Diccionario


Epifanía
— Festividad cristiana que recordando el episodio en el evangelio de Mateo cuando vienen magos de oriente a adorar al niño Jesús, celebra la «manifestación» (en griego epifanía) del Dios de Israel ante los gentiles.

La mayoría de las iglesias celebra esta festividad el día 6 de enero. Según el calendario litúrgico que siguen algunas iglesias ortodoxas ultraconservadoras, viene a caer el 19 de enero.

Es interesante tomar nota de que además en la mitad oriental («ortodoxa») de la iglesia, la Epifanía (conocida allí también como Teofanía —es decir manifestación o aparición… de Dios) tiende a celebrar el bautismo de Jesús en el Jordán y el milagro del vino en la boda de Caná, como el punto cuando Jesús se manifiesta de verdad a la humanidad en la plenitud de su divinidad. Que es lo que ellos celebran, entonces, el 6 de enero.

La palabra griega epifanía significa «manifestación», «aparición» o «exhibición». Curiosamente, el único lugar en el original griego del Nuevo Testamento donde esta palabra se emplea como referencia posible al nacimiento de Jesús —o por lo menos a aquellas décadas de su vida— es 2 Timoteo 1,10. Aparte de eso, siempre que se emplea la palabra en el Nuevo Testamento, es para referirse claramente a su aparición en gloria al final de los tiempos, para juzgar a los vivos y a los muertos (2 Ts 2,8; 1 Ti 6,14; 2 Ti 4,1.8; Tit 2,13).

A los evangélicos españoles seguro que nunca nos dará por recordar otra cosa que «los Reyes Magos» en esta fecha, junto con nuestros niños, que esperan los Reyes con la misma ilusión que cualquiera de sus amiguitos. No creo que nos pongamos a celebrar el bautismo de Jesús en el Jordán ni le vino de la boda de Caná el 6 de enero, ni mucho menos la aparición final gloriosa de Cristo como juez de la humanidad. Pero no deja de ser interesante el cambio de enfoque a que nos lleva considerar la tradición oriental, o el empleo de la palabra epifanía en el Nuevo Testamento griego.

¿Cuándo es que de verdad se manifiesta o aparece Jesús plenamente a la humanidad?

Es curioso que ni Marcos ni Juan —ni por supuesto tampoco Pablo ni Pedro ni Santiago en sus cartas— sintieron ninguna necesidad de contar anécdotas relacionadas con el nacimiento de Jesús cuando se disponían a predicar y explicar el evangelio. La historia de los astrólogos (que no reyes ni prestidigitadores ni practicantes de magia) en el evangelio de Mateo es puramente anecdótica. Más que ninguna manifestación a los gentiles, parece querer venir a poner en escena, ya desde el principio, el conflicto entre los principados y las potestades de este mundo —personificados en Herodes el Grande— y la autoridad de Jesús: Una nueva forma de autoridad que no necesita imponerse matando a nadie.

Sería entonces, tal vez, una forma temprana de manifestación de lo que hay en juego en Cristo, si bien es difícil que en ese momento ni los astrólogos visitantes ni los propios padres de Jesús ni ninguna otra persona presente en Jerusalén ni en Belén pudiera entender claramente, ya entonces, lo que iba a suponer Jesús para la humanidad.

Ahí empieza a ganar más crédito pensar que Jesús «se manifestó» cuando su bautismo por Juan en el Jordán —aunque tampoco: el descenso del Espíritu sobre Jesús no fue observado por un gran público— o especialmente, cuando su «primera señal» en la boda de Caná.

Al final habrá que reconocer que el empleo que hace el Nuevo Testamento de esa palabra, epifanía, es el más indicado. La epifanía de Jesús, su manifestación y aparición y exhibición, será cuando Cristo aparezca ante toda la humanidad con un resplandor y gloria que ya nadie podrá ignorar, para revelar públicamente también qué es lo que hay escondido en cada corazón humano. Pablo enseña a los destinatarios de sus cartas a esperar con anhelo y gozo ese día, que será cuando Cristo repartirá también coronas de victoria y hará desaparecer todos nuestros sufrimientos. Y ya —como dice el Apocalipsis— no habrá más llanto ni tristeza ni dolor.

Aunque sí creo que hay otra epifanía anterior a esa aparición última y gloriosa. Sería una epifanía personal, íntima, que cada creyente hemos vivido de una manera única e irrepetible. Cuando Jesús se nos ha manifestado o revelado personalmente como nuestra única esperanza, nuestro Salvador, el Consolador de nuestros dolores, el que nos propone metas dignas por las que esforzarse y vivir. No una vez, ni dos. Jesús se nos vuele a «aparecer» continuamente en nuestro caminar por la vida.