Colección de lecturas
 

PDF Schipani, "La Iglesia como comunidad de salud y cuidado"

Manual de Psicología pastoral
por Daniel S. Schipani

© 2016 Daniel S. Schipani
Publicado en Cuba por el Seminario Evangélico de Teología



Capítulo 1
La Iglesia como Comunidad de Salud y Cuidado

…siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros unos de los otros. (Romanos 12:5).
De manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan.
(I Corintios 12:26-27)

Foco

La visión cristiana que nos inspira, afirma que Jesucristo es el centro de nuestra fe, la comunidad es el centro de nuestra vida, y la reconciliación es el centro de nuestro ministerio. Por lo tanto, este curso de acompañamiento pastoral comienza con la iglesia entendida como ecología o sistema de cuidado, salud y plenitud humana a la luz de Jesucristo y el reino de Dios; y la reconciliación con Dios, con otras personas, y consigo mismo resulta ser la meta principal del acompañamiento pastoral.

Las epístolas de Pablo proveen material necesario para articular lo que podemos llamar el fundamento eclesiológico del ministerio de acompañamiento pastoral. Además de la imagen literal de pueblo de Dios proveniente del Antiguo Testamento, el apóstol introduce los símbolos cuerpo de Cristo y templo (o morada) del Espíritu al referirse a la iglesia. Pablo sugiere así que hay una correlación entre la experiencia cristiana («trinitaria») de Dios—un solo Dios, un solo Señor, un Espíritu (II Corintios 13:13, Efesios 4:1-6)—y la naturaleza y vocación de la iglesia. La iglesia está llamada a ser sacramento del amor divino en el mundo y por el mundo, es decir: a) señal verdadera, b) símbolo fiel, c) instrumento fructífero [1]. La iglesia es entonces el contexto principal para el acompañamiento pastoral porque ella tiene un carácter esencialmente trinitario a la luz de la revelación del Dios Trino y una triple razón de ser en términos de adoración, comunidad y misión, como destacaremos más adelante.

El tema de la iglesia como comunidad de salud [2] es el lugar mejor para comenzar nuestra reflexión en torno al acompañamiento y la psicología pastoral, a partir de nuestros contextos latinoamericanos, caribeños e hispanos en particular. La razón es fundamental y puede expresarse sencillamente. La iglesia está llamada a ser una comunidad intermedia clave, ubicada entre la familia y la sociedad con sus instituciones diversas; en otras palabras, la iglesia ha de llegar a ser el ambiente más central y básico desde el cual se proyecta nuestra vida y nuestro compromiso social como personas que comparten la fe cristiana.

En forma análoga a la de quien preguntó, retóricamente, «¿Señor, a quién iríamos?...tú tienes palabras de vida eterna» (Juan 6:68), se debería poder decir de la iglesia: «¿a dónde iríamos en busca de la mejor visión de salud y plenitud humana, de genuina humanización, de salvación y shalom» (en el sentido bíblico de libertad, justicia, paz, y bienestar multidimensional)? Es que la iglesia tiene la divina encomienda de convertirse en fiel modelo del amor de Dios en el mundo y a favor del mundo. En esto consiste el significado y la pertinencia de la afirmación de que la iglesia, como comunidad intermedia clave, está llamada a ser la comunidad sanadora por excelencia.

Como iglesia de Jesucristo nos encontramos en las primeras décadas del tercer milenio de nuestra era, y en medio de culturas y economías que están lejos de promover la salud y la plenitud humana; al contrario, tienden a ser patogénicas, es decir enfermantes. Diversas situaciones y formas de violencia, aislamiento y soledad, carencias, injusticias, y opresión, por nombrar sólo algunas en general, condicionan el presente y el porvenir de nuestros pueblos a todo nivel, especialmente en la vida familiar y del trabajo. Es por lo tanto a la luz de tal situación histórica como debemos abordar nuestro tema, desde la perspectiva de la teología pastoral [3].
Corresponde establecer, por lo tanto, que entendemos a la teología pastoral como la reflexión crítica y constructiva en torno a la vida y el ministerio de la iglesia en medio de la historia y a la luz del evangelio del reino de Dios.

