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Una tensión dinámica ¿Por qué suena la guitarra? Para que la guitarra suene primero hay que tensar las cuerdas. Un extremo de la cuerda está anclado junto al puente; para que la guitarra suene ese extremo de la cuerda «tira» hacia allá, pase lo que pase. El otro extremo de la cuerda está fijado a la clavija; si la guitarra ha de sonar, ese extremo tiene que «tirar» hacia allá. Es debido a la tensión, la tirantez entre estos dos extremos, cada uno queriendo llevarse la cuerda para su lado, que ocurre la maravilla de su música. En la vida del cristiano también hay tensiones dinámicas, tensiones que son necesarias para mantenernos «afinados», capaces de ser y hacer lo que Dios quiere de nosotros. Una de estas tensiones creativas es la que está comprendida entre los polos integridad—obediencia. Hoy Dios está llamando para si un pueblo de integridad. La gente está harta de una religiosidad vana y superficial. Ya no aguantamos ritualismos a los que no les vemos sentido personalmente. Despreciamos profundamente la hipocresía. No queremos conformarnos con hacer las cosas porque nos lo digan, sin más, sin importar la actitud interior, el consentimiento del corazón. Estamos en contra de la superficialidad. Hemos notado que es sumamente fácil aparentar; que muchos que parecen tan religiosos y feligreses, luego viven un estilo de vida totalmente contradicho con la enseñanza de Jesús. A quien dicen tener por Señor. Hemos notado que es posible pasar por muy buen cristiano sin nunca haberse enfrentado personalmente con Jesús como una persona real y dinámica, capaz de transformar la vida. En reacción a esto insistimos en no hacer las cosas nada más que porque te lo digan. Insistimos en examinar cada uno su propio corazón y comprobar si existe allí una confirmación del Espíritu Santo a lo que se nos dice. Insistimos en evitar exteriorizaciones religiosas (arrodillarse, o levantar las manos en la alabanza, por ejemplo) superficialmente, pensando que tales exteriorizaciones deben responder a un estado de ánimo que las inspire. Este polo de la tensión es importante y bueno. La tentación de hacer las cosas por aparentar está siempre presente, y ha de ser firmemente resistida. El otro polo de la tensión reside en que el cristianismo está basado en una revelación objetiva, en una realidad superior a nosotros. Desgraciadamente, comprobamos también que la intuición interior, la búsqueda de integridad personal, el deseo de congruencia entre nuestras acciones y nuestros sentimientos, pueden resultar en desobediencia al Cristo real y objetivo, que está más allá de nosotros mismos. Descubrimos que nuestros sentimientos son inestables, traidores, totalmente incontrolables. Jesús dijo con claridad que para entrar al reino de Dios hay que pasar por el arrepentimiento. Pero el arrepentimiento no es lo mismo que el remordimiento, aunque el remordimiento puede alguna vez ser uno de los factores que motivan el arrepentimiento. El arrepentimiento, cristianamente concebido, es abandonar una perspectiva de vida egocéntrica (en la que «yo» soy el centro del universo), por una perspectiva Cristocéntrica. Ya no soy yo el que determina si una acción determinada es justa o correcta, sino que Cristo determina por mí. También es cierto que muchas veces llegamos a «sentir» lo que Cristo determina, antes de obedecerle. Sin embargo es tanto o más típico en la vida del cristiano, el llegar a «sentirlo» recién mientras y hasta después de la acción. A veces no lo «sentimos» hasta mucho después; igual muchos años después. La naturaleza de ser un cristiano, dando «frutos del arrepentimiento» como nos es exigido, es el sometimiento a una guía exterior a nosotros mismos. La autenticidad e integridad personal como guía de nuestras acciones no nos dice nada acerca de la corrección de la acción. ¡Acaso no obraban en congruencia con sus sentimientos los que ofrecían sacrificios humanos o practicaban el canibalismo? ¿Acaso no obran conforme a profundos sentimientos religiosos, sentidos personalmente con fanatismo, los integrantes de la Guardia Islámica de Irán? Esto significa también que hay que conceder la posibilidad de que muchos de los que practican una religiosidad cristiana que otros podemos rechazar por superficial e hipócrita, pueden estar obrando con integridad y autenticidad personal. En síntesis: Puede ser que lo que nosotros vemos como integridad, como congruencia entre nuestras acciones y nuestros sentimientos, Dios lo vea como rebeldía y pecado. La tensión a la que antes aludíamos reside en que ambos polos son ciertos. Hay que evitar la hipocresía y la superficialidad. También hay que ser obedientes y sumisos. Sintamos lo que sintamos. Cuatro aplicaciones concretas de esta realidad:
Dionisio Byler, Como un grano de mostaza (Libros CLIE, 1988), capítulo 27, pp. 193-196. |