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  Nº 116
Noviembre 2012
 
  Nueve pecados capitales de ayer, de hoy y de mañana (VII)
por José Luis Suárez

5º - El pecado de la ira

 
  cielo1. ¿Qué es la ira?

La ira es una emoción incontrolable que aparece en forma de ataque a todo aquello que nos sucede y que nos ha contrariado. Es una rabia que se desencadena de forma automática sin que la persona tenga tiempo de dominar esa reacción. La ira surge de forma involuntaria, cuando se detecta algo que no corresponde a las expectativas de verdad,  justicia y perfección que uno espera. Es una reacción que expresa agresividad, crítica y exigencia.

  La ira puede ser descrita como un sentimiento de odio y de rabia como consecuencia de la negación de la verdad que uno siente traicionada en uno mismo, en los demás, en los acontecimientos o en Dios. Es una emoción que aparece  ante un obstáculo que bloquea el desarrollo de los deseos esperados y muy a menudo toma forma destructiva ya sea verbal, física o psicológica. La ira puede incluso tomar forma de crueldad y de castigo sin piedad, aunque no se relacione necesariamente con el egoísmo y el interés personal.

Una definición moderna de la ira también incluiría el odio y la intolerancia hacia otros por razones como raza o religión, llegando hasta la discriminación al que es diferente a uno mismo.

La ira es ciega ya que carece de compresión y de reflexión. Es por ello que se considera una emoción primitiva de resentimientos reprimidos a lo largo de la vida. Para los expertos en  relaciones humanas, la ira tiene que ver con acontecimientos  no digeridos en la infancia.

La ira es el resultado de la cosmovisión del mundo de las personas con este pecado que no admiten ambigüedades. En la vida todo es blanco o negro, correcto o incorrecto, bueno o malo. Los matices no existen, no hay grises, no hay varias soluciones a una misma realidad.

La ira es una de las  emociones universales más potentes del ser humano. La literatura europea comienza con un canto a la ira de Aquiles en la Iliada. Dante Alighieri en la Divina Comedia describe la ira como un amor por la justicia  en forma de resentimiento y venganza. Los filósofos griegos la consideraban junto a la lujuria, la pasión más feroz, intensa y peligrosa. Séneca que dedicó al tema de la ira un libro entero, la consideraba la más destructiva y peligrosa de las pasiones humanas.

2. Las consecuencias de la ira

Los efectos de la ira son los fanatismos, los dogmatismos y  la inflexibilidad.

La ira es la consecuencia de que la exigencia de perfección es tan fuerte que ni la persona misma, ni los demás satisfacen las expectativas deseadas, por lo que  la culpa y la angustia es lo que caracteriza la vida de las personas con este pecado y que  muy a menudo no es  admitido ni reconocido.

Las personas dominadas por este pecado se consideran jueces de la verdad y de la ley, debido a que llevan dentro de ellas un juez muy severo que no deja pasar ni una. Consideran la vida como un campo de batalla en el cual son los héroes y justicieros morales que con mano rígida intentan controlarlo todo.

Es la tendencia a verse como un caballo blanco que sale para eliminar el mal de raíz. San Jorge o el arcángel san Gabriel son los mata-dragones de la tradición católica que mejor manifiestan este pecado.

El deseo de control se puede manifestar con la impaciencia en los procedimientos judiciales, por lo que la pretensión de venganza fuera  del sistema judicial y el tomarse la justicia por su mano es su gran tentación, justificándolo con el concepto de la ira justa.

Esta manera de pensar no es nada nuevo en la historia de la humanidad, ya que es lo que permitió a los teólogos de la Edad Media aceptar la imagen de un Dios vengativo y obsesionado por la compensación del daño recibido, afirmando que la venganza tiene que ver con la justicia. La guerra justa es el resultado de esta manera de entender la vida.

En los pueblos primitivos, la venganza era una obligación y el restablecimiento de un equilibrio roto por la injustita de la otra persona. Aquí deberíamos tratar el tema de la ira de Dios, pero esto sería salirnos del guión de este artículo, por lo que recomiendo el libro de Dionisio Byler Los genocidios en la Biblia.

Las personas dominadas por este pecado son propensas a  imponer a los demás sus propias normas de vida, dar lecciones a  los demás y corregir todo aquello que según su criterio no es correcto. Luchan por cambiar el mundo.

Como la rigidez describe su estilo de conducta, esperan que el mundo entero acepte su manera de ver las cosas. «Estoy en lo correcto» es la fuerza de este pecado, es afirmar que uno tiene razón y que los demás están equivocados.