La premisa y supuesto clave que informa nuestra reflexión teológico- pastoral tal como se presenta en este capítulo puede postularse así: la iglesia ha de ser el contexto de salud y de sanidad por excelencia, y esto en dos sentidos específicos; por un lado, la iglesia será contexto esencial en el sentido de la experiencia concreta en el marco de la vida y el ministerio de comunidades de fe reales e identificables como tales; segundo, la iglesia es también contexto esencial en el sentido de ámbito de reflexión, o sea que reflexionamos en principio desde y para la iglesia, aunque no de manera exclusiva y excluyente. La tesis con la que trabajamos implica, además una convicción teológica: La iglesia es comunidad de salud y comunidad sanadora en la medida que revela fielmente la vida misma del Dios Trino en el mundo.

  1. Es a partir de tales convicciones que nos proponemos alcanzar los objetivos siguientes:
  2. Profundizar la comprensión de la iglesia como ecología de cuidado y plenitud humana.
  3. Apreciar el valor especial de la iglesia como comunidad de salud.
  4. Identificar recursos y programas contextualizados para el ministerio de cuidado y acompañamiento pastoral.
Ejercicio 1

Piense en un episodio reciente cuando su iglesia actuó como «comunidad de cuidado». Describa brevemente la situación (ej. accidente, hospitalización, problema moral, etc.), e indique quiénes participaron, y comente sobre la naturaleza y el valor del acompañamiento brindado. Considere también alguna situación en que la iglesia falló o defraudó como comunidad de salud. Analice las causas y consecuencias de tal fallo.

EXPLORACIÓN

La iglesia está llamada a ser la comunidad alternativa de Dios en el contexto de la situación histórica, o sea, «la ciudad asentada sobre un monte» (Mateo 5:14). Con atrevimiento y, de hecho, a tono con la declaración de la Carta a los Efesios sobre la «plenitud» de Dios y de Cristo (Efesios 3:19; 4:13), podríamos decir que en la expectativa divina la iglesia ha de ser en principio el sueño y el proyecto de Dios en proceso de realización. En su vida y obra la iglesia continúa desarrollando el ministerio liberador, recreador, sanador y reconciliador de Jesús (Juan 20:21). La proclama que Jesús hizo del reino que viene (Marcos 1:15) es también la agenda de la iglesia como señal especial del amor divino y de la nueva realidad de libertad, justicia, paz y esperanza a la que Dios nos invita.

Creemos que existe una correlación fundamental entre nuestra concepción de Dios y nuestra forma de entender a la iglesia. Y siendo que la fe cristiana percibe a Dios como Trinidad, la eterna comunión del Padre, el Hijo y el Espíritu, se infiere que la iglesia deriva su naturaleza del Dios Trino. Por un lado, confesamos el carácter trinitario de Dios con una variedad de afirmaciones, imágenes y metáforas referidas a la divinidad: Dios es Creador, Rey, Señor, Padre...; Dios es Redentor, Libertador, Siervo, Hijo...; Dios es Santificador, Paracleto, Espíritu Santo... Por otro lado, las imágenes y metáforas bíblicas referidas a la iglesia son también numerosas y variadas. Entre las muchas expresiones se destacan tres como cuadros vívidos del diseño y el anhelo de Dios para la iglesia: el concepto de pueblo del pacto—referencia sólidamente enraizada en la fe de Israel—la metáfora del cuerpo de Cristo y la idea de la hermandad y la morada del Espíritu. Son los tres símbolos que seleccionamos para referirnos al carácter trinitario de la iglesia como expresión viva y testimonio fiel del reino de Dios. Creemos también que la expectativa divina es el desarrollo y la maduración integral de la iglesia en consonancia con su carácter trinitario.

