Salvación y Espíritu Santo

6 de marzo de 2020  •  Lectura: 7 min.
Foto: Connie Bentson

Pinchando en Contacto, alguien me hizo algunas preguntas acerca del pensamiento de anabautistas y menonitas. He pensado que sus preguntas y mis respuestas podían ser de interés para otros lectores de este blog también.

Te diré de entrada que, como tú mismo has observado tal vez al visitar la web www.menonitas.org, lo más interesante de los menonitas o anabautistas es su historia, sus orígenes, y su interés en basar su vida en la enseñanza de Jesús en pasajes como el Sermón de la Montaña (Mateo 5-7). No tanto su teología, que es bastante «normal».

Los anabautistas hoy día están en diálogo con todas las corrientes del cristianismo. Por consiguiente nuestros pastores y maestros manifiestan hoy día la influencia de esas corrientes en diversas configuraciones, según la persona en particular y sus intereses. Sin embargo hasta finales del siglo XIX nuestro desarrollo fue bastante separado del de las iglesias protestantes estatales, desde luego, pero también del desarrollo de otros movimientos evangélicos minoritarios.

Las controversias que a ellos les apasionaban, a nosotros nos pasaron de refilón.

¿Qué opinan los menonitas/anabautistas en cuanto a la salvación? ¿Se puede perder?

La cuestión de si la salvación se puede perder, por ejemplo, seguramente es de interés y digna de debatir en algunas tradiciones cristianas, pero no es una cuestión que típicamente interese ni debatan los menonitas.

Es más típico entre nosotros dedicarnos a amar a Dios y al prójimo como Dios manda, confiando que Dios a su vez nos ama a nosotros como hijos, sin que la cuestión de pérdida o no de salvación entre en consideración.

Amamos a Dios porque Dios merece sobradamente nuestro amor y devoción. Nada más. No es una transacción: «Te amaré si juras salvarme». Amamos al prójimo porque entendemos a Jesús cuando nos lo recomienda como la manera más natural y digna de vivir en sociedad humana. Y ya está. Lo que nos mueve, entonces no es el concepto de salvación —ni tampoco la cuestión teórica de si sería posible perderla— como la virtud inherente de por sí misma de amar a Dios y al prójimo «como Dios manda».

Puedes leer dos artículos que escribí en El Mensajero en 2005, donde explicaba el concepto de salvación como lo entiendo yo:

¿De qué nos salva Dios? (Nº 37, pág. 1)

¿Para qué nos salva Dios? (Nº 38, pág. 4)

En 2013 volví en El Mensajero al tema de la salvación, en un artículo breve: Salvación.

No es que la cuestión que tú preguntas carezca de importancia, entonces, que seguramente será importante. Pero no es una cuestión sobre la que se haya pronunciado inequívocamente la teología menonita o anabautista, que se ha dedicado a otras cuestiones tocantes a lo que es vivir como personas en justa relación filial con Dios.

¿El bautismo del Espíritu Santo es después de ser salvo o al mismo tiempo?

Es evidente al leer las historias de los primeros anabaptistas, que el fanatismo y emocionalismo de que los acusaban sus enemigos habrá sido algo parecido a la acusación que se suele dirigir contra los pentecostales. Lo mismo se podría decir, por cierto, acerca de cualquier otra tradición evangélica en sus primeros años. Un fuerte componente emocional y una fuerte dependencia de la guía sobrenatural del Señor es característico de todo movimiento de «avivamiento» o renovación espiritual.

No era típico de los anabaptistas del siglo XVI, ni lo es de los menonitas y afines hoy, describir ese impulso sobrenatural sobrecogedor como «bautismo del Espíritu Santo», por frecuente que fuese entre estos cristianos esa experiencia en sí de un intenso amor de Dios y de su Presencia divina.

Tampoco era típico hablar en lenguas, aunque hubo sin duda casos de todo tipo de manifestación espiritual (así como lo hay en todo «avivamiento» y movimiento de renovación). Basándose en la carta de Santiago, empezaron a integrar el aceite de unción a sus oraciones por sanación, ya no como rito final antes de la muerte, que es como venía siendo utilizado en el cristianismo estatal. Experiencias sobrenaturales podían contar muchas, tal vez especialmente el socorro divino ante la persecución en las primeras generaciones; pero posteriormente experiencias de sanación y otras formas de reconocer la presencia y ayuda divina.

Pero no habría sido típico en esta tradición describir nada de esto como «bautismo del Espíritu Santo». Si acaso, los primeros anabaptistas podrían haber hablado de un «bautismo» de martirio, cuando los cristianos de tradiciones mayoritarias los torturaban y mataban con saña cruel. Sus descendientes siguieron nutriéndose de aquellas historias de fidelidad durante varios siglos.

