hermanos

Ahora entiendo el evangelio (22/24)
El evangelio de Dios
por Antonio González

En varias ocasiones, la Escritura designa a las buenas noticias como «evangelio de Dios» (Mc 1,14; Ro 1,1; 15,16; 2 Co 11.7; 1 Ts 2,8-9; 1 Pe 4,17). Ya hemos visto lo que esta expresión significa de manera estricta: son las buenas noticias de que Dios viene a reinar. Ahora bien, al hablarnos de que Dios viene a reinar, el evangelio nos habla de Dios mismo, y que nos habla de Él de una manera tal que pueda considerarse como una buena noticia. Veamos esto más despacio.

1. La revelación de Dios

En el evangelio se revela la justicia de Dios, tal como vimos. Pero, al revelarse la justicia de Dios, Dios mismo se revela. En los relatos del Antiguo Pacto, Dios asumía ciertos roles relacionados con la opresión, precisamente para excluirlos de su pueblo.

Así, por ejemplo, en la medida en que Dios asumía las funciones de un guerrero, podía liberar a su pueblo sin que éste disparara una sola flecha (Ex 14,14), y podía pedir a su pueblo que no tuviera un ejército grande ni permanente (Dt 17,16). En la misma perspectiva, la idea de Dios como verdadero Amo de su pueblo fue el motivo para limitar la esclavitud en Israel, convirtiéndola en una especie de seguro de desempleo (Lv 25,35-55). Del mismo modo, la idea de que Dios era el Rey de Israel impedía la introducción de la monarquía en Israel. Precisamente por ello, la configuración de Israel como un estado fue interpretada por Dios mismo, a través del profeta Samuel, como un rechazo expreso de su gobierno directo sobre Israel (1 S 8,7).

El efecto de esta asunción por Dios de los roles de dominio se distancia de lo que suele suceder en los mitos. En ellos, el que la divinidad sea Rey suele ser una legitimación de los reyes. Si Dios es entendido como un amo, esto implica una legitimación de los amos. Los reyes, amos, guerreros, etc., serían reflejos terrenos de los poderes celestiales. En Israel sucede justamente lo contrario: por el carácter exclusivo y directo de la relación de Dios con su pueblo, el dominio de Dios tiene por efecto la crítica, la exclusión o la reducción de toda otra forma de dominación, con la consiguiente idea de Israel como un pueblo igualitario y fraterno.

En Jesús encontramos la continuación del mismo proceso. Cuando Jesús presenta a Dios como Padre en sus parábolas, precisamente apunta a la exclusión del patriarcado entre sus discípulos, para formar una comunidad en la que no hay padres, y en la que a nadie se le llama de esa manera (Mc 10,29-30; Mt 23,9). Del mismo modo, la imagen de Dios como terrateniente, en las parábolas de Jesús, tiene la función de criticar a los terratenientes se han apropiado de la tierra, a los cuales el verdadero propietario vendrá a pedir cuentas (Mc 12,1-12).

Ahora bien, con todo esto, Dios sigue asumiendo, también en el mensaje de Jesús, roles de dominio. Sin embargo, algo maravilloso sucede cuando el evangelio proclama que Dios estaba en el Mesías reconciliando el mundo consigo (2 Cor 5,19). Porque si en Jesús habitaba corporalmente la plenitud de la divinidad (Col 2,9), entonces en Jesús se ha revelado qué significa verdaderamente ser Rey, ser Amo, ser Guerrero, ser Terrateniente, ser Padre, etc. En Jesús tenemos un Rey que sirve, un Amo que se hace esclavo, un Guerrero que renuncia a la violencia, etc.

La imagen de Dios cambia definitivamente. La revelación progresiva de Dios significa que a Dios nadie lo ha visto jamás en su verdadera realidad, hasta su revelación plena en Jesús (Jn 1,18). Todas las imágenes de Dios que encontramos en el Antiguo Pacto, y todas las imágenes de Dios presentes en las filosofías o en las religiones, tienen que ser contrastadas con la revelación de Dios en Jesús.