Debemos evitar planteamientos meramente abstractos e idealistas. Proseguiremos, por lo tanto, indicando algunas maneras específicas como la comunidad de fe se comporta como ambiente o ecología donde se realizan y se hacen posible diversas prácticas y experiencias que contribuyen, directa o indirectamente, al cuidado, sostén y apoyo, orientación, reconciliación, y sanidad de personas, familias y grupos, quienes de alguna forma se relacionan con la vida y el ministerio de aquélla. Cuando con tal ángulo de mira consideramos a las comunidades donde participamos, vale reconocer y apreciar determinados rasgos o «marcas», a la manera de indicadores [4] que hemos agrupado bajo los tres nombres de pueblo de Dios, cuerpo de Cristo, y hermandad o morada del Espíritu, las cuales deben considerarse interrelacionadas.

Pueblo del pacto, pueblo de Dios. En tanto pueblo del pacto (1 Pedro 2:9-10), la iglesia procura vivir según el llamamiento a la comunión reverente y leal, conforme a la voluntad divina expresada en los imperativos, promesas y metas propios de la política de Dios. Como pueblo del pacto hemos de crecer en madurez y fidelidad. Esta cualidad y criterio del crecimiento expresa la necesidad de que vivamos a tono con el proyecto y la actividad de Dios en la historia. El reto clave aquí es discernir en qué medida la obra y el crecimiento eclesial corresponde auténticamente a la vocación del pueblo del pacto y hasta qué punto converge con los propósitos y los actos de Dios revelados en la Escritura y discernidos históricamente por la comunidad de fe. En tanto pueblo del pacto y pueblo de Dios, la iglesia vive y ministra como comunidad sanadora porque (o, mejor dicho, en la medida que) refleja rasgos y cualidades como las siguientes:

  • Un sentido de pertenencia y de referencia como pueblo con una trayectoria y un destino afirmados como tales, especialmente en la adoración y la educación.
  • Autenticidad en las expresiones de alabanza y acción de gracias (en palabra, cántico, drama, etc.) junto con el cultivo de la gratitud, el reconocimiento de la gracia divina, y la celebración alegre.
  • Práctica de la oración y de la confesión en particular; experiencias de perdón y de absolución, reconciliación.
  • Experiencia de aceptación divina incondicional, y también de parte de la hermandad («tal como soy…» «…la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia para conmigo no ha sido en vano», I Corintios 15:10).
  • Práctica y experiencia de la guía y la corrección del Espíritu de Dios por medio de la proclamación, la enseñanza, y otras formas.
  • Rituales especiales de sanidad (con oración, ungimiento con aceite, exorcismos, intercesiones, etc.).
  • ráctica de dar y recibir testimonios del caminar cotidiano por los senderos de la fe cristiana y el reino de Dios.
  • ¿Otras marcas…?

Es evidente que en este modesto primer cuadro de la iglesia como comunidad sanadora se destaca la realidad central de la adoración de cara a la identidad de aquélla como pueblo de Dios, es decir, pueblo del pacto llamado a crecer en fidelidad y lealtad. Resultará evidente también que este cuadro necesita integrarse con los dos que esbozaremos a continuación.

Cuerpo de Cristo. En tanto cuerpo de Cristo (1 Corintios 12:27), la iglesia es un organismo viviente constituido por miembros diversos con funciones y talentos complementarios entre sí. Somos en verdad un cuerpo llamado a crecer en santidad y comunión, a desarrollar y madurar en auténtica espiritualidad. Esta cualidad y criterio de crecimiento expresa la necesidad de vivir en presencia de la dinámica del Espíritu de Dios. El reto clave aquí es discernir en qué medida la obra y el crecimiento de la iglesia responden a la inspiración y guía del Espíritu y en qué medida representa el «fruto del Espíritu». Por ejemplo, ¿se refleja una fe vital expresada por medio del amor, el gozo, la paz, la esperanza… (Gálatas 5:22-25)? En tanto cuerpo de Cristo, la iglesia vive y ministra como comunidad sanadora en la medida que demuestra características como las siguientes:

