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  Nº 118
Enero 2013
 
 
Cementerio
 
El cementerio de los protestantes
Una historia de intolerancia

Final de los años 40 del pasado siglo XX.

Cuando nadie en cierta aldea burgalesa se lo esperaba, ya que no era momento de misas, ni de rosarios, ni de ningún otro oficio religioso, el sacristán tocó las campanas para que todos los vecinos acudieran a la iglesia. ¿Todos? No. Todos menos la familia de protestantes que aquel día tenían que enterrar a uno de los suyos. El diligente cura del pueblo, que veía el protestantismo en su aldea como un horrendo pecado, totalmente intolerable en una España de religión única e incontestable, intentaba de aquella manera, convocando a los vecinos al toque de campana, que nadie acompañara al muerto en su despedida. Suicidas, niños («moritos» o «judíos») que no habían recibido el bautismo, podían ser enterrados en o cerca del cementerio del pueblo, aunque fuera en un terrenillo aparte, pero aquellos protestantes no, aquellos leprosos de la religión no podían compartir el camposanto ni de cerca; habían de ser alejados cuanto más mejor, no fuera a ocurrir que los gusanos enfermos contaminasen el gusanar.

Y así, mientras los vecinos del pueblo estaban reunidos en la iglesia en aquella fría mañana de diciembre de 1949, un carro de bueyes, llevando un féretro hecho con pobres tablas de roble, seguido de una comitiva familiar de seis personas, niños incluidos, avanzaba lenta, trabajosamente por la nieve, rumbo a su particular necrópolis, aquella que les obligaron a construir a tres kilómetros del pueblo, en pleno monte, en una inhóspita paramera, donde nadie la pudiera ver. Se daba la circunstancia, pues, de que al mismo tiempo que en la iglesia el cura trataba de convencer a los fieles vecinos de lo pecaminoso y peligroso que podía resultar salirse del rebaño, la familia de protestantes cavaba el hoyo definitivo en su humildísimo cementerio, en el tosco cuadrilátero de piedras que ellos mismo construyeron en aquel infame pedregal, por imperativo de la intolerancia.

En Mozoncillo, supongo que en los años 20 (o tal vez antes, no lo sé) llegó alguien o pasó alguien que logró convencer a un señor de que el protestantismo era mejor que el catolicismo y el señor se convirtió. Y bueno, que el pueblo ya tuvo a su «otro» ante el cual afirmarse y del que decir pestes, marginar, hacer el vacío, etc. El señor no pudo ser enterrado en el cementerio. Tampoco sé si el hubiera querido, pero la cosa es que no querían el cadáver de un protestante. Ya muy enfermo en la cama, a punto de morir, el cura trató de convencerle para que se confesara y así evitarse el infierno. El señor le contestó que ya se había confesado con Dios.

Fotos de los restos del cementerio protestante en Mozoncillo de Juarros, a pocos kms. de Burgos, en «La Loma», por supuesto a las afueras, bien lejos del pueblo. En ese pueblo hubo una o dos familias protestantes procedentes de Barcelona, o más probablemente evangelizadas a través de una Biblia enviada por un familiar desde allí.

—Miguel A. Vieira

 
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