Los menonitas y el holocausto

24 de noviembre de 2021  •  Lectura: 5 min.
Foto: Connie Bentson

Leí hace unas semanas un libro que me resultó incómodo. European Mennonites and the Holocaust, 2021, una colección de capítulos por diferentes autores compendiada por Mark Jantzen y John D. Thiesen. Trata sobre cómo los menonitas de Alemania, Polonia, Ucrania y Países Bajos vivieron en la época del auge del nazismo y la 2ª Guerra Mundial.

En síntesis, hubo casos excepcionales en ambos extremos. Hubo quien muriera en un campo de concentración alemán por haber refugiado a judíos, y hubo quien participara activamente en el exterminio de decenas de miles de judíos. El grueso de la población menonita europea se mantuvo lejos de ambos extremos, aunque en general tendieron a simpatizar con el régimen nazi.

En Polonia y Ucrania se identificaron como alemanes y se beneficiaron de un trato especial por parte del régimen de ocupación. Los menonitas de Ucrania habían padecido terriblemente bajo el régimen soviético estalinista; así que vieron la llegada del invasor alemán, con quien además compartían lengua y cultura, como auténticos salvadores. Esto tal vez explica su simpatía hacia el régimen nazi. No acaba de explicar, sin embargo, el que miraran para otro lado mientras ese mismo régimen aniquilaba sistemáticamente a sus vecinos judíos.

Más explicación supone, tal vez, la reflexión de que los hábitos de aceptación sufrida en silencio, aprendidos bajo el totalitarismo soviético para la preservación de la vida y la familia, fueron aplicados ahora para callar y no arriesgarse bajo el totalitarismo nazi.

Uno desearía imaginar que el amor al prójimo impulsaría a cristianos practicantes a jugárselas todas por socorrer a quienes sufren exterminio bajo un régimen diabólico. Y aunque tal vez hubiera casos muy excepcionales que actuaran así, reconozco que juzgar a los que no, es demasiado fácil desde la comodidad de mi propia vida en una sociedad donde no arriesgo mi vida ni el bienestar de toda mi familia si alzo la voz en protesta.

Tampoco es posible juzgar con demasiada severidad a quienes vieron sus facultades de crítica y reflexión moral mermadas sensiblemente por la propaganda machacona de un régimen totalitario que maneja todas las fuentes de información. No es difícil entender que gentes más o menos sencillas y morales y buenas, se vieran arrastradas a opiniones de extremismo político violento, cuando en nuestros propios días esto mismo sigue sucediendo.

Ser creyente, ser cristiano, practicar una honda espiritualidad interior personal, nunca fue lo mismo que gozar de sabiduría. Entre las muchas cosas que es posible aprender de los relatos bíblicos, es que siempre han existido personas de espiritualidad intachable, pero que por carecer de la virtud de la sabiduría lo echaron todo a perder.

Escrito ahora, unas cuantas décadas después de los hechos, el libro recoge el testimonio de algunos menonitas que a lo largo de toda su vida posterior sufrieron un hondo sentimiento de culpa y vergüenza al reflexionar, desde otro momento histórico y otras circunstancias de vida, sobre sus actitudes —incluso complicidad— frente al exterminio de judíos, gitanos, discapacitados, y demás personas consideradas «indeseables» por el régimen nazi.

Yo también, al leer el libro, he sentido algo de vergüenza, tal vez un poco de desesperanza en cuanto a que el compromiso cristiano entre personas que profesaban la misma fe cristiana, en la misma tradición eclesial que yo, sin embargo no se manifestasen superiores en su ética y su capacidad para solidarizarse con los marginados y excluidos de la sociedad.

¿Cómo es posible adorar a Dios con fervor espiritual, agradecer alborozados la gracia inefable de Cristo nuestro Salvador que murió por nosotros… y sin embargo no darse cuenta que seguir a Cristo y tomar la cruz de Cristo cada día, tiene que desembocar necesariamente en intervenir a favor del prójimo que padece exclusión y exterminio?

¿Cómo es posible no querer darse cuenta de lo que estaba pasando, a pesar de adorar al mismo Dios de los profetas de la Biblia, que entendieron con tan singular clarividencia el momento histórico cuando vivieron, para denunciar a los poderosos y defender a los indefensos?

Sospecho que fue posible porque las decisiones morales de mayor calado se nos presentan siempre como dilemas de difícil resolución. Los menonitas en Ucrania se sintieron obligados por circunstancias políticas fuera de su control, a elegir entre la supervivencia de su propio pueblo y la de los judíos. Se encontraron en una encrucijada imposible.

Hoy nos encontramos sintiéndonos obligados a elegir entre la defensa de los derechos de las mujeres sobre sus propios cuerpos y su propia facultad para la reproducción y maternidad, y la defensa de la vida de fetos concebidos sin que nadie quiera hacerse cargo de darles un hogar si nacen. Nos encontramos sintiéndonos obligados a elegir entre el derecho de todo ser humano a vivir en paz y con oportunidades mínimas de trabajo, alimentación y salud, y el derecho de los países prósperos a proteger sus fronteras contra olas de migración que harían saltar la economía por los aires y reduciría a todo el mundo a pobreza.

La lista de dilemas es larga. Cada cual toma posición donde le parece pero no nos engeñemos: adoptar prácticas y políticas que favorecen a unos —o que sencillamente garanticen sus derechos— significa siempre restar privilegios y tal vez hasta poner en peligro la vida de otros.

Los profetas del Antiguo Testamento entendieron bien qué era lo que pedía Dios para su generación. Pero por eso mismo vivieron como personas incomprendidas, voces solitarias en el desierto, a quien nadie hacía caso. Cada argumento moral y espiritual que pronunciaran, respondido por contraargumentos que también resultaban convincentes.

Ante esta difícil realidad, solo puedo rogar a Dios con humildad, que tenga a bien iluminar cada día mis pasos, para hacer el mínimo de daño a nadie y traer el máximo de bien. Que me conceda el difícil y escaso don de la sabiduría.

Concédanos Dios corazones llenos de compasión, solidarios con el prójimo, capaces de ponernos en la piel de quienes sufren, aunque vivimos en un mundo donde tal vez sea muy poco —o nada— lo que podamos contribuir a cambiar las cosas.

3 comentarios en «Los menonitas y el holocausto»

  1. Vaya…echa por tierra mi idea de q la madurez cristiana, una mayor santidad, el haber desarrollado los sentidos por el uso, una vida más transformada a la imagen de Cristo, necesariamente llevaría a decisiones más sabias (al menos, en cuanto a cómo vivir con los demás), por estar la mente más próxima a la del Varón Perfecto, en contacto íntimo con el Creador omnisciente. Pero entonces no diría «si alguno tiene falta de sabiduría, pídala», xq vendría unida al ‘crecimiento espiritual’.
    Hoy un hermano q tuviese un esclavo diríamos q está en pecado. En la época del NT, no.
    Quizás los profetas muestran q entender el momento histórico es lo excepcional.

    Responder
  2. «Ser creyente, ser cristiano, practicar una honda espiritualidad interior personal, nunca fue lo mismo que gozar de sabiduría.»
    Me encantaría escuchar más sobre esta idea….

    Responder

Deja un comentario