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Nº 111
Mayo 2012

Edén

Nueve pecados capitales de ayer, de hoy y de mañana (II)
por José Luis Suárez

Pecado y enfermedad

1. ¿De qué hablamos cuando decimos «pecado»?

La palabra pecado es una de las palabras más empleadas en todos los círculos cristianos de ayer, de hoy y seguramente de mañana. Palabra al tiempo cargada de significados muy diversos. El pecado lo enmarcamos en una de las frases favoritas de muchos creyentes cuando afirmamos: Soy salvo porque Jesús murió por mis pecados. Una vez dicha esta afirmación, nos quedamos tan panchos y felices, como si ya todo estuviera dicho acerca del pecado. Cuando la palabra pecado es usada sin una amplia explicación, nos arriesgamos a crear confusión en lugar de claridad. No pretendo poner en duda la existencia del pecado, pero sí afirmar que los reducionismos son malos compañeros de viaje para un tema tan complejo como el pecado.

Es evidente que el pecado recorre todas las páginas de la Biblia. Si nos ponemos a analizar todos los textos bíblicos que nos hablan del pecado, el primer descubrimiento es la variedad de imágenes, expresiones y matices tan diversos para referirnos a él. Esta primera observación, nos lleva a reconocer las dificultades que tenemos para definir el pecado —nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI, con una mentalidad analítica y de diccionario. El pecado es mucho más que una definición de diccionario, incluso más que un credo. Cuando intentamos definirlo, ya nos hemos extraviado del camino.

Jesús, el gran maestro de la comunicación, en sus enseñanzas no entraba en el juego de las definiciones. Al contrario, con sus parábolas invitaba a sus oyentes a la imaginación, a la creatividad, a descubrir aquello que la imagen podría significar para su propia vida.

2. Cinco acercamientos al pecado en el texto bíblico

2.1. El pecado significa una ruptura con el creador

El pecado, a lo largo de los diferentes relatos tanto del Antiguo Testamento como del Nuevo, significa una ruptura de la relación del ser humano con el creador. Ruptura que tiene su origen en la rebelión contra Dios. La trasgresión de la ley divina, el no haber cumplido lo que Dios espera del ser humano. «Contra ti, sólo contra ti pequé» Salmo 51.6.

2.2. El pecado y las relaciones humanas

El texto bíblico nos enseña que el pecado no sólo afecta la relación con el creador, sino que afecta también la manera de relacionarse los seres humanos entre ellos, ya que el pecado se convierte en una fuerza diabólica que se expande y destroza las relaciones humanas. Esta realidad ya la encontramos en el relato de la creación, donde el hombre culpa a la mujer de la desobediencia al mandato de Dios. A lo largo de la historia, todas las formas de violencia no son sino expresiones de la ruptura de comunión y de armonía entre los seres humanos. Por eso el pecado es una ruptura que afecta al creyente en su relación con Dios, con el prójimo, consigo mismo y con toda la creación.

2.3. El pecado trae como consecuencia la culpa

La culpa es la consecuencia de tomar conciencia del mal obrar. Es sentirse abrumado por el resultado del pecado que se convierte en una impureza, una mancha. Entonces el ser humano busca la manera de quitarse esa losa que lo aplasta. En el Antiguo Testamento se da una respuesta a esta culpa, buscando alguien que cargue con ella. El sacrifico de un animal es la forma de liberarse de la culpa. En el Nuevo Testamento encontramos la respuesta final a la liberación del pecado con el sacrificio de Jesús, que muere por todos los pecados de la humanidad.

2.4. El pecado se viste de moralidad

Los cristianos hemos intentado precisar lo que está bien y lo que está mal, haciendo notar sin equívocos la diferencia entre lo bueno y lo malo. Lo que importa es el pecado, mientras que al samaritano del relato del evangelio de Lucas capítulo 10, le preocupa el sufrimiento humano. A lo largo de la historia del cristianismo, la tendencia ha sido tomar el pecado como tema central del mensaje cristiano —y no el sufrimiento del ser humano.

Lo que está bien y lo que está mal ha evolucionado a lo largo de la historia. Cuando yo estudiaba teología a principios de los años 70, el pecado que preocupaba a muchos cristianos era el uso de los métodos anticonceptivos. Hoy en día ya no lo consideramos ni un pecado ni un problema.

En la historia del cristianismo se ha condenado muy a menudo sin piedad los deslices sexuales, mientras que la falta de amor, de solidaridad, perdón etc., se ha pasado por alto. Al padre de la parábola del hijo pródigo, le preocupa el sufrimiento de su hijo. La manera de recibirlo y tratarlo demuestra que su preocupación mayor no es el pecado de su hijo y el castigo, sino su restauración.

2.5. El pecado arraigado

Con este último punto nos acercamos a una de las tesis de esta serie de estudios. Afirmamos que no existe el ser humano inmaculado, libre y bueno por naturaleza. Estamos todos expuestos a fuerzas del bien y del mal, fuerzas constructivas y destructivas. El material genético del que estamos compuestos ya contiene una programación que determina nuestra naturaleza desde el momento de la concepción. Por lo que desde la perspectiva de esta serie de estudios, todos llevamos con nosotros pecados arraigados en nuestro ser, que pueden permanecer ocultos en la mayoría de las personas durante años, pero cuando menos lo imaginamos aparecen como un ladrón en la noche y muchas veces sin explicaciones aparentes.