  • Experiencia multiforme de la koinonia, en el sentido de amor fraternal, comunión, compañerismo, solidaridad y mutualidad.
  • Prácticas de ayuda mutua, cadenas de oración intercesoras, grupos de sostén y apoyo, etc.
  • Práctica de resolución de conflictos, junto con el aprendizaje y cultivo de las destrezas de comunicación y de mediación.
  • Práctica de la disciplina de la reconciliación (incluyendo guía, consejo, amonestación, confrontación, confesión, perdón, reconciliación y restauración).
  • Práctica frecuente de la comunidad eclesial mediante encuentros de oración y estudio bíblico, reflexión y discernimiento para la toma de decisiones específicas (por ejemplo, relativas a situaciones de familia, finanzas, cuestiones relativas a la política y la moralidad y fe, etc.), orientación y asistencia, etc.
  • ¿Otras marcas…?

En este segundo cuadro de la iglesia como comunidad sanadora— también modesto y meramente ilustrativo—la realidad central que se destaca corresponde a la vida comunitaria como tal. Es decir, la iglesia está llamada y potenciada para convertirse en familia de Dios de cara a su identidad como cuerpo de Cristo que necesita crecer en espiritualidad y comunión. Tal crecimiento, y por lo tanto crecimiento también en cuanto comunidad de salud, obviamente requiere su desarrollo armonioso como pueblo del pacto y morada del Espíritu, como señalaremos a continuación.

Hermandad y morada del Espíritu. En tanto hermandad y morada o templo del Espíritu (Efesios 2:22) en medio de la sociedad, la iglesia es una compañía de discípula(o)s llamados a expresar en maneras pertinentes y con discernimiento el amor de Dios en el mundo y por el mundo, en hechos, relaciones, presencia y palabra. Metafóricamente hablando, el Espíritu Santo actúa como el sistema nervioso que hace posible el señorío de Jesucristo sobre su cuerpo, la iglesia. Y ésta a su vez actualiza y contextualiza la operación de las manos, los pies, y la boca de Jesucristo en la historia. Somos en verdad esa comunidad llamada a crecer en apostolicidad y unidad, a desarrollarse y madurar en encarnación. Esta cualidad y criterio de crecimiento expresa la necesidad de establecer de continuo la raigambre histórica de la tarea y el testimonio de la iglesia y la validez de sus expresiones particulares de la fe y del evangelio. Por lo tanto, el reto clave en este caso es determinar en qué medida la obra y el crecimiento de la iglesia representa encarnadamente la presencia solidaria de Jesucristo frente al dolor y la perdición de los seres humanos y la creación toda. En tanto morada del Espíritu, la iglesia vive y ministra como comunidad de salud o comunidad sanadora no solamente en relación a sus miembros sino también mediante su presencia y acción en medio de la sociedad y la cultura. La fidelidad y pertinencia de su vocación en este sentido se verifica en la medida que refleja consistentemente rasgos como los siguientes:

  • Discernimiento y vivencia de los propósitos y la actividad de Dios en el mundo (creación, cuidado y sostén; liberación, redención, reconciliación y sanidad; renovación y potenciación, conducción a toda verdad).
  • Experiencia y práctica de la compasión solidaria, y de la ética y la política de la compasión como forma privilegiada del amor de Dios.
  • Participación, concreta y práctica en los propósitos y actividades del Espíritu de Dios, entendida como la misión divina, en presencia, palabra, y acción que comunican el evangelio—buenas noticias (y buena realidad)—del reino y la salvación (salud integral) que Dios ofrece y hace posible.
  • Involucramiento a favor de la libertad, la justicia, la paz (incluyendo la palabra profética, el servicio, la acción social, abogar por quienes no tienen voz, etc.) según el horizonte que abre la esperanza.
  • ¿Otras marcas…?

