Colección de lecturas
 

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Paz en la familia
por Connie Bentson Byler
10º Encuentro Menonita Español, octubre de 2010

Es importante reconocer que todos necesitamos ayuda para mantener una familia sana. No estoy aquí como experta, sino para dar testimonio que Dios nos ha dado claves para entender y aplicar a nuestras vidas. Lo que nos diferencia de otras familias del mundo es que nosotros somos perso­nas que hemos tenido encuentros con Dios. Nada más. Esto es lo más grande.

Es importante aferrarnos a las palabras y promesas de Dios, que son las semillas que Dios pone en nuestras manos para hacer algo con ellas. También es importante aprender a orar no sólo con peticiones desesperadas sino con declaracio­nes de absoluta confianza, que Dios sigue en control de todo lo que me pasa, pues aunque mis sentimientos y pensamientos amenazan vilmente mi paz interior puedo comprobar que Dios estará a mi lado en toda situación que me venga para seguir salvándome de todo mal y todo peligro.

En los últimos años he pasado de creer en la verdad o promesa en la cabeza, a llegar a experi­mentarla en mis carnes —porque: ¡La paz de Dios excede todo conocimiento! Una y otra vez me ha vuelto a salvar. Su salvación es mi paz. En estos años llenos de dificultades sí que he conocido su Salvación. Esto es el Evangelio, éstas son las Buenas Noticias, y es el Evangelio de la Paz.

Buscando material para preparar este tema, al final me encontré desbordada. Así que oré:

—¡Muéstramelo en tu Palabra!

Al final le dije al Señor:

—¡Ya! ¡Más no! ¡No me muestres más! ¡Ya lo cojo! Todo lo que tú dices, toda palabra de tu boca, tiene que ver conmigo, con mi paz, con mi familia, con mi mundo. Y todo depende de lo que yo haga con tus palabras.

Hermanos, hermanas, todo depende de lo que tú haces con las palabras y la revelación de Dios para tu vida, para tu familia. Toda la creación gime… esperando la revelación de estos hijos de Dios.

¿Sabéis? Hay libros y revistas de autoayuda que el mundo devora, y se basan en principios bíblicos: el amor, el perdón, la reconciliación. Pero no ofrecen un encuentro con Jesús. Yo hoy me voy a centrar en hablar de la educación de los hijos. Hay que ver la serie de televisión Super­nanny, pues es espectacular; asistir a la Escuela de Padres de los colegios también. Damos el mismo material periódicamente en nuestra iglesia.

Puedo sintetizar mi propia fórmula en tres puntos rápidos:

  • Que tus hijos aprendan que son amados y aceptados incondicionalmente en todo momento.
  • Que tus hijos aprendan a obedecer.
  • Que vean que sus padres se aman.

El mundo está desbocado buscando placer, pero todo es para el YO, YO, YO. Ahora incluso la expresión «paz interior» me suena demasiado a esta generación del YO, YO, YO. Es beneficioso, pero no es los mismo que el shalom [paz] de Dios.

Porque, ¿qué es lo que nos hace diferentes de los demás?

La verdad, nos encontramos con un panorama triste en cuanto a la familia cristiana en general se refiere. No somos la luz del mundo en este tema, aunque hay muchas excepciones. Nuestras con­tradicciones y fracasos nos señalan. Las estadísti­cas sobre la familia nos revelan que las familias cristianas tienen los mismos altos índices de con­flicto, inestabilidad, fracaso e incluso de abusos, que lo que padece todo el mundo.

Para nosotros, las palabras de Jesús siguen siendo la base de la verdadera paz, porque pone en equilibrio todo lo que es verdaderamente importante: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma… y a tu prójimo como a ti mismo.
¿Es la paz en la familia tener alegría constante? ¿Es la ausencia de dificultades y tensiones y frus­traciones? ¿Es la salud total de todos los integran­tes de la familia? ¡No! ¡Eso es el cielo!

¿Qué cosas quitan la paz en tu casa? ¿Cómo se mide la paz en la familia? Cada uno tiene una vara de medir distinta, y todas las familias son únicas e irrepetibles. Cada familia tiene una serie de circunstancias y expectativas diferentes; seamos realistas.

