El primer Adán, y el segundo

20 de agosto de 2020  •  Lectura:  6 min.
Foto: Connie Bentson

Con permiso de Javier Martínez Torres, respondo, a continuación, al siguiente email que me envió hace unos días:

Hola Dionisio, Dios le bendiga.

Me gustaría hacerle una pregunta sobre algo que leí en su libro «La autoridad de la Palabra en la Iglesia». Pude apreciar que usted apoya una visión alegórica del relato de la creación en lugar de una lectura literal, por lo cual es compatible con el evolucionismo.

Esto me lleva a pensar y me surgen ciertas dudas. ¿Ese tipo de lectura alegórica no echa por tierra el plan redentor de nuestro Señor Jesús? Pues Adán y Eva pecaron y Cristo era el plan de redención.

Y el leerla alegóricamente en lugar de literalmente, ¿no da pie a interpretarla a conveniencia del lector?

Escribí la primera edición de La autoridad de la Palabra en la Iglesia hace casi treinta años, a principios de los años 90 del pasado siglo. Si he de ser sincero, no recuerdo lo que pude haber escrito entonces sobre la creación, sobre Adán y Eva.

Curiosamente, recuerdo mejor lo que escribí en mi primer libro, Como un grano de mostaza, donde explicaba que me parecía que la historia de la tentación y caída de Eva (y Adán) resultaba ser una explicación bellísima y muy apta, de la condición en que nos encontramos cada ser humano. Lo que manda Dios nos parece aburrido y limitador. Somos presa fácil, entonces, de la mentira de promesas de grandeza personal ilimitada: ser iguales a Dios. ¡Pero Eva y Adán ya eran iguales a Dios desde su creación! Como en esa historia, entonces, cada uno de nosotros ignoramos nuestro auténtico patrimonio como seres humanos, cuando damos la espalda a Dios y nos dejamos seducir por serpientes parlantes que nos embotan las ideas. Y firmamos así nuestra disminución y condena.

He observado en diferentes ocasiones y escritos, lo que con una lectura atenta del libro de Génesis debería ser obvio: en Génesis no hay un solo relato de la creación, sino tres. Creo recordar que ya lo he repetido también en este blog, hace algún tiempo. Lo que narra Génesis 1,1-2,3, el orden en que suceden las cosas y lo que se elige contar o enfatizar, es diferente al segundo relato, Génesis 2,4-24.

En Gn 1, por ejemplo, Dios crea dos seres humanos de golpe, con diferenciación sexual, después de crear los demás animales. En Gn 2 crea primero un humano único, hermafrodita, y solo más tarde al verlo solo y después de crear los demás animales, lo divide quirúrgicamente en dos seres, uno macho y otra hembra.

Y en Génesis 6-9 tenemos un tercer relato de los orígenes de la vida en la tierra. Trae algunos elementos en común con Gn 1, y otros elementos en común con Gn 2; pero con la particularidad curiosa de que nos propone la existencia de un mundo anterior al presente, que hubo que destruir por la maldad humana.

La integridad particular de cada relato

Cada una de esas tres formas de plantearnos el origen del mundo y de la vida animal y vegetal, terrestre y acuática, procura enseñarnos sus propias lecciones acerca de quién somos y nuestra relación con nuestro Creador y con el resto de los seres vivos. Cada uno de estos relatos tiene su propia integridad, su propia razón de ser, que es menester considerar por separado.

Cada uno de estos relatos es antiquísimo; nos viene de un mundo claramente precientífico. En aquella remota antigüedad se estilaba describir nuestras realidades narrativamente, recurriendo a la intervención de personas, animales pensantes que hablan, monstruos fantásticos, diversidad de dioses y seres celestes. La naturaleza de las cosas se explicaba siempre con referencia a voluntades y relaciones personales. Cada cosa que existe, cada cosa que ha sucedido, se explicaba como efecto de decisiones personales e interacción interpersonal. No existían procesos naturales, impersonales.

Discurrir así no es ningún defecto. Aquellas gentes no eran menos inteligentes que nosotros. Sencillamente aplicaban su inteligencia a otra manera de discurrir y razonar que lo que nos es familiar a nosotros.

Y desde luego esas explicaciones narrativas de la realidad eran eminentemente memorables. Eran maravillosamente fáciles de recordar. Memorables incluso hoy, cuando ya seguramente hemos perdido la capacidad de entender mucho de lo que pretendían explicar, porque concebimos de este universo posterior a Newton y a Einstein de tal manera que ya no cabe en él, por ejemplo, un «firmamento» (una bóveda sólida) que aguante el peso de un cielo de agua.

En cualquier caso, lo esencial a tener en cuenta aquí es que la existencia en Génesis de tres versiones, diferentes entre sí, sobre el origen de la vida en la tierra, nos demuestra sobradamente que su intención no es explicarlo con exactitud científica. Lo que hacen, en cambio, es revelar profundidades espirituales acerca de la naturaleza humana en relación con Dios, con el prójimo, y con los demás seres vivos de la tierra.

El primer Adán, y el segundo

Según la explicación de la salvación que nos brinda Pablo en la carta a los Romanos, Adán y Jesús son dos figuras prototípicas, de sendas formas de ser humanos. La idea de fondo que inspira esta explicación, es la de la solidaridad e identidad común, compartida, de la humanidad entera.

En cuanto al primer Adán, esa solidaridad común de toda la humanidad se expresa por la presuposición de descender biológicamente de él. Pero esa descendencia biológica no era esencial para el argumento de Pablo en Romanos. La nueva humanidad, lo que en alguno de mis escritos he descrito como «El ser humano 2.0», comparte rasgos con Jesús, el segundo Adán, pero no por descender biológicamente de él. Ascendemos a esa nueva modalidad de humanos por efecto del bautismo. En la cruz, Cristo hizo suya nuestra mortalidad; en el bautismo, hacemos nuestra su resurrección e inmortalidad. A partir de eso «Ya no vivo yo; vive Cristo en mí».

Si esto era posible, entonces compartir rasgos con Adán, «El ser humano 1.0», tampoco tenía por qué ser cosa puramente ni principalmente biológica. En ambos casos, viene a describir nuestra realidad humana, quién somos y cómo vivimos delante de Dios y en relación con el prójimo. Viene a describir realidades espirituales, no biológicas.

Todos pertenecemos, por nacimiento, a «La humanidad 1.0». Tenemos la misma tendencia a dejarnos seducir por la serpiente, para ignorar los consejos de Dios y la maravillosa posibilidad de vivir como semejantes a Dios por patrimonio de nuestra creación, vivir en relación filial, de amor, devoción y adoración a nuestro Creador. Como Eva, como Adán, esa posibilidad, la del pecado, siempre se hace realidad concreta en la vida de cada uno de nosotros. Como Eva, como Adán, acabamos viviendo vidas desviadas de su propósito creacional, truncadas de su potencial enorme como criaturas en quienes Dios ha respirado su aliento divino.

Esto no depende de cómo es que haya surgido nuestra especie, el homo sapiens, en un pasado remoto. Según nuestro ADN somos el resultado de millones de años de evolución biológica en esta tierra, cientos de miles de años de evolución de homínidos. Si esto es cierto, el relato en Génesis sobre Eva, la serpiente, y Adán, no deja de ser cierto en su más hondo sentido espiritual para describir la condición humana: nuestra necesidad del Salvador, Jesús.

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