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  Nº 126
Octubre 2013
 
 
Jesús Christus Pantocrator, Catedral de Cefalú, Sicilia
 

¿Dónde encontrar a Jesús?
por Julián Mellado

En la actualidad, ¿dónde podemos encontrar a Jesús de Nazaret?

Quizás ésta sea una de las preguntas más importantes que un cristiano pueda hacerse. Gran parte de la reflexión de teólogos, místicos y creyentes ha sido para tratar de responder de una manera lo más fiable posible. Y como suele ocurrir con estas interrogantes, cada respuesta que se ha dado tiene algo de verdad, aunque nunca de una manera absoluta. El tema en sí no es fácil. El Jesús que anduvo por los campos de Galilea hace 2000 años, ya no está.

Una respuesta es que encontramos a Jesús, «en el cielo», puesto que resucitó y ascendió. Otra manera de decirlo es que Jesús «está en Dios», que  regresó «al Padre». Desde luego esta respuesta ha alimentado la piedad y la espiritualidad de millones de cristianos durante veinte siglos. El apóstol Pablo sería el mayor ejemplo de esta respuesta. Se encuentra a Jesús en una experiencia de fe; lo que podríamos llamar un camino místico.

Yo quisiera proponer otra respuesta, que no trata de ser la definitiva ni la mejor, ni siquiera la refutación de ninguna otra. Es un intento de hacer accesible ese encuentro de una manera más sencilla y que estuviera al alcance de todas las personas.

La idea principal sería: a Jesús lo encontramos en el evangelio. Podría parecer una obviedad, así que profundicemos algo más.

Fuera de la proclamación del evangelio, es sumamente difícil que alguien por sí mismo llegue a conocer a Jesús de Nazaret. Jesús está vivo hoy, pero si nos acercamos a cualquier tribu desconocida del Amazonas o si visitamos algún país fuera de la influencia de la sociedad llamada «cristiana», nos encontramos con mucha gente que ni siquiera ha oído de que existió un hombre llamado Jesús de Nazaret. Su presencia no es evidente por sí sola. Siempre debe ser mediada por la proclamación del evangelio por sus seguidores. Podríamos decir que aparte de lo que pensemos de su resurrección, Jesús debe ser re-suscitado en este mundo por sus seguidores para que pueda ser conocido.

Me gusta pensar que el Evangelio es el testimonio de aquel acontecimiento que sigue aconteciendo.

Es decir, el encuentro con ese Galileo que se convirtió en el fermento de todas esas iniciativas basadas en la compasión, la libertad, la justicia y la búsqueda de la verdad.

Para ello debemos acercarnos a los evangelios bíblicos, única fuente fiable para conocer al Maestro.

¿Qué son los evangelios?

Se suele decir que no son biografías tal y como se entiende ese género literario en la actualidad. Algunos eruditos hasta creen que los evangelios son «míticos» y que no hay ningún dato histórico en ellos. Sólo hablarían del «Cristo de la fe», no del hombre histórico Jesús de Nazaret. Actualmente los investigadores más reconocidos consideran esa posición una exageración. Tal vez sea cierto de que en los evangelios hallamos un cierto «lenguaje mítico», pero en sí los evangelios no son mitología.

¿Qué son? Graham Stanton en su libro Jesús y el Evangelio, dice: «La iglesia primitiva reconocía que los evangelios no son historia; si hacemos lo mismo, habremos de aceptarlos como testigos en forma narrativa, a pesar de sus discrepancias y contradicciones» . O sea que los evangelios son testigos teológicos de Jesús en forma narrativa.

Y aquí está la clave para buscar hoy al Maestro. Estos testimonios están escrito de una manera concreta. Hay elementos históricos que son interpretados desde ciertas perspectivas. No tratan de contar qué pasó sino más bien: ¿Qué significa lo que pasó? En otras palabras, los evangelios nos transmiten el significado de unos hechos. No son, entonces, el relato de acontecimientos que ocurrieron hace 20 siglos, como lo contaría la historiografía moderna. Ese Jesús, contado así, no sería más que un personaje de la historia sin relevancia para el día de hoy. Tampoco son un discurso «filosófico» que nos transmitiera ciertas ideas sin encarnar en la historia. Ese Jesús, contado así, no sería más que un mito, un personaje de un mundo no real, por mucho que transmitiera «grandes verdades» al modo de los personajes mitológicos griegos.