Hace un año visité muy brevemente a una joven súper embarazada en Buenos Aires y en su pisito no había paz. Ella se callaba pero su marido aprovechó para quejarse de ella, y especialmente de su manera de gastar el dinero que tenían. El Señor me ayudó y en un ratito le di a él una expli­cación del instinto de preparar el nido de una futura madre. Y pude también darles una orienta­ción sobre el matrimonio que les servirá para toda la vida, si lo entendieron y lo aplican.

Básicamente, otros 3 puntos:

  1. Nunca llegarás a cambiar a tu pareja. Sólo podrás intentar cambiarte a ti mismo… y verás que eso también es muy difícil, aunque no impo­sible. Ama a tu pareja con el mismo amor que te amas a ti mismo, que es lo mismo que perdonarle como te perdonas a ti mismo.

  2. No se pueden cambiar todas los viejos hábi­tos de una vez. No dejéis de hablar, pero piensa en una cosa que quisierais ver cambiar en el otro. Preguntaos uno al otro: «¿Qué es lo que más te molesta de mí?» Abordar muchos problemas es restar fuerzas y es desbordante. Céntrate en una cosa, y verás que todo se hace más fácil.

  3. La vida es muy corta, aunque ahora mismo no lo entendáis. Lo mejor que podéis hacer es decidir aquí y para siempre que tu meta va a ser hacer feliz a tu pareja. No malgastes años buscan­do que él o ella te haga feliz. Decídete a ser feliz —es tu decisión— y dedícate a darle felicidad al otro. Tú sabes lo que hace feliz al otro, no es tan complicado. Sé feliz haciendo feliz a tu pareja.

No hay nada pasivo en cuanto a la Paz. No cae del cielo. Al contrario, es el fruto de mucho traba­jo. Está cargada de energía y esa energía se llama amor. No hay nada más grande que el amor. Pero encontramos que en Jesús el shalom [paz] es más bien una revolución. Para unos es algo trau­mático y más bien desafiante y perturbador. No hace falta más que prestar atención a las palabras de Jesús:

No penséis que vine a traer paz a la tierra; no vine a traer paz, sino espada. Porque vine a poner al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra, y los enemigos del hombre serán los de su misma casa.

El que ama al padre o a la madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama al hijo o a la hija más que a mí, no es digno de mí. Y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí.

Oí a un hermano hace poco decir:

—Ahí fuera hay dos que te quieren matar de verdad: ¡Satanás… y Jesús! Uno te quiere matar y destruir tu alma. El otro te quiere matar para que resucites y vivas con una nueva identidad —una vida nueva— y vivas para siempre.

En el relato del Génesis encontramos que el Plan Original de Dios era el Gran Shalom, así que algunos principios nos servirán, pienso yo. Volva­mos al Principio. Uno de los dos relatos del Géne­sis dice que Dios creó al hombre y a la mujer a su imagen. Su imagen no es la del varón. Su imagen completa la vemos en ambos, varón y mujer, cuando se unen como un puzzle para formar una familia, una comunidad. No hay paz cuando un género tiene supremacía sobre el otro. Nuestro mundo no tiene paz. Nuestros hogares no tienen paz. Si no hay paz, es que hay algo que no encaja, y una de las razones más frecuentes es ésta.

Lo que encontramos sorprendente en la Biblia es que Dios se revela a sí mismo en su relación con personas, y que en la Biblia se reconocen abierta­mente los fracasos de las familias.

Encontramos allí que no hay familias perfectas. ¡Ni siquiera la primera familia —obra maestra de Dios— lo fue!

El Plan de shalom, esa unidad con Dios, esa plenitud, todo pensado para encajar perfectamen­te, se rompió. ¿En qué se equivocaron tanto?

Es increíble pensar que la primera familia instalada en la Tierra llegaría al fratricidio en la primera generación. Leemos más adelante de la rápida multiplicación progresiva de la violencia en la tierra. No hace falta encender el televisor para ver violencia y todo tipo de abusos. Las páginas de la Biblia son desgarradoras por la honestidad con que nos cuentan las peores tragedias familiares.

