Colección de lecturas
 

PDF León, "En mis palabras: Testimonio y reflexión"

Nuevos caminos en psicología pastoral
Daniel S. Schipani, editor

Ediciones Kairós, en colaboración con
Pandora Press y Ediciones SEMILLA



Capítulo 10
En mis palabras: Testimonio y reflexión
Apéndice: Bibliografía
Jorge A. León

Soy místico y racionalista al mismo tiempo [1]. San Pablo jamás habría proclamado su doctrina de la predestinación, sin su encuentro con Jesucristo en el camino hacia Damasco. Igualmente, Juan Wesley jamás habría predicado como lo hizo, sin su experiencia transformadora en una capilla de la calle Aldersgate, en Londres, el día 24 de mayo de 1738. Sin pretender compararme con San Pablo o con Juan Wesley, no puedo dejar de expresar mi identificación con ellos por el cultivo equitativo que hicieron de lo espiritual y de lo intelectual. San Pablo fue el más culto de los apóstoles y quizás el que tuvo la más profunda experiencia espiritual. Me cautiva la dinámica imagen de Juan Wesley a caballo, con el corazón ardiente y sus alforjas llenas de libros. Jesucristo es para mí, además de Señor, Salvador y Maestro, mi arquetipo de lo humano. Pablo y Wesley son mis ejemplos de que es posible la plenitud de vida sin dejar de ser humanos.

Estoy muy lejos de alcanzar la meta. Acepto mis limitaciones existenciales. Evito caer en el perfeccionismo obsesivo, la petulancia del santurrón, el narcisismo o la frustración. Soy humano y pecador, pero aspiro a la perfección cristiana que veo todavía lejana. Soy una mezcla rara, ya que considero que soy, al mismo tiempo, místico y racionalista. Me siento identificado con el pensamiento de Rudolf Otto que dice:

Cuando en una religión se mantienen vivos y despiertos los elementos irracionales, éstos la preservan de convertirse en racionalismo. La saturación y enriquecimiento con los elementos racionales la preserva de descender al fanatismo... La existencia de ambas especies de elementos, formando una sana y bella armonía, constituye el criterio propiamente religioso que sirve para medir la superioridad de una religión [2].

Debo confesar que hay dos grandes misterios que me cautivan: Dios y el ser humano. Por eso he sido, soy y seré hasta el día de mi muerte, un estudiante de teología y de psicología. Procuro acercarme a estos dos misterios tanto mediante la búsqueda de nuevas experiencias interpersonales como por el estudio exhaustivo de la realidad. En las páginas siguientes presentaré unas ventanas a mi vida y mi ministerio a manera de testimonio acompañado de reflexiones en torno a mi espiritualidad cristiana y mi vocación pastoral.

Hogar y espiritualidad

Haciendo un análisis de mis experiencias religiosas y de mis inquietudes intelectuales, veo un designio de Dios quien por su gracia me eligió para ser ministro suyo. Las tendencias místicas las tengo desde antes de cumplir seis años. Fue algo que surgió espontáneamente de mi interior. Cuando era niño, nadie me enseñó absolutamente nada acerca de Dios o de la religión. Movido por una fuerza interior desconocida, desde niño busqué a Dios, y lo encontré. Nací en Cuba, el 23 de abril de 1930, en pleno campo cerca de la famosa Bahía de Cochinos. Ni siquiera hubo un médico para asistir a mi madre. ¡Mis padres eran tan pobres! Una partera improvisada fue la única ayuda. Nací en un humilde bohío de techo de paja y piso de tierra que conocí años después cuando le pedí a mi padre que me llevara al lugar donde había nacido. Tenía dos años cuando mis padres se mudaron a una casa mejor. El techo era de chapas de zinc, parte del piso era de madera y parte de tierra. En casa no teníamos agua corriente, ni luz eléctrica, ni servicios sanitarios. Mamá cocinaba con leña y la ceniza la utilizaba para blanquear la parte del piso que era de tierra. Como no me avergüenzo del Evangelio, tampoco me avergüenzo de mi extracción humilde. Por eso reafirmo, con José Martí, en sus Versos sencillos: «Con los pobres de la tierra quiero yo mi suerte echar; el arroyo de la sierra me complace más que el mar» [3].

En esa casa viví hasta los seis años y allí comenzó mi vida espiritual. La casa más cercana estaba a un kilómetro de distancia entre campos de caña de azúcar. Allí vivían mis padrinos. Durante mis primeros seis años no visité el pueblito más cercano; por lo tanto, nunca había visto una iglesia, ni un sacerdote. La única influencia religiosa que tuve fue ver a mi madre, cada noche, encender una lamparita de aceite ante la imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre, persignarse y rezar el Padrenuestro. Ella nunca trató de enseñarme su oración y yo jamás se lo pedí. La necesidad espiritual se expresaba en mí en una forma muy diferente. Me hice mi propio santuario en el centro de un cañaveral, lugar que sólo yo conocía. Allí iba todos los días. Había apartado las cañas y amontonado paja. Sentado sobre la paja contemplaba el cielo, en la soledad del cañaveral, y hablaba con el Creador ofreciéndome para servirle. Yo le había preguntado a mi padre sobre las personas que servían a Dios. Él me informó que los sacerdotes se ocupaban de esos menesteres. Al instante le dije: «Papá, yo quiero ser sacerdote». Es significativo el parecido que tengo con Víktor Frankl en cuanto a la influencia de mi padre y de mi madre sobre mí. Papá el estudioso, el que enseñaba a los guajiros, el masón, y mamá la que era fiel a la Virgen de la Caridad del Cobre [4].

Existe dentro de mí una inclinación natural y espontánea al servicio de Dios. El análisis de mis propias experiencias espirituales me ha llevado a enfatizar la enseñanza bíblica del ser humano como imagen de Dios. La intuición de lo divino estaba en mí antes de que alguien me hablara del Evangelio. Dios se manifiesta a través de las huellas que ha dejado en su máxima creación. Llamo revelación subjetiva a la que se encuentra dentro del sujeto desde siempre. En otras palabras, lo que procede de la imagen de Dios que está presente en todas las personas, creyentes o incrédulas; aunque en cada una se manifiesta con diferente matiz e intensidad. La espiritualidad se expresa especialmente a través del arte, la filosofía y la religión. De hecho, todos los seres humanos somos de alguna manera artistas, filósofos y religiosos; pero lo somos con diferente intensidad. Algunos seres humanos no se dan cuenta de su creatividad, ni de su espontaneidad, para desarrollar todo lo referente a su espiritualidad y a su responsabilidad moral.

Lo trascendente de mi experiencia, lo que llamo revelación objetiva, Dios me lo comunicó a través de mi padre. En 1936 no había escuelas en las zonas agrícolas de Cuba. En 1938, un par de años después de nuestra mudanza al pueblo, se instaló una cerca de donde yo vivía. Mi padre fue un autodidacta, un hombre luchador y esforzado, y un gran visionario. Estuvo a punto de perder su vida en 1933 cuando las tropas del dictador Gerardo Machado cercaron nuestra casa con la intención de matarlo. Papá pertenecía al movimiento revolucionario ABC. Recuerdo haber visto dos fusiles que quedaron en casa después de la caída de Machado ocurrida en 1933. De chico me contaron cómo papá había enfrentado a los soldados de Machado venciéndolos con su inteligencia sin necesidad de utilizar su fusil.

