Ira

La interacción con gracia aporta mucho más que controlar la ira
Más que controlar la ira
por Lynn Kauffman

Hace años participé en sesiones para aprender a controlar la ira, que se dieron en el campus de nuestra iglesia. Una asociación secular de consejería alquiló una de las aulas para un curso de un año, con sesiones semanales de dos horas. La veintena, más o menos, de hombres en la clase estaban obligados a asistir por orden de un juez, para aprender a afrontar sus problemas de ira que habían desembocado en violencia de género contra sus parejas.

Yo nunca he tratado con violencia física a mi esposa e hija, pero la dificultad para controlar la ira me había llevado, para mi gran vergüenza, a explosiones de palabras iracundas en casa. A veces fueron también mis compañeros de trabajo el objeto de estas explosiones de ira verbal. Seguramente tan destructivo como esas explosiones de emoción venía siendo mi capacidad de enmascarar una ira a fuego lento entre explosión y explosión. Mi sonrisa benigna por fuera venía acompañada muchas veces de una tormenta emocional por dentro. Eso me estaba destrozando las relaciones y las emociones. Así que agradecí que el consejero a cargo me permitiese participar en la clase. Es cierto que tenía algo que contribuir a la clase, pero también tenía por dónde mejorar.

Tres tipos de ira

La Biblia es un recurso sorprendente para comprender la naturaleza de la ira. En el Nuevo Testamento hay tres palabras diferentes para decir «ira». Las tres aparecen en Efesios 4.

En Ef 4,26 Pablo escribe: «Airaos pero no pequéis». La palabra aquí es orgē, la ira justa. La orgē debería ser la indignación que sentimos cuando observamos injusticias o cuando padecemos por la maldad de otros. Sin embargo si se le da rienda suelta puede conducir a formas más duras de ira y a comportamientos perjudiciales. Hasta nuestros cuerpos pueden empezar a sufrir las consecuencias de la ira incontrolada. Cuando respondemos correctamente, esa ira justa nos guiará para que vivamos como es justo y sepamos poner remedio a la injusticia o el mal que hemos observado.

Jesús y Pablo emplean esta misma palabra, orgē, con un sentido negativo. En esas situaciones, la palabra describiría una ira no justa. Es el contexto lo que determina si la ira es justa o no. Jesús llega a afirmar que esa clase de ira es lo mismo que el homicidio, y que tanto la ira no justa como el homicidio incurren en culpabilidad punible (Mt 5,21-22).

En Ef 4,26 Pablo prosigue para aconsejar: «Que no se ponga el sol estando vosotros todavía airados». La palabra griega ahora es parorgismos, y describe la exasperación, el nerviosismo, la irritación. Yo me lo explico como esa rabia interior disimulada bajo la apariencia de amabilidad. Es ira más fuerte que la orgē, y puede desembocar fácilmente en thumos, que es la siguiente forma de ira que menciona el texto. Por este motivo Pablo dice: «No deis cabida al diablo» (Ef 4,27). Satanás se especializa en conducirnos de mal en peor. Le encanta llevarnos en dirección a «toda amargura, furia y rabia, gritos e injurias, con toda maldad» (Ef 4,31).

La ira thumos es de muy corta duración. Es la ira más destructiva. Thumos es el sentimiento intensísimo de furia y rabia. Genera una conmoción turbulenta en el interior que nos impulsa a expresar nuestra ira en formas más destructivas.

El gozo de perdonar

Yo he padecido cada una de estas emociones. No obstante puedo decir, con gozo, que también he experimentado victorias cada vez mayores contra las formas más destructivas de la ira. Me siento hondamente agradecido por la sanación espiritual y emocional que Dios ha traído a mi vida, conforme he buscado su perdón.

También estoy agradecido por aquellos hermanos y hermanas a quienes he hecho daño en el pasado pero me han perdonado. Las palabras: «Te perdono, Lynn» suenan como música en mis oídos, me lo diga Dios o me lo digan aquellos contra quienes he pecado.

