El bautismo y los niños

11 de diciembre de 2019  •  Lectura: 10 min.

Hace poco solicité que se me hicieran sugerencias de temas a tratar en este blog. Quiero agradecer a las personas que han colaborado con sus sugerencias. Ruego paciencia por lo que tardaré en escribir sobre algunas, y disculpas porque no me siento capacitado para escribir sobre todas. Sigue abierta, por cierto, la posibilidad de sugerirme temas.

Respondo a continuación sobre uno de los temas propuestos:

El bautismo. ¿Cuál es el momento adecuado, tomando en cuenta el encuentro personal con Cristo? ¿Puede un niño tener consciencia de la importancia de esta decisión?

Cuando Juan el Bautista y el ministerio de Jesús, el bautismo era un baño ritual de purificación, donde se expresaba el deseo y la realidad de dejar atrás actitudes y conductas de rebeldía y desobediencia en relación con Dios, para asumir un compromiso renovado de vivir en santidad y justicia. En esa primera etapa todos los que se bautizaban eran judíos, creyentes ya en el Dios de Israel, el Dios único que venían adorando sus padres y antepasados desde tiempos del Antiguo Testamento.

Asumían sin embargo una nueva realidad: en Jesús se había acercado el reinado de Dios que venían esperando sus antepasados judíos durante muchas generaciones. En Jesús se intensificaba la presencia y actividad de Dios a favor de su pueblo, Israel, y esto iba a requerir una purificación personal y un compromiso expreso y dedicación radical a Dios. Haber nacido judío ya no era suficiente: había que «arrepentirse», que significaba para ellos regresar a Dios, asumir un nuevo enfoque para sus vidas, reorientadas ahora a una dedicación especial al Señor y un seguimiento en particular de Jesús.

No parece verosímil que en esa primera etapa bautizaran niños. Por una parte, los niños judíos ya eran, por nacimiento, parte del pueblo elegido de Dios, Israel. Por otra parte las exigencias radicales de seguir a Jesús y asumir el reinado de Dios, enunciadas por ejemplo en el Sermón del Monte, Mateo 5-7, parecen exigir la autonomía y madurez individual propia de adultos.

Tal vez pudiéramos compararlo a la pertenencia a un partido político. Aunque la familia de un niño se identifique con un partido, no se espera —ni tampoco se admitiría— que ese niño se afilie como militante con carné. Ya tendrá tiempo para ello cuando sea adulto, aunque entre tanto asuma e interiorice su adherencia, por familia, a una corriente política en particular.

El catecumenado para los que llegaban desde el paganismo

Poco tardaron aquellos primeros discípulos, en empezar a recibir en sus comunidades a personas de un trasfondo pagano, no judío, como sabemos al leer el Nuevo Testamento. Los que desde el paganismo se adherían a las comunidades cristianas, tenían que recorrer un camino mucho más largo que los que por nacimiento ya pertenecían al pueblo de Dios, a Israel. Iban a tener que librarse de todo tipo de creencias, supersticiones y presuposiciones acerca de la actividad de multitud de dioses y diosas sobre sus vidas. Muchas actitudes, creencias y conductas interiorizadas, hechas ya reflejo automático, iban a tener que ser abandonadas y sustituidas por otras.

Hoy día cuando todo el mundo suele creer que existe un solo Dios o —cada vez más frecuente— no creer que exista ninguno, nos cuesta imaginar lo complicado que era dejar de atribuir cada cosa que pase a un dios u otro, cada actividad, gremio, ciudad o asociación al patronato de una deidad u otra. Uno venía asumiendo un complejo entramado de influencias y voluntades divinas diferentes y rivales, pero ahora tenía que abandonar todo ese conocimiento inculcado desde la niñez, para aceptar que solo actuaba sobre su vida un Dios único y su hijo Jesús.

Es difícil imaginar, por otra parte, un contraste mayor en cuanto a virtudes y conductas, que el que podía existir entre la civilización romana y la enseñanza de Jesús. Por un lado se exaltaba como virtud la soberbia y orgullo, la violencia y crueldad hasta los extremos de divertirse viendo matar en el circo, la guerra y exaltación del poderío militar, la subyugación y explotación de esclavos… Por otro lado tenemos la virtud del perdón, la humildad, la mansedumbre, honrar el papel del esclavo o siervo como imitación de Cristo, ver el prójimo como hermano y hermana y no como rival a quien deshonrar…

Renunciar a Satanás y todas sus obras no era puro formulismo de palabras. Suponía renunciar al engaño del paganismo con su multitud de dioses, y renunciar a las actitudes y conductas inculcadas por la sociedad romana.