Habiendo transcurrido tres años desde la caída del dictador y esfumadas las esperanzas de que se crearan escuelas para los niños campesinos, mi padre tomó una tremenda decisión: «me mudaré al pueblo para que mis hijos puedan estudiar». Para cumplir su propósito no le quedó más remedio que vender la carreta y los bueyes con que llevaba su caña de azúcar al ingenio azucarero. Esa compulsión al sacrificio por amor, le obligaba a recorrer muchos kilómetros cada día para trasladarse desde el pueblo hasta el lugar donde trabajaba la tierra con sus manos. Temprano a la mañana lo veía partir en su caballo negro para regresar casi de noche. Algunos parientes se burlaban de él. Para ellos mi padre era «el loco que había vendido su carreta y sus bueyes para que sus hijos pudieran estudiar». El sacrificio de nuestro padre fue un incentivo constante para los cuatro hijos, tres de los cuales hemos sido profesionales universitarios. Hay una conexión estrecha entre lo que yo sentía como vocación religiosa y la actitud sacrificada de mi padre. Dios no era ajeno a ambos acontecimientos. Dios actúa desde adentro y desde afuera del ser humano.

A partir de esta realidad humana debe prepararse todo programa de humanización mediante la evangelización y el asesoramiento pastoral, que son dos procesos complementarios de educación, entendida como formación y transformación. Justamente la palabra educación viene de dos verbos latinos que complementan su definición: educare, que significa «criar, alimentar, instruir», y ex-ducere que equivale a «extraer, sacar afuera, hacer salir». Educar no es sólo el proceso de incorporar elementos que eran ajenos al sujeto. Básicamente la educación consiste en despertar lo que el sujeto tiene adentro. En perspectiva teológica, es motivar a cada ser humano para que tenga una apertura, y una disposición para que la imagen de Dios, que lo habita, pueda expresarse plenamente. La educación, a veces, es semejante al adiestramiento o a la domesticación de un animal. Esa es la mala educación que deshumaniza cercenando en el ser humano lo esencialmente humano.

La educación supone un cambio duradero, una verdadera transformación interior del sujeto. Este hecho nos permite hablar de una ‘segunda naturaleza’ que eleva a la naturaleza originaria. Esta transformación permanente que hace de un individuo informado un ser formado, abre un abismo profundo e infranqueable entre la educación del hombre y el adiestramiento del animal [5].

Otras experiencias formativas

Al llegar al pueblo fui, muy emocionado, a la Iglesia Católica. Dedicaba mucho tiempo a la meditación y a la oración. Me destacaba en el estudio del catecismo. Recuerdo haber tenido experiencias místicas entre los seis y los nueve años. En una ocasión en que estaba meditando frente a un cuadro de Jesús que estaba sobre una pared de mi casa, con floreros a ambos lados, inesperadamente el agua saltó de uno de los floreros y me mojó. En aquel momento sentí que Dios me había bautizado de nuevo. Fue una experiencia inolvidable, tenía solo ocho años. Tiempo después me vino la duda: ¿no habría una rana en el florero y al saltar me mojó? El racionalista que hay en mí siempre ha sido el tábano que aguijonea al místico que también está en mí. Múltiples han sido las experiencias espirituales que he tenido. De ahí mi concepto de la conversión como un proceso [6].

A los catorce años, debido al mal ejemplo de un sacerdote, abandoné desilusionado la Iglesia Católica, pero seguí siendo católico. En una competencia sobre doctrina cristiana yo tenía la más alta puntuación. En segundo lugar estaba el hijo de un rico comerciante de mi pueblito de ocho mil habitantes, Aguada de Pasajeros. El sacerdote citó a todos los chicos, menos a mí, para una nueva prueba. Y el hijo del rico pasó al primer lugar. Perdí el primer lugar y por lo tanto el premio por la traición de mi propio sacerdote. Cuando le reclamé, tuvo el atrevimiento de decirme en mi propia cara que él me había citado y que yo había perdido los derechos al faltar a la prueba. Con mis catorce años me sentí desilusionado y traicionado. Por eso abandoné la iglesia, pero no a Dios.

Dos años después conocí al pastor metodista Razziel Vázquez Viera. Este hombre siempre tenía algo que comprar cuando yo estaba atendiendo el mercadito familiar, y nunca desaprovechó la oportunidad para hablarme del Evangelio. Cansado de su insistencia, fui excesivamente agresivo con él, llegué a llamarle hereje, justo lo que me habían enseñado en mi iglesia. Siempre el pastor respondió mis agresiones con suaves palabras que desarmaban mis argumentos. Un día llegué a la máxima agresión en mi rebeldía adolescente; pero, en lugar de enojarse, el pastor me dijo: «No se preocupe, joven, por lo que acaba de decirme, porque yo sé que Dios lo ama a usted tanto como me ama a mí, y yo trabajo para Él». Sus palabras iban acompañadas con una mirada afectuosa. Muy asombrado me dije: «este hereje es mejor cristiano que yo». Entonces le pedí disculpas. Y desde ese momento comencé a tratarlo con respeto y simpatía. Así, a través de la presencia y de la postura pastoral de este hombre de Dios en su diálogo conmigo, además de su predicación, me convertí el día 2 de Octubre de 1946. Por eso le dediqué mi libro sobre la evangelización a la persona que me evangelizó, agradeciéndole de corazón la paciencia y la perseverancia que tuvo conmigo.

Estudios superiores y nueva residencia en Argentina

Cuando fui a estudiar al Seminario Evangélico de Teología en Matanzas, Cuba, estaba convencido de que Dios me había llamado en el cañaveral, antes de los seis años. A esa temprana edad mi identidad estaba marcada por mis experiencias infantiles. Cerca del Seminario me hice otro santuario, esta vez sobre una colina al borde del Valle del Yumurí. Iba una vez por mes y pasaba todo el día en ayuno y oración. Nadie supo en el Seminario de mis actividades espirituales secretas. Así repetí la experiencia del cañaveral.

Yo había recibido una formación fundamentalista y por lo tanto entré en conflicto en el Seminario. Pensé abandonar los estudios. No podía entender que Moisés no fuera el autor del Pentateuco, como mi pastor me había enseñado; o que el libro de Isaías no fuera el producto de la predicación de un profeta sino de tres. Mis conflictos se resolvieron mediante una experiencia mística al escuchar un coro inexistente cantar el himno «Sal a sembrar sembrador de paz» en un lugar solitario. El racionalista que hay en mí dudó de mi salud mental, el místico aceptó lo sobrenatural. Al final no abandoné los estudios y gracias a esa experiencia hoy soy pastor. He tenido otras experiencias cuyo relato ocuparía demasiado espacio. Sólo quiero señalar mi constante lucha dialéctica interna entre la fe y la no—fe, entre el místico y el racionalista. En uno de mis libros he escrito:

La duda, como realidad existencial, es un ingrediente fundamental en el proceso de alcanzar una fe madura... La duda neurótica paraliza el crecimiento armónico de la personalidad, la bloquea y la hace perder energías en un movimiento circular sin sentido y sin posibilidad de realización [7].

Ya en el Seminario de Matanzas manifesté mi interés por la psicología pastoral. Mucho me estimuló el Dr. René Castellanos quien fuera mi profesor y tutor de tesis para la obtención del título de Bachiller en Teología. El título de mi tesis fue: «Un análisis del uso de la psicología pastoral de 1930 a 1950».

En 1952, simultáneamente con mi segundo pastorado [8], comencé mis estudios universitarios. Entonces no existía en Cuba una Facultad de Psicología, pero se podía hacer un doctorado en filosofía especializándose en psicología. Para ello debía tomar todas las materias optativas sobre ese campo. Mucho trabajé en mi tesis sobre La psicoterapia aplicada a la religión, y por eso no fue sino hasta 1961, ya bajo el gobierno revolucionario, que recibí mi doctorado. A la terminación del acto académico en que hice una disertación, el presidente de la mesa examinadora, Dr. Fernández Retamar, vestido de miliciano y con un revólver a la cintura, me dijo: «La revolución necesita de hombres como usted. Aquí le dejo mi tarjeta. El día que se decida a dejar la iglesia y unirse al partido, sólo tiene que llamarme». Confieso que más de una vez me sentí tentado a llamarlo.

