El declive de la religión

16 de julio de 2021  •  Lectura: 9 min.
Foto: Connie Bentson

He visto recientemente un análisis de la tendencia en lo que va de siglo, hacia el declive de la religión y la influencia de la religión en las sociedades occidentales. El análisis se centraba en la sociedad de EEUU pero se parece a lo que ya venía sucediendo en Europa desde varias décadas antes, y sospecho que en otras latitudes no irán muy a la zaga.

Los factores que indicaba ese análisis no sorprenden. Entre otras cosas:

1. El auge de internet

Hasta hace poco, la autoridad para responder a nuestras preguntas e inquietudes más trascendentales era el sacerdote o pastor. En el entorno evangélico, esa autoridad se basaba en la de la Biblia, autoridad inapelable por dimanar directamente de Dios. Quien no quisiera aceptar esa autoridad estaba obligado a acudir a alguna biblioteca y leer libros. Hoy día cualquier elemento de curiosidad halla respuestas infinitas —unas mucho más fiables que otras, desde luego— en internet. Es posible dar, tal vez, con algún vídeo de YouTube cuya respuesta se base en textos bíblicos; pero es mucho más fácil dar con otros tipos de respuesta y argumentación.

Se puede seguir defendiendo todo lo que se quiera la autoridad inapelable de la Biblia. La realidad es que no es allí donde hoy día se suele buscar respuestas para casi nada. La Wikipedia y YouTube y las redes sociales la han relegado y desplazado.

2. La identificación del cristianismo con la ultraderecha política

Los conservadurismos político y religioso parecen vivir en una simbiosis donde se alimentan mutuamente. Los políticos de derechas parecen intuir que su mayor caladero de votos estará entre la gente religiosa, que se sienten incómodos con las tendencias de la sociedad moderna. Porque hay muchos aspectos del progresismo político que chocan directamente con las respuestas que da la religión tradicional a los problemas de la sociedad. Esta simbiosis puede obtener algunos resultados importantes a corto plazo, pero el tiempo no se detiene para nadie.

Estoy leyendo estos días una biografía de la emperatriz Cixí de China en la segunda mitad del siglo XIX. Aunque aceptó muchos avances occidentales para la China, se resistió durante décadas a que se construyeran ferrocarriles, porque al pasar cerca de cementerios —lo cual era inevitable— el ruido y el humo de sus locomotoras incomodaría a los antepasados difuntos. La devoción a los difuntos era un aspecto irrenunciable de la cultura china. Hoy, un siglo y medio después, China ha construido más kilómetros de ferrocarril de alta velocidad en diez años, que todo el resto del mundo en cuarenta. Los avances se pueden retrasar por motivos religiosos, pero nunca detener; y si sufren retraso, el cambio puede resultar tanto más rápido.

Así que la alianza entre la ultraderecha política y el conservadurismo religioso puede cosechar triunfos importantes a corto plazo, pero es difícil imaginar que se impongan a la larga. Al contrario, esa alianza es sintomática de la debilidad de la religión que se observa en la sociedad hoy día.

3. La moral

Lo que la religión conservadora considera moral choca cada vez más con el sentido de moral, corrección y ética de la sociedad en general, y en particular los jóvenes. La mayoría de los jóvenes considera que es inmoral albergar prejuicios contra personas de sexualidad LGTBI, por ejemplo. Les parece inmoral que tales personas no sean aceptadas en nuestras comunidades, o que se les niegue el rito de una boda. Les parece inmoral negarle a una persona que sufre sin esperanza de ninguna mejoría, el alivio de la eutanasia por mucho que lo reclame. Les parece inmoral que se obligue a nacer una persona rechazada por su madre; inmoral dar más importancia a la opinión de extraños que a la de la propia embarazada.

La lista es larga, pero el sentido suele ser parecido: la religión considera inmoral lo que la sociedad considera moral; y la moral religiosa es rechazada como inmoralidad por la sociedad —en particular la juventud—.