Si seguimos leyendo los relatos de las familias que Dios elije para bendecir al mundo, seguimos identificando algunos errores en los padres. Poli­gamia. ¡Uf! ¿Qué paz iba a ver? Hijos predilectos ¡Uf! ¡Qué receta para desorden! Regalos para solamente uno de los hijos. ¡Qué injusticia! Adulterio, infidelidad a Dios. ¡Uf! ¡Qué manera de sembrar! Hijos sin disciplina. ¡Uf! Abusos, engaños, mentiras y un largo etcétera de errores, pecados, malos ejemplos… todo trayendo conse­cuencias en la vida de los hijos. El mal se extien­de, se multiplica de forma acelerada. La ley de la semilla, sea la semilla buena o mala…

Pero hay algo más. Dios había dicho que la creación estaba «bien», pero todos sabemos lo que pasó. En el segundo relato de la creación del hombre, vemos que Dios tuvo que perfeccionar su plan de la creación en nuestro planeta porque realmente algo no iba perfectamente bien. No necesi­to saber los detalles, pero me consta que en algún momento Adán le dijo: ¡Aquí algo no está bien! Y después de escucharle, Dios dice: No está bien que el hombre esté sólo. ¿No son palabras alucinantes, que Dios siga evolucionando junto con su crea­ción? El programa original de Dios lleva tantas actualizaciones que no las podemos contar.

Es que Adán no tenía paz. O no, igual tenía demasiada paz y fue al Creador con su queja, y Dios dice: Tienes razón! —y a ese primer Adán que era uno, varón y hembra a semejanza de Dios, lo divide. Separa lo que es mujer y lo que es varón, haciendo dos seres distintos, opuestos, comple­mentarios. Y cuando ya se vieron los resultados del plan B, es cuando el primer hombre dijo: Esto sí que es bueno, ¡Ja, ja!… ¡Lo que él no sabía es que en vez de paz, empezaba una guerra!

Algo curioso: Hoy en día el tema de mantener nuestros ordenadores funcionando en condiciones óptimas nos ocupa tiempo, pero lo hacemos. Constantes actualizaciones que mejoran el sistema que usamos, nos hacen disfrutar de nuevos cono­cimientos que se aceleran cada vez más. No nos cuesta hacerlo —incluso cambiar de programas— si vemos que nos conviene. Pero para la familia, somos muy reacios a los cambios. Ya me lo sé todo… Mis padres lo hacían así, ¿qué pasa? Hay cosas que no cambian… No me interesa lo que otros escri­ban… Yo soy así… ¿Os suena?

Y así pasamos años arrastrando y enredándo­nos con cables que no nos están sirviendo cuando podríamos invertir en un programa nuevo, más rápido y eficiente. Cuando me doy cuenta que algunas de mis amigas siguen año tras año con los mismos problemas, las mismas tácticas para corre­gir a su marido, a sus hijos, pero sin ver ningún cambio o beneficio, y dale que te pego, siempre igual… y no se les ocurre cambiar de táctica, yo exclamo: «¡Pero venga, cambia de táctica! ¡Cualquiera que sea, una nueva! ¡Rompe con esto, que ya está bien! ¡Intenta otra cosa!» A veces me hacen caso.

Porque hasta Dios cambió el programa. Y lo hizo nada más empezar a tratar con Adán. Del Plan A al Plan B y al Plan C en un tiempo récord. ¡Ese es nuestro Padre!

Otra cosa para interesarnos aquí es señalar que al poner al ser humano a cargo de este maravilloso planeta, su increíble creación, para cuidarlo con el mismo amor con que Él creó todo, a eso Dios lo llamó «dominio». ¡Qué interesante!

Sé que para mí la palabra «dominar» es una que me hace sacar las uñas —¡y eso que nunca he sido feminista! Pero este verbo se ha utilizado tanto para referirse al machismo, la violencia, las guerras, las riquezas y la pobreza, etc., que nunca he podido entender el significado sano o bíblico que tiene para el creyente. ¡Uf!, tengo muchísimo que aprender todavía y es por eso que me sigue fascinando la Biblia.

Pero escuché definir esta palabra «dominar» hace poco con el significado que se da justo en este lugar. El dominio de Dios es nada más ni nada menos que el ejercicio de su amor. ¡Con qué pa­sión creó a cada criatura y cada planta! Así como Dios domina sobre la creación, no deja de velar por ella, la cuida, la guarda, la mantiene en ese orden perfecto que maravilla… así es como Dios domina sobre todo. Y delega ese dominio en nosotros.

¿Qué dominio te ha encargado? ¿No es tu familia?

Otra clave importante que encontramos aquí en el Principio es la impresionante relación de Dios con la Primera Familia: Amistad. Compañe­rismo. Unión. Intimidad.