El marxismo es una doctrina sugestiva y atrayente para las personas idealistas y visionarias, especialmente para los que somos de origen humilde. Esta doctrina sería una maravilla puesta en práctica por robots. No es tan maravillosa cuando se la impone a los humanos por la fuerza. Evidentemente lo que falla es el hombre pecador. Mi extracción humilde me llevó al estudio cuidadoso y entusiasta del marxismo. Llegué a la conclusión de que mi opción no estaba con el capitalismo ni con el comunismo, sino con el Evangelio redentor. Esta convicción explica por qué elegí vivir en la Argentina y no en otro lugar. Todo lo social cabe dentro del Evangelio, pero todo el Evangelio no cabe dentro de lo social. El Evangelio existe antes que el capitalismo y que el comunismo, y seguirá existiendo cuando ambas ideologías no existan más. Necesitamos un nuevo orden socioeconómico en el mundo, y la iglesia tiene una función importante que cumplir al en la búsqueda del nuevo orden. La iglesia, aunque débil y enferma, está llamada a ser la enfermera del mundo y la clave de su última esperanza. La psicología pastoral, como parte de la teología, tiene como objetivo clave sanar y capacitar a la iglesia para que pueda salvar al mundo a través de la proclamación, puesta en práctica, de la totalidad del Evangelio de Jesucristo.

Fui a Europa a hacer un doctorado en teología en la Facultad Protestante de Montpellier, Francia. Antes de terminar viví una terrible angustia. ¿Debía regresar a Cuba ante la posibilidad de ir a un campo de concentración de las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (U.M.A.P.)? ¿O debía quedarme fuera de Cuba? Si no regresábamos... ¿dónde ir? Cuando estábamos en Cuba, con mi esposa, habíamos decidido quedarnos en el país; pero, si no teníamos el valor de afrontar las dificultades, saldríamos de Cuba, pero también del ministerio. Ante la necesidad de tomar la decisión de regresar o no, de seguir o no en el ministerio, perdí diez kilogramos de peso en seis meses. Al final, decidimos regresar a América Latina pero no a Cuba, y permanecer en el ministerio.

El 17 de octubre de 1967 llegué a la Argentina con mi esposa Nancy, y nuestros tres hijos—Jorge Abel, Joel Abelardo y Juan Ángel—el menor nacido en Francia. Desde entonces este maravilloso país es nuestra patria adoptiva. Soy argentino naturalizado y un ciudadano comprometido.

Escritor, pastor y psicólogo

En 1971 me inicié como editor de mis propios libros. Al buscar un nombre para mi editorial no encontré otro mejor que pléroma, palabra griega que significa «plenitud». Este nombre está relacionado con lo que considero la columna vertebral de mi pensamiento teológico, y mi actividad pastoral expresado en todos mis libros: el logro de la plenitud de vida mediante el completamiento de la condición humana según el modelo que nos ha dado Dios en la persona de Jesucristo. La iglesia ha predicado a Jesucristo como Señor, Salvador y Dios, y ha hecho bien. Pero ha descuidado la presentación de Jesús como el modelo para cada ser humano.

Tomo muy en serio las reflexiones bíblicas con relación al hombre nuevo, a la plenitud de vida según el modelo de Jesucristo. Mi esfuerzo no es moralista sino que está centrado en la ley moral que se cumple en el amor (Romanos 13:10). Lamentablemente algunos cristianos convierten el Nuevo Testamento en una nueva ley de Moisés. Muchas veces el Evangelio redentor ha sido convertido en medio represor, en instrumento de alienación. No es fácil establecer una clara línea de demarcación entre la experiencia sana y la neurótica. Esta cuestión me preocupa mucho, cada día más. Al correr de la pluma presento algunas de mis inquietudes a partir de mis experiencias como pastor y como psicólogo. En algunos casos me maravillo ante el poder transformador del Evangelio, especialmente en las personas recién convertidas. Aparte de ser un hombre de fe, si sólo analizara la realidad desde la perspectiva del psicólogo tendría que reconocer en el Evangelio un poder terapéutico extraordinario. El Evangelio es la buena nueva de que Dios ama al pecador y le perdona sus pecados. La proclamación de estas dos realidades conduce al arrepentimiento y a la gozosa conversión. Podría presentar una larga lista de casos que testimonian esa realidad, pero no lo considero necesario. No tengo duda alguna sobre el poder del Evangelio. Mi preocupación está centrada en los medios humanos utilizados para comunicarlo.

Desafortunadamente, hay algunos predicadores que parecerían estar más interesados en el castigo del infractor que en su restauración. Algunas predicaciones tienden a la reactivación del «dios» falso internalizado mediante una educación religiosa deficiente. Algunos conciben a Dios como un déspota oriental, sádico y brutal que espera impaciente que alguien cometa un pecado para destrozarlo a latigazos. El «dios» de la represión sádica no es Dios. Jesús nos reveló que Dios es amor, perdón y justicia.

Muchas neurosis obsesivas o histéricas, trastornos depresivos, fóbicos y otros, tienen su origen en la religiosidad neurótica de los padres de los enfermos o de sus instructores. Veamos algunos casos que he atendido últimamente. Dos familias se reúnen para orar y estudiar la Biblia. Hay un niño y una niña, ambos de cinco años de edad, que van a jugar mientras sus padres oran. Con la normal curiosidad de los chicos, se desnudan para conocer sus cuerpos. Así son sorprendidos por sus padres quienes, además de castigarlos, increpan a Satanás por haber «tentado» a sus hijos mientras ellos oraban al Señor. Hoy ese niño es un joven que sufre una neurosis obsesiva y ha sido incapaz de iniciar una relación amorosa. Veamos otro caso. Una joven viene a consultarme sobre la posibilidad de que sus dificultades fueran causadas por un problema psicológico o por posesión demoníaca. Casada ocho meses atrás, permanecía virgen, por miedo al dolor anticipado en la experiencia del coito, defendía su virginidad con dientes y uñas. Reconocía la irracionalidad de su proceder pero no podía evitarlo. Al sugerirle que padecía una fobia, la joven replicó: «¿Cree usted que el Señor puede curarme o no lo cree?» Le contesté: «Poder puede, pero no porque usted se lo ordene. El problema que tenemos delante no se refiere a la omnipotencia de Dios, sino a su incapacidad para reconocer que usted tiene problemas psicológicos».

También hay personas que se «casan con el Señor», se encierran en sí mismas y niegan su sexualidad. Pasado el tiempo de encontrar pareja, algunas caen en profundos estados depresivos. Éste es el lamentable producto de una religión represora de las fuerzas naturales que Dios nos ha regalado. Veamos ahora un caso de histeria. Una niña al arribar a la menarca recibe de sus padres el siguiente mensaje: «Ahora eres mujer y puedes quedar embarazada, queremos que sepas que preferimos verte muerta antes de saber que has tenido relaciones sexuales sin haberte casado». Este no es un hecho aislado. Esta joven siempre había sufrido una represión brutal de su sexualidad. A los tres años, recuerda, fue a la cama matrimonial donde sólo se encontraba el padre. Este, a los gritos, llamó a su esposa diciéndole: «Sácame esta niña de mi cama». Ella no pudo entender por qué su padre la rechazaba. Tenía once años la última vez que su padre la llevó al cine. Al volver éste le dijo a su madre: «Nunca más la llevo al cine. Allí había gente que me miraba como si yo fuera un degenerado. Hay que cuidar el testimonio». Unos años después esta niña, ya mujer, se casó y el matrimonio le duró solo seis meses. Siguiendo su programación, rechazaba las actividades sexuales a tal punto que el marido no pudo soportar. Se divorciaron.

