Colección de lecturas
 

PDF ¿En forma de siervo?

Vino a predicar la paz
por John H. Yoder


He Came Preaching Peace
Copyright © 1985 Herald Press (Scottdale, EEUU)
Traducción: Dionisio Byler, 2006
Reproducido aquí con permiso de Herald Press, que conserva todos los derechos.


Capítulo 7.
¿En forma de siervo? [1]

El Nuevo Testamento no tiene un libro de salmos. La poesía de los primeros cristianos sólo se puede hallar cuando viene dentro de otros textos, reconociéndose por sus rasgos de rima o metro. No es nada frecuente que esas citas tengan la suficiente extensión como para darnos una idea de la temática del poema entero. Afortunadamente, el texto más largo que conserva el Nuevo Testamento de una de esas poesías, es probablemente la más antigua de ellas. Ya se venía utilizando como un himno en las iglesia antes de la redacción de la carta a los Filipenses.

Los lingüistas coinciden en que por el estilo y el metro, los siete versículos que estamos viendo eran un himno. No son palabras originales del apóstol Pablo. Las incorporó en su carta como podría valerse de unos versos un predicador o alguien que escribiera una carta hoy día. Para empezar, entonces, recordemos cuáles son esas palabras:

Cristo Jesús, teniendo la forma de Dios,
no se aferró a su igualdad con Dios
sino que se vació a sí mismo, tomando forma de esclavo.
Llevando la imagen humana,
manifestándose en forma humana,
se humilló, en obediencia aceptando la muerte
—y muerte de cruz.
Por consiguiente Dios lo levantó hasta lo más alto
y le dio el nombre sobre todos los nombres,
para que ante el nombre de Jesús toda rodilla se doble
en el cielo, en la tierra y en las profundidades,
y toda lengua confiese, para gloria de Dios el Padre,
que Jesucristo es el Señor.

Filipenses 2,5-11 [2]

Pablo incorpora esta cita dentro de su exhortación a los creyentes de Filipos para que estén más unidos. Las propias palabras de Pablo se notan aquí más imbuidas de retórica, escogidas con más cuidado que normalmente. Las Palabras de Pablo también asumen una cadencia casi poética:

¿Hay alguna consolación en Cristo?
¿Hay algún incentivo en el amor?

Pero por ahora queremos detenernos en el texto del himno. Hay que leerlo a cinco niveles. En primer lugar, tenemos que preguntar: ¿En qué sentido es una descripción de lo que hizo Jesús? ¿Qué hizo Jesús que tiene sentido en relación con esta descripción? Jesús escogió bien —dice— cuando era posible haber escogido mal. ¿Cuál habría sido esa opción equivocada? Pero esa, descubrimos, es una pregunta del segundo nivel. Hay una planta baja o sótano antes de llegar a ese nivel. Tenemos que preguntar primero quién fue el que escogió mal al considerar que la igualdad a Dios era algo a que aferrarse. Esa referencia nos lleva a Génesis.

«Llevar la imagen de Dios» no significa, no aquí en este texto, ser Dios. Eva y Adán habían sido creados a imagen de Dios. Ser semejante a Dios significa ser humano. El tentador en Génesis 3,5 les propuso «ser iguales a Dios» como si acaso Eva y Adán ya no poseyeran ese rasgo. El tentador alegó que Dios se estaba reservando algo —algo que él no quería que ellos se apropiaran. En lugar de aceptar la semejanza a Dios que ya tenían como un don, Eva y Adán llegaron a convencerse de que era un objetivo a tomar por iniciativa propia. Esa es la planta baja, entonces, la raíz de rebeldía.