En este tercer y último cuadro parcial de la iglesia como comunidad sanadora, se destaca por cierto la dimensión de vocación y misión. Es decir que la comunidad de fe, en tanto hermandad y morada del Espíritu, está llamada a crecer en encarnación como representante de Jesucristo, cuya función integralmente terapéutica, diríamos, concretiza el amor al prójimo en contextos y situaciones particulares. Cabe reiterar que tal crecimiento supone e implica el desarrollo armonioso de las otras dos dimensiones también.

Por último, podríamos decir que estas referencias a la naturaleza trinitaria de la iglesia también pueden expresarse con las conocidas palabras de Miqueas 6:8 sobre lo que Yahvé ha declarado como bueno y lo que reclama de los fieles: «solamente hacer justicia [encarnación], amar misericordia [espiritualidad], y humillarte delante de tu Dios [fidelidad]».

CONEXIÓN

Una forma práctica y eclesiológicamente adecuada de identificar cómo la comunidad de fe puede servir como el contexto mejor para el acompañamiento pastoral dentro y fuera de la iglesia, es reflexionar sobre lo que hemos llamado su triple razón de ser.

La triple razón de ser de la iglesia

La referencia al carácter trinitario de la iglesia podría parecer un tanto arbitraria (después de todo, ¿por qué no utilizar otras imágenes bíblicas y desarrollar modelos alternativos sobre la iglesia?). Sin embargo, encontramos que en su praxis cotidiana la comunidad de fe no puede sino representar concretamente aquellos símbolos bíblicos y ejercer su ministerio en el nombre de Jesucristo en el marco de ciertas áreas o dimensiones esenciales en que la vida de la iglesia se desarrolla. Tales dimensiones esenciales — necesarias e indispensables porque definen su «eclesialidad», o sea el ser iglesia y no otra cosa— son la adoración, la comunidad y la misión. Se trata de facetas o componentes íntimamente relacionados entre sí, y constituyen juntos lo que podemos llamar la triple razón de ser de la iglesia. A riesgo de simplificar demasiado, diríamos que en la adoración, el foco de atención está en nuestra relación con Dios; en la experiencia de comunidad, el foco reside en las relaciones mutuas como hermanas y hermanos en la fe; y en la misión, lo que se enfoca es el mundo a nuestro derredor y nuestra vida y nuestras prácticas en y a favor del mundo. Podemos añadir que esta manera de conceptualizar la triple razón de ser de la iglesia se correlaciona con nuestra comprensión del «gran mandamiento» y su triple referencia al amor a Dios y al prójimo como a nosotros mismos (Marcos 12:28-34). En otras palabras, adoración, comunidad y misión son las áreas en que ocurren la vida y el ministerio de la iglesia como manifestaciones concretas del amor en sus tres dimensiones.

Obviamente, esas tres áreas o facetas de la iglesia no pueden separarse nítidamente. Así como afirmábamos más arriba que la iglesia es pueblo de Dios, cuerpo de Cristo y hermandad y morada del Espíritu, correlativamente afirmamos también que la iglesia vive para adorar, para ser (y hacer) comunidad y para hacer (y ser) misión. De hecho, su vida y su crecimiento saludable—y, por lo tanto, multidimensional—se debe manifestar necesariamente en todas y cada una de las tres facetas que hacen a su triple razón de ser. La iglesia necesita crecer, aprender, renovarse y transformarse en las tres dimensiones interrelacionadas.