Freud y la psicología pastoral

Mucho se ha criticado la teoría sexual de Freud, y especialmente lo han hecho muchos que no la conocen. Igualmente se ha criticado su posición frente a la religión. El reaccionó frente a la realidad que veía en sus pacientes. Como en el protestantismo no hay confesiones obligatorias, los pastores suelen ser los últimos en enterarse de los problemas de algunos de sus feligreses, si acaso se enteran. Algunas personas han criticado mis libros sobre la homosexualidad y sobre la problemática psicológica de los solteros. ¡Si los criticones supieran lo que algunos de los miembros de sus congregaciones me han manifestado, confiando en el secreto profesional, quedarían realmente sorprendidos! También debe haber santos en esas congregaciones, pero no vienen a consultarme. Lo mismo ocurrió con Sigmund Freud. Ciertamente el creador del psicoanálisis no se enteró de que existía una religiosidad sana a la cual tienen acceso todos los que la busquen honestamente. El sólo conoció la religión del consultorio, la neurótica. Muchos de estos creyentes eran obsesivos, quizás esta realidad le llevó a definir la religión como una neurosis obsesiva de origen infantil. Creo que Freud se equivocó en su valoración de la religión. También se equivocó Colón cuando, creyendo haber arribado a la India, llamó indios a los aborígenes de América. Pero su equivocación no invalidó el descubrimiento de un mundo nuevo. Así, Freud, es el Cristóbal Colón de la psicología moderna, sea que nos guste o no.

Freud, sin embargo, no menospreció a todos los creyentes. En 1913 escribió el prefacio para un libro escrito por el pastor evangélico suizo Oskar Pfister, profesor del Seminario de Zürich, en el cual afirma:

Cabe suponer que tal actividad psicoanalítica del pedagogo—y del sacerdote, que en los países protestantes ocupa una posición equivalentedebería suministrar resultados inapreciables y podría obviar muchas veces la intervención del médico ... El pedagogo y el sacerdote están obligados, por las exigencias de sus profesiones, a las mismas consideraciones, escrúpulos y reservas que el médico acostumbra cumplir, y en lo restante, su dedicación a la juventud quizás los haga aun más aptos para la comprensión de la vida psíquica [9].

El pastor Pfister aplicó el psicoanálisis en su trabajo y mantuvo correspondencia con su maestro. Freud, en una de sus cartas, le llamaba «Mi querido hombre de Dios». En una ocasión le escribió así:

En sí, el psicoanálisis no es religioso ni irreligioso; es un instrumento sin partido que puede ser usado por religiosos y laicos con tal que sea en servicio de los que sufren. Me extraña no haber caído en la cuenta de la extraordinaria ayuda que el método psicoanalítico puede aportar para la curación de las almas; pero supongo que es porque como soy un maldito hereje, todo ese problema me es ajeno [10].

Hay algunos dirigentes religiosos que rechazan la psicología como ciencia auxiliar de la teología pastoral. Eso me preocupa mucho. Estoy firmemente convencido de que es necesario encontrar un equilibrio en el cultivo de lo humano, una homeostasis vital, que logre la integración del alma, la mente y el cuerpo. Hay tres ideologías que conspiran contra ese equilibrio: el espiritualismo con pretensión de omnipotencia, el psicologismo y el materialismo. Las tres son absolutizaciones de una de las expresiones de lo humano ignorando las demás. Las tres son expresiones heréticas, parciales, y reduccionistas o sectarias, de una misma realidad. Es necesario lograr una catarsis de integración entre la fe cristiana y las ciencias humanas para lograr la salvación integral de la humanidad. Los cristianos debemos hacer un aporte positivo al encuentro y al diálogo integrador. Al asumir una actitud positiva los creyentes actuaríamos en concordancia con la creatividad y la espontaneidad que Dios ha puesto en todos los seres humanos.

El relato de la creación (Génesis 1), puede ser resumido en dos palabras: creatividad y espontaneidad. («Creó Dios... y vio Dios que era bueno»). Estas dos características del Creador aparecen también en la creación. Por ello, en toda materia viva existe una especie de instinto de plenitud, que va desde la hierba del campo hasta la secoya, desde la ameba hasta el elefante, pero fundamentalmente en el ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios (Génesis 1:26-27). El ser humano es semejante a un prisma trilateral. Tiene, por ser imagen de la Santísima Trinidad, una base triangular. Dios es Padre, es Hijo y es Espíritu Santo. A diferencia de Dios, como el prisma, tiene principio y fin. En su unidad este prisma presenta tres caras, el alma, la mente y el cuerpo. Todo intento de dividir al ser humano, o menospreciar algunas de sus expresiones resulta ser entonces un intento de deshumanizar al ser que Dios creó humano. Me preocupa la existencia de tantos seres humanos semejantes a Saulo de Tarso quien, pretendiendo honestamente servir a Dios, son sus peores enemigos. ¡Quiera Dios que haya muchas experiencias como la del camino de Damasco!

Algunos principios que no pierden vigencia en mi ministerio pastoral

Quiero señalar algunas cosas viejas que siguen teniendo tanta validez hoy como la tuvieron ayer, según mi experiencia personal acumulada a lo largo de un ministerio cristiano de más de medio siglo. Voy a comenzar refiriéndome a algunos valores que recibí en el Seminario Evangélico de Teología en Matanzas, Cuba, durante mi capacitación en esa institución teológica a fines de la década del 40 y principios de la del 50 del siglo pasado. Son valores que he conservado e implementado a lo largo de mi extenso ministerio. Todos mis profesores dejaron su impronta en mi mente y en mi corazón, unos más que otros. Quiero compartir algunos principios que me han marcado profundamente y que han determinado mi acción pastoral. Se trata de viejas enseñanzas recibidas de dos profesores que ya están con el Señor, pero que todavía están conmigo por medio de mi manera de enfocar el ministerio cristiano. Ellos son el Dr. Alfonso Rodríguez Hidalgo, presbiteriano, y el Dr. Maurice C. Daily, metodista. Uno cubano, el otro norteamericano; los dos excelentes cristianos. Estudiar en un Seminario Unido donde uno puede recibir influencias de diferentes tradiciones cristianas, ha sido para mí muy enriquecedor. Quiero mostrar las huellas que estos dos hermanos de confesiones cristianas distintas y de nacionalidades diferentes han dejado en mi manera de encarar el ministerio cristiano.

Alfonso Rodríguez Hidalgo
     Comenzamos por los aportes de quien fuera el rector del Seminario, Alfonso Rodríguez Hidalgo, a quien todos los estudiantes llamábamos, cariñosamente, «el Maestro Alfonso». Realmente él fue un Maestro; en lo intelectual, se doctoró en teología en Princeton, N. J., y en lo vivencial fue un hombre sencillo y humilde y, sobre todas las cosas, fue un siervo de Dios. De él recuerdo la siguiente enseñanza: «El pastor no debe pretender ser el hombre orquesta, sino el director de la orquesta». Este principio merece una explicación. En la década de los cincuenta del siglo pasado, había en Cuba ciertos personajes que formaban parte del folclore nacional. Hacían espectáculos callejeros, tocando varios instrumentos musicales a la vez. Sujeta a su pecho una guitarra, ésta era fundamental; además una armónica sujetada a su boca; y con los pies tocaba un tambor o cualquier otro instrumento. Intentaba tocarlos todos a la vez, pero no lograba hacerlo bien. Al final del breve concierto, el «artista» pasaba el sombrero para que los espectadores le dieran algo de dinero. Decía el Maestro Alfonso que «hay algunos pastores que desean manejar todos los espacios de conducción en la iglesia; y si un dirigente laico se destaca demasiado, le ponen obstáculos en el camino para que no le quiten algo de su poder». Con esto afirmaba que algunos pastores, sin darse cuenta, dañaban a los feligreses al pretender convertirlos en meros espectadores de su «concierto unipersonal».

