bandera
PortadaQuién somosImprimirNúmeros anterioresSuscripciónDiccionarioContactarblank
  Nº 131
Marzo 2014
 
  Caballería romana
Caballería romana

Los santos anónimos
Julián Mellado

Cuando hablamos de la historia de la Iglesia solemos referirnos principalmente a una serie de personajes muy conocidos que consideramos esenciales en el devenir del pueblo de Dios. Oímos de Pablo, Agustín, Lutero, Menno Simons, Bonhoeffer, etc.

Muchas veces nos olvidamos de que alrededor de estas personas conocidas hubo otras que colaboraron o fueron claves, pero que desconocemos sus nombres o quienes fueron. Pero el Cristianismo no se ha edificado sólo a través de algunas personas que tomaron grandes decisiones y afectaron el devenir de la Iglesia o incluso de la sociedad.

Hoy vamos a acercarnos a un ejemplo de esos que llamaremos «los santos anónimos». Hablaremos de alguien que no sabemos ni siquiera su nombre. Ahora bien, realizó algo cuyas consecuencias deberíamos meditar. ¡A saber lo que le debemos a ese joven! —pues es alguien de no demasiada edad, emparentado con el apóstol Pablo.

Veamos las circunstancias:

Algunos de los judíos tramaron un complot y se juramentaron bajo maldición, diciendo que no comerían ni beberían hasta que hubiesen dado muerte a Pablo. Eran más de cuarenta los que habían hecho esa conjuración (Hch 23,12,13).

Esta es la situación. Estos judíos no soportan más al apóstol de los gentiles y deciden eliminarlo mediante un ardid. Se trata de emboscarle, llevarlo a una trampa, con la aprobación de los principales sacerdotes. La trama es sencilla:

Requerid al tribuno que le traiga mañana ante vosotros, como que queréis indagar alguna cosa […] y nosotros estaremos listos para matarle antes que llegue (Hch 23,15).

Pablo estaba retenido por las autoridades, así que nada más normal que le llamasen a comparecer por cualquier asunto. Una vez en camino, el apóstol estaría en mano de sus asesinos sin posibilidad de escapar. Pero algo ocurrió, no previsto.

Mas el hijo de la hermana de Pablo, oyendo hablar de la celada, fue y entró en la fortaleza y dio aviso a Pablo (Hch 23,16).

Ignoramos cómo fue que se enteró de la conspiración. Pero ahí estaba en el momento oportuno y en el lugar adecuado. Rápidamente avisa a su tío. De manera muy hábil, Pablo consigue que su sobrino comparezca ante el tribuno, que también iba a ser burlado. Este santo anónimo le cuenta todo al romano y éste se alía con el joven:

Le mandó que a nadie dijese que le había dado aviso de esto
(Hch 23,22).

A renglón seguido, el tribuno trasladó a Pablo, protegido por doscientos soldados, para llevarlo a Cesarea y entregarlo a salvo ante el gobernador Félix.

Me imagino que aquellos conspiracionistas pasaron mucha hambre y mucha sed.

El verdadero protagonista de la historia es ese sobrino anónimo del apóstol Pablo. ¿Quién era? ¿Cómo se llamaba? ¿A qué se dedicaba? ¿Cómo se enteró de todo? No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que salvó a su tío, el apóstol de los gentiles.

Estamos en deuda con ese muchacho. ¿Y si no hubiera estado ahí? ¿Y si hubiese tenido miedo de comparecer ante el tribuno?

Mostró lealtad a su tío, y valor ante el tribuno. No cualquier judío podía hablar con las autoridades romanas.

Me gusta pensar que algo de mi fe se lo debo a ese santo anónimo, que sólo Dios conoce en profundidad.

¿Pero a cuántos santos anónimos debemos hoy lo que somos? No los conocemos, pero ahí estuvieron, ayudando, creando, luchando, protegiendo. Cuando los hombres como Menno Simons tuvieron que huir, ¿quiénes les cobijaron, les escondieron, les alimentaron? A veces soñamos parecernos a esos grandes personajes de antes y de hoy. En cambio pensamos que «no somos nada» porque apenas si se entera alguien de lo que hacemos. En  los cimentos de la Iglesia están esos «santos anónimos», que sostienen el edificio.

El «santo anónimo» es conocido por Dios, y apreciado por él. Es objeto de su confianza, al igual que aquel sobrino de Pablo, un joven que realizó el salvamento que Dios dispuso para su apóstol.

Todos seguimos recordando al gran apóstol de los gentiles. ¿Pero quién recuerda al sobrino, ese santo anónimo? Pues hoy al menos, tengamos nosotros un pensamiento de gratitud hacia él. Recordemos también a tantos otros santos anónimos y estemos listos para serlo nosotros también.

Aunque no sepan quién eres. Dios siempre lo sabrá.

 

Otros artículos en este número:


Portada: Nº 131


imprimir Descargar para imprimir

Ver números anteriores de
El Mensajero


Suscripción (gratis)


El MENSAJERO es una publicación de la Secretaría de AMyHCE (Anabautistas, Menonitas y Hermanos en Cristo - España).

c./ Estrella Polar, 10
09197 Quintanadueñas (Burgos)
Director: Dionisio Byler


CTK

Copyright © febrero 2014 - Anabautistas, Menonitas y Hermanos en Cristo - España