Estas convicciones sobre un Dios único y estas actitudes y conductas tan radicalmente diferentes, no se aprendían e interiorizaban de un día para otro. El catecumenado era largo y difícil, y no era inusual estar varios años aguardando a que te dieran por preparado para el bautismo. Ser admitidos para el catecumenado ya era de por sí difícil, porque había que demostrar la necesaria disposición y libertad personal para asumir el reto que suponía emprender ese camino.

En Roma existía el sacramentum, es decir, el juramento de lealtad a la diosa Roma y al divino César al ingresar al ejército. La iglesia no tardó en adoptar esta palabra, «sacramento», para referirse al bautismo, que entendían equivalente a todos los efectos en relación con Dios y con el Señor Jesús. Los que se bautizaban ingresaban, por decirlo así, en «el ejército del Cordero».

Es conocido el inmenso atractivo del evangelio cristiano para las clases sociales inferiores romanas, por su fuerte mensaje de igualdad social donde todos eran hermanos y hermanas. Por ello mismo, sorprende descubrir que los esclavos tenían especialmente difícil acceder al catecumenado de preparación para el bautismo. Solamente era posible si contaban con el permiso de sus amos, por cuanto de lo contrario, carecían de la necesaria autonomía personal de decisión como para asumir los compromisos propios del cristianismo.

¿Y qué de los hijos de padres cristianos? Con el bautismo, los conversos eran integrados al Israel legítimo, descendientes por la fe de Abrahán, el padre de la fe. Los hijos de los cristianos eran entonces como los hijos de las familias judías. Pertenecían de nacimiento al pueblo de Dios.

La conexión entre bautismo y salvación

El bautismo se entendía como algo más que solo un símbolo. Era un acto que comprometía. El juramento o promesa con que un gobernante hoy día asume su cargo, realmente le confiere la potestad y las atribuciones propias de su cargo. Mediante el bautismo, el cambio de estatus era también real. Esa fe redentora que ya existía en el corazón de la persona se concretaba ahora en este acto formal necesario.

Así como Cristo en la cruz asumió sobre sí la mortalidad humana, nosotros, al morir y resucitar simbólicamente en las aguas del bautismo, asumimos plenamente la inmortalidad de Cristo.

Pablo menciona casos donde moría alguien que creía en Dios y asumía la obra de Cristo, pero sin haberse bautizado. Parece ser que en tales casos se bautizaba un creyente en nombre del difunto. No tardó en desaparecer esa costumbre apostólica. Al final parecía dar más importancia que la necesaria al acto externo, frente a la realidad interior de la fe de la persona. Y sin embargo hasta el día de hoy, siempre que no existan circunstancias especiales que lo impidan, los cristianos seguimos atribuyendo al bautismo el tipo de realidad que tiene la toma formal de posesión de un cargo de gobierno. Es simbólico, pero a la vez necesario.

No todo el mundo pudo entender esa argumentación, sin embargo. Hubo padres que, convencidos correctamente que el bautismo era un acto necesario de identificación con Cristo y su inmortalidad, temieron que si sus hijos morían sin bautizar, no resucitarían.

Tal vez no tuvieran tan interiorizado como los judíos, la pertenencia al pueblo de Dios por nacimiento. Tal vez pensaran que el no estar bautizados aunque hijos de una familia cristiana, era equivalente a ser paganos como ellos mismos lo habían sido antes de su catecumenado y bautismo.

No se daban cuenta que sus hijos, si ellos como padres los educaban en la fe de Israel y de Cristo y les daban el ejemplo de vidas consagradas al Señor, nada tenían en común con la niñez en familias paganas. Enfatizaban demasiado rigurosamente la necesidad del bautismo. No alcanzaban a dar su justo valor a la fe viva y real de los niños que van creciendo en un ambiente de fe viva y real.

El bautismo en la religión estatal

Cuando el emperador romano adoptó el cristianismo, lo adaptó para sus fines como religión estatal. Aquella generación lo vivió como el gran triunfo histórico del cristianismo sobre el paganismo. Sin embargo a partir de entonces ya no se habló de seguir a Jesús sino de aceptar las doctrinas que impartían salvación.

