El Mensajero
Nº 102
Julio - Agosto 2011
costa

La madurez cristiana (14)

Para madurar es necesario tener una mente abierta
por José Luis Suárez

1. Una mente abierta a lo nuevo
Los cambios de los cuales escribí en los dos artículos anteriores no son posibles, sin hacerse preguntas, sin tener una mente abierta, que no es otra cosa que la disposición a recibir lo nuevo, lo desconocido. Esta actitud es lo que muchos llaman el salirse de vez en cuando del rebaño para percibir otras realidades, para escuchar ideas algunas veces disparatadas que muy a menudo pueden parecer escandalosas.

Tener una mente abierta a muchas personas les da miedo, porque no saben adónde les conducirá y aunque puede sonar arrogante o vanidoso afirmar que confío en mis capacidades y señales internas para discernir el camino a seguir sin que sean otros los que marquen mi camino —opción muy tentadora, ya que me evita de toda responsabilidad personal— y no tener miedo a la apertura de nuevas ideas.

Aunque una vez hecha esta afirmación, admito con humildad los límites de mis conocimientos y lo prudente y necesario que es tener fe en fuentes más sabias que yo mismo y permanecer anclado en la autoridad de la Biblia, en las personas que han recorrido un largo camino en la fe y en la tradición de verdades inmutables que han pasado la prueba del tiempo. La combinación de la autoridad externa a uno mismo y al tiempo apertura de mente sabiendo que en el camino de la espiritualidad no existe talla única, es a mí entender una de las bases clave para la maduración.

Más que adoptar una manera de vivir, de creencias, valores y conductas de quienes nos rodean, se trata de llegar a convencernos nosotros mismos de aquello que queremos que sea nuestra vida. Para ello uno de los métodos más eficaces es hacernos preguntas y tener una mente abierta.

He podido darme cuenta por mí mismo que tener una mente abierta no es nada fácil debido a los muchos condicionamientos que a lo largo de la vida se producen en todos los seres humanos. Expresar mi disconformidad en algunas de las herencias recibidas, ha sido muy a menudo oír voces exigiéndome volver a lo establecido: «Siempre se ha hecho o pensado así». Es una realidad que tomar el camino del «Siempre ha sido así», no permite tener una mente abierta a nuevas ideas, al tiempo que expresa la necesidad de tener razón, de poseer algo, de ganar a toda costa.

Considero que tener una mente abierta constituye uno de los principios más básicos y fundamentales para poder madurar, porque sólo una mente abierta permite a la persona explorar, crear y crecer y que una mente cerrada bloquea todo cambio. Una simple constatación es que el progreso resultaría imposible si hiciéramos las cosas como siempre se han hecho.

Una mente abierta nos permite también practicar el perdón, irradiar amor, ser generosos, respetar la forma de vida de los demás.

Muy a menudo en el camino de la maduración nos encontramos con incertidumbres, contradicciones, ambigüedades y paradojas. Esto es inevitable si queremos madurar. Más de una vez me ha ocurrido que aquella revelación que ayer me cambió la vida fuera de toda duda y que me llegó al alma, se convierte en la duda de hoy y la tontería de mañana. Y viceversa, lo que hoy me parece una tontería, mañana se convertirá milagrosamente en una revelación, por lo que el punto de equilibrio en el camino de la maduración se puede encontrar en la certeza de la incertidumbre y la aceptación valiente de la ambivalencia como compañera de viaje. La actitud más saludable es rendirse ante el Misterio, entregarse a él, aceptarlo y maravillarse al comprobar cómo Dios hace las cosas a su tiempo y perfectas; y para que esto ocurra se necesita una mente abierta.

2. Mente abierta y cerrada en la Biblia

De entre las muchas referencias a mente abierta y cerrada que encontramos en el texto bíblico quiero comentar solo dos textos, pero antes deseo hacer una referencia a esta manera de entender la vida: Todo lector atento del Nuevo Testamento observará las grandes controversias de Jesús con los fariseos; y a pesar de que encontramos controversias de todo tipo, todas ellas giran alrededor de la realidad de lo nuevo y lo antiguo. El estar aferrado a lo antiguo, «siempre ha sido a sí», postura defendida a capa y espada por los fariseos. Esta visión de la vida les llevaba a situaciones inhumanas, de condenación y de falta de misericordia. Por otra parte nos encontramos con la postura abierta de Jesús, que si bien en ningún momento rechaza lo antiguo, sí es capaz de interpretar lo antiguo con una mente abierta para dar sentido al texto bíblico de forma que se convierta en salvación, restauración y vida para las personas.