Se paseaban juntos al atardecer. «Eh, Adán, ¿Dónde estás?»

Pero Adán responde un día: «Te oí en el huerto y me escondí, porque tuve miedo».

¿Sabéis que? Hace poco vi una entrevista con una emocionada científica de la investigación genética del cerebro. Afirma contundentemente que están comprobando que estamos programa­dos —diseñados— para amar. Dice que las pri­meras experiencias de la infancia y la niñez de temor, son las que empiezan a alterar nuestro sistema original y a desordenar el orden, por decirlo a mi manera… Y lo que es aún más incre­íble, de mayores nuestros pensamientos van cam­biando constantemente nuestros genes. Dijo que con un intenso trabajo en corto tiempo, podemos cambiar el rumbo de nuestra genética. ¡Se va a comprobar que lo que Dios dice es verdad!

No puedo hablar más del tema, pero me quedé fascinada. Me acordé del texto que El amor echa fuera el temor, y pensé: El temor —no el odio— es lo opuesto al amor. Y me gocé grandemente de poder conocer y disfrutar del amor de Dios actuando en mi vida de manera insospechada. Tenemos que reconocer todo el temor que hay en nuestras vidas y que nos priva de mayor intimi­dad con Dios. Pero también el temor nos priva de intimidad con nuestros seres queridos.

Sigo fascinada con este primer relato del rotun­do fracaso de la primera familia de que tenemos conocimiento en el Génesis.

¿Os dais cuenta? La primera creación. La pri­mera familia. El proyecto más perfecto de Dios. La primera comunidad, Dios y esta familia... pero se rompió. ¿Por culpa de la serpiente, de la mujer, del engaño? No, dejemos siempre de buscar cul­pables, porque fue una decisión que tomaron. Adán y Eva descubrieron que tenían libertad para elegir.

Sabes, nadie tiene el derecho de dominarte. Tú incluso decides poner tu vida bajo el dominio de Dios. Y cuando tú te encuentres delante de Dios, tendrás que asumir responsabilidad de todos tus actos. No podrás culpar a nadie.

Pero hay otra palabra más que a mi me resulta importantísima en este relato, cuando Dios se acercó para hablar con Caín porque conocía su corazón, sus conflictos de familia, al no haber sido aceptada su ofrenda al Señor.

¿Por qué te has irritado y has torcido el gesto? Si hicieras lo bueno, podrías levantar la cara; pero como no lo haces, el pecado está esperando el momento de domi­narte. Sin embargo, tú puedes dominarlo a él.

¡Con qué sabiduría y mansedumbre habla con Caín! Caín está más que turbado, está en tenta­ción, pero Dios le dice: Tú puedes dominar el mal en ti. Tu puedes. Nuestro Padre habla así.

Si nosotros no nos sometemos a su dominio prefiriendo lo perfecto, corremos el riesgo de que nuestros malos rasgos acaben dominando nuestra persona y amargando nuestras familias. Yo creo que la familia cristiana es una familia sobrenatu­ral. Vamos contracorriente al mundo en muchas cosas. No podemos sino dar la gloria al Hijo y al Espíritu por convencernos de pecado y limpiarnos de malicia, y permitirnos perseverar hacia delante, cumpliendo con nuestras palabras, con nuestro pacto de matrimonio.

Nuestra vida tiene de todo, admitámoslo. Tan­tas veces nos invade una parálisis, somos incapa­ces de dar un giro. Los problemas, las dificulta­des, las decepciones y frustraciones —por poner lo más leve— nos acaban engañando, porque siem­pre estamos empecinados en encontrar soluciones. Esperamos resultados y no nos gusta esperar. ¡Pero la vida es un proceso! Nuestras mentes nece­sitan continua renovación; y necesitan aceptar también que la transformación es un proceso.

Aquí las palabras de Pedro y Pablo nos servi­rán: Tened por sumo gozo cuando os halléis en diver­sas pruebas. ¿Os suena? Todas las cosas ayudan para bien. ¿Lo crees? ¡No estoy cambiando de tema! Estamos hablando de las cosas que nos pueden robar la paz en la familia. Pero Dios no está tan preocupado de la paz en tu casa, perdona que te diga. Le interesa más el proceso de transforma­ción en tu vida.

