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  Nº 126
Octubre 2013
 
  Diccionario de términos bíblicos y teológicos


evangelio — Es comúnmente conocido que evangelio significa, en griego, «buenas noticias».

Ah, ¿pero qué clase de buenas noticias?

El término tiene su origen en el mundo de la política en la antigüedad. No se trataba de buenas noticias personales sino buenas noticias para el reino. El anuncio de una victoria en batalla o de un acuerdo de último momento que evita una guerra. Tal vez un informe de cosechas excelentes este año. O la noticia de que ha nacido un heredero en la Casa Real.

No sería evangelio —no en el sentido típico de la época del Nuevo Testamento— una noticia puramente religiosa, al menos no si de efecto solamente personal.

Bien es cierto que la política y el culto a los dioses estaban estrechamente vinculados, de manera que nuestra distinción moderna entre religión y estado habría resultado en aquel entonces incomprensible. Una buena cosecha o una victoria en batalla, entonces, era fruto del favor de los dioses, por tanto noticia de sentido religioso a la vez que político. Las autoridades políticas eran los responsables de mantener contentos a los dioses con su culto, sus sacrificios, la construcción de templos monumentales y la presidencia de actos públicos de devoción. Uno de los títulos más importantes del César en Roma era el de Pontifex Maximus, es decir, Sacerdote Supremo; un cargo público que debía desempeñar concienzudamente, significando así su propia lealtad y la de toda Roma, a los dioses que garantizaban la prosperidad del Imperio.

Las buenas noticias públicas o políticas, entonces, eran necesariamente también buenas noticias religiosas: evidenciaban la necesaria buena relación entre la nación y sus dioses, sin lo cual jamás podían ir bien las cosas.

Con esto en mente podemos observar el anuncio de Marcos 1,14: «El tiempo se ha completado y el gobierno de Dios se ha acercado. Volveos y sed fieles en la buena noticia».

Este texto trae varias cosas interesantes que vienen a cuento. Primero, observamos aquí que las buenas noticias son el anuncio público de un giro radical en la política nacional: El inminente gobierno de Dios, gobierno que ya no hace falta esperar más porque la espera se ha completado. ¡Esto es evangelio donde los haya! Reúne todas las condiciones: Tiene, naturalmente, su dimensión religiosa, pero es antes que nada una novedad pública y política, además de buena. Anuncia un cambio de política: se acaba la política humana y corrupta, llega la política divina y excelente.

En segundo lugar, los anuncios de evangelio comportaban naturalmente consecuencias prácticas para los súbditos del reino. En este caso la reacción esperada en los oyentes tiene dos aspectos. El primero es el antiguo llamamiento bíblico a lo largo del Antiguo Testamento, donde se expresa con el verbo shuv: «Volved». Volveos a Dios. Regresad, porque os habéis apartado. Si parecía que Dios estaba lejos, tal vez resultara más o menos lógico alejarnos nosotros también de Dios. Pero desde luego, si es inminente el gobierno directo de Dios sobre la humanidad, ya no es admisible esa distancia, ese distanciamiento. Toca volver. Es un concepto mucho más relacional que la traducción «Arrepentíos». No se trata de sentir pena por infracciones morales sino de restablecer y sanar la relación rota con el Señor.

Luego también —tercero— está la idea de fidelidad o lealtad. La lealtad es un concepto inevitable e importante en cualquier proyecto de gobierno y en la propia conformación de cualquier estado. La frase que yo he traducido aquí como «sed fieles en la buena noticia», también podría traducirse como «creed en el evangelio». Lo que pasa es que esa segunda opción da a entender un convencimiento mental o interior respecto a unas verdades de naturaleza puramente espiritual o religiosa. Mientras que la naturaleza del anuncio —un cambio inminente en el gobierno de la humanidad, donde Dios asumirá personalmente el mando— parecería exigir más bien la idea de lealtad a ese nuevo régimen. Aunque en castellano «tener fe» y «ser fiel» son dos conceptos claramente diferenciables, en el griego del Nuevo Testamento no lo eran y empleaban la misma palabra para ambos usos. De ahí la confusión.

Si el evangelio es siempre de naturaleza pública y afecta a toda la sociedad, la respuesta correcta ante este anuncio ha de ser personal —por supuesto— pero también pública y social. Es inconcebible para los cristianos de la era apostólica, un cristianismo desvinculado de la congregación de los seguidores de Jesús el Señor. No se puede seguir a Cristo sin ser parte de la masa social que acepta el gobierno de Cristo sobre toda esa colectividad humana. La lealtad al gobierno divino nos impulsa a participar en la iglesia local, dejar ahí nuestros diezmos, invertir ahí nuestras energías, aportar nuestros dones espirituales —y dejarnos guiar por la sabiduría y el amor de hermanos y hermanas. Esto también es evangelio; y no hay lealtad al evangelio sin comprometerse con la iglesia.

En cualquier caso, este evangelio será siempre —por su mismísima natura­leza— un anuncio que nos llenará de esperanza e ilusión, fe, paz y energía vital. ¡Se anuncia un nuevo amanecer, generoso y agradable!

—D.B.

 
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