Los beneficios del perdón y la reconciliación son muchos. La semana pasada nos encontramos para comer juntos con un hermano en Cristo, con quien perdí los estribos hace unos diez años. Con el paso del tiempo, Dios me transformó de lo que venía a ser odio en el corazón, a tener ahora un corazón que desea honrar a este hermano. Antes procuraba evitar cruzarme con él. Ahora me produce placer estar con él.

Hace algunos años me sorprendió ver a un hermano en la fe, que había sido parte de un equipo pastoral que me entrevistó cuando yo era candidato para el ministerio pastoral de su iglesia. Años antes, yo había tenido mis más y mis menos con él. Nuestra relación se había estropeado. Tristemente, el sol se puso muchas noches mientras yo seguía airado. Esto me provocó sufrimiento. Hoy es una persona a quien admiro mucho. Él también me perdonó cuando pedí su perdón. Es siempre un placer que nuestros caminos se crucen.

Hasta que me muera, siempre padeceré la tentación de pasar más allá de la ira justa, a una ira no justa, una ira que tiene todas las de arruinar relaciones. Satanás no se da por vencido; él es así.

Las bendiciones de la interacción con gracia

Una herramienta nueva en mi arsenal espiritual tiene viene de la interacción con gracia, especialmente con aquellos que me han herido. Creo que Dios quiere llevarnos más allá de solamente controlar nuestra ira, guiándonos a las benditas aguas de la interacción con gracia. Controlar la ira está bien, pero la interacción con gracia está mejor. ¡Mucho mejor! En realidad, la interacción con gracia nos capacita para superar más eficazmente nuestra ira y encontrar vías a la reconciliación.

La exhortación de Pablo en Ef 4,31: «Despojaos de toda amargura, furia y rabia, gritos e injurias, con toda maldad», describe lo que supone controlar la ira. En el versículo 32, donde Pablo nos insta: «Sed al contrario buenos y bondadosos unos con otros, perdonándoos unos a otros», describe lo que viene a ser interacciones con gracia.

La interacción con gracia no es algo que se consiga del día a la noche. Pablo dice, literalmente, algo así como «iros transformando en buenos y bondadosos». Interactuar con gracia con los demás es un proceso difícil, costoso. No nos sale instintivamente ser buenos, bondadosos, sensibles, amables, llenos de bondad y perdón para aquellos que nos han herido.

Crecer en esta gracia es más fácil cuando recordamos cómo Dios nos ha perdonado a nosotros. Pablo pone: «[…] perdonándoos unos a otros como Dios en Cristo os perdonó a vosotros». Es notable que Pablo nos estimula a recordar cómo nos hubo perdonado Dios. Recordamos su espíritu benevolente, su bondad y amabilidad y compasión, cuando le herimos en el pasado. Por consiguiente, manifestamos también misericordia y perdón a otros en el presente.

La palabra griega que emplea Pablo para decir «perdonar» expresa más que solamente pasar por alto el mal. Es conducirse con gracia en la relación (de ahí nuestra referencia a «la interacción con gracia»); conducirse de formas bondadosas y benevolentes; perdonar gratis (es decir con gracia, por gracia), dar sin esperar nada a cambio.

Recordar la gracia con que nos trató Dios nos pone un ejemplo de cómo tratar con gracia a los demás hoy. Jesús dijo algo parecido acerca del amor: «Os pongo un mandamiento nuevo: Como os he amado yo, que os améis así entre vosotros» (Jn 34,35). Al reconocer cómo se expresa su amor por nosotros, sabremos cómo amar a los demás. Al reconocer la compasión con que nos trata Dios, sabemos cómo ser compasivos con los demás.

Jesús dice en Mt 5,7, Dichosos los que se compadecen, porque tendrán quien se compadezca de ellos. Somos dichosos, felices, cuando escogemos el camino de la interacción con gracia. Las bendiciones son muchas en el camino de Jesús, nuestra lucha contra la ira no justa, la amargura, la rabia y furia. Y todo empieza con Jesús. Jesús nos trata con compasión y por consiguiente, nosotros tratamos con compasión a los demás [1].


1. Este artículo apareció el 1 d enero, 2018, con el título «Beyond managing our anger», en Christian Leader.