El Mensajero
Nº 95
Diciembre 2010
La madurez cristiana (8)

La maduración pasa por el camino de la humildad (2ª parte)
Por José Luis Suárez

Después de la reflexión bíblica del artículo anterior, pasamos ahora a algunas consideraciones prácticas sobre como se aplica esta enseñanza bíblica a la vida de todos los días. Como a lo largo de esta serie de estudios, la vida y la enseñanza de Jesús es nuestro paradigma, el texto por excelencia para empezar no puede ser otro que el relato que nos narra el evangelio de Juan, capitulo 13, donde Jesús lava los pies a sus discípulos y les enseña el mayor ejemplo de humildad en aquella época.

Recordemos que eran los esclavos y los siervos quienes lavaban los pies a sus señores como señal de reconocimiento, autoridad y sumisión. Lo hacían resignados, por miedo y obligación.

El modelo supremo de la humildad

Pues si yo, el Señor y el Maestro, os lavé los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros (Juan 13,14).

Para Jesús este acto tenía una importancia capital que resume todo el sentido de su misión en la tierra ya que con su vida intentó comunicar como era él: Un Dios humilde, siervo de todos y dispuesto a inclinarse ante el más pequeño. Después de dar el ejemplo, Jesús invita a sus seguidores a hacer lo mismo que él.

Jesús con este acto simbólico afirma claramente su identidad, él no es un maestro más en Israel. Es el Maestro, el Señor, aquel que a lo largo de su vida enseñó a sus discípulos el valor de la humildad y del servicio. Lo enseñó con palabras pero sobre todo con sus hechos.  El acto del lavamiento de pies es el ejemplo de toda su vida al servicio de los demás. Al hacerlo está enseñando a los suyos los valores del nuevo Reino que él vino a inaugurar.

Es por ello que el camino de Jesús debe ser el camino de todos sus seguidores. Es por ello que la humildad debe convertirse en uno de los valores supremos del creyente y es por ello que todo aquel que quiere madurar como ser humano debe pasar por este camino.

El difícil camino de la humildad

No es fácil ser humilde, debido a nuestros miedos e inseguridades. Optamos por lo seguro, lo previsible y lo que no nos causa molestias. Entonces cerramos la puerta a la vulnerabilidad y a lo nuevo. Nos aferramos a lo que ya sabemos y conocemos.

He podido observar en mi propia vida que la humildad es difícil, e incluso doloroso. Pero al tiempo, he experimentado que puede ser una de las mayores fuerzas de cambio de maduración. Incluso me pregunto si una persona puede realmente madurar en la vida sin ser humilde.

La humildad nos asiste en los momentos más difíciles, como cuando uno descubre que no siempre se tiene razón. Después de un fracaso uno se vuelve más humilde. No es fácil darse cuenta que uno no es tan inteligente ni fuerte como creía.

Asumir que uno no es el centro del universo, que no es tan importante como pensaba, puede ser doloroso pero a la vez liberador. Asumir que uno es una persona imperfecta como todos los humanos, puede ser desagradable pero al tiempo transformador.

Existen pruebas científicas que demuestran que cuanto más competitivos somos (ser más que los demás, mejor, más eficientes) estamos menos dispuestos aprender; porque el esfuerzo de competir nos impide concentrarnos en la tarea de aprender. La persona humilde no se prepara para ser más que los demás. No necesita triunfar para justificar su existencia. Sabe que otros son superiores a ella en muchos de los saberes de la humanidad, incluso en aquellos que ella domina.

No es nada fácil ser humilde, ya que implica no tratar de ser lo que uno no es; y que no se necesita ganar siempre y a toda costa para demostrar su valía.

Maduramos cuando somos humildes

Cuando demostramos nuestro saber en algún tema de la realidad humana, causamos una excelente impresión a los demás. Hasta es posible que seamos de bendición o de ayuda.

