Aunque fuera correcto, resulta inútil

17 de septiembre de 2020 • Lectura: 4 min.
Foto: Connie Bentson

En el primer florecer del protestantismo frente al reclamo de legitimidad universal de la Iglesia Católica, hubo que establecer cuál era la autoridad del protestantismo. La autoridad de la Iglesia Católica era evidente: por «sucesión apostólica», los obispos gozaban de idéntica autoridad que los primeros doce apóstoles. El protestantismo contestó repescando algunos textos del Nuevo Testamento, que establecían como incontestable la autoridad de los textos sagrados del pueblo judío: el Antiguo Testamento. Y añadieron que ninguna autoridad humana posterior podía gozar de idéntico nivel de autoridad que la de los apóstoles, cuyas sentencias venían recogidas en el Nuevo Testamento.

Para que la Biblia pudiera ejercer en la práctica como autoridad suprema del cristianismo protestante, hubo que afirmar como doctrina algunos puntos adicionales. (1) La Biblia era infalible e inerrante: no contenía error ni jamás induciría al error. (2) La Biblia era «perspicua», es decir, perfectamente comprensible para cualquier persona que la leyera con la mente abierta y el corazón dispuesto hacia Dios.

Esta doctrina sobre la inerrancia y perspicuidad de la Biblia, aunque fuera correcta —y muchos teólogos mucho más entendidos y sabios que yo la dan por cierta— en cualquier caso resulta inútil.

Para que pareciese útil, hubo que establecer cuáles eran las condiciones en que hay que leer la Biblia, condiciones de sinceridad y pureza espiritual, de amor incondicional a Dios, de disposición a obedecer la revelación de Dios según se descubra en la Biblia. Y la condición esencial de haber recibido una formación teológica adecuada, por la que uno estaría asumiendo ya, de entrada, la propia inerrancia y perspicuidad del testimonio bíblico, por ejemplo. Todas estas condiciones tendrían que ser previas a disponerse a leer el texto bíblico.

El planteamiento es circular. Como asumo que la Biblia es inerrante y perspicua, he de asumir también que todo lo que entiendo al leerla es cierto. Por cuanto todo lo que entiendo yo al leer la Biblia es cierto, se confirma que la Biblia era, efectivamente, inerrante y perspicua. Lo que empezó como algo asumido se transforma así en algo confirmado. Y ni siquiera me doy cuenta de la prestidigitación mental con que he transformado algo asumido en algo confirmado.

Pero hay quien al leer la Biblia, llega a otras convicciones diferentes a las mías sobre algunas cuestiones. Ya que el error no se puede hallar en la Biblia ni en la facilidad con que se entiende, el error tiene que estar en las actitudes, espiritualidad o deficiencia moral de esa persona que no la entiende como la entiendo yo. De ahí la inmensa diversidad de denominaciones y movimientos de renovación e iglesias independientes dentro del protestantismo.

Como tantísima discordia en torno a textos que hemos establecido que eran inerrantes y perspicuos crea sofoco y escándalo, a finales del siglo XIX y principios del XX las iglesias evangélicas optaron por seleccionar algunos artículos de fe que son fundamentales. Es sobre estos fundamentos de la fe que la Biblia es inerrante y perspicua. Luego hay también multitud de otras cosas —no fundamentales— sobre las que es posible discrepar. No deja de ser triste que tantos creyentes sinceros sean incapaces de entender las cosas como la Biblia las revela sin error y con claridad, pero como la discrepancia es sobre cuestiones secundarias, es posible sin embargo reconocerlos como hermanos en el Señor. Equivocados en algunas cosas, bien es cierto, pero siempre sinceros y «salvos» (a salvo de arder en el Juicio Final).

Esta distinción entre doctrinas fundamentales y doctrinas secundarias se conoce como «fundamentalismo», y es la presuposición de fondo que hallamos en prácticamente todas las asociaciones que aglutinan a diferentes iglesias y agrupaciones denominacionales en una causa común. Es lo que hace a todos poder identificarse como «evangélicos» aunque pertenezcan a iglesias diferentes, con doctrinas (secundarias) diferentes.

De rebote, cualquier creyente o iglesia que no estuviera dispuesta a asumir esos fundamentos queda descalificada. No es «evangélica». Hasta podría dudarse, tal vez, que sus fieles sean salvos.

El fundamentalismo evangélico se nota en que la primera cuestión que suele aparecer en cualquier declaración de fe evangélica, es la propia doctrina sobre la Biblia. Una doctrina que así, enunciada con esos detalles, no viene en la Biblia misma.

He escrito en otras oportunidades que el listado de fundamentos esenciales no apareció en un haz de luz divina desde el cielo. Surge en un contexto cultural, social, económico y religioso concreto, y refleja los valores y los intereses de esa cultura, sociedad, clase social y religión. Aunque haya logrado imponerse universalmente entre evangélicos de todo el mundo y diferentes clases socioeconómicas, sigue reflejando aquellos valores e intereses estrechos de quienes primero decidieron cuáles doctrinas serían las «fundamentales».

Y sin embargo con todo ello, lo que queda claro es que en la práctica, la Biblia no era ni tan inerrante ni tan perspicua. Con la distinción entre fundamentos y cosas de menor importancia pretendemos tapar con una lona, para que no se vea, el escándalo de que no hay dos iglesias —ni mucho menos dos creyentes evangélicos— que leyendo la misma Biblia, crean las mismas cosas de una misma y única manera posible.

El propio auge del fundamentalismo, la distinción entre fundamentos y cuestiones sin importancia, lo que hace es poner en evidencia que el error es posible como consecuencia directa de leer la Biblia. Cuando esa lectura conduce con tanta frecuencia a convicciones diferentes, y en muchos casos conclusiones mutuamente contradictorias y excluyentes, está claro que por lo menos en la práctica, la doctrina de la inerrancia de la Biblia resulta en efecto inútil((A estas alturas de mi vida, con las miles de páginas que he escrito, es muy difícil que no me repita en cosas ya dichas. En este caso, son cosas que se pueden hallar, por ejemplo, en: La autoridad de la Palabra en la Iglesia, y en Todo lo que te preguntabas sobre la Biblia (y algunas cosas que preferirías no saber).)).

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