Adoración. Primero, la iglesia existe para adorar, es decir para reconocer y celebrar el reinado de Dios. En su vida de adoración (que es mucho más que el culto dominical, por cierto) la iglesia entra deliberadamente en la presencia de Dios y se abre a la fuente de su existencia. La adoración ocurre por medio de prácticas tales como la oración, la meditación, la lectura y el estudio de la Escritura, la proclamación, la música y el canto, la confesión y el ejercicio de otras disciplinas espirituales. Ahora bien, el foco de la relación con Dios y el amor a Dios en realidad también implica que nos vamos formando y transformando como discípulas y discípulos en medio de la adoración. Nos vamos constituyendo en la comunidad fiel del pacto al reapropiar la historia de la acción creativa y salvífica de Dios, al experimentar el poder y la gracia divinos en el presente y al renovar y consolidar su esperanza en el reino que viene. En fin, la adoración en sus diversas formas y contextos afirma y celebra el hecho que somos pueblo del pacto, pueblo comprometido a participar fielmente en la ética y la política del reino. Así concebida, la adoración, además, sostiene e inspira la vida en comunidad y la misión de la iglesia y, al mismo tiempo, se nutre de ellas.

Comunidad. Segundo, la iglesia existe para ser comunidad, es decir para corporizar histórica y socialmente el reinado de Dios en su propio seno. En este sentido, ser comunidad equivale a ser familia de Dios y cuerpo de Cristo. Es en tal sentido como cultivamos relaciones entre personas y grupos, participamos en la ayuda y apoyo mutuos así como en la admonición fraternal, la confesión, el perdón y la restauración y reconciliación, el discernimiento de dones y todo lo que concierne al cuidado y al discipulado mutuo. Los contextos de relaciones pueden ser más o menos espontáneos o formales, incluyendo desde luego a familias, individuos y parejas y otros grupos, cualquiera sea su situación y de la forma más inclusiva. La oportunidad y el reto son nada menos que el desarrollo del carácter de Cristo en versiones únicas —individuales y colectivas, personales y congregacionales— de auténtica espiritualidad. La vida de la comunidad de fe, así entendida y realizada, estimula y sostiene a la adoración y a la misión de la iglesia y, al mismo tiempo, se nutre de ellas.

Misión. Tercero, la iglesia existe para ser y hacer misión, es decir para participar en las manifestaciones del reinado de Dios en medio de la historia, mediante presencia, palabra y acción. En su vida de misión, la iglesia se involucra en la actividad liberadora y recreadora de Dios en el mundo. Lo hace con el testimonio de su propia realidad social y cultural, su comunicación y proclamación verbal y su actividad concreta. Se compromete en solidaridad con el mundo que su Señor ama, y participa en la sociedad como representante de Jesucristo en la palabra evangelística, la denuncia y el anuncio proféticos, y el servicio a favor de la libertad, la paz, la justicia y la esperanza. La iglesia se esfuerza en discernir los espíritus y los tiempos y el movimiento del Espíritu en la historia. Como hermandad y morada (o templo) del Espíritu, la iglesia necesita responder al imperativo de la encarnación. La integridad de la vida de misión —y el carácter integral mismo de su misión— orienta y motiva a la iglesia hacia la adoración y la comunidad. A su vez, la adoración y la comunidad, fielmente vividas, son indispensables para la misión.

En síntesis, podemos reiterar que la triple razón de ser de la iglesia consiste en: a) reconocer y celebrar el reinado de Dios (clave de la adoración); b) corporizar histórica y socialmente tal reinado como familia de Dios (clave de la comunidad); y c) representar, anunciar, y participar en la realidad del reino en medio de la historia (clave de la misión). En toda congregación siempre hay momentos cuando algunas de las áreas reciben atención especial o prioritaria, por ejemplo en el caso de los esfuerzos evangelizadores de denuncia y anuncio profético, o los intentos deliberados de revitalizar la adoración en la iglesia y en el hogar, o los procesos de mediación y de resolución de conflictos en el seno de la comunidad de fe. De todas formas, lo ideal es que la iglesia mantenga un saludable «equilibrio ecológico» entre los tres componentes esenciales de su vida y ministerio. Cuando eso ocurre, ella crece y madura simultáneamente para la gloria de Dios, para su propia edificación y madurez y para su testimonio y servicio solidario en el mundo.

