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  Nº 115
Octubre 2012
 
  Diccionario de términos bíblicos y teológicos

magia — Manipulación del mundo visible mediante la utilización de poderes sobrenaturales, con los cuales se actúa sobre el mundo invisible.  El mago obtiene por diversos medios poder o autoridad sobre los espíritus que domina, de tal suerte que están obligados a obedecerle y producir para él esos efectos no naturales deseados.

Existe, naturalmente, una presunta magia, magia de mentirijillas, que es el producto de prestidigitación (actuando con las manos tan velozmente, que el ojo no es capaz de observarlo).  Y otra magia de tipo psicológica, donde se induce un estado de credulidad o hipnosis en los espectadores, que piensan observar algo que propiamente no ha sucedido.  Estas habilidades, aptas para el entretenimiento y disfrute como espectáculo, no interesan aquí, al no guardar ninguna relación —ni negativa ni positiva— con el culto al Señor y el seguimiento de Jesús.

La magia que presume de gobernar y valerse del servicio de fuerzas o seres sobrenaturales invisibles, sin embargo, si nos incumbe.  Aunque esa alegación de gobernar fuerzas espirituales sea mentira y engaño no es inofensiva, por cuanto seduciendo con mentiras, puede apartar a algunas personas de la fe verdadera en el único Dios verdadero.  Un Dios cuyos poderes no son obedientes a la tiranía de ninguna voluntad humana.

En la terminología propia de las ciencias sociales, se emplea el término «magia» para describir una actitud humana donde el mundo de las fuerzas o poderes invisibles inspira el deseo de manipularlos y dominarlos para beneficio propio.  Mientras que el término «religión» se emplea para esa actitud humana que ante esas mismas fuerzas o poderes invisibles, responde con adoración, sobrecogimiento, reverencia y sumisión.  Desde esa pretensión de dominio, la magia está segura de conseguir siempre los mismos resultados cuando se emplean los rituales y palabras necesarias.  Desde la actitud religiosa, el ser humano aunque pida con fe sincera y esperanza, sabe siempre que el resultado depende de otra voluntad infinitamente superior a la suya y no está nunca asegurado.

Aunque en principio parece fácil distinguir esa diferencia entre una actitud mágica y una actitud religiosa, la Biblia y también la historia del cristianismo, están llenas de situaciones y hechos que rozan el límite entre una cosa y otra.  En el judaísmo rabínico una de las formas de criticar a Jesús fue decir que había sido un mago.  Para los rabinos, que buscaban ante todo agradar a Dios según la instrucción de sus Escrituras, los milagros de Jesús, en curaciones y dominio sobre la naturaleza (calmar una tormenta, multiplicar panes y peces, transformar agua en vino) fueron un tropiezo y escándalo, porque entendían que a Jesús le faltaba precisamente esa actitud de sumisión infinita ante un Dios imposible de manipular.  Los cristianos estamos convencidos de que se equivocaron los rabinos en cuanto a Jesús, pero habrá que admitir que no faltan episodios ni en Moisés ni en los profetas ni en Jesús y los apóstoles, donde quien quiere ver fe auténtica en un Dios soberano, verá tal fe; pero quien quiera ver magia, motivos no le faltan para ver magia.

No, no es siempre fácil distinguir entre una cosa y la otra.

Cuenta el Talmud (escritos sagrados de los rabinos) una historia edificante donde podemos observar que la actitud de fondo que distingue la magia de la fe que obra milagros, no la demuestra el propio hecho milagroso tanto como la vida en general de la persona:

Cierto borriquero se apareció a los rabinos en sueños y oró y llovió.  Los rabinos lo mandaron llamar y le preguntaron: «¿A qué te dedicas?»

Les dijo: «Soy borriquero».

Le preguntaron: «¿Y cómo llevas tu negocio?»

Les dijo: «Una vez arrendé mi burro a cierta mujer, y ella lloraba por el camino y le pregunté: “¿Qué te pasa?” y ella me respondió: “Mi marido está en la cárcel por un dinero que debe y yo quería ir a ver qué puedo hacer para liberarlo”.  Así que vendí mi burro y le di lo que me pagaron y le dije: “Aquí tienes tu dinero.  Vete a liberar a tu marido, pero no peques prostituyéndote para recaudar los fondos necesarios”».

Le dijeron: «Ciertamente eres digno de orar y que tus oraciones sean atendidas».

Efectivamente, cuando vivimos de tal manera que se hace evidente en nuestras obras nuestro amor a Dios y al prójimo, es fácil que nuestras oraciones, inspiradas por el propio Espíritu de Dios que vive en nosotros, hallen resolución favorable ante el trono del Altísimo.  No es magia, aunque lo parezca.  Es espiritualidad auténtica.

Los milagros de Jesús y los apóstoles son siempre para beneficio de terceros.  Y cuando Jesús oró para sí mismo poder librarse de la «copa» del Calvario, no lo consiguió.  No es magia, entonces, porque la magia beneficia siempre al mago, bien sea directamente o por el dinero y la fama que obtiene.

—D.B.

 
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