Hay hoy día, sin embargo, como en todas las denominaciones cristianas, una proporción importante de hermanos y hermanas que han experimentado y experimentan continuamente el derramamiento del Espíritu Santo con las formas típicas del pentecostalismo o carismatismo. No es «típico» pero tampoco extraña hoy día a nadie. Yo mismo, sin ir más lejos, aunque me costaría identificar a ciencia cierta cuál experiencia en mi juventud habría sido mi «bautismo del Espíritu Santo» —¿tal vez todas?—, oro en lenguas quizá tanto como en español (aunque normalmente por lo bajinis para no llamar la atención).

Otros muchos, seguramente la mayoría no rechazan, pero tampoco experimentan, esas manifestaciones. El tema no suele ser controvertido entre nosotros, ni a favor ni en contra.

¿El bautismo del Espíritu Santo va acompañado de dones como dicen los pentecostales?

Aunque me sé «bautizado» y «lleno» del Espíritu Santo, ya he dicho que me costaría identificar con claridad cuándo habría sucedido tal bautismo. Puedo recordar claramente cuando primero hablé en lenguas. Pero no tengo tan claro que ese instante fuera más «bautismal» que otros varios en mi juventud que marcaron permanentemente mi vida espiritual posterior.

No es típico, pero tampoco contrario, de la tradición anabautista/menonita identificar la recepción de dones sobrenaturales como «bautismo del Espíritu Santo». Hay diversidad de opiniones y de experiencia al respecto.

Cuando mi padre administraba el bautismo de agua, solía hacerlo con imposición de manos sobre la cabeza en señal de la recepción del Espíritu Santo. Esto fue bastante habitual en los bautismos menonitas, que solían ser por derramamiento de agua sobre la cabeza del creyente, no por inmersión. ¿Había por ello una teología desarrollada de que el Espíritu se recibía con el bautismo? Me parece que no, aunque tal vez en algunos sectores sí.

En nuestra iglesia en Burgos solemos seguir rodeando a los que salen del agua de inmersión bautismal para imponerles las manos y rogar que Dios les derrame una unción especial de su Espíritu. Sospecho que eso lo aprendieron de mí, por influencia de mi padre. Pero es raro —se me antoja que nunca— que esto venga acompañado entonces mismo de la manifestación de dones sobrenaturales.

Ya he anotado que en este medio milenio de existencia desde la era de la Reforma protestante, nuestra tradición ha mantenido su propia identidad y sus propios intereses y controversias internas. Por consiguiente, en cuanto a dones sobrenaturales no somos como los pentecostales —una tradición muy posterior y diferente— que hacen de la manifestación de dones sobrenaturales un tema de principal importancia.

También he anotado que nuestros maestros y pastores hemos acusado la influencia de todas las demás tradiciones cristianas. Entre ellas, obviamente, la del pentecostalismo, como también la del avivamentismo anglosajón, la del movimiento wesleyano de santidad, el énfasis en comunidad en monasterios y conventos católicos, etc. Estas influencias diferentes y otras muchas más influyen en algunos de nosotros; bastante menos en otros. Pero difícilmente nos íbamos a dividir entre nosotros por estas cuestiones, que no levantan ese tipo de pasión divisoria porque nos vienen de fuera de nuestra propia tradición.

¿Los dones del Espíritu siguen vigentes?

Me parece imposible negar la evidencia de que siguen vigentes todos los dones del Espíritu en nuestra generación.

No veo en el Nuevo Testamento ninguna profecía a efectos de que el Espíritu retiraría esos dones de sus amados hijos, los fieles seguidores del Señor Jesús.

Pero es que además son demasiados los testimonios que cuentan cómo el poder de Dios se sigue manifestando hoy, como para dudar de que sí, que todos los dones del Espíritu siguen vigentes.

Esto es lo que pienso yo. ¿Es lo que piensan los anabautistas o menonitas? Probablemente no lo sea, por la sencilla razón de que existe tanta diversidad sobre tantísimos temas entre nosotros, que sería imposible dar una única opinión «anabautista/menonita» sobre ninguno de esos temas.

Donde sí va a haber unidad bastante generalizada entre nosotros, va a ser en que Jesús nos invita a seguirle. Nos invita a asumir el reto de aceptar sobre nuestras vidas la vigencia del reinado de Dios que se acercó en su persona, en la persona de Jesús. Que eso nos impulsa cada día a una nueva manera de vivir, nuevas actitudes, nuevos valores. Que esa manera de vivir, actitudes y valores, se pueden resumir en dos conceptos que Jesús mismo identificó: amar a Dios, amar al prójimo.

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