Por oposición al «hombre orquesta», el Maestro Alfonso decía que el pastor debe ser el director de la orquesta, el cual debe asegurarse de tener el número adecuado de profesionales de la música que dominen su instrumento lo mejor posible. Es entonces cuando el pastor que sabe dirigir su orquesta puede presentar una hermosa sinfonía en la vida de la comunidad de fe. Etimológicamente hablando, sinfonía está compuesta por dos palabras griegas: sin: una preposición que significa «con», o «juntamente con», y fono, «sonido». Igualmente, así se arma la melodía espiritual, cada uno haciendo su parte, bajo la batuta del director, quien refleja el mensaje divino, como la luna refleja la luz del sol y nos ilumina en la noche de la vida. La prédica del Maestro Alfonso tiene una importante confirmación en las palabras de uno de los mejores directores de orquesta del siglo veinte, Arturo Toscanini, quien enseñaba que la misión del director no es hacer interpretar la partitura como él la siente, sino ser fiel a lo que quiso expresar el compositor. Análogamente, el pastor no debe manejar la iglesia según su subjetividad, sino interpretando la mente de Cristo.

Es cierto que el director de una orquesta debe ser fiel a la partitura, pero sin intérpretes la partitura no nos dice nada. Por eso, la tarea del pastor, como intérprete de la Palabra de Dios, la más sublime partitura que el ser humano haya podido conocer, tiene una gran importancia. El pastor, como intérprete de las Sagradas Escrituras, debe ser un fiel conductor de la iglesia, un buen predicador y un excelente guía espiritual.

La imagen del pastor como el director de una orquesta, la resumía el Maestro Alfonso diciendo que hay tres verbos que cada pastor tiene que aprender a conjugar: Organizar, delegar y supervisar la congregación de tal manera que cada miembro de la comunidad de fe pueda expresar su ministerio al cual Dios le ha llamado, y para lo cual le ha concedido dones.

Maurice C. Daily
     De Maurice C. Daily me han quedado algunas ideas y motivaciones que me han acompañado a lo largo de todo mi ministerio. Parecen sencillas, pero han dejado una impronta significativa en mi vida y ministerio cristiano. Destaco cuatro de ellas a continuación.

Primero, «ninguna persona puede conducir a otra más cerca de Cristo que lo que ella misma está». Se refería al mensaje que debe dar el pastor con su vida, sus actos y sus actitudes. O sea, tener en cuenta el impacto del mensaje paraverbal que uno debe ofrecer junto con el verbal. Muchas veces el primero hace inaudible al segundo.

Segundo, «hay que preparar primero al mensajero, después al mensaje». Este principio me ha acompañado hasta el presente. Después de haber alcanzado una buena formación académica en Matanzas, La Habana, Montpellier, Francia y Buenos Aires; después de haber acumulado muchos años de experiencia pastoral, el Señor me llamó la atención en forma onírica sobre mi necesidad de una mejor preparación espiritual. En el año 1972, tuve un sueño que refleja esta enseñanza de Mr. Daily. Soñé que me encontraba en una panadería. Una voz a mis espaldas comenzó a darme órdenes: «Toma tanto de harina, tanto de tal y cual ingrediente». Yo obedecía, y la voz entonces me dijo: «Amasa ahora todos esos ingredientes y ya tienes el pan listo. Pero si se lo das a comer a la gente, se van a enfermar. Ponlo en el horno el tiempo suficiente. Ya está listo, sácalo, que ese pan ha de alimentar a la gente». Pero el sueño no terminó ahí, la voz continuó hablando siempre a mis espaldas: «Al despertar, quedé tan impresionado que tuve que levantarme para escribir el sueño. Desde entonces he tratado de seguir las indicaciones del Maestro Panadero». Estoy convencido de que este sueño no procede del inconsciente impulsivo al cual se refiere Sigmund Freud, sino del inconsciente espiritual del cual se ocupa Víktor Frankl en su libro La presencia ignorada de Dios.

Tercero, y volviendo a las enseñanzas que me dejó el profesor Maurice Daily, quiero señalar que a pesar de ser nuestro profesor de homilética solía afirmar: «los mejores sermones son aquellos que se predican fuera del púlpito». Afirmaba que el sermón predicado en el púlpito puede ser interpretado como el simple cumplimiento de una función u obligación; aunque algunos podrían también afirmar: «para eso le pagan». Él entendía que el mensaje informal, personal, fuera de la estructura cúltica, suele llegar más profundamente al corazón del ser humano.

Finalmente, otra huella de Maurice Daily en mi vida es una especie de slogan que él me repitió en múltiples ocasiones: «¡no brinques, chico, no brinques!» Este «estribillo», él me lo reiteraba desde dos funciones diferentes, la de profesor de homilética y la de consejero de mi trabajo pastoral. Fue él quien confió en mí cuando sólo tenía 20 años, dándome la oportunidad, como superintendente del Distrito de Matanzas de la Iglesia Metodista, de recibir la designación como pastor suplente aprobado de la Iglesia de Pedro Betancourt en el año 1950. Él me apoyó, me cuidó y me dio sugerencias muy sabias frente a algunos dirigentes laicos de esa congregación que no simpatizaban con la idea de tener a una persona tan joven como pastor. Recuerdo a un personaje muy pintoresco, un predicador local que llegó a Cuba como inmigrante de la isla de Barbados, una de las Antillas Menores, se llamaba Augustus Lythcott. Antes de que surgiera un profundo afecto entre los dos, fue un tábano para mí. Un día en que nos visitó el superintendente de Distrito, en el medio de la reunión le dijo a éste, con ironía: «Sr. superintendente, ¿no tenía usted otro estudiante todavía más jovencito para designar como pastor de nuestra iglesia?» El hermano Daily guardó silencio, todo parecía indicar que no quería responder con palabras. Al parecer, él se dio cuenta que Lythcott, un hombre de alrededor de cincuenta años, quien era el principal predicador laico de la congregación, tenía celos y se sentía desplazado por un pastor que no era más que un adolescente. También puede haberse preguntado, ¿será porque soy de raza negra? Porque, en la Cuba de la década del 50 existían prejuicios raciales. Maurice Daily no respondió con palabras sino con un mensaje actuado, se levantó de su asiento de presidente de la reunión, se acercó al predicador celoso y le dio un fuerte abrazo. Se destacaba aquel norteamericano, de piel blanca y ojos azules, de una enorme estatura, abrazando a un diminuto antillano de raza negra: un abrazo sin palabras. Este es el tipo de amor que necesitamos, el actuado, que rompe los prejuicios raciales de otra época, y expresa el amor cristiano que vence las diferencias entre los seres humanos. Pude comprobar por experiencia propia que lo que Maurice Daily enseñaba en las aulas del Seminario de Matanzas, lo practicaba en su vida como pastor. No hizo falta más, desde el día del abrazo el hermano Lythcott fue mi mejor amigo y colaborador.