El primer relato de esta postura de mente abierta, lo encontramos en el Sermón del Monte: Mateo 5,17-48. En estos versículos se nos habla de la antiguo y lo nuevo y Jesús de forma magistral enseña con el «Yo os digo», frase repetida siete veces, que hay que superar el «Habéis oído» para que la vida del ser humano sea plena.

Jesús no sólo en el texto citado, sino todo a lo largo del Sermón del Monte y en todo su ministerio, intenta enseñar a sus seguidores que deben tener una mente abierta de forma que puedan captar una nueva manera de entender y vivir la fe.

Me atrevo a sacar el «pero yo os digo» de su contexto, para afirmar que aquí encontramos uno de los elementos más importantes de la fe cristiana e indispensable para la maduración.

El segundo relato está en los Hechos de los Apóstoles, capítulo 15.

En este texto nos encontramos con el conflicto más importante que la Iglesia Primitiva tuvo que hacer frente. Tanta importancia tenía este conflicto, que se convocó el primer Concilio de la Iglesia Primitiva. El conflicto era de tal envergadura que afectaba el centro de la fe cristiana, ya que de lo que se trataba era si los nuevos convertidos a la fe podían ser salvos sin pasar por el rito de la circuncisión.

De nuevo nos encontramos con las dos posturas, de mente cerrada y mente abierta. Aquí radica el problema y al tiempo la solución. Después de un largo debate y consultas, se acordó en este Concilio que los nuevos convertidos podían ser salvos sin pasar por el rito de la circuncisión. El único camino que permitió llegar a este acuerdo, fue el tener una mente abierta al Espíritu Divino y al diálogo entre unos y otros.

Para poder ir más lejos

La obediencia no es la renuncia a la libertad, sino su prudente uso con unas condiciones bien definidas (Thomas Merton).

Cuanto más grande es la isla del conocimiento, más larga es la costa del misterio (Huston Smith).

La verdadera creencia implica una actitud constante de investigación, crecimiento y superación de uno mismo (Huston Smith).

No sea esclavo de su pasado, sumérjase en los sublimes mares, bucee por las profundidades y nade hacia horizontes lejanos (Ralph Waldo Emerson).

El elefante encadenado

A Antonio —un niño de ocho años— le encantaba el circo, y lo que más le gustaba de los circos eran los elefantes. Durante la función, la enorme bestia hacía despliegue de su tamaño, peso y fuerza descomunal; pero después de su actuación y hasta un rato antes de volver al escenario, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas, sujeta a un apequeña estaca clavada en el suelo. Sin embargo, la estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera, apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa, parecía obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con sus propias fuerzas, podría con facilidad arrancar la estaca y huir.

El misterio es evidente: ¿Qué lo mantiene atado entonces? ¿Porque no huye? Antonio tenía 5 o 6 años cuando preguntaba a sus padres, familiares o amigos por el misterio del elefante. La explicación que recibía era que no se escapaba porque estaba amaestrado; pero Antonio seguía preguntando por qué lo encadenaban. Sólo fue cuando Antonio se hizo grande, que una persona le explicó el misterio del elefante. El elefante del circo no se escapa porque ha estado atado a una estaca desde muy pequeño. Antonio cerró los ojos y se imaginó al pequeño recién nacido sujeto a la estaca. Seguramente en aquel momento el elefantito empujó, tiró, sudó, tratando de soltarse. Y a pesar de todos sus esfuerzos, no pudo. La estaca era ciertamente muy fuerte para él. Seguro que se durmió agotado, y que al día siguiente volvió a probar, y también al otro y al otro… Hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino. Este elefante enorme y poderoso que vemos en el circo, no se escapa porque cree que no puede.

El elefante tiene registrado el recuerdo de su impotencia, aquella impotencia que sintió poco después de nacer. Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese registro. Jamás, jamás intentó poner a prueba sus fuerzas otra vez.

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