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  Nº 134
Junio 2014
 
  Compañeras

Testificar es cosa de todos [1]

Lo secular es sagrado

Cuando los miembros de la iglesia comprenden cabalmente que sus contactos diarios les brindan oportunidades únicas para testificar, empiezan a entender que sus ocupaciones seculares no son en absoluto seculares. Reconocen que el servicio a Dios no sucede solamente cuando asisten a la iglesia sino que sucede también cuando interactúan en el trabajo o en el barrio con personas que no son cristianas. El cristianismo ya no será más poner caras solemnes el domingo, sino cosa de todos los días.

Los que entienden esta verdad no pueden tener dos juegos de valores —uno para hablar con ponderación en la escuela dominical y otro para vivir en la jornada de trabajo. Los que reconocen el reto que suponen los contactos de cada día, tampoco sentirán jamás que están cumpliendo su entero deber para con Dios al apartar tiempo de sus ocupaciones «seculares» para distanciarse del mundo y asistir a la iglesia. Tal vez el ejemplo más gráfico de asumir que nuestro deber principal para con Dios es ocuparse en asistir a la iglesia, se puede observar en la forma que tenemos de asistir en masa a las reuniones. Hemos confundido la obra de evangelizar y el ser espectadores en reuniones.

Bien es cierto que se necesita que los cristianos se presten a la oración, a dar consejos, a traer a las reuniones a los que necesitan oír el evangelio. Sin embargo, la persona que realmente necesita oír el mensaje suele ser la que menos se nos ocurriría invitar a que nos acompañe.

Son demasiadas las veces que actuamos como Elaine, una maestra de escuela dominical que invitó a una amiga a acompañarla a oír a un evangelista popular. Su amiga estaba ocupada con otras actividades de iglesia y no podía asistir, pero le sugirió: «¿Por qué no invitas a Ruth?»

Ruth era un miembro «marginal» de la iglesia. Y Elaine dudó. «No sé si quiero. Algunas de las cosas que se cuentan de Ruth me parecen mal. Si ella quiere vivir así, preferiría no tener mucho trato con ella».

Parecería ser que Elane no comprendía que al mostrarse amable con alguien que sí necesitaba ayuda, estaría contribuyendo mucho más a la obra de evangelización que si iba acompañada por otra maestra de escuela dominical como ella, para oír un sermón evangelístico que ninguna de las dos necesitaba.

Sin niveles de discipulado

Al darnos cuenta de que el reto más eficaz de la iglesia al mundo se produce en la vida a diario cuando los miembros dan testimonio con fidelidad, dejaremos de pensar que los miembros viven en otro nivel de discipulado que los líderes. Ya no podremos achacar nuestra pasividad a que a fin de cuenta somos ciudadanos de segunda, esperando que el pastor se dedique a estimularnos, advertirnos y mimarnos.

Juntos, en la medida que comprendemos la naturaleza real de la iglesia, el pastor y los miembros colaboraremos para hallar formas para dar todos el máximo al testimonio en el mundo. […]

Colaborar juntos para Dios

[Tenemos que poder hablar] con franqueza acerca de los problemas y las oportunidades que hallamos al vivir, servir y hablar por Cristo. Por ejemplo: ¿Cuáles son los problemas que han de afrontar los estudiantes de instituto o universitarios? ¿Qué oportunidades para el testimonio mediante la vida, el servicio y el habla se nos presentan? ¿Cómo puede la iglesia preparar a los cristianos más jóvenes para que sepan aprovechar las oportunidades que se les presentan? ¿Cómo puede un miembro de la iglesia ser sal y luz y levadura en una fábrica, una oficina, una tienda, un hospital?

Un psicólogo industrial que se dedica a aconsejar a los obreros que tienen problemas en el trabajo, opina que la mayoría de la gente se deja la religión en la calle cuando entran al trabajo. ¿Cómo pueden los cristianos llevar a Cristo consigo al trabajo? ¿Qué formas hay de que el granjero, la ama de casa o cualquier otro que suele trabajar a solas, pueda también dar testimonio de Cristo?

Al pensar juntos sobre estas cuestiones, el pastor y los miembros empezarán a ver que están cerrando filas, colaborando juntos como un entrenador y su equipo.


1. Párrafos traducidos de Witness. Empowering the Church, por A. Grace Wenger, Dave & Neta Jackson (Scottdale y Kitchener: Herald, 2989), pp. 58-60.

 

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