Un persona que sólo conoce los triunfos, madura muy poco porque no ha arriesgado nada de su propia vida. Se siente segura con aquello que sabe y que domina. Pero la realidad es que en esta fase de la vida, aprendemos poco —por no decir nada— sobre la humildad. Ya que nos convencemos que sabemos tanto que nos creemos que lo sabemos todo. Pero la realidad es que sólo cuando somos humildes, estamos dispuestos a aprender a formular preguntas inocentes e incluso estúpidas.

Cuando se actúa con prepotencia en el liderazgo de cualquier disciplina del saber humano, la persona se aleja de la humildad por mucho que sepa.

Los sabios de todos los tiempos nos enseñan que si uno desea realmente aprender, el mejor camino es el paso por la humildad. «Se que no se nada» es la frase de todo hombre o mujer sabia y yo diría que de toda persona humilde.

Se ha demostrado que los estudiantes que piensan que saben poco y que les queda mucho por aprender, son los más eficientes en lo que hacen. Se da muy a menudo, que un estudiante que sobreestima sus conocimientos fracasa en un examen.

Los fracasos, en lugar de ser motivo de desánimo, si se viven con humildad, serán de mucha ayuda en el proceso de la maduración.
El progreso de la humanidad resultaría imposible sin abrir la mente a nuevas posibilidades de ver las cosas. A esto yo lo llamo humildad.

¿Como sabemos que estamos siendo humildes?

Humildad en la vida de todos los días ,significa esforzarse por mejorar. Porque uno sabe que no ha llegado a ningún sitio y sólo está caminando hacia la cima.

Ser humilde va unido al deseo de aprender y de no considerarse maestro en nada, aunque los demás consideren que uno lo es.
Humildad en la maduración, es permanecer abierto a lo que a uno le queda por conocer y vivir aún en las facetas de la vida en las que uno se considera un experto.

La humildad es no dar nada por sabido, es interrogarse continuamente sobre aquello que se sabe y sobre el bagaje espiritual y cultural que muy a menudo empieza a ser obsoleto.

Todos hemos observado personas que se esfuerzan sin parar para demostrar lo perfectas que son. N se contentan de ser cómo son, sino que están continuamente esforzándose en ser mejor que los demás y dando lecciones de perfeccionismo. Esto se convierte en la meta de su vida. A estas personas les cuesta gozar de la vida, por lo obsesionadas que están en demostrar la imagen de lo que no son en realidad.

Debido a su afán por demostrar lo que no son ni saben, gastan tanta energía en esto que les queda poca para vivir, para aprender, crear, relacionarse con los demás de forma sana y mostrarse abiertas a las sorpresas de la vida.

La persona humilde no trata de demostrar su superioridad sobre los demás ni de ganar una batalla, sino de disfrutar de la relación con los demás, en lo que nadie triunfa sino que todos ganan.

Se camina en humildad cuando no se dan alardes de los éxitos; y si llegan, se atribuyen a la gracia de Dios y a la ayuda de los demás. La persona humilde se resiste a los grandes aplausos, porque no los necesita para vivir.

La persona que madura con humildad, afirma: «Soy lo que soy, gracias a las personas que trabajaban conmigo, escalando juntos montañas y construyendo juntos lo que estamos haciendo».

En el momento en que una persona se siente más importante que otra, rechaza la crítica constructiva y el aprendizaje, deja de ser humilde. Posiblemente nadie niegue esta realidad, pero muchos viven de acuerdo con ella.

Para poder ir más lejos

Leí, no recuerdo dónde, que uno de los dibujos de Goya muestra un anciano agonizando y debajo dos palabras: «Sigo aprendiendo».

Quisiera decir lo que pienso y siento hoy, con la condición de que quizá mañana lo contradiga (Emerson).

La humildad es algo muy extraño. En el momento mismo en que creemos tenerla, ya la hemos perdido (Agustín de Hipona).

Las personas verdaderamente grandes no son aterradoras. Su humildad tranquiliza (Elisabeth Goudge).

¿Recuerdas a alguna persona que has ofendido hoy? ¿Ayer? ¿Hace una semana? ¿Tienes la suficiente humildad para pedir perdón? ¿Y para cambiar?

Lavar pies

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