Colección de lecturas
 

Ser santo, soltero y sexual
D. Byler

El mensaje del evangelio acerca de nuestra sexualidad, así como también en cuanto a cualquier otro aspecto de nuestra existencia, es un mensaje de liberación. En cuanto a la sexualidad en particular, Jesús nos libra de la esclavitud a la «carne» con el destino de muerte que tiene este cuerpo biológico mortal. Ya hemos notado que la práctica del sexo fuera del matrimonio nos hace mal. Nos separa de Dios y viola la naturaleza monógama con la que fuimos creados. También viola a la otra persona manchándola, sea quien fuere, con la moralidad de la prostitución. De ahí el consejo de Pablo, en 1 Corintios, de que «huyamos» del sexo fuera del matrimonio.

Pero decidirnos a postergar las relaciones sexuales hasta el día que nos casemos (o a «olvidarlas» para siempre si el Señor nos llama a una vida de solteros) no significa negar nuestra sexualidad como tal.

Toda persona es un ser sexual. Esto puede parecer bastante evidente. Pero hace falta decirlo, después de todo lo anterior. Rehusar la práctica del sexo no es negar que una parte fundamental de lo que significa ser humano, es ser masculino o femenina.

Yo creo que todos los cristianos debemos ser intensamente masculinos o femeninas. Es parte de la salud mental y emocional que nos ofrece nuestro Salvador, que nos libra de todo lo enfermizo que puede haber en nuestro ser. Ser santo e íntegro, ser un ser humano completo, es saberse mujer, saberse hombre, y saberse entregada/o al Señor con todos sus sentidos y capacidades humanas, incluyendo la feminidad o masculinidad. Cuando yo me entregué al Señor, no me entregué como ser humano en abstracto, sino que me entregué específicamente como hombre, como «macho con pelo en pecho» —por citar a Cervantes.

Creo que la mejor ilustración de aquello a que me refiero la podemos ver en las representaciones artísticas de María. La vemos, generalmente, esplendorosamente femenina. Bella, dulce, fuerte… en fin, mujer. Alguna rara vez se la ha representado de tal modo que podamos incluso adivinar los atributos físicamente sexuales de su persona: por ejemplo con un seno visible, con el que amamanta a su hijo. Pero en estas obras de arte religioso toda esta potentísima sexualidad, esta feminidad a veces explícita, está sujeta a su recato. Por ser humana y por lo tanto en su caso femenina, nos resulta atractiva. Y una parte importante de su atractivo, tanto para hombres como para mujeres, es su sexualidad: el hecho de ser femenina. Pero esa atracción nunca pasa a ser motivo para la lascivia. Y a esto me refiero cuando hablo del componente «santidad» en nuestra frase: «santo, soltero y sexual».

Hay algo magnífico en la atracción hacia el sexo opuesto, que va mucho más allá del elemento de sexo como acto. Y esta atracción por el sexo opuesto es algo que el cristiano valorará positivamente. ¡Es bueno! ¡Es de Dios! Y es para todos. Para todos y para con todos. A mí, como hombre renacido en Dios, me encanta estar con chicas. Me encanta porque son mujeres, porque son femeninas, porque son seres sexuales. Me siento a gusto con ellas porque son como son. ¡Son maravillosas! (Esto —¿hace falta decirlo?— no tiene nada que ver con la concupiscencia. De hecho, creo que si llegara a desear alguna chica —aparte de mi mujer, se entiende —de ese modo, ¡ya no me sentiría tan a gusto! Me empezaría s sentir incómodo.)

Cabe mencionar que también, como hombre renacido en Dios, me encanta estar con chicos. Me encanta porque son hombres, porque son masculinos, porque son seres sexuales. Me siento a gusto con ellos porque son como son. ¡Son maravillosos! (Esto —¿hace falta decirlo?— no tiene nada que ver con la homosexualidad. De hecho, creo que si llegara a desear así a algún chico ¡ya no me sentiría tan a gusto! Me empezaría a sentir molesto e incómodo.)

Ser sana y santamente sexual es llegar a sentirse cómodo con uno mismo como mujer, como hombre. Es aceptarse a uno mismo tal cual es. Recuerdo una ocasión en la que una chica a la que pastoreaba pudo llegar a asumir con comodidad su identidad como hija —¡femenina!— de Dios. Lo celebró comprándose por primera vez en años un vestido en lugar de los pantalones que siempre vestía. Está claro que en nuestro tiempo el pantalón sirve perfectamente como prenda femenina. Pero para ella éste fue un símbolo de su aceptación de su sexualidad redimida, que remplazó la sexualidad distorsionada que había vivido anteriormente.

Ser sana y santamente sexual es saberse capaz de sentir una alegría muy especial al recibir una sonrisa o una atención de una persona del sexo opuesto… y no castigarse a uno mismo por sentir que esa alegría sea especial. Ser sana y santamente sexual es saber disfrutar la hermosura particular y «otra» de los individuos del sexo opuesto; poder exclamar para tus adentros: «¡Señor, qué maravillosa es esta obra tuya!» cuando ves a alguien especialmente atractivo/a, del sexo opuesto… sin por eso sentir deseos de poseer sexualmente a esa persona.

También hay sexualidad que no es santa. Hay sexualidad que pasa a lo que podríamos denominar «sexismo». El «sexismo» más evidente es el machismo: esa absurda e ignorante atribución de superioridad en la que caen muchos hombres. Ser sana y santamente sexual no es tener que conformarse a los papeles tradicionales que algunas sociedades imponen sin respetar las habilidades y características del individuo:

El Rey David era «hermoso» según nos dice la Biblia. Tenía pelo rubio y largo, colorines sonrosados en las mejillas y ojos inolvidables. Era capaz de amar profundamente a otro hombre, Jonatán: Una de las escenas más conmovedoras de la Biblia es su despedida, entre besos, abrazos y lágrimas, de este amigo cuando las circunstancias políticas forzaron su separación. ¡Que yo sepa, nadie ha acusado al rey David de ser un afeminado! La ternura, la fidelidad en la amistad, las lágrimas, hasta la hermosura física, son atributos humanos tanto como femeninos.

El canto de María en Lucas 1 nos la deja ver como creo que pocos la conocen: Interesada en el bienestar de su patria, anhelando la llegada de un régimen político menos represivo, instruida acerca de la historia de su raza y su religión; denunciando con claridad las deficiencias sociales de un gobierno corrupto. La inteligencia, la capacidad de tomar posiciones políticas consecuentes, la capacidad de reflexión acerca de los problemas sociales, la brusquedad en el juicio condenatorio de los opresores nos son un monopolio masculino: Son atributos humanos tanto como masculinos.

Ser masculino y cristiano es descubrir la ternura, la debilidad y la humildad; es aprender a ser siervos sin tener que dominar. Ser femenina y cristiana es poder descubrir la fuerza interior y la capacidad de resistir la injusticia social, económica y política; es integrarse a la sociedad haciendo pleno uso de los derechos arrebatados a la represión machista.

¡Alabado sea el Señor por esta ocurrencia fabulosa: el invento de la sexualidad en los seres humanos! Disfrutemos de nuestra sexualidad sin inhibiciones. Y seamos santos.


Dionisio Byler, Como un grano de mostaza (Libros CLIE, 1988), capítulo 15, pp. 113-117.