Cuando era necesario ser cristiano como señal de lealtad política, el lento y riguroso camino de transformación personal mediante el catecumenado acabó descartado por poco práctico. Mucho mejor adoctrinar muy ligera y superficialmente a las masas que solicitaban ingreso a la iglesia, bautizar a las multitudes, y confiar que con el tiempo y la asistencia regular a misa, toda esta masa social acabaría asumiendo las conductas y actitudes de Cristo.

El resultado no fue ese. La sociedad cristiana siempre fue infinitamente más pagana que cristiana en actitudes, valores, virtudes, pensamiento y conducta. Si acaso, los que realmente empezaban a entender lo que suponía seguir de verdad a Jesús, se integraban en comunidades monacales. Podían así, con vidas de rigurosa excepcionalidad a lo que era el común de los cristianos, vivir en monasterios y conventos como antes se suponía que asumían vivir todos los que se bautizaban.

En ese paganismo generalizado con un ligerísimo barniz exterior de cristianismo, se perdió del todo la sutileza de un bautismo necesario, sí, pero no indispensable para la salvación. Mucho más fácil bautizar a los bebés nada más nacer y garantizarles así la vida eterna, que no esperar a ver si maduraba en ellos la fe y el compromiso vital de seguir a Jesús en actitudes y conducta. Además, si los padres eran paganos —bautizados pero todavía esencialmente paganos— ¿qué ejemplo de fe real y viva iban a dar a sus hijos para fomentar en ellos desde la niñez una fe también real y viva?

Tenemos así como resultado, que todo el mundo estaba bautizado y pocos conocían el menaje real del evangelio ni se comprometían con el reinado de Dios en Cristo. Se empieza con el bautismo como indispensable para la salvación y se termina con todo el mundo bautizado pero muy pocos salvados de los vicios y el pecado de vivir como paganos. Se creían salvados del castigo eterno, pero vivían perdidos en ignorancia y vanidad.

La recuperación del evangelio

Desde tiempos de la Reforma en el siglo XVI, los anabautistas y menonitas y cristianos de otras muchas denominaciones, hemos intentado recuperar algo de la realidad que se vivía en tiempos del Nuevo Testamento.

Para nosotros el ejemplo que ya he dado al principio sigue siendo una manera clara de explicarlo. Los niños van creciendo y estableciendo su identidad dentro de una familia que puede, en algunos casos, tener muy asumida una filiación política determinada. Pero nadie espera de ellos que militen como afiliados a ese partido ni a ningún otro, hasta que sean mayores. Ni falta que hace. En la adolescencia hasta es posible que experimenten con otras ideologías políticas. Pero si vuelven a las ideas que les inculcaron sus padres, será porque están convencidos que es lo que les interesa.

Nuestros hijos mientras son pequeños se saben parte del pueblo de Dios como los niños judíos se saben parte del pueblo de Dios. Nada tienen que hacer para ello. Pertenecen por nacimiento. Van aprendiendo de sus padres lo que significa pertenecer al pueblo de Dios y vivir y adorar y servir al prójimo como hijos de Dios. Van interiorizando actitudes y virtudes. Las historias bíblicas que oyen desde muy pequeños les instruyen subliminalmente esas actitudes y virtudes.

Puede que en la adolescencia se rebelen y pasen algunos años de duda y rebeldía y alejamiento de la comunión de la iglesia. Cuando al fin vuelven —que suelen volver, por qué no— o cuando sin haberse apartado tienen madurez suficiente como para asumir un compromiso para toda la vida, será entonces la hora de bautizarse y pasar a ser miembros de la iglesia.

Es un compromiso que se puede asumir en la juventud y hasta en la adolescencia. Muchos niños ya saben desde pequeños que esto es lo que quieren para toda la vida, y jamás se apartarán de ello. Pero es cuando tienen ya una madurez e independencia bastante desarrollada como individuos responsables, que adoptarán el paso formal del bautismo. Tampoco esperamos que nadie se case con trece o quince años, por muy enamorados que estén. Para casarse, como para militar en un partido político, como para bautizarse y ser miembros plenos de la iglesia, hace falta alcanzar un mínimo de madurez. Jóvenes que ya apuntan a adultos, que no niños que ya apuntan a adolescentes.

A mí me bautizaron con once años. Creo, sin embargo, que la persona más joven que he bautizado yo fue un adolescente de trece años.

Mis hijos se bautizaron con algunos años más, ya no recuerdo cuántos. En los años antes de que tomaran ese paso, yo nunca dudé de que pertenecían a la familia de los hijos de Dios. Entiendo que ellos también lo habrán vivido así.

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