Entonces, ¿cuándo es que Jesús, ante esa disyuntiva, escogió la opción contraria? Jesús se las vio con el tentador. No en un huerto en los albores del tiempo sino en un desierto. En lo que escogió Jesús estaba también en juego la semejanza a Dios. El tentador le dijo: «Si acaso es cierto que tú eres Hijo de Dios, haz esto y reclama así tu trono. Crea pan. Salta al atrio del templo. Haz un pacto conmigo». Cuando el tentador le metió la idea: «Si acaso es cierto que eres Hijo de Dios» no era con el sentido de que «Si acaso es cierto que eres la Segunda Persona de la Trinidad» —no en este caso, como tampoco en Génesis. Tenía un sentido mucho más concreto, humano, político: «Si eres el ungido, si eres el libertador que todos esperan, si eres el que ha sido designado para gobernar a estas personas y liberarlos, entonces haz estas cosas que te planteo».

En su contexto inicial en el Salmo 2 —el texto que refleja la voz cuando el bautismo de Jesús— un sacerdote o profeta hablaba de parte de Dios al rey que estaba siendo coronado al trono de David. Decía: «Tú eres mi hijo: hoy te he engendrado» (con el sentido de: «te he adoptado como hijo mío»). Lo que querían decir esas palabras es: «Desde hoy eres rey de Israel».

Así que el diablo dice: «Si tú eres ese, si eres el que ha sido designado para reinar, ¡entonces hazte con el poder! ¡Asume el mando! Y yo te puedo ayudar. Estos reinos se los puedo dar a quien yo quiera». Pero eso es lo que Jesús escogió no hacer. Escogió en el desierto que no actuaría así. Y también en Galilea y en el Getsemaní, su elección fue siempre la misma. Su manera de ser el ungido no sería la de ser un gobernante sino un siervo —sería la de vaciarse. Su manera de ser como Dios, sería la de asumir plenamente su forma humana.

Esto es algo que Jesús no escogió una única vez sino reiteradamente. En el desierto se negó a ser un Ché Guevara o un George Washington. En lugar de eso tomó en sus brazos niños pequeños aunque no fueran los suyos —en una era antes de que se inventaran los pañales. Lavó pies sucios. Curó hemorragias. Perdonó pecados. Y a lo último de todo, en el huerto, volvió a negarse a ser un George Washington o un Ché Guevara. Toda su vida y hasta la muerte su papel fue el de un siervo.

Puede que haya sido Pablo mismo el que añadiera al texto esta frase, puesto que no encaja den­tro de la métrica del himno: «—y muerte de cruz». No una muerte como cualquier otra. Jesús no murió de viejo ni por enfermedad ni de hambre ni por accidente. Fue una muerte política: la muerte de cruz, la muerte que los romanos reservaban para los peores rebeldes. Es por eso que recibe recompensa. Se le da un título que antes no había tenido. Ahora será conocido como «el Señor», un título por encima de todos los títulos. «Por consiguiente— (empieza la última sección: en vista de esta humillación de sí mismo) —le es concedida la exaltación, este título único: el Señor».

En todo el Nuevo Testamento el texto que más se parece a éste es el de Hebreos 12. Allí Jesús también comparte la misma realidad con nosotros, comparte con nosotros la humanidad como su manera de ser la Palabra divina.. Es «el autor de nuestra fidelidad» y «el que la perfecciona». Allí Jesús recibe igualmente recompensa a cambio de su humillación. El texto de hebreos pone que «por el gozo que tenía por delante aguantó la cruz». Es así como el camino de la cruz no es un accidente, no es un desvío de camino hacia la victoria. Es en sí misma la victoria. No es la amargura que hay que tragar junto con la dulzura. No es la ley a que hace falta doblegarse antes de que nos llegue el evangelio. No se trata de malas noticias mezcladas con las buenas noticias. Es, en sí misma, el evangelio. El divino vaciarse a sí mismo es, de por sí mismo, evangelio. Es la revelación de cómo son las cosas.

Cuando leemos textos como éste sobre el sufrimiento, nos suele preocupar la dimensión del dolor, de la división, el juicio y castigo, en el mensaje de la cruz. Esas son las inquietudes nuestras. Es lo que nos suscita interrogantes. No queremos que Jesús nos divida. No queremos un padre divino que nos discipline. No queremos tener que asumir la ingrata labor de juzgar y dividir. Desearíamos que haya un mundo sin división. Desearíamos que el cosmos fuese benévolo, una extensión de la seguridad del vientre materno. Por eso estos textos nos resultan molestos, con sus palabras de sufrimiento y de división. Y sin embargo ese no es el acento con que se escriben estos textos. Al contrario, hablan de una gran alegría: «por el gozo que tenía por delante». Incluso Jesús llega a hablar de esta familia dividida como reconstituida cien por uno —donde se crean vínculos familiares nuevos ya en esta tierra.

