las imágenes de la Nueva Humanidad y de la Nueva Creación, tan importantes en la auto-comprensión de la Iglesia primitiva, han jugado un papel fundamental en el sentido de identidad y perspectiva misional de estos movimientos radicales. A juzgar por la seriedad con que ellos tomaron su «novedad» en Cristo, estas metáforas neotestamentarias seguramente estimularon su imaginación. Para ellos, la obra redentora de Cristo conllevaba dimensiones reconciliadoras y restauradoras que no siempre han sido apreciadas en las doctrinas tradicionales de la obra redentora de Cristo en la cristiandad. Otro ejemplo de esto puede verse en la extraordinaria sensibilidad franciscana a la presencia de Dios en todo el orden creado. Lo mismo puede afirmarse de la visión cuáquera de la creación, tanto la humana como la material.

Conclusión

Esta es la historia de una Iglesia inspirada por las mismas imágenes bíblicas que alimentó el sentido de identidad y auto-comprensión misional de la Iglesia primitiva de la era neotestamentaria. Ellos también hallaron inspiración y consuelo en las humanamente precarias imágenes de peregrinación. Su profundo sentido de comunión restaurada ha sido alimentado por las imágenes populares tomadas de las Escrituras, recordándoles continuamente de su condición de pueblo. Constantemente se han renovado mediante la presencia viviente del Espíritu de Cristo entre ellos y desafiados por las imágenes del Nuevo Orden divino que Dios ya ha comenzado a crear en su medio. Y el poder espiritual de las imágenes de transformación ha sido una fuente continua de ánimo para esta humanamente débil y sufriente iglesia en su testimonio bajo el signo de la cruz.


1. Este epílogo es d nueva redacción y reemplaza el que venía en la edición de 1997 del libro. (Juan Driver, 2007)