13 de mayo de 2019    •    Lectura: 3 min.
Foto: Connie Bentson

vida eterna — Prolongación ilimitada de la vida; perfección y superabundancia de vida, expresión máxima de lo que significa estar vivos.

Más de la mitad de las referencias a la vida eterna en el Nuevo Testamento se hallan en la literatura joánica: 17 veces en el evangelio de Juan, otras 6 veces en 1 Juan.

Esto parecería indicar que si bien la expresión vida eterna era generalmente conocida en la iglesia de las primeras décadas, donde más interés pudo tener es allí donde había mayor tendencia a considerar el evangelio desde una perspectiva teológica y filosófica. Se recordará que el evangelio de Juan no empieza con el nacimiento, sino tachando a Jesús de logos eterno de Dios («la Palabra») y como Luz, en lo que parecen alusiones directas al papel de Sofía (Sabiduría) en la creación, según Proverbios 8. Es perfectamente verosímil que donde interesan la sabiduría y filosofía, el logos o Palabra eterna que es mediadora entre Dios y el mundo material, y Luz divina que ilumina a la humanidad, hubiera también un interés marcado en la vida eterna como aquello a que aspirar.

Como concepto filosófico, la vida «eterna» no es exactamente lo mismo que una vida interminablemente larga. Una vida de miles de millones de años sin fin suena, francamente, aburrida y carente de sentido. A no ser que además de esa longitud interminable, hubiera otro atractivo superior. La vida eterna es entonces un estado de perfección y bienestar. Es el «no va más» de todo lo bueno imaginable, el culmen, la cima, la expresión máxima de lo que significa estar vivo.

La primera vez que aparece esta expresión en el Nuevo Testamento es en Mateo 19,16, donde el joven rico le saca el tema a Jesús. La conversación concluye así:

—Hombre, si lo que buscas es la perfección —exclamó Jesús—, entonces vas y vendes todo lo que tienes y repartes entre los pobres, que así tendrás un tesoro en el cielo. ¡Ven aquí! ¡Sígueme!

En este diálogo Jesús finge no entender, pero no por la expresión «vida eterna», sino por la idea de ganársela con buenas obras. Si fuese cosa de buenas obras, dice Jesús, la única forma posible sería venderlo todo y repartirlo entre los pobres. (Aunque incluso así, vaya uno a saber si ha alcanzado la verdadera perfección de vida que viene a suponer el estado de «vida eterna».) Pero Jesús le ofrece una alternativa: la de la gracia, la de no procurarlo con méritos propios sino dependiendo de la bondad de Dios. «¡Bueno hay uno solo!», ya la ha indicado. Por eso Jesús le ofrece la alternativa al camino de las buenas obras para obtener la vida eterna: «¡Ven aquí! ¡Sígueme!». Seguir a Jesús vendría a ser lo que significa vivir plenamente, a la perfección.

Hay tres textos en el Nuevo Testamento donde se indica qué es la vida eterna:

En Juan 12,49-50, son los mandamientos divinos: […] mi Padre que me envió me ha mandado qué es lo que he de decir y hablar. Y sé muy bien que su mandamiento es vida eterna […]. Bien puede ser que las buenas obras no sean la forma de alcanzar o poseer la vida eterna, pero obedecer y agradar a Dios es claramente la expresión y evidencia de estar viviendo en esa plenitud insuperable de vida.

En 1 Juan 5,20, Jesús el Hijo es Dios y es vida eterna: […] Y nos mantenemos en aquel que no miente: en su Hijo, Jesús Ungido. Él es Dios, que no miente, y es vida eterna. Quien quiera saber cómo sería esa vida filosóficamente perfecta a insuperable que solo es posible describir como «vida eterna», que mire a Jesús y cómo vivió y amó y se entregó por el prójimo y hasta por nosotros que éramos sus enemigos.

En Juan 17,3, conocer a Dios y a Jesús es vida eterna: Esta es la vida eterna, que consiste en conocerte a ti, el único Dios, que no mientes; y al que tú has enviado, a Jesús Ungido. Esa perfección insuperable de vida solamente es posible desde una experiencia personal de Dios que es más que conocimiento teórico de sus virtudes. De lo que se trata es de conocerle personalmente y vivir en relación estrecha con él.

Como dijo Hans Denk, un anabaptista del siglo XVI: Nadie puede conocer a Cristo a no ser que le siga con la vida. Y nadie puede seguir a Cristo sin conocerle primero. Parece una contradicción, pero describe un proceso vital, continuado en el tiempo, donde conocer a Cristo y vivir como Cristo vivió acaban siendo una misma cosa: la vida eterna.

Deja un comentario