El primer nivel de nuestro texto fue el de las elecciones humanas (equivocadas) de nuestros primeros antepasados. El segundo nivel fue el de las elecciones humanas acertadas del hombre Jesús. Llegamos así al tercer nivel. ¿Qué entendían en Filipos al cantar este himno? ¿Qué entendían al cantarlo las iglesias misioneras del primer siglo? Las iglesias gentiles ya no se mantenían en contacto con el mundo judío que describen los evangelios. Ya no conservaban vínculos con la lengua hebrea, donde se podía decir con toda naturalidad que Adán o cualquier rey de Israel era semejante a Dios, era «hijo de Dios». Los misioneros apostólicos entraban en contacto con el mundo cultural helenizado, con sus disquisiciones sobre cuestiones de lo material y lo eterno y «realidades últimas». En ese ambiente nuevo, estos textos no tardaron en adquirir otro significado distinto.

Ahora se entendía que la frase «teniendo la forma de Dios» tenía que referirse a la preexistencia eterna de la Palabra divina, la Segunda Persona de la Trinidad. La opción que Jesús escogió y encarnó, entonces, tenía que ser la renuncia a sus rasgos divinos, para descender a la Tierra y hacerse un hombre para obtener nuestra salvación. Eso no es lo que pone el himno. No dice nada acerca de descender desde el cielo; pero los credos sí. Con los credos haciendo eco en nuestra mente, era inevitable que eso sea lo que nos dice este texto. Es así como la decisión de Jesús de negarse a ser un Mesías celote, violento, ahora se ha transformado en la visión, la manifestación, la encarnación de la profunda realidad de la naturaleza de Dios.

Cuando vemos un risco que sobresale de la tierra de una colina, a la vez que observamos la forma y el color que tiene, sabemos que penetra y traspasa toda la colina, tal vez por kilómetros. Así como sólo es posible observar la veta de la madera allí donde hace superficie, también observamos que la opción de Jesús de no gobernar el mundo por la violencia es como hace superficie la decisión eterna divina —si es que puede haber tal cosa como una decisión eterna— una decisión eternamente vinculante y libertadora del Hijo, Dios verdadero de Dios verdadero, de entrar a nuestra historia. Entones vaciarse a sí mismo no es algo que solamente hizo Jesús. No es sólo lo que hizo el eterno Hijo divino. Puesto que es así, entones se corresponde con la mismísima naturaleza de Dios. El Creador del universo es un siervo. El Todopoderoso ama a sus enemigos.

Después de tanta gloria, el cuarto nivel de significación nos puede parecer demasiado mundano —y sin embargo es la primera cosa que había entre manos cuando se escribió nuestro texto. Pablo tiene el arrojo colosal, casi se diría la arrogancia —en francés dirían tener le culot; en iddish, jutspa; en castellano morro o descaro. ¡Vaya desproporción, apelar a la lucha heroica de Jesús cuando la tentación en el desierto! ¡Apelar, incluso, al eterno decreto divino que ante todos los mundos vinculó al Dios de las galaxias con Belén y con el Calvario! Pablo comete la exageración de informar a sus lectores de Filipos, que es por eso que deben llevarse bien entre sí. Todo este himno majestuoso de salvación cósmica y cristología épica, solamente sobrevivió por escrito porque Pablo, desde su prisión, procuraba convencer a los líderes de Filipos que no debían ser tan mezquinos y orgullosos. Se está refiriendo concretamente a las personas que en 1,15 predicaban a Cristo por envidia y rivalidad. Se está refiriendo concretamente a las dos líderes —en 4,2— a quienes insta a trabajar más armoniosamente. Incluye la gratitud de Pablo (4,10ss.) por el dinero que le habían mandado. Tan humano, tan material es el significado para Filipos, de la humillación cósmica del Hijo eterno. El resultado es tan sencillo: «Nada hagáis por egoísmo o vanagloria. Considerad a los demás como superiores a uno mismo. Tened en cuenta los intereses de los demás». ¿Acaso podría ser más sencillo o más tajante?

