Explicando Romanos 6,12-8,29
Aviones de papel, montar en bici… y el Espíritu
por Dionisio Byler

  • Una hoja de papel no puede volar.[1]
  • Pero debidamente doblada, podría volar.
  • Cuando además recibe un impulso exterior, vuela.

La soberanía del Espíritu

La persona que no conoce más que la carne, es incapaz de vivir conforme al Espíritu.

Bien pensado, sin embargo, una hoja de papel sí puede volar —en una tormenta de aire. Cogida por una fuerza irresistible, puede mantenerse en el aire bastante tiempo.

Viento

A veces nos sorprende descubrir que existe gente que sin conocer al Señor como nosotros entendemos que habría que conocerlo, sin embargo por circunstancias cuyo propósito sólo a Dios le incumbe saber, viven vidas auténticamente espirituales. Esta es pura soberanía y gracia de Dios. No hace falta explicarlo, aparte de recordar que Jesús dijo que tenía «otras ovejas, de otros rebaños».

Tampoco sería justo considerar que eso sería lo ideal, o que debería ser «normal».

La ley

Para transformarse en un avión capaz de volar, la hoja de papel tiene que pasar por un proceso lento, un «difícil aprendizaje» hasta que la forma del avión quede bien aprendida y el papel ya no vuelva a su estado anterior. Las marcas en la hoja de papel serán permanentes; nunca desaparecerán.

Un doblez sin «sufrimiento», que no deja marca permanente, que no altera permanentemente la forma de la hoja de papel, de nada sirve. Si el papel tuviera sentimientos, tal vez diría que la transformación, de hoja de papel a avión de papel, ha sido dura, difícil, dolorosa.

doblado

¡Algunos modelos de avión de papel hasta exigen el empleo de tijeras! El «sufrimiento» puede llegar a ser entonces muy intenso. La hoja, que no tiene ninguna conciencia de a dónde yo quiero ir a parar con ella, puede llegar a dudar de que merezca la pena. Puede preguntarse si me he olvidado de mis objetivos, puede llegar a preguntarse si es que me ha dejado de importar lo que le pasa.

El problema

Una vez terminado el avión de papel, sin embargo, por mucho que se esfuerce, sigue siendo incapaz de volar.

¡Todo ha cambiado, pero nada ha cambiado! Ha aprendido nuevas formas, pero jamás, por mucho que se esfuerce, podrá volar por sus propias fuerzas.

Esta es la condición que Pablo describe en Romanos 7; lo que él describe como estar bajo la ley. Es una situación de máxima frustración. Tanto esfuerzo, tanto dejarse moldear, tanto sufrimiento aguantado con ilusión… ¡aparentemente para nada!

De hecho, habría que preguntarse si en una tormenta de aire capaz de mantener en vuelo indefinidamente una hoja de papel cualquiera, si acaso este avión de papel no volaría peor que una hoja sin doblar. Ya sabe demasiado acerca de las teorías de vuelo como para volar espontáneamente. ¡Ya ni para eso sirve!

Que no nos sorprenda, entonces, el tono de desesperación que adopta Pablo hacia el final de Romanos 7 al describir esta situación.

Y es que para volar, este avión —y cualquier papel, con cualquiera forma que tenga— siempre requerirá una fuerza exterior a sí mismo. Ya sea el impulso de mi brazo, ya sea que lo recoja el viento, ya sea que alguien lo lleve al espacio y lo tire por la borda para que siga en órbita eterna… siempre dependerá de algo fuera de sí mismo para volar.

Lo cual no es decir que todo el esfuerzo de aprender la ley haya sido en vano. Cuando yo quiero que mi avión de papel vuele, siempre me dará mayor satisfacción este avión, que un papel sin doblar. Para los propósitos míos, del creador del avión de papel, es infinitamente superior el papel que se ha dejado doblar y formar conforme a mi plan premeditado. Una hoja de papel que se resistiera, que no «recordara» por donde lo he doblado, o que se me doblara por otras partes que donde me interesa, un papel que se me arruga… ¿para qué lo iba a querer yo?

El esfuerzo de acoplo a la santidad que instruye la ley es indispensable. Dios no se va a poner a jugar a los aviones de papel con nosotros, si nosotros no nos dejamos doblar en sus manos, si no aceptamos sus mandamientos.

El Espíritu Santo

Jesús descubrió que hay una «fuerza motora» que Dios pone en nuestro interior, su propio Espíritu Santo, que desde dentro nos impulsa hacia las buenas obras.

Avión de papel

Como todas las demás cosas que guardan relación con Jesús, esto depende de la fe. Y como con todas las cosas que dependen de la fe, hay que ejercitarse en ello y crecer; dar lugar a siempre mayores cotas, mayores logros.

Es como montar en una bicicleta. No hay manuales de instrucciones que valgan. Es imposible que te expliquen cómo se monta en bici, aprenderlo en los libros. La única manera de aprender es lanzarse, atreverse, llevarse unos buenos golpes… y un buen día descubres que lo que parecía imposible, sí lo puedes hacer.

Recuerdo que mi hija Gloria se desanimó cuando lo intentó, a los cuatro años de edad. Le compramos una bici muy mona, blanca y rosada, muy femenina e infantil. Pero después de llevarse varios golpes le cogió miedo y manía. Llegó a convencerse que no era posible. Y así perdió la motivación para seguirlo intentando. Años más tarde, no sé cómo, pero aprendió.

Vivir en el Espíritu no es ni imposible ni especialmente difícil. Hay que perderle el miedo, eso sí. Hay que estar dispuesto a darse unos buenos tumbos, a pasar vergüenza, a hacer el ridículo, a meter la pata con las mejores intenciones del mundo.

Para «vivir» por el Espíritu, hace falta aprender a fiarse del Espíritu que Dios ha puesto en nuestro interior. Hace falta creérselo, dejarse llevar, dejarse impulsar, fiarse de la pequeña voz interior que nos conduce a las buenas obras, los buenos pensamientos, las buenas intenciones y actitudes…

En aquellos años cuando jugaba con aviones de papel, los que me hacía solían tener vuelos iniciales entre regulares y desastrosos. Me habría aburrido un avión que volara perfectamente a la primera. ¡Si volaba bien, ya no había nada más que hacer con él! Lo divertido era irlo mejorando. Los recogía, enfatizaba algún pliegue, levantaba un poco esta ala o la otra… Al cabo de varias pruebas, empezaba a conseguir imprimirle las características aerodinámicas que quería darle. ¡Qué satisfacción!

De manera que no te desanimes si cuesta un poco cogerle el tranquillo a esto del Espíritu. Ni difícil ni misterioso ni mucho menos imposible, es en realidad nuestra solución.


1. Reconstruido de los apuntes de un sermón que prediqué el 20 de junio de 1997.