Colección de lecturas
 

El final de 1 Tesalonicenses (8º de 10)
Cómo recibir las profecías
Dionisio Byler, Boletín CEMB Nº 69, junio 2001

No menospreciéis las profecías.Antes bien, examinadlo todo cuidadosamente, retened lo bueno.
     
   —1 Tesalonicenses 5.21-22

¡Ay, las profecías! El tema de las profecías sería mucho más sencillo si no fuera que desde siempre las ha habido ciertas y las ha habido falsas. La historia del Antiguo Testamento está llena de casos de «falsos profetas» que pretendían hablar en el nombre de Dios, pero sólo daban voz a sus deseos u opiniones personales, o a mensajes que les resultaban políticamente convenientes. (El caso más curioso de esto último viene en1 Reyes 22, donde el profeta Micaías le explica al rey Acab por qué los demás profetas sólo dicen lo que el rey quiere oír: «He aquí que el Señor ha puesto un espíritu de mentira en boca de estos tus profetas; pues el Señor ha decretado el mal contra ti».)

Hay diversidad de opiniones sobre lo que quiere decir el profeta Amós cuando pone:«Ciertamente el Señor DIOS no hace nada sin revelar su secreto a sus siervos los profetas» (Amós 3.7). Sin embargo, en vista de que Amós niega en otro lugar ser profeta ni hijo de profeta sino al contrario, un campesino sin pretensiones(Amós 7.14), en mi propia opinión Amós está hablando aquí con ironía, burlándose de la pretensiosidad fanfarrona de los profetas de su día, que parecían estar convencidos de que Dios no iba a hacer nada sin primero contarles a ellos sus secretos.

En vista de tales abusos del tema de la profecía, que arrancan desde los tiempos del Antiguo Testamento y siguen resultando tentadores hasta hoy, nunca sobra la advertencia de Pablo aquí: «No menospreciéis las profecías». Y es que, hartos de haber sido manipulados por una presunta autoridad espiritual que la ambición personal esconde tras las palabras «Así dice el Señor», bien fácil es acabar no queriendo saber nada de profetas ni de profecías.

Y sin embargo, Dios desde siempre ha sido, por su mismísima naturaleza, un Dios que habla a su pueblo. Y si el Dios de la Biblia (y nuestro) es un Dios que habla, entonces es importante no menospreciar la profecía. Porque la profecía es desde tiempos bíblicos una de las maneras más típicas por las que Dios habla a su pueblo.

¿Cómo evitar, entonces, caer en uno de los dos extremos no deseados: el de creerse como bobos toda palabrería presuntamente profética, por una parte; o el de menospreciar la profecía por sistema? El apóstol nos echa un cable, añadiendo a esa precaución contra el menosprecio de las profecías, instrucciones prácticas que nos ayudarán a evitar estos dos extremos: «Examinadlo todo, retened lo bueno».

¿Qué hacer cuando escuchamos cualquier idea que se presume que se está pronunciando «por parte de Dios» o «por inspiración del Espíritu Santo», y cuyas características son las que el apóstol describe como propiamente proféticas, o sea palabras cuyo fin es «edificación, exhortación y consolación» (1 Corintios 14.3)? La actitud correcta a tener es la siguiente: Ni aceptar como bobos ni rechazar de cuajo, sino examinarlo todo. Cuando se escuchan palabras de profecía hay que poner en alerta todos los sentidos, el espíritu y el intelecto. Dios espera que ante palabras de profecía tengamos los cristianos la madurez espiritual personal, el discernimiento y la capacidad de juicio propio, un suficiente y necesario conocimiento de la revelación bíblica, la indispensable familiaridad con la persona y las enseñanzas de Jesús el Hijo, y la experiencia propia de vida en el Espíritu Santo, como para saber la diferencia entre lo que es bueno y lo que no lo es.

Y sabiendo —como cristianos que somos— discernir aquello que es bueno, entonces... sencillamente que retengamos lo que es bueno y descartemos aquello que no lo es.

Tampoco es tan complicado, ¿no?

 
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