El quinto nivel nos toca definirlo a nosotros. Estamos aquí reunidos de entre los muchos que se han comprometido a honrar estos escritos antiguos y este himno antiguo como Sagrada Escritura. Este texto que se escribió con una meta tan inmediata, escrito por Pablo desde alguna cárcel —como estuvo tantas veces encarcelado, ni siquiera sabemos cuál cárcel: si la de Éfeso en el año 55 o Cesarea en el 59 o Roma en el 62— a un puñado de creyentes en la población de mercado provinciano que era Filipos. Se supone que este texto nos ha de llegar como una palabra de gracia a nosotros también.

La elección que tenemos por delante es al fin y al cabo, según nos informan estas palabras, la misma que tuvo que afrontar Jesús, la misma que Eva. ¿Alargaremos la mano para apropiarnos de la dignidad, la importancia, los logros, el ser iguales a Dios como algo a que aferrarnos? ¿Nos haremos con el poder en ese pequeño mundo que podemos llegar a controlar? ¿O conseguiremos acaso aprender a confiar que nuestra valía como imagen de Dios es un don que nos ha sido dado, que no hace falta ni agarrar ni defender? ¿Que nos ha sido dado, de hecho, para pasárselo al siguiente, para que se reparta cada vez más?

La originalidad de los pacificadores modernos al estilo de Gandhi y King no fue sólo su propio carácter moral ni la sagacidad con que actuaban en el momento justo ni su disciplina espiritual. Fue también, muy especialmente, su compromiso a respetar la dignidad de su adversario —del enemigo. Hasta el opresor lleva la imagen de Dios. Llevar la imagen de Dios no tiene ningún mérito, no constituye ningún logro, no es nada a que aferrarse. Es la gracia de Dios. Si esto es así, no puedo aceptar esa gracia para mí si a la vez me niego a ver a mi prójimo —incluso a mi enemigo— de la misma manera.

Vivimos en una cultura donde incluso el análisis que aporta la ciencia social secular está empezando a identificar el egoísmo, el narcisismo, el apetito de reconocimiento, como una de las causas de nuestra pérdida de fibra moral. ¿Podrá entonces este descaro de Pablo llegar hasta nosotros también como buena noticia? ¿Podrá este antiguo himno ayudarnos a dejar que la semejanza a Dios, la dignidad y el respeto se definan ya no como un logro sino como un don? ¿No el dominio sino el servicio?

En el nombre del Autor de nuestra fidelidad,
en el nombre de aquel que perfecciona nuestra fidelidad,
en el nombre de aquel que por el gozo que tenía por delante aguantó la vergüenza,
Que el Dios de paz,
que resucitó de los muertos a nuestro Señor Jesús, el Gran Pastor de nuestro rebaño,
nos equipe, por la sangre del pacto eterno,
para hacer su voluntad en todo bien,
operando en nosotros lo que sea de su agrado,
Por medio de Jesucristo,
a quien sea gloria por todos los siglos,
Amén.


1. Predicado el 24 de agosto de 1983 en el culto vespertino en Holden Village en Chelan, Washington. Publicado luego como He Came Preaching Peace (Scottdale: Herald, 1985), Capítulo 7, la presente traducción (por Dionisio Byler) y difusión por internet es con permiso de Herald Press, que conserva todos los derechos.

2. Yoder —que enseñó griego durante algunos años en el seminario donde fue profesor—frecuentemente realizaba sus propias traducciones de los textos bíblicos. Tal el caso aquí. Hemos optado por traducir directamente del texto inglés de Yoder, sabiendo que si así lo desean, los lectores siempre pueden cotejar el resultado con las versiones impresas de la Biblia a su disposición. —D.B.