El arcoíris

13 de febrero de 2020 • Lectura: 4 min.

Esta mañana en mis lecturas diarias (un capítulo del Antiguo Testamento en hebreo, otro del Nuevo en griego) me llamó la atención que en Génesis 9 y Apocalipsis 10 apareciera mencionado el arcoíris.

Lo que me llamó la atención fue, en primer lugar, lo muy diferente que resulta una mención de la otra en cuanto al significado que se atribuye al arcoíris. Después, en segundo lugar, me quedé con la curiosidad de si no eran estas, acaso, las dos únicas menciones que se hacen del arcoíris en toda la Biblia: justo en el primer libro y el último de la Biblia.

Bueno, sobre esto último fue fácil salir de duda. Ya se había mencionado el arcoíris en el capítulo 4 de Apocalipsis. Pero también figura en Ezequiel. Aunque ahí no directamente, sino en un símil: pone que el resplandor de gloria en derredor de la aparición del Señor en Ezequiel 1, es semejante a un arcoíris.

Algo tan singular, bello y enigmático como resultaba el arcoíris para nuestros antepasados en la remota antigüedad, no podía pasar sin mención en la mitología. La idea del sello de un pacto entre Dios y la humanidad para no repetir el diluvio universal, no era la única posibilidad.

Un mito que figura en diversas culturas, es el del arcoíris como un puente entre la tierra y el mundo de los dioses. Un puente que solo pueden cruzar los propios dioses. Y los difuntos que lo atraviesan para llegar al paraíso.

Para los griegos, Iris era una diosa mensajera —cumpliendo también esa función de puente entre los dioses y los humanos—. Iris era impredecible y huidiza, como el propio arcoíris.

Según la mitología hindú el arcoíris era el arco de guerra del dios Indra, con que disparaba los relámpagos. A mí esto me resulta especialmente extraño, porque se contradice con la belleza efímera del arcoíris y con la realidad de que jamás recuerdo haber visto simultáneamente rayos y arcoíris. O tormenta eléctrica o arcoíris —cuando llueve en un día soleado—. Pero las dos cosas a la vez me parece que no.

El dios granjero sumerio Ninurta, que defiende Sumeria con arco y flechas, lucía una corona que se describe como un arcoíris. Hay diversas evidencias de influencia sumeria en el pensamiento hebreo, mediada a lo largo de milenios por las civilizaciones acadia, babilonia y asiria. La idea de que el resplandor de gloria en derredor del Señor en Ezequiel 1 se parezca a un arcoíris, bien pudiera entroncar con esa influencia.

El antecedente de Ezequiel 1 pudo influir, a su vez, en la aparición de un arcoíris alrededor del trono del Señor en Apocalipsis 4,3. Pone que es como una esmeralda. ¡No tengo la más remota idea en qué se pudieran parecer un arcoíris y una esmeralda! ¿Tal vez el ser ambas cosas brillantes? Pero la esmeralda es de un solo color —un verde intenso— lo cual echa a perder el efecto de la idea de un arcoíris en la imaginación de quien lee el versículo.

Apocalipsis 10,1, sin embargo, es una reiteración bastante exacta del arcoíris como corona del dios sumerio Ninurta: Vi otro ángel poderoso que descendía del cielo ataviado con una nube, y el arcoíris sobre su cabeza; y su rostro era como el sol, y sus piernas como columnas de fuego.

Fue lo que primero me llamó la atención al leer Apocalipsis 10 inmediatamente después de Génesis 9. Allí, como todo el mundo sabe, el arcoíris no es la corona de ningún ángel ni el resplandor de gloria en derredor del trono divino. Es una señal en el cielo que ha de aparecer siempre que llueve, para ayudar a Dios a recordar que había jurado no inundar la tierra entera otra vez. Como cuando alguien se ata un hilo a un dedo para no olvidarse de algo importante que tiene que hacer:

Sucederá cada vez que haga venir nubes sobre la tierra, cuando vea el arco entre las nubes, me acordaré del pacto que he jurado con la humanidad y con todo ser viviente —con toda carne— y no habrá otra vez aguas de inundación que destruyan toda carne (Gn 9,14-15).

¡Esperemos que las tormentas siempre pillen a Dios despierto y prestando atención; no sea que no se fije en el arcoíris y no pare de llover en cuarenta días y cuarenta noches! —es lo que parecen invitarnos a pensar estos versículos de Génesis.

No, claro, mal que pese a los amantes del literalismo en la interpretación bíblica, esto es cuento, cuya finalidad es enseñarnos a no tener miedo y confiar en Dios cuando cae un aguacero terrible. A mí me fascina cada vez más la Biblia como producción literaria humana, que con sus formas tan humanas —por consiguiente tan propias e inseparables de las culturas y tiempos cuando se escribieron— sin embargo encierra mensajes tan sublimes para edificación espiritual de la humanidad. De toda la humanidad, de cualquier civilización y era.

Aunque uno conozca bien hoy día el fenómeno de la refracción de la luz solar por las gotas de agua de lluvia…

  • Siempre es posible sentir nacer en el interior una especial sensación de júbilo al contemplar el arcoíris, con toda su belleza y colorido, y recordar que Dios no pretende nunca jamás destruirnos, sino ejercer siempre de Salvador.
  • Y regocijarse al contemplar la belleza del arco en un día a la vez soleado y lluvioso, pensando que el resplandor de gloria en derredor de los ángeles de Dios —y en derredor de Dios mismo— es también así de bello, colorido, majestuoso, magnífico.

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