Los evangelios se refieren a un personaje histórico real. Un judío galileo del primer siglo, que vivió en un lugar concreto y durante un tiempo concreto. Lo que dijo e hizo este hombre trasciende los hechos en sí, desvelando unos significados que van más allá de su tiempo. La persona de Jesús no puede separarse de su palabra y de su vida. Los evangelios nos muestran que el Jesús histórico sigue siendo contemporáneo.

¿Cómo?

Cuando leemos los evangelios, nos sentimos transportados más allá de nosotros mismos. Tenemos la sensación de un encuentro, se nos hace real una Presencia. Caminamos con el Nazareno por los caminos de Palestina a la vez que andamos por nuestras propias sendas. Vivimos las experiencias de aquellos que se encontraron con Jesús. Pero ahora lo vivimos de una manera personal, de tal manera que oímos una «Palabra» que nos vivifica.

Unos dicen que es porque Jesús está vivo, que su palabra vivifica hoy. Otros que puesto que su palabra vivifica, es que él está vivo hoy. Lo importante es que en la lectura y meditación de los evangelios nos encontramos, no con un personaje histórico del pasado, sino con el Jesús histórico presente y actuante en nuestras vidas.

El Jesús de los evangelios, sigue teniendo «rostro», cuerpo, palabra y gesto. No es una niebla informe, una simple idea de lo bueno. Lo que encontramos es la «encarnación» del Amor. Encontramos a Dios en «la hondura» de una vida humana. En los evangelios Jesús nunca da un discurso sobre Dios ni trata de demostrar su existencia. No lo demuestra; lo muestra.

Lo importante es saber ponerse a la escucha. Oír su llamado a seguirle. Allá en el siglo XVI, Hans Denk decía: «Nadie conoce a Cristo si no le sigue en la vida».

¿Y cuál es ese Cristo que hay que seguir? El del evangelio, donde hallamos al Jesús de la historia y también su significación trans-histórica.

¿Acaso no hemos oído ese ¡Sal fuera! como nuevos Lázaros frente a todo lo que nos destruye? ¿No hemos sido confortados por aquel Ni yo te condeno; ve y no peques más? ¿Cuántas veces nos hemos visto desesperados como aquellas mujeres frente a la tumba vacía, para luego ver renacer la Vida porque nos hemos encontrado con «El que vive»? El Jesús del evangelio nos llama a ir a buscarlo a «Galilea», ese lugar donde él sanó, liberó y dignificó a tantas personas sin esperanzas. Y frente a tantas dudas, confusiones, discursos diversos sobre la divinidad, le seguimos oyendo aquello de Sólo Dios es bueno.

Debemos aprender a leer los evangelios para escuchar el evangelio, lugar de encuentro con Jesús de Nazaret. Una lectura que tiene en cuenta el sustrato histórico pero que a la vez es capaz de  «actualizar» esa Presencia inefable que se respira a través de los textos.

Los evangelios nos impiden caer en dos errores: Uno sería creer en un Jesús «espiritual» (no encarnado) como propugnaban los gnósticos. El otro sería pensar en Jesús como un hombre del siglo I, que se quedó allí para siempre.

Los relatos de la resurrección al final de los evangelios nos impiden pensar ni lo uno ni lo otro. Fuera de toda lógica historicista, esos textos nos dicen que el Hombre que vino de Nazaret sigue siendo actual y contemporáneo. Que no hay que buscarlo entre los muertos sino que vive.Y como nuevos discípulos de camino a Emaús, nos acompaña un Extraño que hace el camino con nosotros. Pero nuestros corazones arden cuando leemos esas Escrituras, cuando partimos el pan, cuando vamos al encuentro del prójimo, del necesitado, de los desesperanzados. En esos momentos nuestros ojos se abren y vemos. Comprendemos. Oímos su llamada a seguirle.

¡Hemos encontrado a Jesús!

 
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Diccionario de términos bíblicos y teológicos

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