Mirándolo así, nos damos cuenta que no son las situaciones y los problemas lo que nos roban la paz en la familia. Son nuestras maneras de reac­cionar ante las pruebas. Es obvio por qué se lla­man pruebas, ¿verdad? Nos hacen pasar por una prueba para que veamos nosotros mismos nuestro nivel: si estamos suspendiendo la asignatura, si necesitamos perseverar en el aprendizaje. Somos nosotros con nuestra inmadurez, dureza, falta de entrega al proceso, lo que constituye el verdadero problema.

La capacidad de elección que tenemos todos quiere decir también que no tenemos excusas. Culpar a otros, como hizo Adán nada más empe­zar la película, no vale. Nadie te hace pecar. Nadie te hace enfadar así de violentamente. Tú solito eliges enfadarte así. Eres libre para elegir tu reacción y respuesta. Tú tienes dominio y control sobre tu conducta. Eres Hijo del Padre Celestial y Él es el motor de tu vida. Pero ¡cómo nos cuesta mantener actualizada nuestra nueva identidad en Cristo! Es una lucha y un trabajo constante, por lo menos hasta que conseguimos romper estos hábitos.

Qué importante es reconocer que a pesar de todo el sufrimiento y el mal que nos puede caer en la vida, podemos tener la confianza de que la suprema e invariable intención de Dios es para nuestro bien. Y esta confianza es la que produce en nosotros paz y gozo. Muchas de nuestras dudas acerca de la bondad de la vida nacen en nuestras vivencias concretas: nuestros padres, nuestra familia, nuestro cuerpo, nuestro matrimo­nio o vida sin pareja, nuestros hijos o falta de hijos, y todas nuestras situaciones en la vida. Una ami­ga terapeuta me dice que con sus años de expe­riencia tiene que decir que, los hijos no tienen paz si no la tienen los padres.

En el meollo de todo está nuestra identidad en la familia y particularmente en relación con nuestros padres. No podemos llegar a estar agradecidos por lo que somos si no podemos estar agradecidos por ellos. Sin embargo, el 5º manda­miento dice: Honra a tu padre y a tu madre. Pablo añade que es el primer mandamiento con promesa incluida: larga vida. Y con más paz, añado yo.

Pero no siempre es fácil alcanzar esto. Algunos requieren ayuda, pues será un proceso que lleva tiempo. El proceso es trabajoso. Pero el individuo que quiera ser discípulo de Jesús tiene un camino que seguir. No estará sólo porque puede buscar ayuda. En «el mundo», somos guiados por los sentimientos. En el Reino, haces lo que es correcto y los sentimientos te seguirán.

Jesús dijo que él mismo no hacía nada por su cuenta, sino lo que veía hacer al Padre; que el Padre ama al Hijo, y le muestra todo lo que Él mismo hace. Añade: Así como el Padre levanta a los muertos y les da vida, asimismo el Hijo también da vida a los que El quiere. Seamos hijos de este Padre, llenos de vida.

También existen otras dificultades en casa. Padre y madre son uno… Bueno, a veces; pero tantas otras veces, un cuerpo con dos cabezas. Es difícil conseguirlo, pero la paz que viene de tomar decisiones juntos, tener consideración de los deseos del otro, mantener unidad delante de los hijos, esto es sembrar paz en el hogar.

Las diferencias no se discuten delante de los hijos, sino que nos apartamos para deliberar y para encontrar una decisión aceptada por los dos; porque si no, todo está perdido. Nos sometemos el uno al otro, pues uno tiene más cabeza que el otro para ciertas cosas. ¿O no? ¡Cuánta paz hay en el hogar cuando funcionamos de común acuerdo, como el Padre Celestial y su Hijo en la Tierra!

Un fundamento sólido para la paz en nuestras familias se establece cuando hay integridad espiri­tual en los padres. Cuando hacemos lo que predi­camos, reconociendo nuestros fallos, pidiendo perdón por ellos, y reconciliándonos rápidamente. Cuando comprueben una y otra vez que hablamos en serio de seguir las pisadas de Jesús, ya sea por nuestras acciones dentro y fuera de casa pues coinciden en la misma línea. Cuando vean que no hay fisuras en nuestra vida espiritual en casa, en­tonces seremos más que padres; seremos buenos ejemplos.

Recuerda que no hay nada que nos haya ocu­rrido (o que nos pueda llegar a pasar) que no pueda ser redimido, sanado o transformado en nuestro camino hacia nuestro destino en este mun­do. ¿Cuál es ese destino? Alcanzar la entera y completa paz en nuestro ser, con nosotros mismos y con los que nos rodean… en Dios, quien nos da plenitud.