Todas las semanas iba a conversar con «Mr. Daily», como le decíamos afectuosamente. Yo tenía el vigor, la pasión y la impaciencia de un chico de veinte años y casi todas las semanas escuchaba su reiterado consejo: «¡no brinques chico, no brinques!» Al final, con ese estribillo, aprendí a tomar las cosas con paciencia, y a depender más de Dios y menos de mis propias potencialidades. Aprendí del comportamiento del hermano Daily que es cierta su enseñanza de que «ninguna persona puede conducir a otra más cerca de Cristo que lo ella misma está».

En resumen, lo principal de lo que yo aprendí del modelo pastoral de Alfonso Rodríguez Hidalgo y Maurice C. Daily, lo sintetizo en tres principios: profundidad en la reflexión y aplicación de los principios esenciales: bíblicos, teológicos y pastorales; humildad, sencillez y amor en la manera de relacionarse con las personas, dentro y fuera de la Iglesia; y coherencia entre lo que se enseña y lo que se practica.

En Matanzas recibí lo que es el núcleo de mi formación bíblico-teológica, mi vocación por la psicología pastoral y la estructuración de mi espiritualidad, presente en mi vida desde antes de haber cumplido los seis años. En el Seminario Evangélico de Teología de Matanzas fui estudiante, profesor y rector entre los años 1949 y 1966. Otros maestros que dejaron profundas huellas en mi vida y ministerio, a ellos rindo un sentido homenaje: El Dr. Ángel Fuster, metodista; el Dr. Ramón Viñas, episcopal; y sobre todo, el Dr. René Castellanos, mi profesor de «Pastoral Counseling», presbiteriano, quien merece una sección aparte.

René Castellanos
     El doctor René Castellanos ha dejado en mi mente y en mi alma profundas huellas, las cuales he seguido a lo largo del camino de mi ministerio cristiano desde junio de 1950. En esa fecha, a petición mía, fui designado pastor suplente aprobado de la Iglesia Metodista de Pedro Betancourt, en la provincia de Matanzas, siendo aún estudiante del Seminario. De sus labios escuché por primera vez dos palabras extranjeras: Pastoral Counseling. La primera era muy conocida, aun en castellano; la segunda, presenta muchas dificultades para su adecuada traducción a nuestra lengua. Muy pronto me enamoré de esta materia que cursé con mucho entusiasmo, y en poco tiempo tuve que poner en práctica en la iglesia de Pedro Betancourt lo que iba aprendiendo en la clase. Con sólo veinte años de edad comencé a atender situaciones pastorales que sobrepasaban mis posibilidades. ¡Claro que siempre podía acudir a dos maestros!, al de Pastoral Counseling y al de Homilética; al primero por la necesidad de saber cómo manejar ciertas situaciones, y al segundo para informarle lo que estaba haciendo, porque Maurice C. Daily era, además de mi profesor, el superintendente de la Iglesia Metodista en el Distrito de Matanzas. Los dos me ayudaron mucho, cada uno según su estilo.

En mi primer año de pastorado se me presentó un problema tremendo: se trataba del intento de suicidio de un miembro de mi iglesia, al cual le sobraban años para triplicar mi edad. El problema era gravísimo, pues había seis adultos involucrados, todos mayores que yo, cuatro de los cuales eran miembros de mi congregación. Algunos amigos me sugirieron que renunciara a un trabajo para el cual no contaba con herramientas para manejarlo; pero con la supervisión de mis profesores, con los recursos de mi fe, y sobre todo con mi profunda convicción de que Dios me había llamado al ministerio cristiano, continué con mi tarea. Al final, los problemas se solucionaron, pero aquello fue para mí como un parto: por un lado muy doloroso, a la vez sentía que había nacido como psicólogo pastoral. Se nace como bebé y se crece toda la vida en la integridad del ser. El antiguo bebé psicólogo pastoral, continúa aún creciendo por el aprendizaje cotidiano, hasta su último día terrenal.

El doctor René Castellanos fue un factor decisivo para que yo sea lo que soy en el campo de la psicología pastoral. En momentos en que casi desfallecía, él me dijo dos veces que creía que yo tenía una especial capacidad para ayudar a las personas en situaciones de crisis. Esto reforzó fuertemente mi convicción de que Dios me había llamado al ministerio. Consciente de que me faltaban herramientas para cumplir adecuadamente mi ministerio pastoral, tomé la decisión de estudiar psicología. Esto aconteció en 1951, un día en que estaba orando en la iglesia de Pedro Betancourt.

Finalmente, además de expresar mi profundo agradecimiento al doctor Castellanos, quien dejó marcas en mi vida que me han motivado a realizar el largo recorrido del camino de mi ministerio, quiero compartir otras reflexiones. En los párrafos que siguen aludiré brevemente a la naturaleza de la psicología pastoral, las relaciones entre psicología y teología, y los próximos pasos de nuestra disciplina.

Notas sobre la psicología pastoral

Lo que algunos evangélicos latinoamericanos y algunos católicos europeos llamamos hoy psicología pastoral [11], tiene otros nombres. Cuando egresé del Seminario de Matanzas, lo que en Estados Unidos se llamaba Pastoral Counseling, el doctor René Castellanos lo había traducido por «Psicoterapia del Consejo»; al realizar estudios en la Faculté de Théologie Protestante de Montpellier, Francia, me encontré con el libro de E. Thurneysen Doctrine de la cure d’ame (Doctrina de la cura del alma) [12]. «Cura del alma» es un término utilizado también en alemán (seelsorge). Al llegar a la Argentina descubrí que a esta materia se la llamaba Psicología Pastoral; desde entonces adopté el nuevo nombre hasta el día de hoy, aunque existen diversos modos de designar esta disciplina, tales como práctica curativa [13], cuidado pastoral [14], consejo pastoral, poiménica, asesoramiento pastoral y sanidad interior, entre otros.

El doctor René Castellanos parece haber sido el pionero en la enseñanza de la psicología pastoral, como parte de la teología práctica o pastoral en América Latina. Él había estudiado con el doctor John Sutherland Bonnell en los Estados Unidos, y puso a disposición de sus estudiantes sus notas tomadas en clase. Según la técnica directiva (directive technique) del doctor Bonell, el pastor debe decir al feligrés más o menos lo siguiente: «Cuando hayas hecho el descubrimiento, yo te diré si has hecho un diagnóstico correcto». En esta técnica, si bien hay una orientación directiva, también hay espacio para que el feligrés logre el insight, para que éste pueda «darse cuenta» de lo que le pasa y por qué. Castellanos fue crítico de su maestro; por lo tanto, nos presentó varias objeciones al encuadre de Bonell. De ellas presenté cuatro en mi tesis para cumplir los requisitos del Seminario para la obtención del grado de Bachiller en Teología [15]. El tutor de mi tesis fue mi Maestro Castellanos. En ella se refleja la influencia del terapeuta secular Carl Rogers, cuyo punto de vista de la liberación interior (inner release view), era compartido por los principales exponentes del Pastoral Counseling evangélico: Seward Hiltner, entre los presbiterianos; Wayne E. Oates, entre los bautistas; Russell L. Dicks, entre los metodistas, y otros. En el mundo de habla hispana, durante mucho tiempo, sólo contábamos con traducciones de obras escritas originalmente en inglés [16]. Afortunadamente, esta carencia ha sido superada. A continuación reproduzco un párrafo de la que parece ser la primera obra escrita por un autor hispano sobre la psicología pastoral, en la lengua de Cervantes:

La segunda guerra mundial, bancarrota del narcisismo humanista, con su secuela de muerte y destrucción, trajo, sin embargo, el nacimiento de la psicoterapia de grupos y la psicología pastoral. Los miles de enfermos mentales, que eran el nefasto subproducto de la guerra dieron como resultado la abundancia de pacientes y una escasez de psicoterapeutas. Esta situación trajo como consecuencia la terapia de grupos, que ha dado muy buenos resultados, inclusive a nivel de la psicología pastoral. Por otro lado, el eclipse de la psicología de la religión, sumado al surgimiento de necesidades espirituales en una situación catastrófica, dio como resultado el nacimiento de esta joven ciencia: la psicología pastoral. Han pasado muchos años y tanto la psicoterapia de grupos como la psicología pastoral continúan dando sus frutos a pesar de que la situación actual es completamente diferente de aquella que hizo necesaria su creación [17].