Este tipo de personas sufren porque son unos inadaptados que tienen un ojo especial para descubrir sólo ellos donde esta la imperfección. Tienen una facilidad para percibir el pecado de los demás, pero grandes dificultades para darse cuenta del suyo. Lo critican todo y nada está bien hecho para este tipo de personas.

Todo lo que viven se lo toman tan a pecho, que les dificulta disfrutar de todo lo que la vida puede ofrecernos de bueno.

3 Patrones bíblicos y sociales de la ira

Los fariseos en el tiempo de Jesús representan este tipo de pecado. La rígida tradición de los fariseos tiene en su interior una voz severa, represiva, crítica de todo, sin misericordia  por lo que describe de forma significativa este pecado.

La arrogancia y la soberbia —inconsciente por supuesto— del fariseo que ora y que se sitúa por encima del hombre pecador en el Evangelio de Lucas 18, 9-13 nos muestra la rigidez y la arrogancia de este hombre, así como la poca misericordia hacia el hombre pecador.

Los fariseos son  fanáticos del orden —ven todo lo que no está en su sitio—, representantes a rajatabla de la ley. El cumplimiento de las normas es sagrado ya que se consideran códigos absolutos para todos los humanos en todas las épocas y circunstancias. El entusiasmo por las normas y las reglas les impide ver el sufrimiento humano. Para un fariseo nada vale en este mundo a menos que sea perfecto.

El puritanismo —movimiento político y religioso que aparece en el Reino Unido en el siglo XVIII que defendía la rigidez política y religiosa de aquella época frente a ciertos libertinajes de orden moral— es el ámbito donde este pecado puede estar más arraigado. También se podrían citar algunos movimientos fundamentalistas de nuestro mundo actual.

El dogmatismo es uno de los elementos de este pecado. Las cosas no  pueden ser de otra manera ya que los credos,  las convicciones, son inamovibles —incluso más allá del bien o del mal. Se rechaza cualquier otra información distinta a la que se ha heredado o que uno tiene. La intransigencia es el elemento clave: «Lo se todo». La vida es así y no de otra manera y uno nunca se equivoca.

4. Respuesta divina a la ira

El perdón hacia uno mismo, hacia los demás y hacia los acontecimientos ocurridos que no corresponden a lo esperado es la respuesta a este pecado.

Se trata de perdonarse uno mismo, de perdonar a los demás y a las circunstancias. Es muy posible que no se entienda lo que ha ocurrido, pero se acata, se perdona.

En las palabras de Jesús en la cruz hacia aquellos que le estaban crucificando: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» ( Lucas 23,34), encontramos el sentido más profundo del perdón. Porque para Jesús los que le estaban crucificando, sólo estaban haciendo lo que creían correcto.

Las palabras de Jesús: «Sed compasivos» (Lucas 6,36) y «Haced bien a quien os hace mal» (Mateo 6,35) son claves para este tipo de pecado.

Nunca podremos cambiar  a los demás ni el mundo. Lo que sí que podemos es cambiar nuestra manera de situarnos ante lo que nos acontece.

Misericordia, paciencia y tolerancia por la imperfección humana, son algunas de  las características más hermosas de cómo es Dios, que hace salir el sol sobre malos y buenos y manda la lluvia sobre justos e injustos.

La paciencia es el antídoto a la ira, la cual no debe confundirse con la resignación que consiste en aceptar lo que se considera inevitable, lo cual no es otra cosa que la sumisión. La paciencia tiene que ver  más con el dominio de las emociones, lo cual es una fortaleza y no una debilidad. No es paciente el que huye del mal, sino el que no se deja arrastrar por su presencia. La paciencia es una virtud creadora de esperanza.

La invitación a abandonar este tipo de pecado no es otra que aceptar que no todo es perfecto en este mundo. «Ahora vemos por espejo en la oscuridad», dijo el apóstol  Pablo en 1 Corintios 13,9.

Jugar, disfrutar de la vida, alegrase de todo lo bueno que hay en el mundo, permitir que las cosas sucedan sin ningún control, sustituir la aspiración del «debe ser» por el disfrute de lo que es, vivir sabiendo que son más importantes las personas que las reglas de juego, aprender a relajarse, éstas son algunas de las señales más poderosas de la liberación de este pecado.

Cuando eso ocurre, el profundo anhelo por la verdad y la justicia que es el gran aporte de este tipo de personas a la humanidad, se manifiesta con dulzura, paciencia, comprensión, compasión y esperanza.

Para poder ir más lejos con esta reflexión

Dadme un hombre que no sea esclavo de sus pasiones y lo guardaré en lo más íntimo de mi corazón (Shakespeare).

Renunciar a la perfección es el camino para llegar a ella (Carly Simón).

El perfeccionismo es automaltrato de primer orden (Anne Wilson Schaef).

 
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