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  Nº 133
Mayo 2014
 
  Diccionario de términos bíblicos y teológicos


arrepentimiento — Existen en hebreo moderno dos o tres términos que captan la idea psicológica de nuestro término arrepentimiento como sentimiento de vergüenza o compunción por lo que uno ha hecho, o bien sufrir miedo o ansiedad por las consecuencias o castigos que pueden generar. El término griego metanoia describe un cambio de actitud o de opinión, tal vez un cambio en la mentalidad entera u orientación vital de la persona. En el hebreo bíblico, sin embargo, la palabra es shuv, «regresar».

Esta idea, la de regresar, es seguramente el sentido más interesante del concepto bíblico de arrepentimiento. Como Jesús y los apóstoles eran judíos formados en el conocimiento de la Biblia hebrea hay que suponer, además, que la idea de regresar es la que tenían en mente ellos cuando hablaban de arrepentirse.

¡Volved ¡Regresad! —es en primera instancia una invitación que extiende continuamente el Señor. Es el anhelo que se adivina en el padre del hijo pródigo —que Jesús nos deja como ejemplo de cómo es Dios. Cuando divisa a su hijo en la distancia, sale corriendo a su encuentro y lo abraza, sin esperar a oír el discurso de disculpas que había venido ensayando el hijo por el camino. El padre no necesita oír palabras de arrepentimiento porque ha presenciado el acto de arrepentimiento: el regreso al hogar y al abrazo paterno.

Nuestro concepto habitual de arrepentimiento nos remite al interiorismo de la conciencia o de los temores por los castigos que puedan caer. Nos habla de la psicología personal, de los temores y los remordimientos y la vergüenza y el deseo de haber actuado de otra manera. El punto de referencia somos siempre nosotros mismos. Somos objeto y sujeto del estado mental de arrepentimiento.

El concepto bíblico de regresar, sin embargo, es mucho más rico porque es relacional. Nos habla de distanciamiento en la relación. Nos habla de cosas que decimos o hacemos que nos van separando, van levantando barreras, apartan a los que antes habían sido muy próximos, tal vez íntimos en amistad.

Cuando las relaciones se distancian, siempre hay alguien que va a tener que asumir el riesgo de la aproximación, del regreso. En la relación entre Dios y nosotros cualquiera de los dos podría, en teoría, arrepentirse, es decir, volver donde está el otro para empezar el proceso de acercamiento que devolverá la intimidad perdida.

Podría ser Dios. ¿Pero de dónde tiene que volver Dios? ¿Acaso es él la parte que se ha distanciado, que ha ido levantando barreras, ha ido enfriando la relación? ¿Acaso se ha ausentado de nuestras vidas porque tenía otros intereses más interesantes que el de nuestra amistad y compañía?

Si no es Dios el que se ha distanciado, entonces tendremos que ser nosotros los que desandemos el camino andado, regresemos por donde nos habíamos marchado, tomemos la iniciativa para acercarnos. Es decir, nos va a tocar a nosotros arrepentirnos: Volver a Dios. Como el hijo pródigo, tal vez descubramos que nuestra independencia no es todo lo maravillosa y placentera que nos la habíamos imaginado. Tal vez nos toque tragar un poco de orgullo y autosuficiencia y admitir que la relación con Dios nos proporciona una protección y provisión y seguridad que nosotros solos no conseguimos. Que nosotros solos… al final, lo que estamos es solos.

Y sin embargo la Biblia no duda en atribuir a Dios también el arrepentimiento, el regresar. Esto lo vemos especialmente en relación con el tema de la ira de Dios. Por nuestra torpeza o rebeldía, ignorancia o maldad, la humanidad —incluso el propio pueblo de Dios— puede despertar la ira divina. Pero la Biblia da testimonio de diferentes ocasiones cuando el clamor a Dios de quienes sufren su ira y las consecuencias nefastas de sus propias acciones rebeldes, hacen que Dios regrese. Que abandone su distanciamiento emocional y los vuelva a admitir a su intimidad. Aquí tal vez haya que pensar en la relación de un padre o madre con sus hijos muy pequeños, de edad preescolar. Uno se puede enfadar, puede hasta castigar. Pero al final los llantos del niño doblegan esa ira y acabas tomándolo en brazos y brindándole tantos mimos y afecto como antes sufrió tu distanciamiento emocional y tu castigo. Sí, Dios también se arrepiente: también vuelve a nosotros.

Esta idea relacional del arrepentimiento como regresar, es lo que hay que tener en mente en textos como el emblemático del primer capítulo de Marcos, que describe el inicio de la proclamación del evangelio:

Cuando Juan fue arrestado, salió Jesús por Galilea anunciando la buena noticia de Dios. Decía:

—El tiempo se ha cumplido y el reinado de Dios se ha acercado: Regresad y sed consecuentes con la buena noticia (Mr 1,14).

—D.B.

 

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