Pedro en casa de un militar romano

20 de julio de 2020  •  Lectura: 5 min.

Mi lectura diaria de la Biblia me ha traído esta mañana a Hechos 10, el encuentro del apóstol Pedro con el centurión romano Cornelio, y la recepción del Espíritu Santo por las personas que escucharon a Pedro en casa de Cornelio.

Lucas, autor del libro de Hechos, no solo fue un historiador e investigador concienzudo de los orígenes del cristianismo, fue también un teólogo importante. De esto da fe la forma que dio al evangelio que lleva su nombre, y el libro de Hechos. Me ha parecido interesante, entonces, observar el resumen de 10 versículos que nos brinda Lucas, de lo que le pareció verosímil reconstruir como discurso de Pedro que culminó en que estos paganos fueran llenados espontáneamente por el Espíritu Santo. Es un resumen sorprendentemente escueto, tal vez más sorprendente por todo lo que no dice, que por lo que dice.

Empecemos con una traducción del texto griego((Como es habitual, es traducción mía hecha para esta ocasión.)):

Hch 10,34 Abrió Pedro la boca y dijo:

—Veo claramente que a Dios no le interesan las diferencias entre los seres humanos, 35 sino que acepta de buena gana a quien le reverencia y obra justamente, sea de la etnia que sea, 36 al anunciar el mensaje dado a los israelitas: la paz por medio de Jesús Ungido, el amo de todos. 37 Ya conocéis la noticia de lo que sucedió en todo el territorio judío, empezando por Galilea con el bautismo que predicó Juan; 38 cómo Dios ungió a Jesús, oriundo de Nazaret, con un aliento sagrado y con poder. Jesús salió a hacer buenas obras y sanar a todos los que estaban sometidos a la influencia del acusica, porque le acompañaba Dios. 39 Y nosotros damos fe de todo lo que hizo en territorio judío y en Jerusalén, y que murió condenado a colgar de la viga. 40 Dios, sin embargo, lo levantó al tercer día y lo hizo capaz de aparecerse 41 (no a todo el mundo, sino que solamente a los testigos que antes había elegido Dios) a nosotros, que comimos y bebimos con él después de que se alzara de entre los muertos. 42 Y nos dio orden de que se anunciara al pueblo y se diese testimonio de que él es el que dispuso Dios como juez de los que están vivos y muertos. 43 Todos los portavoces de Dios habían atestiguado sobre él, que cualquiera que cree en él y le es fiel, recibiría por su autoridad borrón y cuenta nueva de sus errores esenciales.

Y es en este punto que, según lo cuenta Lucas, el Espíritu interrumpe a Pedro al derramarse sobre los oyentes.

Observo aquí los siguientes elementos

  • Dios no tiene ahora ninguna etnia favorita, ni tan siquiera la judía
  • El mensaje esencial es: Paz por medio de Jesús
  • Jesús es:
    • El «ungido», es decir, la autoridad designada por Dios
    • El amo o soberano (en griego, kýrios) de todos
    • Dios lo estableció como juez de «los que están vivos y muertos»
    • Por su autoridad se puede recibir borrón y cuenta nueva de los errores esenciales
    • Para eso hace falta creer en él y serle fiel (sentido doble del verbo pistéō)
  • Datos sobre Jesús que atestigua Pedro:
    • Fue ungido con un aliento sagrado y con poder
    • Se dedicó a hacer buenas obras
    • Sanó a los que estaban sometidos a la influencia del «acusica» (en griego, diábolos)
    • Murió crucificado
    • Después, «se levantó» y se les apareció a algunos testigos escogidos, que entonces comieron y bebieron con él
    • Ordenó a esos testigos anunciar al pueblo, la autoridad que Dios le dio

Me siento tentado a comentar sobre lo que significa verse sometidos al juicio de Jesús por «estar vivos y muertos». ¿Vida biológica pero muerte interior, de alma, emociones, espíritu? Ahí queda, para que lo medites tú si es que te apetece.

Todo el discurso de Pedro versa sobre la persona de Jesús.

Podríamos afirmar que si alguien dijera estas cosas sobre un contemporáneo nuestro, nadie dudaría de pensar que son chifladuras propias de una secta, cuyos adeptos están siendo manipulados e influenciados escandalosamente para quién sabe qué fines.

El militar romano, sin embargo —que para obtener su cargo ha tenido que jurar devoción a la diosa Roma y al dios César— y con él, todos los que había reunido en su casa para oír hablar a Pedro, no se escandalizan. Al contrario, se dejan llevar por estas palabra y por la convicción evidente con que las anuncia Pedro. Al final desembocan en manifestaciones de conmoción mental, emocional y espiritual, como las que ya habían sentido en Jerusalén, en distintas ocasiones, los seguidores de Jesús resucitado. Una exaltación que Pedro y sus acompañantes pudieron identificar fácilmente como «estar llenos del aliento sagrado» (o «del Espíritu Santo»).

El resumen de doctrinas cristianas que hemos visto resumir aquí Lucas (atribuidos a la boca de Pedro) difícilmente iba a llevar a nadie más, seguramente a ningún contemporáneo nuestro, a un estado tan exaltado de sobrecarga espiritual.

Tengo que pensar, entonces, que el quid de la cuestión no son las palabras en sí, sino la situación de los oyentes y la presencia del apóstol Pedro. El libro de Hechos ya viene relatando diversos episodios donde la presencia de Pedro tiene ese efecto. Lucas cuenta que hubo muchos que hasta se curaban de sus enfermedades con tocarles su sombra al pasar por la calle; quien hasta resucitó de muerta al tocarla Pedro.

Está claro que no estamos todos llamados a ser apóstoles. Pero todos los que hemos creído en Jesús y procuramos serle fieles, podemos aspirar a que aunque sea de vez en cuando el Espíritu de Dios se haga presente en nosotros de una manera tan notable que otros, sin saber muy bien por qué, sientan brotar en su seno fe y aceptación y gracia e iluminación interior… Todos podemos aspirar a ser instrumentos de Dios para traer esa «paz por medio de Jesús Ungido» a personas con quienes tratamos. Si no con la regularidad del apóstol, por lo menos en aquellas ocasiones cuando Dios no cuente con otro mayor que uno.

Quiera Dios infundirnos, a ti y a mí, esa Presencia de su Espíritu que toque vidas y las traiga a experimentar lo inexplicable, la reconciliación con nuestro Creador y Señor. Personas que Jesús juzgaría «vivos y muertos», que necesitan una transformación interior.

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