Ulfilas y los libros de Reyes

11 de noviembre de 2020  •  Lectura: 4 min.

Entre mis intereses está el de la historia, cuyas lecturas me llevan a veces a descubrimientos interesantes. Últimamente he descubierto, por ejemplo, a Ulfilas, obispo godo en el siglo IV. Ulfilas fue un misionero importantísimo en el proceso de conversión de las tribus godas al cristianismo. Esto fue cuando vivían al oriente del imperio, antes de su migración que los traería hasta España.

La conversión de Ulfilas al cristianismo fue en los siglos convulsos cuando la iglesia imperial estaba forjando la doctrina de la Trinidad (que el Nuevo Testamento había dejado sin precisar en absoluto). El cristianismo que gozaba del favor imperial en aquellos años fue el arrianismo, condenado más tarde como herejía. Así que este insigne evangelizador y obispo de los godos fue considerado a la postre hereje. Porque lo importante ante Dios, al parecer, no era una vida al servicio del evangelio, sino haber adoptado la doctrina correcta de la Trinidad según la refrendaron por fin el Concilio y el Emperador.

Sabemos acerca de Ulfilas gracias a un tal Focio, que redactó un resumen de la Historia eclesiástica de Filostorgio, una obra que se perdió. Reproduzco a continuación algunos de los renglones que Focio (citando a Filostorgio) dedica a Ulfilas:

Este Ulfilas, entonces, encabezó el grupo creyente que surgió de los godos, y acabó siendo su obispo. Así fue el método de su nombramiento. Habiendo sido enviado por el rey de los godos en una embajada a la corte del emperador Constantino (por cuanto las tribus bárbaras de aquellas partes se sometían al emperador), fue ordenado obispo de los cristianos entre los godos, por Eusebio y otros prelados que lo acompañaron. Como corresponde, se ocupó de ellos en muchas maneras; entre otras, redujo su lengua a escritura, y tradujo a su lengua vulgar todos los libros de la Escritura, exceptuando los Libros de Reyes. Los omitió por considerar que se limitan a narrar aventuras militares, cuando las tribus godas ya eran de por sí demasiado amantes de la guerra, y tenían más necesidad de un freno a sus pasiones bélicas, que un estímulo para inspirarlos a proezas militares.

Reconozco que al saber esto siento una inmensa afinidad con el bueno de Ulfilas, aunque para sosegar ánimos belicistas yo siempre he preferido esmerarme en la labor de interpretar los textos conforme a Jesús, antes que eliminarlos de la Biblia.

Desde que el Emperador adoptó el cristianismo y lo adaptó para sus fines en el siglo IV, la Biblia se ha esgrimido para justificar y promover todas y cada una de las guerras —y cada uno de los bandos enemigos— en que se han visto involucrados los cristianos. Por justificar, ni tan siquiera se ha dudado en justificar el recurso a un apocalipsis nuclear como santa y pía obra digna de cristianos, antes que caer en las garras del comunismo soviético.

Ya que es así como se ha empleado habitual y reflexivamente la Biblia, confieso cierta simpatía con la decisión de Ulfilas de cortar por lo sano, y arrancar de cuajo algunas partes de la Biblia a disposición de las tribus bárbaras durante su evangelización.

La historia posterior de los godos nos lleva a la conclusión de que poco efecto tuvo el intento de Ulfilas por poner freno a su amor a la guerra.

¡Habrá sido muy difícil intentar amansar a los godos, cuando el emperador cristiano en Constantinopla se esmeraba en reclutar los fieros guerreros godos para su guerra contra los persas! Seguramente no faltaron otros obispos (como el propio Eusebio, que ordenó a Ulfilas) que rápidamente enmendaran la plana a Ulfilas cuando tuvo la temeridad de cuestionar que los instintos bélicos de los godos fueran propiamente cristianos.

Esto me recuerda la historia del bautismo de un rey de los eslavos, cuando se convirtió al cristianismo varios siglos más tarde. Se cuenta que al sumergirse bajo el agua bautismal, el rey levantó su mano y brazo derecho para que no se mojaran. Cuando le preguntaron por qué, adujo que si hubiera bautizado su diestra, habría tenido que dejar de blandir la espada para matar a sus enemigos. ¡Era mucho más práctico y prudente que su espada siguiera siendo pagana! Que se contase esa historia —cierta o no— demuestra que los misioneros cristianos tenían muy clara la enseñanza de Jesús de amar al prójimo y hasta al enemigo; pero que como sucedió con Ulfilas y los godos, tenían a la larga todas las de perder((Lamentablemente, no recuerdo donde leí esta historia. Estoy seguro que no me la he inventado, pero no he conseguido volver a encontrarla en mi biblioteca.)).

La gente quiere «ser salvo» pero lo que no quiere es convertirse. La conversión supone adoptar valores nuevos y una forma de vivir acorde con la vida de Jesús. Y como nunca faltarán predicadores que ofrezcan un cristianismo de rebajas y oferta, salvación sin conversión, todo el mundo acaba prefiriendo la ganga a pagar el justo precio.

Es tan poco lo que se sabe sobre la traducción de la Biblia por Ulfilas, que conociendo como conozco los textos bíblicos, sospecho firmemente que lo que no quiso traducir fuera lo que en la Biblia Hebrea se conoce como los Profetas Anteriores (Josué, Jueces, 1-2 Samuel, 1-2 Reyes). Me parece que el genocidio atribuido a Josué, las hazañas bélicas de los jueces, y qué decir de Saúl y David, son más objetables que casi todo lo que hallaríamos en 1-2 Reyes. ¡Poco se conseguiría privando a los godos de 1-2 Reyes, pero dejando que se inspirasen en David o en Josué!

En cualquier caso, y por muchas simpatías que me despierte Ulfilas y su fracasado intento de amansar a los godos, yo he dedicado mi vida a interpretar la Biblia, que no a eliminar los pasajes que no se ajustan al ejemplo y Espíritu de Cristo((Véase, por ejemplo, No violencia y Genocidios (2014), y Entre Josué y Jesús. El sentido de la historia del Antiguo Testamento (2015).)).

Confieso, a la vez, que dudo mucho que yo vaya a haber tenido más éxito que Ulfilas en cuanto a lo que es reducir los instintos bélicos y el amor a la guerra de los cristianos.

1 comentario en «Ulfilas y los libros de Reyes»

  1. Ortodoxia y ortopraxis, difícil de establecer las fronteras de la comunión. ¡Que el amor y el apego a Jesús nos guíen en las relaciones diarias!

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