Partimos del hecho de que estamos acuñados de material genético heredado y recibimos influencias del contexto social en el que vivimos. Pero estos condicionamientos no determinan de forma absoluta que todo esté ya decidido y que no haya esperanza de cambios.

3. Acercamiento al pecado desde la perspectiva de esta serie de estudios

Si bien considero que lo expuesto sobre el pecado en el texto bíblico es una realidad con la que debemos contar y que se podría decir mucho más, así como matizar algunas afirmaciones, deseo acercarme ahora al pecado mirándolo como un mapa de referencia ya que las imágenes que encontramos en el texto bíblico para hablarnos del pecado son espacios abiertos, en lugar de cotos cerrados y definiciones que no nos permiten apertura a otras posibilidades. La definición por naturaleza limita, la imagen abre espacios de reflexión, de diálogo, de posibilidades ilimitadas que no se dan en las definiciones. El acercamiento al pecado desde esta perspectiva permite que la creatividad y la imaginación tenga su cabida, de forma que el pecado tenga un significado para el hombre y la mujer del mundo de hoy y que pueda ser entendido, desenmascarado y enfrentado de forma sanadora en el mundo que nos ha tocado vivir.

3.1 Pecado y enfermedad

Cuando mayor dificultades tenemos para hablar del pecado en la iglesia (y en la sociedad se considera una reliquia del pasado), lo descubrimos en el campo de la medicina. Aquí parece reactivarse el interés por el pecado —aunque por supuesto con términos seculares y no religiosos, hablando de anomalías, desórdenes y patologías del ser humano. Sin darnos cuenta estamos rescatando el sentido original de la palabra pecado que ya habíamos olvidado. La medicina moderna no nos habla de maldades destructivas, que es lo que nosotros entendemos por pecado, sino de disfunciones y desviaciones. Estos términos se corresponden con esa imagen más correcta del pecado, que sería como la flecha que no da en el blanco, que no llega al destino previsto, que no cumple la misión que el arquero tenía al dispararla.

Una de las diferencias entre el pecado desde la vertiente bíblica y la medicina —que lo llama enfermedad— sería que en la medicina se excusan responsabilidades ya que se consideran las perturbaciones y las neurosis de carácter como enfermedades. El desorden de personalidad, ya sean individual o colectiva, se debe al sistema en el que vivimos o a la situación familiar o laboral, por lo que nos consideramos víctimas de lo que nos ocurre en lugar de responsables y culpables. Mientras que desde la perspectiva bíblica, la persona es responsable de sus actos.

El pecado es una enfermedad del alma, una perturbación interna de la persona que afecta a toda su manera de pensar, de sentir y de vivir. En términos médicos se habla de patologías, de desordenes. En términos bíblicos  se debe a La caída. Y estos desórdenes se llaman pecado.

El pecado original que hemos heredado, no es solo aquello que nos ha llegado desde Adán y Eva a través de generaciones como una enfermedad transmisible e incurable. Es la transmisión de desajustes de todo tipo, que llamamos  avaricia, orgullo, pereza, vanidad, cobardía, envidia, ira, gula y lujuria.

Desde la perspectiva bíblica, el pecado con el vocabulario de su tiempo habla no tanto de conductas destructivas —que lo son— sino de disfunciones o confusión en la mente y emociones de lo que debe ser la manera de pensar, sentir y vivir. El pecado en su significado original —para volver a la imagen del arquero que apunta con la flecha adonde quiere llegar pero falla el tiro— es desviarse del objetivo deseado. Si la flecha no da en el blanco hay un responsable, que es siempre el arquero.

Cada ser humano es responsable de sus actos equivocados, de no llegar a ser lo que debe ser. Estos son pensamientos y acciones destructivas que también podríamos nombrar como falsedad o pérdida de autenticidad, perturbación de la mente y de las emociones que trae sus consecuencias en la manera de vivir. Son acciones destructivas que afectan nuestra relación global ya sea con Dios, con el prójimo o con la naturaleza. El pecado es una pérdida de contacto con el alma, con la persona que estoy llamado a ser. Es perder lo auténtico del ser humano y de lo divino. Esta realidad la descubriremos en cada uno de los Nueve pecados que serán tratados en esta serie de estudios.

Para poder ir más lejos

Las siguientes citas, nos hablan de la dificultad en reconocer el pecado que nos afecta. Reflexiona sobre ellas y si éstas dificultades son reales en tu vida.

El principal problema del mal no estriba en el hecho de pecar, sino en nuestra negativa a admitir que pecamos (Scott Peck).

El único pecado que existe en el mundo mora en nuestro propio corazón. Es ahí a fin de cuentas donde debemos librar nuestra más decisiva batalla ( Gandhi).

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