17 de junio de 2019   •   Lectura: 3 min.

prosperidad — Condición donde las cosas van bien, en particular con referencia a la economía y el dinero, aunque también se emplea en relación con los proyectos y planes. De interés para el pensamiento cristiano, existe lo que se conoce como «evangelio de la prosperidad», donde esta sería una consecuencia natural —prácticamente automática— de agradar a Dios.

No faltan textos bíblicos donde se traza una línea directa entre la fidelidad a Dios y obediencia a sus mandamientos, por una parte, y por otra la consecuencia de vivir vidas prósperas, felices, y con abundancia de bienes materiales. El libro de Deuteronomio plantea una elección entre la obediencia y por consiguiente bendición divina, y la desobediencia y por consiguiente la maldición.

La elección está en el pueblo de Israel, que puede escoger si servir a Dios en exclusividad y cumplir sus mandamientos, o si desobedecer y servir a dioses extraños. Pero tienen que saber que el desenlace de lo uno es bendición y prosperidad, y el desenlace de lo otro es maldición y ruina. En un caso vivirán en paz, libres de invasiones y guerra, cada hebreo feliz en su terruño hereditario y descansando a la sombra de su parra y su higuera, rodeado de hijos y nietos. En otro caso serán invadidos y esclavizados, padecerán plagas y peste y toda suerte de enfermedad, accidentes e infortunio, que los llevará a la ruina y les privará de descendencia.

En vista del planteamiento del libro de Deuteronomio, parecería lógica la conclusión a la inversa: se puede conocer, observando la prosperidad o no de cada individuo, hasta qué punto su religión, su devoción a Dios, su estilo de vida y conductas, agradan o no a Dios.

El libro de Job combate la tentación de interpretar esto como un automatismo. Desde el principio Dios declara justo a Job. Sin embargo su vida está sembrada de «pruebas», padecimientos extraordinarios en su salud y economía, con la muerte de todos sus hijos e hijas; acusaciones, insensibles y hasta crueles, de quienes se presentan como amigos; y un silencio agobiante de Dios, que parece desentenderse de él. Como al final el libro de Job le restituye con creces todo lo que ha perdido, la conclusión que aprendemos aquí parecería ser que no debemos juzgar con demasiada prisa, por cuanto siempre es posible que Dios intervenga y dé al traste con nuestras conclusiones iniciales sobre el aparente pecado e impiedad de quien no prospera.

Ni siquiera esa idea final de Job, sin embargo, resultó del todo satisfactoria ante las crueles realidades padecidas por el pueblo judío. Del siglo II a.C. nos llega la historia en 2 Macabeos 7, de una mujer que considera que ella y su familia están siendo perfectamente fieles a Dios precisamente en su ruina y persecución y torturas hasta la muerte como mártires por conservarse fieles. Su esperanza ya no puede ser de que, como con Job, Dios intervenga a tiempo para restaurarles la prosperidad. La esperanza que expresa, es su convicción firme de que ella y sus hijos resucitarán y entonces sí, por fin, prosperarán; mientras que el tirano que los está matando morirá sin esperanza de resurrección.

El Nuevo Testamento se sitúa firmemente en esta tradición, que sería la de los fariseos, frente a la de los saduceos que no creían en la resurrección. Según esta idea, entonces, es imposible en esta vida poder establecer por algo tan superficial como la prosperidad o ruina, la salud o enfermedad, larga vida o muerte temprana e inoportuna, si alguien ha agradado o no al Señor y ha sido fiel en religión y conducta y obediencia. Eso solamente se sabrá cuando la resurrección y el juicio final.

En cualquier caso, bien pudiera ser que los padecimientos y una muerte cruel sean el sello de testimonio fiel, es decir martirio, de personas muy especialmente «santas» y agradables ante Dios.

Tampoco conviene descartar, sin embargo, que todas estas excepciones a la regla no invalidan el principio general de que es más agradable y sabio, y conduce a mayores satisfacciones, ser fieles a los mandamientos de Dios y vivir en relación de hijos e hijas fieles de él. Muchos justos han padecido enormemente, han muerto de peste y hambre e invadidos por ejércitos en guerra. Y muchos impíos y malvados han vivido vidas largas, llenas de abundancia, y con descendencia numerosa. Y sin embargo apostar por vivir en obediencia y justicia y santidad ante Dios es pura sabiduría. No garantiza la prosperidad, tal vez, pero sí que mejora las probabilidades. Y está repleto, además, de satisfacciones morales y de la belleza de saberse en relación con Dios.

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