Teología y psicología

El recorrido histórico Seminario de Matanzas-Universidad de La Habana no significa, en manera alguna, que considero a la psicología más importante que la teología. Entiendo que la primera es una ciencia auxiliar de la segunda. Desde la primera edición de Psicología pastoral para todos los cristianos hasta la última, he mostrado la diferencia a través de una ilustración: en el asesoramiento pastoral, la psicología es semejante al andamio que es necesario para la construcción de un edificio, pero para terminarlo es absolutamente necesario desarmar el andamio, porque éste no forma parte del mismo.

En mi opinión, la teología y la psicología se pueden encontrar en el concepto de conversión, el cual es el objetivo final de la psicología pastoral. Cuando digo conversión me estoy refiriendo al concepto de metánoia y al verbo del cual procede este sustantivo, metanoéo, en el texto griego del Nuevo Testamento, que aparecen veinticuatro veces en los Evangelios [18]. Ni la traducción protestante del término como «arrepentimiento», ni la católica como «hacer penitencia», hacen justicia al concepto bíblico del texto original en griego. Justamente dos autores católicos nos dan la definición de metánoia que a mi juicio es la más correcta. Los citados autores católicos la traducen por «cambio de mentalidad». Ésta es su definición:

Metánoia (griego)=cambio de mente. Concepto religioso, originariamente del Antiguo Testamento, que significa conversión o vuelta a Dios. Ya en el Antiguo Testamento se emplea hablando del hombre en todas sus dimensiones. Es decir, la metánoia hay que probarla externamente (confesión de la culpa, ayunos, etc.), estando a la vez fundamentada en la transformación de la mentalidad [19].

Pablo sugiere que podemos cambiar nuestras vidas si transformamos nuestras mentes, al expresarnos: «Y no os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cual es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto» (Romanos 12:2 BJ).

Luego, la metánoia no es un arrebato emocional, momentáneo y pasajero, sino un proceso de cambio de la manera de pensar que se ha de expresar, a lo largo de toda la vida, en la manera de sentir, pensar y actuar. Se trata de un cambio de la mentalidad a través de un proceso. Esto lo desarrollo ampliamente en mi libro ¿Es posible el hombre nuevo? [20]

El cambio de mente comienza cuando uno tiene una nueva perspectiva ante el impacto del Evangelio, pero ese cambio va superándose paulatinamente en marcha hacia la culminación. La idea de proceso en la conversión ha sido señalada por varios autores, incluyendo al filósofo y psicólogo William James, quien dedicó dos capítulos de su famosa obra sobre Las variedades de la experiencia religiosa—aparecida en el año 1902— al cuidadoso estudio de la conversión; la define como: «El proceso gradual o repentino, por el cual un yo, hasta entonces dividido y conscientemente malo, inferior y desdichado, deviene unificado y conscientemente bueno y superior» [21].

Los próximos pasos

Los dos grandes movimientos de globalización, enfrentados entre sí, pusieron en riesgo la existencia de nuestro planeta mediante un holocausto nuclear durante la llamada «guerra fría», pero ese peligro no existe más. Esos dos intentos de globalización parecen estar desactivándose. Hoy está surgiendo en el horizonte del mundo llamado «occidental y cristiano», la amenaza de un tercer movimiento globalizador, el del fundamentalismo islámico, según el cual los cristianos somos los «infieles»; para ellos tenemos sólo dos opciones: aceptar el Islam o la muerte. Sin embargo, no debemos suponer que todos los musulmanes son terroristas y asesinos; aquéllos parecen ser una minoría fanatizada y feroz. Los cristianos debemos saber, además, que hay musulmanes piadosos y místicos que merecen todo nuestro respecto, como también los hay judíos y cristianos.

Debemos reconocer, sin embargo, que en el hemisferio norte las iglesias cristianas están alicaídas, mientras el Islam crece. Las iglesias cristianas, aunque enfermas, pueden ser la mejor enfermera para el mundo convulsionado en que nos ha tocado vivir. Ellas son capaces de conservar los valores morales y espirituales de nuestra cultura y de nuestra fe. En mi opinión, la pastoral evangélica cuenta con dos elementos fundamentales para contribuir a la salud de la sociedad: la evangelización y la aplicación de la psicología pastoral. No me referiré al primer tema porque este libro está dedicado sólo al segundo. Mi visión sobre la situación que vive nuestro mundo y lo que parece ser el curso de las próximas décadas, me lleva a sintetizar el desafío en los cuatro principios guía que presento a continuación:

Debemos orientar la pastoral de la iglesia hacia la redención del ser humano en sus tres dimensiones, es decir atendiendo al alma, la mente y el cuerpo. Y este ministerio debe practicarse tanto dentro como fuera de nuestras congregaciones, porque la iglesia está llamada a ser comunidad terapéutica en medio de la sociedad.

Como foco especial de atención, debemos fortalecer a la familia para asegurar que la humanidad tiene futuro. Ésta es hoy y en los años venideros una prioridad impostergable para la iglesia y para la psicología pastoral en particular.

Debemos promover y fortalecer la salud mental de las personas que ejercen liderazgo dentro de las estructuras eclesiásticas. El objetivo es que su práctica de autoridad se caracterice, no por la ambición de poder sino por el amor. En particular, debemos proclamar la metánoia, es decir el cambio de mentalidad y de actitudes entre los dirigentes del creciente número de agrupaciones que se denominan cristianas.

Reconocemos que existe un ministerio separado, llamado por Dios, educado teológica y pastoralmente, y ordenado por la iglesia. Afirmamos al mismo tiempo que el cuidado pastoral, como expresión especial del amor y del servicio al prójimo, debe ser practicado por todos quienes seguimos a Jesucristo, miembros de su iglesia como comunidad de salud y plenitud humana.

 


Apéndice
Bibliografía de Jorge A. León

Cada muchacho necesita un modelo vivo, Casa Bautista de Publicaciones, El Paso, Texas, 1983.

Cuidando el rebaño del Señor, Curso de psicología pastoral semipresencial, de diez módulos (550 págs.), preparado junto con Jorge León Toledo, Buenos Aires, 2002.

¿Es posible el hombre nuevo?, Ediciones Certeza, Buenos Aires, 1979.

«Guilt, Conversion, and Modern Psychology», en Let the Earth Hear His Voice, editado por J. D. Douglas International Congress on World Evangelization, Lausanne, Switzerland, 1975, págs. 1154-1162.

Hacia una psicología pastoral para los años 2000: nuevos aportes para una pastoral integral iberoamericana, Editorial Caribe, Miami, 1996. Publicado simultáneamente en portugués con el título: Introduçâo à psicología pastoral, Editora Sinodal, Sâo Leopoldo, [1996], 2ª. ed., 2001.

«Huellas en el camino: la influencia del doctor René Castellanos en mi vida y ministerio», capítulo del libro Simplemente Maestro: homenaje a René Castellanos Morente, Seminario Evangélico de Teología, de Matanzas, Cuba, 2006, págs. 47-65.