Falta paz en los hogares cristianos cuando olvidamos que Jesús llegó con una toalla sobre el brazo para servir, en vez de venir para dominar con poder y autoridad.

Faltará paz en nuestras familias si no aprende­mos a perdonar a nuestros enemigos. Perdonar­nos en la familia es esencial, pero perdonar a nuestros enemigos fuera de casa… es igual de importante. Tu hogar es una escuela de aprendi­zaje; y tú eres el aprendiz de Cristo, el maestro en casa.

Falta paz en las familias cuando no damos valor a nuestras palabras. Dios creó el mundo con palabras. Esto me deja atónita. Nosotros también creamos nuestro mundo de familia, con las pala­bras que escogemos usar. ¿Conoces el valor de tus palabras? Somos expertos para tirar abajo al otro con nuestra insistencia en utilizar palabras que hacen daño; pero ¡cómo nos cuesta usar palabras que traen paz dentro de nuestras paredes!

Es muy importante trabajar en la comunica­ción, pero cuidemos nuestras palabras. Es más fácil bombardear al otro que cuidadosamente abrir un túnel para salir del problema. Recuerda cómo rescataron a esos mineros chilenos…

Por último tengo que contaros que hace poco tuve oportunidad de ver varios programas de El Encantador de Perros y me quedé atónita. ¡Tenemos que aprender de los perros también! El especialis­ta mejicano, llamado César, subrayaba programa tras programa el siguiente principio: Todos los perros tienen una mentalidad de manada, y siempre seguirán al líder. Resolvió muchos casos de problemas de conducta en perros; pero el que más me impactó fue la historia del perrito de un matrimonio muy adinerado. En su jubilación vieron cómo la agresividad del perrito ahuyentó la familia de su único hijo, con sus tres preciosas nietas. Por los ladridos y las mordeduras, dejaron de visitar la fabulosa casa de sus abuelos durante dos años. El hijo les había dicho que eligiesen entre su familia o su perro. Finalmente acudieron desesperados al programa; a César, el que susurra a los perros... y en pocos minutos resolvieron el problema. Explicando los principios al abuelo, hizo traer primero a la nieta mayor. Cuando entró de la mano de César, vieron cómo empezó a gru­ñir el perrito y acercarse a ellos. César se detuvo y miró al perro con seguridad y naturalidad y le indicó con la mano que no se moviera más. Luego llevó a la niña hasta los brazos del abuelo, sin problemas. El perrito dio pasitos hacia atrás con la cabeza gacha, bastante acobardado. El abuelo estaba atónito. César le explicó que él no había estado utilizando su autoridad en su casa y por eso el perrito había ocupado su lugar. Si los humanos no toman autoridad para ser los líderes de sus perros —que es lo normal— ellos ocuparán ese lugar. Le explicó que no es que el perrito se había transformado en un animal violento, sino que estaba protegiendo a su amo y su casa. ¿Cómo es que el perro reconoció la autoridad de César en ese momento, cuando ni siquiera lo cono­cía; ni tampoco César usó un palo ni levantó la voz? La autoridad se encontraba en esta persona segura, que se movía con naturalidad y sabía quién era. La paz llegó a esta familia. Uno a la vez, de la mano de César, todos volvieron a entrar en la casa. Incluso al final, fundida la familia entera en un abrazo feliz, invitaron al perrito a unirse a esta nueva alegría.

Yo pensaba en las conductas problemáticas de hijos en muchas familias, y me pregunto si no podemos aprender de los perros.

Todos necesitamos trabajar constantemente para conservar o encontrar paz en nuestras fami­lias. ¿Qué piensas acerca de tu familia? ¿Puedes señalar algo que necesita una actualización?

Que el Señor bendiga a nuestras familias y sembremos más paz cada día. Descubramos el gozo del Reino de Dios.

Porque la paz en tu familia tiene todo que ver con el Reino de Dios. El Reino no está ahí afuera, no está en la Iglesia. Está en ti. Y es para vivirlo con toda naturalidad en tu casa, en tu trabajo, en todo lo que haces y piensas. Dios gobernando y bendiciendo tu vida entera. El Reino está en ti y tú estás en el Reino. Que no se te olvide nunca.

 
 
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