4. La hipocresía

Los jóvenes tienen especial «radar» para pillar en hipocresía a los adultos. Se dan cuenta perfectamente que no es lo mismo predicar sobre el amor al prójimo, que la realidad de la xenofobia, mirar mal a los gitanos, y otras muchas conductas y actitudes tan habituales en el pueblo creyente como en cualquier otro segmento de la sociedad. Decimos de los homosexuales que detestamos el pecado pero amamos al pecador; y miramos para otra parte cuando ser «amados» así los lleva al suicidio.

Aunque predican la castidad sexual, nadie en su sano juicio dejaría a sus hijos en manos de un cura sin supervisión; y todo el mundo se alarmaría si una adolescente evangélica pasara mucho tiempo a puerta cerrada con el pastor de su iglesia.

La realidad es que la incidencia de incesto y embarazos indeseados y abortos es levemente superior en comunidades religiosas que en el resto de la sociedad; y sin embargo somos expertos en fingir que no. La realidad es que aunque se predique contra el hurto y la deshonestidad, el desfalco de los diezmos es harto frecuente en muchas iglesias evangélicas, donde el pastor ni siquiera se molesta en llevar por separadas las cuentas de la iglesia y las propias. Ni qué hablar de la expropiación de bienes inmuebles a mansalva que se ha destapado en la Iglesia Católica española.

Jesús criticó a los fariseos diciendo que había que vivir como ellos mandaban vivir, no como en efecto vivían. Esa hipocresía que él vio en los fariseos es demasiado típica en las comunidades cristianas hoy también, miles de años después. En mi opinión personal, pocas cosas hacen tanto daño a la religión como decir una cosa y hacer otra.

5. El sexo

Cuando yo era niño y tal vez hasta cierto punto en mi adolescencia, seguía siendo normal vincular el sexo y la reproducción. La existencia de la prostitución desde siempre, indica que esa vinculación no era absoluta. Había además formas de evitar embarazos, aunque eran molestas y tendían a robar espontaneidad. Pero con el desarrollo de «la píldora» para prevenir embarazos, hubo un cambio de paradigma. Empezó a hacerse más pronunciada que nunca la desvinculación entre el placer sexual y la reproducción.

La religión, sin embargo, venía desde siempre asociando la cuestión de género y de sexo a la reproducción. Esto era natural y además necesario para prevenir en cuanto fuera posible, los desmanes en la sociedad que provocaban los embarazos donde no se supiera quién era el padre o se supiera que el padre no era el marido. La monogamia y el sexo solamente en el matrimonio era lo que ofrecía las mayores garantías de paz social.

Entre los cristianos bien es cierto que esto chocaba con el antecedente de la vigorosa poligamia de algunos de los grandes héroes espirituales de la Biblia; pero eso solía pasarse por alto como excepciones propias de otra dispensación ya caducada en la historia de la Salvación. Si acaso, se podía mencionar precisamente como ejemplo de lo mal que salían las cosas si no se seguía la más estricta monogamia y sexo solo para casados.

La vinculación entre sexo y reproducción condujo a que en la Edad Media se llegase a considerar peor crimen y pecado contra Dios la masturbación y la homosexualidad, que la violación y el incesto. Porque en estos últimos casos siempre era posible por lo menos engendrar una nueva vida, con lo cual parece ser que se aliviaba en cierta medida el pecado.

Todo esto suena hoy día tan estrafalario que a no ser que una persona haya sido educada con esas ideas desde la niñez, es imposible que pueda convencer.

La juventud de hoy, desvinculado el sexo de la reproducción, asume no solo lo que a mí personalmente me parece una inmensa ligereza moral. Asumen también toda una multitud de «preferencias» sexuales y todo un abanico de identidad de género. La dualidad macho y hembra es necesaria para reproducirnos, sí, pero parece ser que ya no para la identidad personal ni para la actividad sexual.

Se avecinan cambios

Con este último tema llegamos a una cuestión donde mis propias ideas —o tal vez los años que llevo a cuestas— me llevan a pensar, a mí también, que la sociedad haría bien en dar marcha atrás. Es necesario el arrepentimiento y la disposición a cambiar para entrar al reino de Dios, ¿no? ¿Acaso no era esta una verdad inseparable del evangelio?

