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  Nº 139
Diciembre 2014
 
  Boda

Rituales cristianos de transición
5. Boda
Dionisio Byler

Desde los siglos y las civilizaciones cuando se escribió la Biblia, hasta nuestros tiempos y civilización, han cambiado marcadamente tanto la familia y el matrimonio y lo que significan, como la celebración de la boda y lo que escenifica.

En tiempos bíblicos el matrimonio era concertado entre los padres de los novios, que aliaban así a sus familias procurando cada una «un buen partido» para sus intereses respectivos. La familia se entendía en los términos de los descendientes de un patriarca —muchas veces un patriarca ya difunto pero cuya descendencia seguía estrechamente vinculada y con intereses en común. La presuposición siempre presente era que la joven desposada por sus padres, llegaba virgen al matrimonio.

En los últimos siglos especialmente aquí en Europa pero difundiéndose por todo el mundo, ha ido prosperando la idea romántica de la boda entre dos personas que se han sentido física y emocionalmente atraídos con una atracción más que pasajera. Ahora, entonces, sobre el cimiento de ese sentimentalismo, piensan construir una familia independiente. En «el mundo» en derredor de la iglesia evangélica es, además, habitual que esas parejas que ahora se casan vengan apareándose carnalmente desde largo tiempo —habiéndolo hecho antes con otras personas, de forma más o menos regular. Ahora, sin embargo, han decidido asentar formalmente en el Registro Civil su relación de pareja. Tampoco rige hoy, «en el mundo», la presuposición de que quienes se casan tengan que ser macho y hembra.

Son realidades diferentes, que naturalmente vienen a ritualizarse también de maneras diferentes.

Pero aquí venimos a tratar sobre rituales de transición a lo largo de la vida de los cristianos. Esta es otra realidad, otra vez diferente. Se trata ahora de personas que, habiéndose desarrollado en familias cristianas en el seno de nuestras iglesias durante su niñez y juventud, ahora se disponen a empezar su propia familia, que también seguirá participando en la vida de la iglesia, de forma estable y comprometida.

Es importante, entonces, que sepamos hallar formas de escenificar lo que es un compromiso a tres bandas, que en su desarrollo vienen a ser cuatro.

Es el compromiso de pareja estable, monógama y vitalicia entre dos personas, claro que sí. Pero es a la vez la renovación del compromiso de ambos con el Señor, para continuar sirviéndole, amándole y reverenciándole en esta nueva etapa de su vida también —igual que antes, cuando eran solteros. No se unen unos cualquieras, sino dos escogidos amados de Dios para simbolizar, mediante su unión, el amor y la mutua dedicación entre Cristo y su Iglesia. Se unen dos siervos de Dios para mediante el vínculo sagrado de su exclusividad monógama, personificar que el amor de Dios es eterno y es fiel. Se unen, no para servirse a sí mismos, ni tan siquiera para servirse mutuamente, sino para servir a Dios juntos, encarnando juntos los propósitos de Dios para la humanidad. Para bendecir juntos a Dios y servir juntos al prójimo.

Y Dios también «se casa» con ellos. También se compromete. Se compromete a bendecirles y acompañarles y amarles, a no faltar nunca de la mesa de su cocina ni de la cama de su alcoba. No como un intruso sino como el más íntimo de los tres, el que inspira y motiva el amor entre ellos y los impulsa a querer agradar al otro más que a sí mismo en la relación de pareja. Dios será la cabeza invisible del hogar, el que estimula todo lo agradable y hermoso y perfecto que pueda suceder allí. El que los ayudará también a perdonarse uno al otro, y a superar las dificultades y quebraderos de cabeza que conlleva educar y cuidar de sus hijos —o saber sobrellevar el nunca tenerlos.

Y si este matrimonio a tres bandas acaba siendo, al fin, a cuatro, es porque la iglesia —la comunidad inmediata donde comulgan— tampoco será una intrusa ni una extraña, sino parte íntima del entramado de su vida de familia. La iglesia se compromete a ser un recurso siempre disponible para apoyar a la pareja en su bienestar emocional y espiritual, en sus dificultades económicas y de cualquier tipo que pudieran sobrevenir a lo largo de la vida. Como familia de los hijos de Dios que en efecto es, se brinda como entorno familiar, dentro del cual esta pareja desarrollará su propia vida de familia en un sentido más estrecho.

La boda cristiana como ritual cristiano de transición, entonces, ha de hallar formas para expresar, con palabras y con símbolos y actos simbólicos, todos estos elementos:

  • El compromiso monógamo y vitalicio entre las dos personas.
  • El compromiso renovado de estas personas y de este matrimonio nuevo, con Dios y con su obra en el mundo.
  • La bendición, el beneplácito y la promesa de acompañamiento de Dios con este matrimonio.
  • El compromiso de acompañamiento, de recurso espiritual y familiar, de la iglesia con la familia nueva que ahora se crea.

Siempre que se comunique el meollo de estas cosas, los símbolos o rituales específicos admiten una enorme diversidad y creatividad personal, tanto de la propia pareja, como del pastor y la iglesia local que los casa.

 
Rituales cristianos de transición:
  1. Dedicación al Señor de hijos y padres
  2. Mayoría de edad espiritual
  3. Fin de estudios secundarios / Inicio de vida laboral o de carrera universitaria
  4. Bautismo / Ingreso formal a la iglesia como miembro
  5. Boda
  6. Reconocimiento formal para algún ministerio
  7. Parto
  8. (Ver Nº 1) Dedicación de padres e hijos
  9. Unción con aceite por enfermedad
  10. Fin de la vida laboral / Inicio de vida de jubilado
  11. Defunción de pareja / Divorcio
  12. Funeral

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