La figura en la página siguiente representa un «modelo ecológico» de la iglesia, según lo que hemos llamado su triple razón de ser. Nótese que destacamos la interacción y la influencia recíproca entre las tres áreas (por eso las flechas van en todas direcciones) y una distinción sin separación completa entre las mismas (por eso utilizamos líneas entrecortadas). En el centro de la figura hemos ubicado a los diversos ministerios más o menos especializados, tales como la enseñanza, el cuidado y el consejo pastoral, la predicación, la administración y otros. De tal forma indicamos que los ministerios no son fines en sí mismos, sino que están precisamente al servicio de la triple razón de ser de la iglesia (por eso utilizamos letras minúsculas en este caso). Además notamos una relación de reciprocidad entre la adoración, la comunidad y la misión de la iglesia por un lado, y los ministerios propiamente dichos por el otro.

Los ministerios no pueden tener metas separadas del propósito esencial de la iglesia, que es ser una muestra y un anticipo del reino de Dios y una invitación continua a vivir según la ética y la política del reino. Los ministerios especiales existen con el fin último de habilitarnos para la adoración, equiparnos para la vida comunitaria y capacitarnos para la misión. Recíprocamente, cada una de las tres dimensiones o áreas principales de la vida de la iglesia ha de contribuir a fundamentar y estimular los ministerios y, por lo tanto, la labor y el proceso de cuidar y discipular. En otras palabras, los ministerios —y de forma muy especial el del cuidado y acompañamiento— consisten en las tareas multifacéticas de promover y facilitar el emerger humano según la norma de Jesucristo. Tal proceso de «emerger humano» o de humanización incluye crecimiento y maduración, formación y transformación.

1-1

Ejercicio 2

Responda brevemente a la reflexión eclesiológica presentada en las páginas anteriores. ¿Con qué aspectos de la misma está de acuerdo, o en desacuerdo? ¿Cómo entiende usted a la iglesia como comunidad de salud y sanidad?


Ejercicio 3

Entreviste a un(a) pastor(a) sobre (a) cómo entiende su ministerio de acompañamiento pastoral, y (b) a su congregación como comunidad de cuidado y salud.

APLICACIÓN

Ejercicio 4

Complete el cuadro de la página siguiente—«La iglesia como ecología de cuidado»—en consulta con otros líderes congregacionales. Note(n) que se han incluido algunos ejemplos de actividades y programas posibles en cada una de las cuatro áreas dentro y fuera de la comunidad de fe. Identifique(n) tanto lo que la iglesia ya ofrece como también lo que podría ofrecer dentro de su contexto congregacional y social.


LA IGLESIA COMO ECOLOGÍA DE CUIDADO Y PLENITUD HUMANA

Locus

Nutrir – Discernir – Guiar – Reconciliar – Sanar
(Formación - - - Transformación)
Crecimiento – Prevención – Apoyo – Reconciliación – Plenitud

Modos de Pastoral Objetivos

Dentro de la Comunidad de Fe

(1)
  • Educación sexual
  • Orientación prematrimonial, Familiar
  • Educación para la paz y la justicia (conflicto y mediación)
  •  
  •  
(2)
  • Cuidado pastoral de, con y desde la niñez en tiempos de crisis y violencia
  • Consejo pastoral en situaciones de separación y divorcio
  • Asistencia y consolación en casos de desastre
  •  

Prácticas, Ambiente y Programas

Más allá/fuera de la Comunidad de Fe

(3)
  • Denuncia y anuncio profético respecto a la situación de la niñez
  • Abogar por quienes no tienen voz
  • Orientación familiar
  •  
  •  
(4)
  • Acción /Colaboración solidaria en tiempo de tragedia (incluyendo colaborar con instituciones o agencias gubernamentales y/o privadas)
  • Asistencia escolar
  • Asistencia legal
  •  

Lecturas recomendadas

Pat Contreras Ulloa, «Por una psicología pastoral que acompañe y desafíe a las iglesias en Latinoamérica y el Caribe». En Hugo N. Santos, ed., Dimensiones del cuidado y asesoramiento patoral: Aportes desde América Latina y el Caribe. (Buenos Aires: Kairós, 2006), págs. 23-40.