La comunicación del evangelio en el mundo actual, Ediciones Pléroma, Buenos Aires 1974 y Editorial Caribe, Miami, 1974. Este libro ha reaparecido totalmente revisado y con un capítulo nuevo, con el título: Hacia una evangelización restauradora, Editorial Sagepe, Buenos Aires, 2008. También publicado en portugués: O caminho da restauraçâo evangelizadora, Editora Sinodal, Sâo Leopoldo, R.S. Brasil, 2010.

«La psicología pastoral en las comunidades eclesiales hoy», en Dimensiones del cuidado y asesoramiento pastoral: aportes desde América Latina y el Caribe, editado por Hugo Santos, Ediciones Kairós, Buenos Aires, 2006, págs. 119-142.

Lo que todos debemos saber sobre la homosexualidad, Editorial Caribe, Miami, 1976.

«Místico y racionalista», en Hacia una teología evangélica latinoamericana, editado por C. René Padilla, Editorial Caribe, Miami, 1984, págs. 89-100.

Psicología de la experiencia religiosa, Ediciones Pléroma, Buenos Aires, 1973.

Psicología pastoral de la depresión. Ediciones Kairós, Buenos Aires [2002], 2ª ed., 2005.

Psicología pastoral de la iglesia, Editorial Caribe, Miami [1978], 5ª ed., 1990.

Psicología pastoral para la familia: una perspectiva cristiana de orientación familiar, Editorial Caribe, Miami [1998]; edición ampliada y corregida, Editorial Evangélica, Cleveland, Tennessee, 2009.

Psicología pastoral para todos los cristianos, edición del autor, Buenos Aires [1971, 1972, 1973]; Editorial Caribe, Miami, varias ediciones; Ediciones Kairós, Buenos Aires [12ª ed. revisada y ampliada], 13ª ed., 2008.

Problemática psicológica de los solteros, Editorial Caribe, Miami, 1980.

Sermones: 1) «Del autismo al diálogo pleno y fecundo»; 2) «El cristiano ante la duda»; 3) «De la soledad desoladora a la esperanza», en Diálogos de vida: ensayos teológicos-pastorales en homenaje a Jorge A. León, editado por Juan José Barreda Toscano, Ediciones Kairós, Buenos Aires, 2006, págs. 131-143.

Teología de la unidad, Editorial La Aurora, Buenos Aires, 1971.

Tres caminos para conocerse a sí mismo y alcanzar la salud integral, libro virtual accesible en <www.psicologia-pastoral.com.ar> y disponible para ser bajado gratuitamente entre los años 2002 y 2007, de futura aparición impresa.

 


1. El contenido de este capítulo proviene, en parte, de dos ensayos escritos por Jorge A. León, «Místico y racionalista», publicado en el libro, Hacia una teología evangélica latinoamericana, C. René Padilla, editor, Fraternidad Teológica Latinoamericana (FTL), Editorial Caribe, Miami, 1984, págs. 89-100; y «Huellas en el camino: la influencia del doctor René Castellanos en mi vida y ministerio», en el libro, Simplemente Maestro: homenaje a René Castellanos Morente, Seminario Evangélico de Teología, Matanzas, Cuba, 2006, págs. 47-65.

2. Rudolf Otto, «Lo santo (lo racional y lo irracional en la idea de Dios)», Revista de Occidente, Madrid, 1925, págs. 179-180.

3. José Martí, Versos sencillos, en Obras Completas, Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1963-1973, tomo 16, pág. 67.

4. Dice Frankl: «En líneas generales he salido a mi padre. Las cualidades que puedo haber heredado de mi madre, al unirse a las de mi padre, habrán producido una tensión en mi estructura caracterológica. En una oportunidad, un psicólogo de la Clínica Universitaria de Psiquiatría de Innsbruck (Austria) me tomó el test de Rorschach; luego afirmó que jamás había visto algo así: un arco tan amplio entre una extrema racionalidad por un lado, y una profunda emotividad por el otro. Lo primero probablemente lo heredé de mi padre, lo segundo de mi madre, supongo». Víktor E. Frankl, Lo que no está escrito en mis libros, San Pablo, Buenos Aires, 1998, pág. 10.

5. E. Manganiello, Introducción a las ciencias de la educación, Librería del Colegio, Buenos Aires, 1980, pág. 24.

6. Véase mi libro, Psicología de la experiencia religiosa, edición del autor, Buenos Aires, 1973, (capítulo sobre la conversión), págs. 77-103.

7. Ibid., págs. 134-135, en el capítulo sobre la duda, págs. 123-137.

8. Más adelante señalo que mi primer experiencia pastoral fue en Pedro Betancourt, en 1950, cuando sólo tenía veinte años de edad.

9. Sigmund Freud, Obras Completas, Ediciones Biblioteca Nueva, Madrid, 3a. ed., Tomo II, pág. 1936.

10. Citado por Roger Mauge, en Freud, Editorial Bruguera, Barcelona, 1976, pág. 215.

11. Basta con revisar la voluminosa obra de 757 páginas de Isidor Baumgartner para comprobar el interés de los católicos en la psicología pastoral. Véase Isidor Baumgartner, Psicología pastoral. Introducción a la praxis de la pastoral curativa, Bilbao, España, Desclée de Brouwer, 1997. La obra fue escrita originalmente en alemán con el título, Pastoral Psychologie. Einführung in die praxis heilender seelsorge, Düsseldorf, Patmos Verlag, 1990.

12. E. Thurneysen, Doctrine de la cure d’ame, Neûchatel, Suiza, Delacheaux et Niestle S. A., 1958.

13. Llama la atención que en el texto original, en alemán, de la obra citada de Isidor Baumgartner, se utiliza el tradicional término «cura del alma» (seelsorge), pero en la versión castellana se traduce este término por «práctica curativa». Aquí se reconoce que la psicología pastoral no se ocupa solamente de la cura del alma, sino la del ser humano en toda su integridad. Luego, el traductor añade un nuevo significante al significado de la psicología pastoral, el de práctica curativa, como subtítulo del libro.

14. Esta definición de nuestra disciplina está muy cercana a la razón de ser de la psicología pastoral, porque la primera acepción el verbo griego therapéuo, de donde viene terapia, es «cuidar», y la segunda «curar». En consecuencia, la psicoterapia consiste tanto en cuidar como en curar.

15. Jorge A. León, Un análisis del uso pastoral de la psicoterapia del consejo de 1930 a 1950, Matanzas, SET, 1952.

16. Véase, por ejemplo, Daniel E. Tinao, compilador, Simposio de psicología pastoral, Ediciones La Aurora, Buenos Aires, 1976.

17. Jorge A. León, Psicología pastoral para todos los cristianos, 13ª ed., Buenos Aires, Ediciones Kairós, 2008, págs. 33-34. Esta obra es el desarrollo de mis apuntes para mis estudiantes del Seminario Evangélico de Teología de Matanzas, impresos a mimeógrafo en el año 1961, con el título de Psicoterapia pastoral (56 págs.). Hicimos una edición, encuadernada, de 100 ejemplares, de los cuales conservo uno. La primera edición, en imprenta, con el título actual, apareció en Buenos Aires en el año 1971.

18. Aparecen 7 veces en Mateo, 3 en Marcos y 14 en Lucas.

19. Karl Rahner y Herbert Vorgrimler, Diccionario Teológico, Herder, Barcelona, 1970, pág. 426.

20. J. A. León, ¿Es posible el hombre nuevo?, Certeza, Buenos Aires, 1979.

21. William James, The Varieties of Religious Experience, 20ª imp., New York, Longmans, Green and Co., 1911, pág. 189.


 
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