No es que primero sepamos ya quién es Dios, y luego Jesús venga a encajar en ese esquema. Más bien se trata de que, si Dios se identificó con Jesús, entonces Jesús mismo es la Palabra definitiva de Dios, su Verbo o Lógos. Y esto significa que todas las demás palabras de Dios y sobre Dios, tienen que ser corregidas a la luz de lo que se ha manifestado en Jesús.

Si Dios se identificó con Jesús, ahora sabemos lo que significa verdaderamente ser Dios. Dios es amor. El evangelio de Dios nos anuncia que Dios es amor (1 Jn 4,16).

2. El Dios trino

La palabra «Trinidad» no aparece explícitamente en los textos del Nuevo Pacto, sino que fue introducida más tarde en el cristianismo. Sin embargo, en el Nuevo Pacto no faltan expresiones trinitarias, que se refieren solemnemente a Dios como Padre, Hijo, y Espíritu, lo que sugiere que estamos un modo usual y solemne de referirse a Dios en el cristianismo primitivo (Mt 27,19; 2 Co 13,14). ¿Cómo se puede entender esto?

A veces se señala que la Trinidad es un misterio, que no se puede comprender, porque consistiría en una especie de identidad entre el Uno y el Tres que iría contra todas las leyes de la matemática o de la lógica. Sin embargo, este modo de pensar olvida que no estamos ante un problema de matemáticas o de lógica. Se trata del misterio de Dios. Dios es misterioso porque no puede ser abarcado por los conceptos humanos.

En realidad, toda persona, incluso las personas finitas que somos nosotros, no puede ser conocida si no se da a conocer. Mucho más en el caso de Dios. Ahora bien, el Dios oculto (Is 45,15) se ha manifestado. El misterio oculto por las generaciones se ha revelado en Jesús (Ro 16,25; Col 1,26-27). Y, si Dios se ha revelado, se ha revelado a los seres humanos, haciéndose de alguna manera accesible.

No es que nosotros podamos conocer a Dios por nuestros propios esfuerzos intelectuales. Lo que sucede es que Dios se ha revelado, y por medio de su Espíritu, podemos entonces conocerle de una manera directa y personal. El Espíritu de Dios, derramado en nuestros corazones, es Dios mismo, que nos sitúa en la intimidad más directa con lo más profundo y personal de Dios (1 Co 2,1-16).

Desde el principio, Dios se había revelado como Espíritu (Gn 1,2; Jn 4,24). Sin embargo, ahora sabemos que ese Espíritu, derramado en nuestros corazones, nos inserta en la misma relación personal de Jesús con el Padre. Es el Espíritu que, en nosotros, como en Jesús, clama «Abba, Padre» (Mc 14,36; Ro 8,15; Gal 4,6).

Dios es Hijo, porque Dios ha querido, desde toda la eternidad, vivir una vida humana, la vida de Jesús. De este modo, la humanidad pertenece a la misma realidad de lo que Dios ha querido para sí mismo eternamente. Y este Dios se ha entregado por nosotros en Jesús, hasta la muerte, y muerte de cruz. Dios mismo ha querido, sin dejar de ser Dios, experimentar el abandono de Dios (Mc 15,34), solidarizándose con todos los presuntamente abandonados por Dios.

Dios es el Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien no deja de hacer salir el sol sobre justos y pecadores, esperando a la humanidad entera como un Padre espera al hijo perdido y hallado de nuevo. Dios es el Padre que nos amó en Cristo, el Padre que nos ha adoptado como hermanos de Jesús, y que nos recibe en la familia misma de la Trinidad, derramando su amor en nuestros corazones.

3. Para la reflexión

  • Lee Flp 2:5-11
  • ¿Qué nos dice este texto sobre Dios mismo?
  • ¿Qué ideas sobre Dios detectas en tu ambiente que contradicen al Dios manifestado en Jesús?
  • ¿Qué ideas de Dios han sido dañinas para ti mismo en el pasado?