Marianela de la Paz Cot. «El cuidado pastoral y los ritos en la comunidad sanadora». En Daniel S. Schipani, ed. Nuevos caminos en psicología pastoral. Buenos Aires: Kairós, 2011, págs.153-174.

Alberto Daniel Gandini. La iglesia como comunidad sanadora. El Paso: Casa Bautista de Publicaciones, 1989.

Lothar Carlos Hoch. «La función terapéutica de los ritos pastorales». En Hugo N. Santos, ed. Dimensiones del cuidado y asesoramiento pastoral: Aportes desde América Latina y el Caribe. Tomo II. Buenos Aires: Kairós, 2012, págs.249-273.

Jorge A. León. Psicología pastoral de la iglesia. Miami: Editorial Vida, 5ta. Ed. 1990.

Rebeca M. Radillo. Cuidado pastoral contextual e integral. Grand Rapids: Libros Desafío, 2007.

Sergio Ulloa Castellanos. «La iglesia como comunidad de salud integral». En Hugo N. Santos, ed., Dimensiones del cuidado y asesoramiento pastoral: Aportes desde América Latina y el Caribe. Buenos Aires: Kairós, 2006, págs. 143-168.

Sergio Ulloa Castellanos. «Acompañamiento pastoral en el culto». En Daniel S. Schipani, ed. Nuevos caminos en psicología pastoral. Buenos Aires: Kairós, 2011, págs.127-152.


1. Nos conviene recuperar el uso del término «sacramento» en la reflexión teológico-pastoral. Utilizamos aquí la noción de la iglesia como sacramento en un triple sentido. Primero, la iglesia está llamada a ser señal visible y clara que indica o apunta en la dirección de la salud y la salvación, y de las manifestaciones del reinado de Dios en el mundo y en la historia. Segundo, también ha de ser símbolo e imagen (imago Dei) que representa veraz y fielmente dicho reinado, es decir la vida misma a partir de Dios, y aun la vida misma de Dios. Y, en tercer lugar, la iglesia debe llegar a ser agente y medio de gracia, es decir instrumento mediatizador eficaz de la gracia divina en medio de la historia.

2. Preferimos hablar de la iglesia como comunidad de salud y no solamente como «comunidad sanadora» debido a dos razones: (a) la relación directa que puede establecerse bíblico-teológicamente entre salud y salvación como liberación y humanización completa; y (b) la necesidad de no restringir las connotaciones correspondientes al plano de lo meramente terapéutico en el sentido limitado del término sino, más bien, incluir además las dimensiones de formación, crecimiento y maduración, y plenitud de vida, entendidas en perspectiva teológica. En este capítulo, por lo tanto, las referencias a la iglesia como comunidad de salud deben entenderse en el sentido más amplio aquí especificado.

3. El tema de la iglesia como comunidad de salud y sanadora se puede abordar, por cierto, desde diversos puntos de vista potencialmente complementarios. Así, por ejemplo, las perspectivas de las ciencias sociales y de la conducta humana, tales como la antropología, la sociología, y la psicología, nos ofrecen contribuciones valiosas y aun indispensables hoy día. En particular para el caso del acompañamiento pastoral y el cuidado y consejo como ministerios de la iglesia, obviamente debemos afirmar las aportaciones múltiples de la psicología y sus sub- disciplinas, y en especial el rol de la psicoterapia como ciencia humana práctica.

4. Aclaramos que se trata solo de la presentación de algunos ejemplos ilustrativos para ayudarnos a comprender y apreciar mejor el llamamiento de la iglesia como comunidad sanadora, a partir de su historia y experiencias concretas.