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  Nº 128
Diciembre 2013
 
  Tubo

Un tubo corroído

En los años 1970 tuve el privilegio de ser uno de los oradores en la Convención Keswick, en Hong Kong. Otro de los oradores fue Stanley Banks, de Bristol, Inglaterra, el presidente de una Escuela Bíblica en esa ciudad. Nos contó de la vez que se les estropeó la caldera, dejándolos sin calefacción ni agua caliente. Clamaron a Dios que los ayude y empezaron a solicitar fondos para remplazar la caldera. Cuando habían recibido bastante dinero, encargaron a un fontanero instalar la caldera nueva.

Una vez instalada, Banks y su equipo se reunieron alrededor para una celebración de dedicación. Banks abrió el grifo, esperando ver un chorro fuerte de agua bien caliente, pero sólo aparecieron unos chorritos tristes, después un silbido de vapor, después otros chorritos tristes de agua.

Volvieron a llamar al fontanero, que les dijo que volvieran en unas horas. Cuando volvieron, el fontanero les dijo que ya podían proceder con su acto dedicatorio. Esta vez cuando Banks abrió el grifo, salió un chorro fuerte de agua bien caliente. Miró al fontanero y le dijo:

—¿Nos lo puede explicar, por favor?

El fontanero les indicó un tubo nuevo en la pared, que conducía a la caldera.

—¿Veis ese tubo? Estaba tan corroído que habría sido imposible pasar por él un lápiz. El agua que entraba era muy poca para la capacidad que puede calentar esta caldera nueva.

Banks explicó con esta historia cómo es que muchos cristianos alcanzan pocas victorias y dan poco fruto. Esto es porque su conexión con Dios está tan corroída por todas las cosas de este mundo, que la entrada del Espíritu es demasiado limitada para poder alcanzar éxito espiritual.

[…]

Como todos los cristianos evan­gélicos, los menonitas enfatizan la Trinidad, el hecho trinitario de nuestro Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Pero los cristianos muchas veces dejamos de relacionarnos con el Espíritu como nos relacionamos con el Padre y con el Hijo. Y sin embargo es por la presencia del Espíritu que Dios vive en nuestro interior. Es porque el Espíritu habita en nosotros, que puede permanecer en nosotros Cristo. Si nos damos cuenta cabal de eso, vamos a procurar mantener una comunión diaria con el Espíritu, beneficiándonos así de su presencia en nuestros pensamientos y oraciones.

[Traducido de Myron S. Augsburger, The Robe of God (Scottdale & Waterloo: Herald Press, 2000), pp. 151-153. Augsburger ha sido un evangelista menonita muy conocido, presidente de la Universidad Menonita del Este, en Virginia, y pastor de una comunidad cristiana en Washington, D.C.]

 
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