El Mensajero
Nº 96
Enero 2011
Moneda

El aspirante a discípulo (7)
por Marco Antonio Manjón Martínez

El legado del Maestro,
la moneda del discípulo

[En el número anterior, asemejábamos la vida del discípulo a las dos caras de una misma moneda.] La moneda de Jesús está formada por dos realidades:

  • Una cara, un valor espiritual. La parte espiritual: «Amarás a Dios…»
  • Una cara, un valor social, con unos principios claros de implicación en la vida real del aquí, de este mundo. Un cara con un valor sociopolítico: «…y a tu prójimo como a ti mismo».

El discípulo de Jesús tiene que desarrollar, lo mismo que lo vivió Él, estas dos realidades para ser completo, para ser un discípulo integral que aporta los valores necesarios para que la Iglesia de Jesús sea un valor real, capaz de transformar el entrono de la vida humana de este planeta. De ser sal, de ser luz.

Como cristianos, todos podemos y nos debemos hacer la siguiente pregunta: ¿A qué aspiramos?

  • ¿Somos aspirantes a ser y a hacer creyentes?
  • ¿Somos aspirantes a ser adoradores?
  • ¿Somos aspirantes a ser profesionales reconocidos en el mundo de la religión cristiana en el papel de sacerdotes, pastores, misioneros…?
  • ¿Somos aspirantes a ser discípulos de Jesús?

Quiero afirmar que todas y cada una de las aspiraciones mencionadas pueden ser perfectamente válidas. Es algo personal de cada cual y reconozco que yo no soy nadie para juzgar la fe de los demás. Es por eso que reitero que lo que pretendo con estas líneas es una reflexión personal en voz alta que, a la vez, dejo en el aire por si a alguien le viene bien y desea aprovecharlo.

Pero, eso sí, me reservo el derecho a mi libertad de pensamiento, a ser consecuente conmigo mismo y a poder hacer y expresar una valoración personal de lo que yo entiendo, quiero o no quiero aceptar, respecto a la interpretación de la lectura de los escritos sobre Jesús. Y creo que tengo también derecho a compartirlo con quienes quieran escucharlo, aunque pueda molestar a algunos. Que lo acepten o no, no es cosa mía, sólo suya. Pero, si consigo contagiar y enriquecer ese anhelo de búsqueda personal en los demás, me daré por bien pagado. Eso nos acercará más a la vedad y a la autenticidad aunque, al final, algunos desechen y difieran de lo que yo entiendo y comparto.

Con las anteriores preguntas pretendo marcar un baremo, un termómetro de autoevaluación personal y que cada uno debe plantearse aplicar solamente de forma íntima, en lo más profundo de su ser, para medir su posición como cristianos ante la figura de Jesús.
Yo, personalmente, aspiro a ser discípulo de Jesús, a desarrollar las dos características de la doble cara de la «moneda discípulo».

Acercándose uno de los escribas, que los había oído discutir y sabía que les había respondido bien, le preguntó:

—¿Cuál es el primer mandamiento de todos?

Jesús le respondió:

—El primero de todos los mandamiento es: «Oye, Israel: el Señor nuestro Dios, el Señor uno es. Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas». Este es el principal mandamiento. El segundo es semejante: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». No hay otro mandamiento mayor que estos.

Entonces el escriba le dijo:

—Bien, Maestro, verdad has dicho, que uno es Dios y no hay otro fuera de él; y amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento, con toda el alma y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo, es más que todos los holocaustos y sacrificios.

Jesús entonces, viendo que había respondido sabiamente, le dijo:

—No estás lejos del reino de Dios.

Y ya nadie se atrevía a preguntarle (Marcos 12,38-42 RV95).

Tal como expresa Jesús y confirma el escriba, hay un tema que es la columna vertebral de todo el proceso bíblico y que ya encontramos en los escritos de Moisés, (Levítico 19,18). El amor a Dios y el amor al Prójimo.

A esto me refiero con lo de las dos caras de la moneda que, creo, ha de integrar el discípulo de Jesús que se precie.

Una de las caras de la moneda está relacionada con la vida espiritual. El amor a Dios y la relación del hombre con Él. Algo fuera del alcance de los sentidos vitales del ser humano. Algo intuitivo en lo profundo de la necesidad del corazón del hombre, pero fuera del alcance de la razón lógica y que sólo se puede vivir mediante la fe. Tiene que ver con aceptar esa dimensión del «Ente Creador» que supera todo lo tangible y que está en la esencia de lo que es, de la existencia, del principio y el fin: «Yo Soy».

La otra cara de la moneda, es la que atañe a todo cuanto nos rodea y en primer lugar a nosotros mismos. La naturaleza se encarga de enseñarnos la supervivencia, nos ha dotado de unos sentidos y de unos instintos de supervivencia, de unos padres que completan y preparan esos instintos para que podamos situarnos y defendernos para asegurarnos la supervivencia e incluso, en la mayoría de los casos, la descendencia. Y lo que la cara B del primer mandamiento espera es, que lo mismo que casi automáticamente hacemos por nosotros mismos, lo apliquemos a nuestra relación con los demás seres humanos de nuestro entorno y del resto del mundo.

Esto sí que es algo tangible, medible y programable para una mente racional como la nuestra. Pero lo difícil es entender lo que significa y aplicarlo. Para ello, propongo observar nuevamente tos Evangelios para ver qué es lo que me dice la vida de Jesús y sus enseñanzas al respecto, y de cómo vivirlo.

Para los seres humanos es muy difícil compatibilizar estas dos realidades y vivirlas como si fueran una, las dos caras de un todo indivisible.

Normalmente, la gente inclinada hacia lo espiritual y religioso tiende a minimizar la parte humana y social de la enseñanza, centrándose más en los planteamientos espirituales y de la otra vida; mientras que la gente que tiende a preocuparse de aspectos sociopolíticos suele despreciar la otra parte, es decir, las vivencias espirituales.

Pero el cristiano, el que busca verdaderamente el Reino de Dios y formar parte del Cuerpo de Cristo, de la Iglesia, no tiene otro camino que el de vaciarse de sí mismo de sus deseos o tendencias. Mediante un acto de reflexión intelectual y fe, ha de negarse a sí mismo para emprender el camino de «discípulo» del Maestro de maestros, que, como vemos, sin cues¬tión a dudas, engloba estos dos caminos al mismo nivel de importancia.

[CONTINUARÁ, Nº 97]

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