Al margen de lo que pueda opinar yo o ningún otro, sin embargo, por todos estos factores citados y otros más, la religión está sufriendo un franco declive en nuestra generación. En particular entre la juventud; pero si la iglesia pierde a la juventud, no tiene futuro.

No es problema solo de la iglesia, no solo para el cristianismo.

El fanatismo hindú en la India tiene todas las pintas de ser los estertores finales de una concepción de la vida que está en vías de desaparecer. Lo mismo se podría decir en cuanto al fundamentalismo islámico. Tarde o temprano acabará reventando la opresión que se sufre viviendo bajo mentalidad medieval en esas sociedades. Ahí está también el caso del judaísmo, hoy día excusa religiosa para sostener un estado que es racista por definición y esencia; de lo cual la juventud allí también se tienen que dar cuenta.

Solo Dios sabe adónde va a ir a parar esta tendencia generalizada, contraria a todas las religiones tradicionalistas.

Solo Dios, por su Espíritu Santo, puede guiarnos a su iglesia para discernir qué cosas son sacrificables, qué cosas tenemos que cambiar nosotros, y qué cosas son constitutivas de ese arrepentimiento por el que se accede a la salvación.

Hay multitud de mandamientos bíblicos a los que jamás se nos ocurriría prestar ninguna atención. Sí, es verdad que hay sectas cristianas pequeñas que prohíben a las mujeres cortarse el pelo; no sé de ninguna, sin embargo, que obliga a sus fieles matar con piedras a los blasfemos. Por mucho que nos preciemos de seguir los preceptos de la Biblia, no hay nadie que no elija y escoja entre estos y aquellos, los que nos parece importante o no cumplir. Y quien diga lo contrario o es ignorante o miente a sabiendas.

Aquello en que nos mantenemos firmes hoy no es, aunque creamos que sí, lo mismo en que se mantuvieron firmes nuestros padres y abuelos, ni qué hablar de otras generaciones mucho más anteriores en el tiempo.

Y sin embargo…

Yo confieso una fe inquebrantable en que el Espíritu Santo, que en cada generación hasta ahora ha hallado adoradores fieles, levantará en las generaciones del futuro también un testimonio digno de su Nombre.

Bien es posible que ahora estemos sufriendo —y estemos por sufrir mucho más— una poda severa de la que nacerán a la postre brotes nuevos. En la medida que esto sirva para purificar al pueblo de Dios y enseñarnos maneras más apropiadas para traer el evangelio a quienes ya nunca más pensarán como pensábamos ayer, habrá que abrazar este duro trago presente con fe y esperanza.

El Espíritu del Señor hará germinar un vergel donde nosotros no vemos más que un desierto.

La fe de mañana tal vez no se parezca mucho a la de hoy, pero jamás renunciará a lo más esencial. Seguirá fiel al Señor Dios de Israel aunque adopte formas nuevas.

Connie Bentson, mi esposa, tiene una visión incluso, si cabe, más positiva que esta. Ella es seguidora entusiasta de noticias de avivamiento espiritual alrededor del mundo. Ora asiduamente por un gran despertar del evangelio que rompa barreras y traiga salvación a multitudes. Y se nutre de historias de diferentes latitudes donde Dios sigue avivando —incluso en esta generación nuestra— esa misma llama que según otros observadores, parece que se estaría quedando en apenas un hilito de humo.

En lo que coincidimos ella y yo, es el convencimiento de que la última palabra no será nunca el abandono de la fe. Esta aventura de la humanidad con Dios, que empezó hace algo más que tres mi años por iniciativa de Dios —no humana—, tendrá todavía recorrido y amplia proyección en el futuro. Mal que pese a los incrédulos, «el brazo de Dios no se ha acortado». Sigue habiendo hoy sanaciones inexplicables y obras y prodigios de parte de Dios, allí donde se espera en Dios con fe como un clavo ardiendo.

No, esto no se acaba, aunque muchas cosas seguramente sí que tengan que cambiar.

2 comentarios en «El declive de la religión»

  1. Gracias, otra muy buena reflexión y reto
    Sigamos con fe y esperanza en nuestro Dios del pasado, presente y futuro.

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